miércoles, 27 de diciembre de 2017

Meditaciones navideñas

Es un tópico afirmar que nos encontramos en las fechas más entrañables del año, días de buenos propósitos, de mejores deseos, de sonrisas y felicitaciones. Todo el mundo parece celebrar la Navidad. Y sin embargo, ¿cuántos saben realmente lo que están celebrando? Por otro lado, nos encontramos cada vez más con una celebración de la Navidad "descafeinada", con eventos "laicos y multiculturales", que "no ofendan otras sensibilidades y creencias", o si no, con la creación de una especie de gigantesco parque temático, en el que se mezclan los personajes de los cuentos infantiles con los de la Biblia, reduciendo a éstos a la misma categoría que aquellos. Un mundo de ilusión y fantasía que sólo invita a la evasión de una cotidianidad gris. O, y quizá en mayor medida, las Navidades se transforman en la gran fiesta del consumo, de la locura de las compras, del gastar y gastar, que ya vendrá la cuesta de enero.
La verdad es que todo ello me deja bastante perplejo, porque, a priori, está claro lo que se celebra en Navidad: el nacimiento de Jesús de Nazaret, que tuvo lugar hace unos dos mil años en un territorio marginal del Imperio Romano. Un nacimiento que, para los creyentes, es el de la venida del Hijo de Dios al mundo, y para los no cristianos, el de uno de los personajes más importantes de la Historia de la Humanidad. Por tanto, ¿es tan difícil dejar que la Navidad sea lo que es? ¿Es preciso reinventarla para darle un significado contrario al que realmente tiene? Porque, en relación a aquellos que pretenden que la Navidad sea otra cosa, sobre todo desde los poderes públicos, les preguntaría  si organizarían un Ramadán "laico y multicultural" para no ofender los sentimientos de los no musulmanes. Dudo mucho que ni siquiera se les pasara por la cabeza tal estupidez. La conclusión lógica, en relación a la Navidad, salta a la vista.
Entiendo, y comprendo perfectamente, que en estos días haya mucha gente que no tenga nada que celebrar; que incluso la "obligatoriedad de ser felices", que parece imponerse, les resulte odiosa a los que se encuentren sumidos en el dolor, la enfermedad o la soledad. Pero por ello, también reclamo que se nos deje a los creyentes celebrar la Navidad como lo que es para nosotros: la venida salvadora del Hijo de Dios, encarnado en el seno virginal de María, que asume plenamente nuestra humanidad para poder redimirla pasando por la muerte y la resurrección. Y sí, sé perfectamente que nuestra Navidad no se corresponde con la fecha histórica del nacimiento de Jesús, que ignoramos (porque a los redactores de los evangelios no les interesaba, su punto focal era la Pasión); que la actual celebración proviene de la cristianización, asumida por el concilio de Nicea, de la fiesta pagana del nacimiento del Sol Invicto, que cuadraba muy bien con la simbología cósmica de Cristo, Sol que nace de lo alto, luz creciente que disipa las tinieblas del pecado. Y sé que muchos de los elementos culturales o tradicionales de estos días, como la mula o el buey, ni siquiera aparecen en los relatos evangélicos de la Infancia, que por otro lado, sólo recogen Mateo y Lucas. Todo eso, y más, lo conozco. Pero nada quita el valor, es más, lo enriquece con mil y una facetas fruto de una historia de fe, a lo que importa, a lo que me importa, en estos días: celebrar el amor inmenso de Dios por todos y cada uno de los miembros de la Humanidad, con su historia concreta, tal y como somos, asumiéndonos, acogiéndonos, curando nuestras heridas y cicatrices. Eso es lo que queremos vivir en estos días, dejando que ese amor y esa paz nos llenen, nos transformen, y nos hagan, como los ángeles a los pastores, ser portadores de Buena Noticia a los demás.
Por todo ello, ¡feliz Navidad!

Juan de Flandes, La Natividad

sábado, 16 de diciembre de 2017

Remembranza de diciembre

Estos fríos días previos a la Navidad son propicios a la melancolía y al ensimismamiento. El año que se acaba nos recuerda, una vez más, la fugacidad de la existencia humana. El tiempo, en su incansable fluir, va dejando en el alma los surcos, cada vez más profundos, de una historia que se construye desde el progresivo aniquilamiento del sujeto que la sustenta. Mirar hacia atrás puede ser un saludable ejercicio de valoración de lo que se ha logrado, con tal que no nos detengamos demasiado, y quedemos petrificados como la mujer de Lot, nostálgica de una Sodoma que dejó de ser. Y sin embargo, la tentación está ahí, en pensar que "cualquier tiempo pasado fue mejor", que los ajos y las cebollas de Egipto son un manjar más delicioso que el vino cananeo, aún por conquistar, en la duda ¿razonable? de si seremos capaces de realizar la hazaña. Y preferimos la mediocritas, por supuesto sin aurea, al vértigo de un riesgo que nos saca de nuestra zona de confort. No nos gusta que nos zarandeen y nos desinstalen del alcazar ebúrneo en el que estamos atrincherados. Y sin embargo...
Diciembre, tiempo de melancolía...¿o sólo de vértigo ante lo inasible del correr vital?
Entre las nubes, sigue brillando el sol

Les Très Riches Heures du duc de Berry- Décembre

sábado, 12 de agosto de 2017

Cuba

Hace apenas una semana que regresé, y no se marchan, ni de mi retina ni de mi mente y mi corazón, la experiencia vivida estas semanas en Cuba. Tres intensas semanas, tres ricas semanas en las que he podido conocer, desde lo profundo, el ser y la realidad cubana. Tres semanas de compartir intelectual, en el que, como siempre, soy yo el que más aprendo, el que más recibo. Es, quizá, una de las vivencias más comunes en los que nos dedicamos al mundo de la educación, el saber que, por mucho que tú des, si tienes espíritu abierto, tus alumnos te transmiten también grandes enseñanzas.

La Habana, plaza de la Revolución
Llegaba a la isla el 13 de julio, y tras pernoctar en La Habana, el 14 me dirigí a Cienfuegos, donde residí el tiempo restante. Cienfuegos es una ciudad bellísima, a punto de cumplir su segundo centenario. Hermosos edificios de principios del siglo XX, con el amplio Parque Martí, como espacio principal, en el que se eleva la bella catedral de la Inmaculada, con su airosa torre que parece competir con las palmeras.

Cienfuegos, Catedral
Aquí he estado tres semanas intensas de cursos, todos en torno a la Historia. Y una vez más, he podido comprobar que el interés, las ganas de aprender, valen más que todas las tecnologías punteras o las metodologías más exquisitas. Al final, la única pedagogía válida es la del amor, la de la preocupación auténtica por los alumnos, el generar hacia ellos un verdadero cariño, que trata de ayudarles a sacar lo mejor de sí mismos.
De Cienfuegos apenas salí, pues el trabajo me absorbió, pero sí pude visitar uno de los pueblos cubanos más bonitos, Sancti Spiritus. Una pequeña muestra de la belleza que alberga la isla, aunque es mucho mayor que ella la calidad humana de sus gentes.

Sancti Spiritus, iglesia parroquial
El 3 de agosto, tras las últimas sesiones, en las que hablé de la Edad Media, regresé a La Habana, para retornar a España. Me iba con nostalgia y con deseo de regresar. Quizá sea pronto o tal vez pasen años, pero la distancia física es superada por la cercanía cordial. Son muchas las vivencias acumuladas a lo largo de todo ese intenso tiempo, tantas que quizá darían para un libro, pero quedan albergadas, con profundo agradecimiento, como un manantial fecundo de reflexión, en lo más hondo de mi corazón.

miércoles, 21 de junio de 2017

Y de nuevo...Roma

Una vez más me encuentro en Roma investigando. Es cierto que, en esta ocasión, se trata tan sólo de una semana, pero independientemente del tiempo, regresar a Roma, para mí, supone reencontrarme con mis raíces culturales, y volverme a sumergir en una corriente vital que fecunda poderosamente mi existencia. Roma forma parte, ya, de mi ser más profundo; está entrañada en lo más hondo de mí mismo. Desde que vine a investigar por primera vez en el 2006, cuando apenas estaba comenzando mi tesis doctoral, no ha habido año en el que no haya pasado una temporada, sea mayor o menor, trabajando en el Archivo Secreto Vaticano, escribiendo, reflexionando, pensando. Sobre historia, sobre cultura. Y sobre todo, sobre mí, sobre mi existencia, sobre mi devenir.
Roma ha sido, a lo largo de estos años, un ámbito en el que he experimentado vivencias profundas, hermosas, a veces dolorosas y traumáticas. Noches oscuras, seguidas de auroras luminosas de gran intensidad existencial. He conocido gente admirable, he creado grandes amistades, he podido explorar a fondo los vericuetos del corazón humano. Roma me ha hecho crecer como persona sin duda alguna.

San Pedro del Vaticano
Y Roma es el cimiento de nuestro ser como civilización, la base sobre la que, en conjunción con el pensamiento griego y la tradición judeo-cristiana, se ha construido Europa. Esa Europa llena de luces y sombras, pero que es un oasis de libertad y prosperidad, un ámbito en el que se puede exigir el respeto a los derechos de la persona (otro concepto creado y vivido en Europa) Pasear por Roma es encontrarse con casi tres mil años de civilización, y sentir que esa corriente ha de ser alimentada, ha de seguir fecundando a la Humanidad, ha de iluminar tantas oscuridades como existen en nuestro mundo. Parezco eurocéntrico. Y sin duda, consciente plenamente, como historiador y como antropólogo, de lo que supone esta definición, con orgullo, digo que sí, que lo soy. Como ciudadano de Roma, de la Urbe y del Orbe, que soy. Que somos.

Castel Sant´Angelo


miércoles, 31 de mayo de 2017

La Segunda República (1931-1936) de Ángel Luis López Villaverde

LÓPEZ VILLAVERDE, Ángel Luis, Las claves para la primera democracia española del siglo XX, Madrid, Sílex, 2017, 467 pp.

Es casi un lugar común, al referirse a la producción historiográfica sobre los años 30 del siglo XX en España, señalar la ingente cantidad de obras existentes, al mismo tiempo que su continua proliferación. Parecería así que una nueva obra no vendría a aportar nada significativo a tan vasta producción. Y sin embargo, el libro que ahora comento creo que representa una aportación nueva y substancial. No se trata de una obra más, sino de un estudio, realizado por uno de los mayores conocedores del periodo, sobre los años de la Segunda República, excluyendo, frente a lo que suele ser usual, el periodo bélico, de modo que se evita el error de considerar la guerra civil como una consecuencia lógica, necesaria e ineludible de la República. Este es, a mi modo de ver, uno de los grandes aciertos de su autor, acotar el periodo republicano en su exclusividad, permitiéndonos analizar la Segunda República en sí misma.
Al mismo tiempo, y es otro de los grandes valores de este libro, se nos ofrece como una síntesis amplia, destinada a un público culto, pero no especialista, que desee conocer de un modo suficientemente complexivo este periodo dramático y apasionante de nuestra historia, con sus luces y sus sombras, con sus grandes aportaciones y sus inevitables lastres y equivocaciones. El autor no nos muestra ni una crónica rosa ni una tragedia teñida de oscuridad. Es un análisis ponderado, basado en un estudio profundo de la época, que nos aporta sugerencias muy interesantes. No en todo estaremos de acuerdo, aunque sí que coincidiremos en muchos puntos, pero la lectura de la obra nos permite entrar en un diálogo que puede resultar muy enriquecedor. Asimismo, y de cara a los estudiantes universitarios, pienso que el libro cumple perfectamente las funciones de un manual que les permita abordar el estudio de estos años.
El autor organiza el libro en dos partes: la primera que trata de responder a las preguntas básicas, nos ofrece, en cuatro capítulos, en primer lugar, la evolución política de la Segunda República, una síntesis de lo que fueron los cinco años republicanos; la segunda reflexiona sobre la memoria y la historia de la República; la tercera es una interesante y muy pertinente presentación de los protagonistas políticos, destacando, por su novedad, el análisis de las mujeres diputadas y de los clérigos representantes en Cortes; por último, el cuarto capítulo presenta la cultura y las culturas políticas de la España republicana.
La segunda parte, titulada "La República "desde arriba y desde abajo". Poder, esperanza, solivianto y traición", se articula en un primer capítulo, el cinco, "El orden republicano y las relaciones de poder", que nos ofrece los diversos "poderes" presentes y en conflicto; el sexto "Tiempos de política. La esperanza republicana", analiza las diferentes reformas, desde la religiosa a la penitenciaria; el séptimo, presenta el conflicto social y la violencia; por último, el capítulo octavo muestra el final de la República. Como colofón, se nos da una reflexión "A modo de balance", que nos invita a una nueva aproximación, por encima de clichés de un lado y de otro, a este apasionante periodo. 
Una actualizada bibliografía y la cronología final nos ofrecen unas herramientas de trabajo muy útiles para seguir investigando, profundizando y estudiando.
Todo ello espero nos anime a una lectura de un libro que, creo, será un punto de referencia al referirnos al periodo republicano.

lunes, 10 de abril de 2017

Lunes Santo

La liturgia de los días previos al Triduo Pascual trata de situarnos en el marco inmediato de la Pasión del Señor. Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II se leían en ellos los relatos de la Pasión según los sinópticos, que actualmente se proclaman cíclicamente el Domingo de Ramos, de modo que ahora el Lunes Santo se lee el relato de la unción en Betania, el Martes el anuncio de la traición de Judas y el Miércoles el cumplimiento de la misma.

La primera lectura de hoy corresponde al profeta Isaías (Is 42,1-7) proclamándose el primer canto del Siervo de Yahvé, en el que contemplamos al Siervo como elegido por Dios, lleno de su Espíritu y enviado a proclamar la ley de Dios, pero esto realizado con delicadeza, con suavidad, mostrándose respetuoso con las flaquezas humanas, preocupado por salvar en ellas todo aquello susceptible de poder ser salvado, trayendo la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos.

El salmo 26 es un canto de confianza, de seguridad en Dios, en medio de las dificultades. Tras un intenso acto de confianza, referido al templo, el salmista hace una súplica en la persecución, a la que responde el oráculo de Dios. Una invitación a la esperanza en el Señor, luz y salvación para el que confía en Él.

El evangelio de san Juan (Jn 12,1-11) nos narra la unción en Betania, anuncio de la muerte de Cristo. Jesús se prepara para su sepultura, es consciente de que llega su hora, la vuelta al Padre. El gesto de María es un anuncio de la muerte-glorificación de Jesús.

La Unción en Betania (Rubens)

sábado, 8 de abril de 2017

Domingo de Ramos

Con la celebración del domingo de Ramos entramos de lleno en las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa. Su denominación, domingo de Ramos en la Pasión del Señor, proviene del doble motivo que preside la celebración eucarística, por un lado, la aclamación de Jesús como Rey y Mesías en su entrada triunfal en Jerusalén, y por otro, el anuncio de su Pasión a través de las lecturas de la misa. Con él comenzamos la reconstrucción litúrgica de los últimos días de Jesús, en los que tras recordar su entrada en la ciudad santa y el conjunto de la Pasión, evocaremos el lunes santo la unción en Betania, mientras que el martes y el miércoles recordaremos el anuncio de la traición de Judas y el hecho mismo de la traición. El jueves santo celebramos la eucaristía tratando de revivir el ambiente de la Última Cena y velamos en oración, acompañando a Cristo en Getsemaní. El viernes santo nos centramos en el misterio de la cruz y la muerte gloriosa del Señor. El sábado santo es día de silencio ante el sepulcro, para pasar, en la noche santa, a celebrar la victoria y el triunfo de Cristo sobre la muerte, celebración que prolongaremos a lo largo de todo el domingo de Resurrección.
Son estos los días más importantes para un cristiano, con la Semana Santa y el Triduo Pascual como punto culminante de todo el año litúrgico. Días de silencio, de contemplación y meditación. Días para evocar el amor inmenso de Aquél que nos ha amado hasta el extremo y se ha entregado por nosotros. Días de gracia y de salvación, en los que podemos abrir el corazón de par en par para ser regenerados por la fuerza del Resucitado y vivir la vida nueva de los hijos de Dios.
La liturgia del domingo de Ramos se inicia con la proclamación del evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, este año tomado de san Mateo (Mt 21,1-11). El evangelista nos recuerda cómo se cumple en Cristo la escritura. La procesión reconstruye esa entrada triunfal, en la que se nos invita a acompañar a Jesús con nuestros cánticos, llenos de júbilo; es una aclamación ante la victoria del Señor, y su carácter central es la de ser en honor de Cristo, algo que, a veces, olvidamos, centrados en un aspecto importante, pero secundario, como el de la bendición de las palmas. Como señalaba Juan Pablo II:
            "Jesús es el único que ha entendido en profundidad a los profetas: su entrada en Jerusalén tiene claramente un significado mesiánico. Ya en este cortejo triunfal él camina obediente a la muerte y muerte de cruz. La asume totalmente. No rebaja nada. Esta es la entrada "interior"  de Jesús en Jerusalén, que se realiza dentro de su alma en el umbral de la Semana Santa."

Entrada de Cristo en Jerusalén (Giotto)
Tras la llegada a la iglesia, cambia el tono y pasamos a centrarnos en la Pasión del Señor. La primera lectura, del libro de Isaías (Is 50,4-7) nos presenta el Tercer Cántico del Siervo de Yahvé, en el que se prefigura a Cristo en su Pasión y se ilustra el sentido expiatorio de la misma, en apertura a la esperanza. El salmo 21 pone en nuestros labios la voz de Jesús, que recitó este salmo, no como un grito de desesperación, sino como una oración de súplica, transida de esperanza. La segunda lectura, de la carta de san Pablo a los Filipenses (Flp 2,6-11) es un cántico de la primitiva comunidad cristiana, en el que se ensalza la humildad de Cristo y la autenticidad de su encarnación, que le llevó a rebajarse hasta la muerte, "y muerte de cruz", paso previo a su exaltación.

Crucifixión (Duccio)
El evangelio se toma del sinóptico correspondiente a este año, san Mateo, reservándose, por una antiquísima tradición, la Pasión según san Juan para el viernes santo. Mateo (Mt 26,14-27,66) presenta la Pasión como el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento; ello debido a que escribe para cristianos de origen judío, recalcando cómo Dios mantiene en Jesús la promesa que había hecho a su pueblo. Asimismo quiere hacer que se descubra el poder y la autoridad de Jesús. Jesús es Hijo de Dios, sabe lo que va a suceder, lo acepta; al mismo tiempo, es el Señor establecido sobre el mundo entero: el Padre le ha dado su mismo poder y él podría utilizarlo para evitar la muerte, pero ésta señala la llegada de un mundo nuevo, del Reino de Dios en el que nosotros tenemos que vivir ahora. La muerte de Jesús, para Mateo, señala el fin del mundo viejo y la inauguración del mundo nuevo. Jesús muere aparentemente abandonado por todos, incluso de Dios; pero su muerte es resurrección. El terremoto es una imagen del final de los tiempos, cuando los santos resuciten y entren en la Jerusalén del cielo.
La hermosa y profunda celebración del domingo de Ramos ha de servirnos, a los que participamos en ella, para, como pedimos en la oración colecta, seguir el ejemplo de Cristo y que las enseñanzas de su Pasión nos sirvan de testimonio, de manera que también nosotros, algún día, podamos participar en su resurrección gloriosa.


viernes, 7 de abril de 2017

Viernes de Dolores

Aunque la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II suprimió la celebración del Viernes de Dolores, la devoción popular sigue mirando a este día como el de la entrada en la Semana Santa. En efecto, hoy, en muchos pueblos y ciudades de la geografía española, se celebra a la Virgen María como madre de la Soledad y su procesión inaugura los cortejos procesionales de estos días. Es por ello por lo que quiero detenerme en lo que significa esta memoria popular de María.
A lo largo de la Cuaresma la presencia de María apenas ha sido percibida, sin embargo, María, como Jesús, subió a Jerusalén a celebrar la Pascua. Ella recorrió también, tras las huellas de su Hijo, el camino de la cruz. Y ella aparecerá, cuando todos desaparezcan, junto a Cristo crucificado, compartiendo su sufrimiento ofrecido por la salvación del mundo. Es por ello que resulta totalmente pertinente entrar en los días santos de esta Semana Mayor de manos de la Madre, contemplándola a ella, y recorriendo, simbólicamente mediante la procesión con su imagen, nuestro propio camino hacia el Calvario para vivir la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección del Señor. La clave para vivir este día nos la da la oración colecta de la misa de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, que se celebra el 15 de septiembre, en la que pedimos que, al igual que el Padre ha querido que María compartiera los dolores del Hijo, al pie de la cruz, la Iglesia, asociada con ella a la Pasión, merezca participar de la Resurrección. Por tanto, es una celebración que no puede quedarse en un mero sentimentalismo o devoción vacua y superficial, sino que debe implicar un querer vivir en profundidad el misterio pascual del Señor; la meta es la Pascua, la proclamación gozosa de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, victoria de la que ya participa plenamente María, y que, como ella, esperamos alcanzar también nosotros.

La Dolorosa (Salzillo)
Las lecturas de dicha celebración hacen referencia a la entrega de Cristo (primera lectura: Hb 5,7-9), el cual, mediante el sufrimiento, aprendió a obedecer, y por su entrega se ha convertido en autor de salvación. La antífona del salmo 30, "sálvame, Señor, por tu misericordia", es un clamor confiado, sabiendo que Dios libra a quien le invoca. La bellísima secuencia, el Stabat mater, es un hermoso poema que nos presenta a María en su aflicción. Y a continuación, la Iglesia, antes del Evangelio, proclama feliz, dichosa, a la Virgen, porque sin morir, ha merecido, junto a la cruz, la palma del martirio, pues como señala san Bernardo la espada, anunciada por Simeón "no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma". El evangelio de San Juan (Jn 19,25-27) nos narra la entrega, por parte de Jesús, de María a Juan, como madre.


El Viernes de Dolores es, de la mano de María, el mejor pórtico para la Semana Santa, el umbral que nos conduce a los días más santos del año, en los que, junto a María, queremos celebrar la muerte y resurrección de Cristo, fuente de vida y salvación para la humanidad.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Isidro Gomá y la construcción de la España nacional

Aprovechando la presentación mañana, jueves 23 de marzo, de mi libro "Por Dios y la patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España nacional", en la librería Marcial Pons de Madrid, por el profesor Julio de la Cueva Merino, traigo a colación la importancia que tuvo el cardenal arzobispo de Toledo, Isidro Gomá, durante la guerra civil y los primeros momentos del franquismo. Para ello, me sirvo de las conclusiones que comparto en dicho libro



 "Es innegable el papel esencial que desempeño el cardenal Gomá en los principales acontecimientos de la vida eclesial y política de los años treinta en España. Su actuación durante la guerra y los primeros momentos del franquismo fueron el culmen de una brillante carrera iniciada en Tarragona, donde había destacado como escritor de prestigio, con proyección no sólo nacional, sino incluso internacional. Esta fama, a pesar de los diversos problemas derivados de su antagonismo con el cardenal Vidal y Barraquer, le permitió alcanzar el episcopado, en una pequeña diócesis como Tarazona en la que, sin embargo, supo desplegar sus dotes, convirtiéndose, en palabras del nuncio Tedeschini, en uno de los obispos más activos de España. Su magisterio, desarrollado en las circunstancias difíciles del fin del reinado de Alfonso XIII y los inicios de la República, se caracterizó por una coherencia de pensamiento que se mantuvo firme hasta el final de su vida. Optó por la línea de resistencia ante el anticlericalismo republicano, si bien defendió que catolicismo y república no eran incompatibles, mostrando una mayor flexibilidad doctrinal que el primado Segura. Su traslado a Toledo le supuso alcanzar un protagonismo nacional que el estallido de la guerra no hizo sino acrecentar. Su fulgurante promoción fue una apuesta personal de Pío XI por él, convirtiéndose en el auténtico “hombre del Papa” en España. Su fidelidad a la Sede Apostólica, conjugada con su amor a España, amor que por otro lado consideraba sustancial al hecho de ser católico, le llevó a ser el elemento clave en circunstancias muy difíciles. Enfrentado más o menos abiertamente a Vidal en múltiples aspectos, debido, por un lado a la evidente antipatía que sentían el uno por el otro, así como a su diferente visión de la postura de la Iglesia ante la República, fue logrando desplazar a su rival, hasta alcanzar, como quizá no alcanzó prelado toledano alguno en la época contemporánea, un puesto central en la Iglesia española. Consiguió el reconocimiento de la Santa Sede como cabeza de la Iglesia en España justo a tiempo para que, tras el estallido de la guerra, una Iglesia desorientada buscara en él la dirección necesaria para afrontar los graves problemas derivados del conflicto y de la revolución. Además, el exilio de Vidal y las prevenciones que contra él pronto manifestaron los militares sublevados, hicieron que éste quedara marginado de la vida nacional.
Gomá apostó claramente por Franco, pues veía en él la única vía de salvación de la España tradicional, pero al mismo tiempo supo mantener una independencia, derivada de su concepción de la Iglesia, que en muchos momentos constituyó una firme barrera frente a los aires totalitarios del régimen. Enemigo del nazismo y del fascismo, trató de frenar su influjo y penetración en España, tanto como antes se había opuesto al laicismo de la República, pues los veía como una amenaza mortal para el ser de España, debido a la unión esencial entre ésta y el catolicismo. Deseaba que esta unión secular, en la que centraba la grandeza de la nación, no se debilitara y defendió una presencia militante, activa, de la religión, en todos los ámbitos de la sociedad, cuyos principios rectores quería ver informados por el cristianismo. Pensaba que la decadencia española era consecuencia lógica de la pérdida del sentido religioso, amenazado desde el siglo XVIII por influjos extranjeros, y que, por tanto, si España quería volver a recuperar su papel dentro del concierto de las grandes naciones, era preciso recuperar la vitalidad religiosa de la época de esplendor, que no era ni más ni menos que el siglo XVI, cuando España se había destacado por las grandes hazañas de la conquista y evangelización de América y la defensa de la unidad católica y la cultura cristiana frente al protestantismo y el Islam. Todo ello era fruto de una mentalidad muy arraigada en la Iglesia española desde el fin del Antiguo Régimen, de la que Gomá participaba plenamente. Por formación y por las posteriores lecturas que moldearon su pensamiento, no podía plantearse otra cosa. En él influyeron de una manera muy profunda Menéndez Pelayo y Ramiro de Maeztu. El cardenal, por su parte, reforzó estas concepciones, revistiéndolas de un lenguaje teológico producto de las grandes controversias decimonónicas entre la Iglesia y el mundo liberal, que se habían saldado con el triunfo de las posiciones más conservadoras.
Su concepto de España se basaba en la convicción de la compatibilidad entre la unión esencial de la nación española y la existencia de diversidades regionales, que podían y debían ser conservadas. Para él, profundamente catalán y profundamente español, era posible armonizar esas realidades. De ahí su oposición a las posturas más catalanistas del cardenal Vidal y Barraquer, que consideraba peligrosas para la unidad de la patria común. Esto le llevó a defender la primacía eclesiástica toledana, pues creía que el reconocimiento de los supuestos derechos primaciales de Tarragona haría derivar hacia una Iglesia catalana independiente, que sería la mejor base, dada la inseparable unión que existía para él entre religión y patria, para una Cataluña desgajada del tronco común español.
El cardenal Gomá lideró, frente a las posturas más dialogantes de Vidal, una actitud de resistencia ante la legislación anticlerical de la República. Defendió una y otra vez lo que consideraba no sólo derechos inalienables de la Iglesia, sino además, parte substancial e inseparable de la entraña profunda de la nación. Estaba convencido de que descristianizar España era privarle de su alma, de su verdadero ser. El laicismo, para él, era intrínsecamente antiespañol. Pero también vio en la actitud combativa de la República una oportunidad para despertar el dormido catolicismo español. De ahí sus numerosas iniciativas en el campo de la promoción de la Acción Católica, como una avanzadilla de la Iglesia que la permitiera recuperar, a través de los mismos seglares, los diversos ámbitos de la sociedad. Consciente de la profunda descristianización que sufría el país, promovió las vocaciones sacerdotales y la renovación de la formación del clero, ya que consideraba al sacerdote como el principal agente de esa misión reevangelizadora. Para formar a los fieles cristianos, promovió la catequesis, pues descubría en los católicos españoles una profunda ignorancia respecto a las cuestiones esenciales de la fe. No dudó en conocer de primera mano la realidad religiosa española, recorriendo su vasta diócesis toledana. A la vez mantuvo una intensa agenda, tanto a nivel nacional como internacional, que fue constituyéndole en el punto de referencia de la Iglesia española. De ese modo, al estallar la guerra, estaba preparado para asumir el papel de rector y cabeza de esta Iglesia, marcando el ritmo de actuación. Esto se vio reforzado al ser nombrado representante oficioso de la Santa Sede ante el Gobierno de Franco. Sus esfuerzos se dirigieron entonces a lograr el reconocimiento de éste por parte de la Santa Sede, con la consiguiente normalización de relaciones. Al mismo tiempo desarrolló una importante labor literaria, con numerosos escritos que trataron de iluminar la conciencia católica, tanto española como extranjera, sobre la realidad de la guerra, tarea que culminó con la Carta Colectiva de los obispos españoles de 1937. El conflicto bélico era visto como una lucha entre la religión y el ateísmo, entre la civilización y la barbarie, entre el Bien y el Mal, entre Cristo y el Demonio. Para él la prueba más palpable de esto era la persecución desatada en el bando republicano. A pesar de ello, y frente a lo que va a ser la práctica habitual de los vencedores, apostaba por el perdón y por la acogida de los descarriados, que como el hijo pródigo volverían arrepentidos y debían ser recuperados para la Iglesia.
Debido a esta forma de plantear la lucha civil, como enfrentamiento entre las dos ciudades agustinianas, la de Dios y la del Diablo, el cardenal no podía concebir mayor monstruosidad que la del nacionalismo vasco, el cual, siendo profundamente católico, se había mantenido fiel a la República, lo cual le parecía una terrible contradicción. Intervino de una manera muy activa en esta cuestión, tanto a nivel doctrinal, mediante pastorales, como a nivel polémico, con la Carta abierta a Aguirre, e incluso diplomático, con las gestiones realizadas para la rendición de Bilbao. Su papel en relación al País Vasco no quedó reducido a esto, sino que tuvo que intervenir en otros graves problemas, como los fusilamientos de sacerdotes nacionalistas vascos o la situación del obispo de Vitoria, Mateo Múgica. La ausencia de éste hizo que el primado tuviera, de hecho, que afrontar la difícil situación interna de la diócesis de Vitoria, con un clero sospechoso en gran medida para los militares, que querían solucionar el problema por la vía de la fuerza. Gomá, en su línea de defensa de la libertad de la Iglesia, tuvo que intervenir una y otra vez, hasta que el nombramiento de un administrador apostólico, junto a la venida de Antoniutti, le liberó de esta preocupación.
A lo largo de la guerra, el primado tuvo un papel de protagonista en todos los conflictos que se iban planteando. Su doble condición de primado y representante oficioso de la Santa Sede, en una conjunción única en la historia contemporánea de España, hizo que todas las cuestiones importantes pasaran por él. No sólo los militares le consideraban el único interlocutor válido, sino que el episcopado español volvía los ojos a él ante cualquier dificultad. Por eso le vemos afrontando el problema suscitado por algunos clérigos como Gallegos Rocafull o Lobo, que apostaron por la República, respondiéndoles con una dureza inusitada. O nos encontramos a Gomá reconstruyendo el extinguido cuerpo de capellanes castrenses, entre las intrigas de los viejos capellanes, las intromisiones de los militares y los criterios más pastorales de los obispos españoles. Lo mismo tenía que afrontar cuestiones canónicas o disciplinares cómo hacer de mediador ante el Gobierno para lograr la suspensión de penas de muerte. Asimismo encontramos al primado enfrentándose a Serrano Suñer al tratar de defender la prensa católica, o en frecuente contacto con el conde de Rodezno en la elaboración de una legislación fiel a la doctrina católica. Por tanto, de la mano de Gomá hemos podido seguir los primeros pasos, dubitantes, inseguros, llenos de contradicciones e interrogantes, de las nuevas relaciones entre la Iglesia y el nuevo Estado que se irá configurando como resultado del golpe del 18 de julio.
Para Gomá la guerra no fue fruto de las contradicciones sociales que afectaban a España, sino consecuencia lógica de la descristianización de la nación, uno de cuyos frutos sería el crecimiento de las desigualdades sociales, por el egoísmo de los ricos, cuyo correlato fue la captación de las masas por las doctrinas revolucionarias. Leyó los acontecimientos desde una clave teológica, lo cual puede dificultar nuestra comprensión acerca de algunas de sus afirmaciones. Consideró el conflicto como una etapa de purificación y renovación de la nación, como una oportunidad dada por Dios para la regeneración de España, pues no había sido posible por otros medios. De ahí que centrara su preocupación en que la nueva España fuera fiel a su pasado católico y mirara con verdadera aprehensión las tendencias filonazis de la Falange. El modelo, para él, estaba en la España de los Reyes Católicos y de los grandes reyes de la Casa de Austria, no en el III Reich. Su último año estuvo marcado por esta preocupación y sus postreros esfuerzos se encaminaron a asegurar que lo conseguido a tan alto precio no se perdiera, pues pensaba que si no se aprovechaba la ocasión, el desastre que sobrevendría al país sería terrible.
Un aspecto fundamental para esta regeneración era la recristianización de España. Ésta fue una preocupación presente a lo largo de todo su magisterio episcopal. Siendo obispo de Tarazona expresó una y otra vez su convicción de que el cristianismo en España carecía de fuerza y andaba sobrado de rutina e inercia histórica. Esta constatación la repetirá posteriormente ya como arzobispo de Toledo, durante el desarrollo de la guerra y una vez finalizada ésta. Por ello, uno de sus objetivos claros fue la revitalización de la Iglesia, mediante una profunda renovación de la misma. Pensaba que las masas católicas, a pesar de la retórica del nuevo régimen y de la explosión de actos religiosos que inundaron el país, carecían de auténtica convicción cristiana, con una formación muy deficiente, que alcanzaba también a quienes desde puestos de responsabilidad debían dirigir la nación. Por eso abogaba una reforma personal y colectiva en clave cristiana, que supiera aprovechar las lecciones de la guerra, y trajera una auténtica transformación del país, una de cuyas consecuencias sería el florecimiento de la justicia y la caridad. Este sería un deber de fraternidad cristiana que permitiría la superación de las desigualdades sociales.
No se puede entender la posterior evolución de las relaciones entre la Iglesia española y el franquismo sin el estudio de este periodo, crucial e inicial, en el que vivó el cardenal Isidro Gomá. Todas las aspiraciones y todas las contradicciones de lo que después se denominaría Nacionalcatolicismo están aquí. Los riesgos y peligros de una unión estrecha entre la Iglesia y el Estado se hicieron patentes. El cardenal fue consciente de la amenaza que suponía para la libertad de la Iglesia un poder totalitario e hizo lo que pudo para frenarlo, pero no supo ver, tal vez por su concepción tradicionalista, que este riesgo subsistiría siempre que las dos instituciones estuvieran íntimamente compenetradas. Él apostaba por una estrecha colaboración, amistosa y cordial, en la que el Estado se dejara inspirar por los principios de la Iglesia y apoyara estrechamente su labor, al mismo tiempo que ella se constituía en factor de cohesión social. Una separación armónica entre ambos parecía inconcebible, no sólo a la Iglesia, sino a gran parte de los vencedores de 1939. El catolicismo español, que durante la República había dado muestras de una capacidad de reacción inesperada, perdió, al uncirse de nuevo al Estado, la posibilidad de ponerse al día de las grandes corrientes que renovaban la Iglesia en Europa.
Para Gomá, el Estado seguía siendo el brazo secular que aplicaba en la sociedad las normas derivadas de la doctrina católica. Todos sus esfuerzos se encaminaron a lograr esta armonía, que el consideraba lo más beneficioso para España. Pero esta armonía no significaba, en ningún caso, supeditación al Gobierno. Durante la guerra se opuso a todos los intentos de ingerencia indebidos en asuntos eclesiásticos, y ésta siguió siendo su línea de actuación en la posguerra, aunque también procuró que los diferentes conflictos se superaran amistosamente y sin llegar a una ruptura que siempre consideró perjudicial para los intereses tanto de la Iglesia como del país. Frente a los intentos uniformizadotes, incluido el ámbito lingüístico, de los vencedores, apostó siempre por una España una y plural. Por ello, cuando se trató de restringir el empleo del vasco y catalán en la predicación defendió su uso, porque lo primero, para él, era que el pueblo comprendiera la Palabra de Dios y porque la regulación de la predicación pertenecía al ámbito propio de la disciplina eclesiástica, siguiendo en esto la postura mantenida ya durante la dictadura de Primo de Rivera. No dudó en oponerse al Gobierno cuando este quiso acabar con las organizaciones católicas, de forma especial con la absorción de los Estudiantes Católicos por parte del SEU, así como cuando, al prohibirse la difusión de su pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz, entendió que se conculcaban derechos sagrados de la Iglesia, como era el de la libertad de los obispos para exponer la doctrina católica. A pesar de ello trató de evitar la ruptura, por medio de la entrevista personal con el Jefe del Estado, tal y cómo había hecho, ante otros conflictos, a lo largo de la guerra, lo cual tampoco era una novedad en él, pues ya ante la violencia anticlerical desatada en la primavera de 1936 no dudó en entrevistarse con Manuel Azaña para llegar a una solución. La entrevista de diciembre de 1939 con Franco logró desatascar momentáneamente algunos problemas, pero las raíces más profundas del conflicto subsistían, de modo que pronto reaparecieron los problemas, llegando a una situación muy difícil, en la que el cardenal, derrotado ya por el curso de la enfermedad, se sentía impotente. Aún así realizó un postrero esfuerzo para evitar la ruptura total. Los primeros frutos llegarían ya fallecido el primado, con la firma de los acuerdos de junio de 1941, que permitieron solucionar un problema urgente y gravísimo para la Iglesia española, como el de la provisión de las numerosas sedes episcopales vacantes. Pero las reticencias y dificultades no desaparecerían, de modo que habría que esperar todavía doce años, hasta el 27 de agosto de 1953, para llegar a la firma de un Concordato entre España y la Santa Sede.
El cardenal Gomá tuvo, además, una proyección internacional muy notable, tanto por su papel de representante oficioso de la Santa Sede, como por la acción, como primado de la Iglesia española, que realizó a favor de Franco, por quien apostó claramente, pues pensaba que era el único que podía restaurar la tradicional España católica. Gomá fue, aprovechando sus dotes literarias, el gran propagandista de la causa nacional, ya sea con sus escritos, como con su palabra, tal y como hizo en el Congreso Eucarístico de Budapest.
Es mucho lo que aún queda por decir del cardenal Isidro Gomá y Tomás. Durante bastante tiempo, y por diferentes motivos, se ha olvidado su figura, limitándose muchas veces a meras alusiones a su papel como redactor de la Carta colectiva. Este trabajo ha pretendido reabrir el camino para un conocimiento más pormenorizado del mismo, ofreciendo pistas para futuras investigaciones. Asimismo la progresiva apertura de los diferentes archivos, tanto civiles como eclesiásticos, destacando entre estos sobre todo el propio y riquísimo del cardenal, conservado en el Archivo Diocesano de Toledo, y el Archivo Secreto Vaticano, nos permiten acceder a una abundante fuente de información que va aclarando poco a poco puntos hasta ahora sumidos en la oscuridad. Los diferentes, aunque aún escasos estudios monográficos, están despejando algunas incógnitas y permitiendo comprender mejor esta convulsa etapa en su dimensión eclesiástica, a su vez imbricada profundamente con los acontecimientos sociales y políticos. Recuperar en su debido lugar la figura del cardenal Gomá, con sus luces y sus innegables sombras, es necesario para comprender mejor la difícil y trágica historia de la España de los años treinta del siglo XX y su evolución posterior."

DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, Por Dios y la patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España nacional, Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2015, pp. 440, ISBN: 978-84-15669-37-1

domingo, 5 de marzo de 2017

V Centenario de la Reforma Luterana

En este año 2017 se cumplirán quinientos años del inicio de la Reforma Luterana, recordando el momento en el que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Un acontecimiento que supondría la ruptura de la cristiandad occidental. Por ello, quiero presentar, a grandes rasgos, los orígenes de dicho movimiento, así como los contenidos esenciales de la doctrina de Lutero

Una Iglesia necesitada de renovación

Al final de la Edad Media, la Iglesia sentía la necesidad de una profunda renovación. La situación, tras la etapa de residencia del Papado en Aviñón, sometido a la influencia de los reyes de Francia, y del Cisma de Occidente, con la existencia, en un momento determinado, de tres papas simultáneos, era de desprestigio de la autoridad pontificia, con el auge de las doctrinas conciliaristas. A finales del siglo XV los hombres y mujeres de Europa se veían atenazados por una profunda ansiedad. La preocupación por la salvación angustiaba a los cristianos, acorralados entre una concepción de un Dios todopoderoso con decisiones arbitrarias y el miedo a un Satanás omnipresente. A la vez que se desarrollaba el Renacimiento y el Humanismo, nos encontramos, a nivel popular, con un incremento de la hechicería y de la caza de brujas. El clero secular se encontraba, en gran medida, en una situación de decadencia moral, espiritual e intelectual, con obispos de origen noble que solo se preocupaban de sus diócesis para obtener rentas y vivían como grandes señores, dedicados a la caza y a la guerra, y un bajo clero, dominado por la ignorancia. Las órdenes religiosas también estaban, en gran medida, alejadas de su espíritu evangélico original. Todo esto hacía clamar por una reforma que condujera a una vivencia más auténtica y profunda del Evangelio. A esto vendría a dar respuesta el fenómeno que conocemos como Reforma.

Tradicionalmente se ha venido denominando Reforma a la ruptura religiosa que tuvo lugar en el centro y norte de Europa y que daría lugar al protestantismo, mientras que a la renovación dentro del catolicismo se le ha dado el nombre de Contrarreforma, como si tan sólo fuera una respuesta, a partir del Concilio de Trento, a las desviaciones protestantes. Sin embargo, cada vez aparece más claro que ambas corrientes pertenecen a un proceso más amplio y anterior, que desde el final de la Edad Media buscaba dar respuesta a los anhelos de renovación, y que antes y a la vez que el proceso de ruptura de Lutero, dio frutos de cambio y mejora dentro del mundo católico. Por tanto, es preferible hablar de Reforma católica y Reforma protestante, siendo lo que llamamos Contrarreforma tan sólo un aspecto, el de la respuesta tridentina a los errores dogmáticos y disciplinares de los protestantes.
En el presente texto vamos a centrarnos en los orígenes de la Reforma y en la figura del gran protagonista de su rama protestante, Martín Lutero.

Antecedentes de la Reforma

La Europa de fines de la Edad Media vivió el surgimiento de diversos movimientos de renovación espiritual. Se desarrolló una piedad centrada en la humanidad de Jesús y de María. En el siglo XIV nació una corriente mística, representada por algunos dominicos, como Eckhart (1260-1327), Taulero (1300-1361) y Suso (1295-1366), junto al sacerdote flamenco Ruysbroek, que buscaba la unión con Dios, superando toda representación. Entre el siglo XIV y XV, el deseo de una vida espiritual intensa conquista a hombres y mujeres fuera de los conventos, surgiendo las beguinas y begardos, o las terceras órdenes, como la de santa Catalina de Siena. La devotio moderna, en la que destaca el libro la Imitación de Cristo, atribuida a Tomás de Kempis (1380-1471), propone una espiritualidad más profunda. Será en esta atmósfera de devoción moderna en donde se desarrollarán los hombres del Renacimiento y la Reforma, como Erasmo y Lutero.

La renovación religiosa en España

La España del siglo XV no quedó al margen de estas corrientes renovadoras, produciéndose un fuerte movimiento que llevó, bajo el reinado de los Reyes Católicos, y con el impulso del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, a una profunda renovación de la Iglesia en España, que daría sus mejores frutos en el desarrollo de la ascética y mística del siglo XVI, a la gran escuela teológica española que brillaría en Trento, y a toda una pléyade de santas y santos, que hacen del siglo XVI un auténtico Siglo de Oro del catolicismo en nuestro país, coincidiendo, además, con el fin de la Reconquista en 1492, y, ese mismo año, con el descubrimiento de las nuevas tierras americanas, que llevaría a desarrollar todo un espíritu misionero y evangelizador de amplitud mundial.
La reforma eclesiástica y espiritual española, hundía también sus raíces en el nacimiento, en el siglo XIV, de nuevas órdenes religiosas, como los jerónimos, la renovación de otras, como los benedictinos de Valladolid. A finales del XV, la figura del cardenal Cisneros, alentado por la reina Isabel, llevó a cabo la reforma dentro de los franciscanos y las clarisas, mientras procuraba renovar al clero secular de su archidiócesis de Toledo. Para ello fundó la Universidad de Alcalá, fomentando los estudios bíblicos y humanísticos, cuyo mejor fruto fue la Biblia Políglota Complutense. Los Reyes Católicos buscaron para el episcopado a clérigos preparados y de vida honesta y ejemplar, destacando la figura del primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera, que procuraron la mejora de las costumbres del clero y de los fieles. Se creó, para evitar los brotes de judaísmo entre los judíos conversos, el tribunal de la Inquisición, que desarrolló un férreo control de la moral y las costumbres. A principios del siglo XVI, la figura de san Juan de Ávila destacó como promotor de la renovación del clero secular, y más tarde, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, junto a su dimensión de autores místicos, alentaron la renovación de la orden del Carmen. Junto a ellos encontramos todo un conjunto de santos renovadores, como san Pedro de Alcántara, santo Tomás de Villanueva, san Ignacio de Loyola (fundador de la Compañía de Jesús), san Francisco de Borja o san Francisco Javier.

La Reforma protestante: Martín Lutero

Se considera como fecha del nacimiento de la Reforma el 31 de octubre de 1517. Pero el gesto que realizó Lutero ese día, clavando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg no es sino el final de todo un proceso, vital y espiritual, de su protagonista. Martín Lutero, nacido en 1483 en la localidad de Eisleben, en Sajonia, había vivido una dura infancia, en la que escuchó con terror las historias de demonios y brujas. En 1505, tras haber sufrido una fuerte conmoción, por el miedo a morir y condenarse, entró en la orden de los agustinos, en Erfurt. Llevó una vida austera y se ordenó de sacerdote, confiándole un curso de Sagrada Escritura en la Universidad de Wittenberg. A pesar de ser un exacto cumplidor de la regla de su orden, Lutero no encontraba la paz interior. Por fin, leyendo la carta a los Romanos, en el pasaje que afirma "El hombre queda justificado por la fe, sin las obras de la ley" (Rm 1,17; 3,28) logró hallar solución: el hombre no se salva por sus esfuerzos, sino que Dios le hace justo mediante su gracia; el hombre sigue siendo pecador, pero, en su desesperación, Dios viene a salvarlo. De este modo encontró la alegría y la paz.

Martín Lutero
Por tanto, el luteranismo va a partir de la fuerte vivencia personal de su iniciador, que le hacía ver la salvación en la sola fe en Cristo, la única que justifica al hombre, sin contar con la colaboración humana, ni siquiera en las obras buenas. Personalizada esta convicción, ve superfluas y engañosas las obras buenas y sugiere al creyente actitudes pasivas que no impidan la obra de Dios en él. Como consecuencia, descarta no sólo la libertad humana y las obras buenas del hombre regenerado por la gracia de Cristo, sino también los sacramentos y todas las mediaciones de la Iglesia.

- Las indulgencias: el asunto de las indulgencias permitió a Lutero dar a conocer su concepción. Los dominicos predicaron una indulgencia (remisión de las penas debidas al pecado para los vivos y para los muertos) cuyo producto iría a cubrir los gastos del arzobispo Alberto de Brandeburgo. Lutero, indignado, formuló sus 95 tesis sobre las indulgencias y sus presupuestos, rechazando la falsa seguridad que proporcionaban las indulgencias. Sus tesis tuvieron un gran éxito en Alemania y Europa. Pronto fue acusado ante Roma.
- La ruptura: a lo largo de tres años, miembros de su orden y algunos enviados de Roma trataron de que se retractara. Pero la disputa se enredó con el nacionalismo alemán, de modo que Lutero aparecía como el defensor de un pueblo oprimido por la fiscalidad romana. Lutero escribió tres obras, en 1520, en los que expone su pensamiento: Llamada a la nobleza cristiana de la nación alemana, La cautividad babilónica de la Iglesia y La libertad del cristiano. Apeló a la reunión del concilio. Su postura poco a poco se endureció. En junio de 1520, el papa León X, con la bula Exurge Domine condenó cuarenta y un proposiciones. Lutero quemó la bula. En 1521 fue excomulgado. Convocado ante el emperador Carlos V en la dieta (asamblea de los príncipes del Imperio) de Worms, señaló que estaba obligado por su conciencia, manteniendo su postura. Fue desterrado del Imperio, pero, escondido, realizó una de sus grandes obras, la traducción de la Biblia al alemán.
Alemania quedó dividida entre partidarios y contrarios al reformador. Los nobles se lanzaron al asalto de las tierras de la Iglesia; en nombre de la igualdad de los hombres ante Dios, los campesinos pobres se sublevaron contra los señores, estallando una guerra, en la que Lutero, viendo peligrar su obra, se puso de parte de los nobles. Al mismo tiempo, rompió con Erasmo, pues este no aceptaba su concepción pesimista del hombre y de la libertad. En 1525 Lutero se casó con una antigua religiosa, Catalina Bora.
- Doctrina e Iglesia luteranas: Lutero no tenía la intención de fundar una nueva Iglesia. Creía que al volver al Evangelio, se reformaría a sí misma. Pero los diferentes conflictos y controversias le llevaron a realizar una serie de precisiones doctrinales y buscar un mínimo de organización. En 1529 publicó un Catecismo menor y un Catecismo mayor, ejemplos de un género literario que tendría gran éxito.
Los escritos de Lutero se difundieron muy rápidamente por la utilización de la imprenta. Influyeron en otros reformadores, como el francés Juan Calvino (1509-1564), fundador de otra rama protestante, que se denominará calvinismo; Ulrich Zwinglio (1484-1531), que realizará la Reforma en Suiza, aunque se opondrá a Lutero en su concepción de los sacramentos (rechaza la presencia real de Cristo en la Eucaristía; el bautismo no tiene eficacia en sí mismo); Tomás Müntzer (1490-1525), quien promovió una revuelta social radical y el movimiento anabaptista. Otros reformadores fueron Bucero, Ecolampadio y Osiander. Entre los discípulos de Lutero destacó Felipe Melanchton (1497-1560)
El punto central de la doctrina luterana es la salvación por la fe, sola fides: Dios hace todo, el hombre no hace nada. Las buenas obras no hacen al hombre bueno, sino que el hombre justificado por Dios hace obras buenas.
Lutero rechaza lo que en la tradición va contra el primado de la Escritura y de la fe, rechazando todo lo que aparezca como un medio: el culto a los santos; las indulgencias; los votos religiosos; los sacramentos que considera que no están atestiguados en el Nuevo Testamento. Frente al sacerdocio sacramental, afirma el sacerdocio universal de los fieles.
Sólo admite dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía1. Ésta, la Cena, se celebrará en alemán, y rechazará que se hable de sacrificio, aunque defiende la presencia real de Cristo (empanación--> frente a la concepción católica que habla de transustanciación). Dio mucha importancia al canto.
Como el anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos requerían un mínimo de organización, los príncipes, cuya autoridad viene de Dios, se encargaría de ello,de modo que Lutero refuerza el poder de los príncipes sobre la Iglesia, con lo que las Iglesias luteranas se convertirán en Iglesias nacionales.

Podemos resumir, de manera esquemática, la propuesta de la Reforma en cuatro ejes:
  1. Sola Escritura
  2. Sola fe para lograr la justificación
  3. Sola gracia
  4. Solo Cristo
Se privilegia la Palabra sobre los sacramentos, el sacerdocio universal de los fieles sobre el sacerdocio jerárquico, la dimensión invisible e interior de la Iglesia sobre su carácter visible e institucional y las iglesias locales sobre la Iglesia universal de Roma2.

Muchos príncipes y nobles de Alemania apoyaron la Reforma por motivos políticos, para alcanzar mayor poder y autonomía. Después de años de conflicto, en 1555, el emperador Carlos V y la liga de príncipes que desarrollaron la reforma en sus territorios, firmaron la Paz de Augsburgo, por el que cada región tendría la religión que eligiera el príncipe territorial, siguiendo el principio cuius regio, eius religio. De este modo, quedaba sellada la ruptura religiosa del cristianismo en Europa. Para entonces su principal protagonista, Martín Lutero, ya había fallecido, el año 1546.

Bibliografía:

- COMBY, Jean, Para leer la Historia de la Iglesia. Desde los orígenes hasta el siglo XXI, Estella, Verbo Divino, 2010, pp. 194-195.201-233
- GARCÍA ORO, José, Historia de la Iglesia III: Edad Moderna, Madrid, BAC, 2005, pp. 66-103

1RICO PAVÉS, José, Los sacramentos de la Iniciación cristiana, Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2006, pp. 309-317.
2CORDOVILLA, Ángel, (coord.) Cristianismo y hecho religioso, Madrid, Universidad Pontificia Comillas, 2013, p. 275

miércoles, 1 de marzo de 2017

Miércoles de Ceniza

Con el miércoles de Ceniza comenzamos una nueva Cuaresma, tiempo de gracia y salvación que nos prepara a la celebración del misterio pascual de Cristo en Semana Santa. Si la celebración de dicho misterio, con su punto culminante, que es la Vigilia Pascual, constituye el momento más importante del año para un cristiano, es preciso prepararse bien, viviendo intensa y profundamente este tiempo litúrgico.


La Cuaresma no es un periodo triste, sino una etapa de purificación y renovación, personal y eclesial, desde la confianza en la infinita misericordia de Dios. Queremos, evocando el camino de penitencia de las primeras comunidades cristianas y la etapa final de preparación al bautismo de los catecúmenos, actualizar nuestra vida cristiana, conformar nuestra existencia de un modo más pleno a Cristo, que con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha redimido del pecado y elevado a la dignidad de hijos de Dios por el Bautismo. Si queremos que la renovación de nuestras promesas bautismales en la noche de Pascua sea auténtica, no quede reducida a un rito más dentro de la celebración, hemos de empeñarnos en transformar en profundidad nuestra existencia, conformándola más plenamente a la de Cristo.
Para ello, en este tiempo favorable, la Iglesia nos ofrece una serie de ayudas y medios. Con la recepción de la ceniza, que nos evoca nuestro origen humilde, nuestra procedencia del polvo, pero a la vez nos invita a creer en la buena noticia de Jesucristo, expresamos nuestro deseo de entrar en este camino de conversión. La Cuaresma es un tiempo para retirarnos, como Jesús, a nuestro particular desierto, buscando el silencio y el encuentro con Dios, y afrontando las tentaciones del demonio con la fuerza de la Palabra de Dios. Durante la Cuaresma hemos de leer, meditar, saborear más asiduamente la Escritura. Como el pueblo de Israel, cuarenta años peregrino en el desierto, experimentamos en nuestra debilidad y pecado la acción salvadora y misericordiosa de Dios, que no nos deja de su mano.
Junto al encuentro con Dios en la oración, otros dos son los medios privilegiados para recorrer el camino cuaresmal: el ayuno y la limosna, dos prácticas que se hayan mutuamente relacionadas, pues el ayuno no ha de ser sólo de alimento, sino de todo aquello superfluo, innecesario, que nos ata, de un modo particular en esta sociedad consumista, y esto, el fruto de mi privación voluntaria, según la mejor tradición espiritual de este tiempo, lo transformo en la limosna, con la que comparto con el hermano necesitado.
Las lecturas que se nos ofrecen en este día nos marcan la pauta que hemos de seguir: en la primera lectura, el profeta Joel nos invita a una conversión que parta de lo más profundo de nuestro ser, que no se quede en práctica externa, sino que transforme el corazón. Una conversión que atañe no sólo a cada uno, de modo individual, sino a todo el pueblo, en sus distintas clases y grupos.
El salmo 50 es una bellísima y profunda petición de perdón al Dios rico en misericordia, reconociendo que somos pecadores, pero sabiendo que Él está dispuesto a devolvernos la alegría que proviene de su acción salvadora.
San Pablo, en el fragmento que leemos de la segunda carta a los Corintios, nos apremia a reconciliarnos con Dios, aprovechando el momento favorable "ahora es el día de la salvación".
Por último, el evangelio de san Mateo nos insta a practicar la limosna, la oración y el ayuno buscando, no el aplauso ni el reconocimiento externo, sino sólo agradar a Dios, sabiendo que Él, que es generoso, nos recompensará.
Cuaresma, tiempo para subir con Cristo a Jerusalén a celebrar su misterio pascual; y tras Cristo, para estar al pie de la cruz en el momento preciso, subió María. Ella, cuya presencia discreta en la Cuaresma no es por ello menos real ni eficaz, nos ayudará a recorrer, con la fortaleza de la fe, este camino que culminará en el gozo sin límites de la mañana de Pascua.


martes, 28 de febrero de 2017

El cardenal Cisneros, hoy

Fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo, cardenal de la santa Iglesia romana, con el título de Santa Sabina, inquisidor general de Castilla, conquistador de Orán,regente del reino, es una figura capital no sólo en la historia religiosa, política, social, económica y cultural de España, sino que alcanza una dimensión que se extiende a la historia de la Iglesia universal. En su época hubo deseos de que pudiera alcanzar el sumo pontificado para poder realizar la tan anhelada reforma eclesial que todos anhelaban. Su recuerdo, como prelado que supo gobernar el reino y pastorear la Iglesia, se mantuvo a lo largo de los siglos, y aún a finales del Antiguo Régimen, su biografía era estudiada como modelo, siendo, por ejemplo, leída en la Francia anterior a la revolución por aquellos nobles que se preparaban para el episcopado, tal y como nos recuerda una figura eclesialmente tan antitética con Cisneros como fue el príncipe de Talleyrand1. A lo largo de los siglos XIX y XX Cisneros ha continuado siendo objeto de investigación y estudio. El presente centenario puede ser una magnífica oportunidad no sólo para seguir adelante en estas tareas, sino sobre todo, para que su figura sea más conocida y divulgada, de modo que, más allá de tópicos y anecdotarios superficiales, logre ser apreciada y valorada en su justo lugar, como una de las personalidades más importantes de nuestro pasado y así, siguiendo la vieja tradición de la historia como maestra de vida, sirva de aliento para la construcción de nuestro presente y la cimentación de nuestro futuro.


El cardenal Jiménez de Cisneros libertando a los cautivos de Orán, de Francisco Jover y Casanova (1869)
Por otro lado, ya ya desde una clave exclusivamente eclesial, la figura de Cisneros, cuyo voluminoso proceso de beatificación se encuentra en Roma2, puede ayudar a continuar el camino de renovación iniciado por el Concilio Vaticano II. Una de las grandes aportaciones del Concilio, la vuelta a la Palabra de Dios como alimento de la vida cristiana, su importancia para la Teología, tal y como señaló la constitución Dei Verbum3, fue un eje fundamental en la espiritualidad cisneriana y en la reforma del clero y renovación de la Iglesia que promovió con sus actuaciones. Cisneros, preocupado por la santidad del clero, que era, a su juicio, la mejor garantía para la mejora de todo el pueblo cristiano, buscó que sus sacerdotes tuvieran una sólida formación teológica y espiritual, basada en el conocimiento directo de la Sagrada Escritura desde el estudio de las lenguas originales. Al mismo tiempo, no impuso ningún sistema teológico, sino que permitió que en su Universidad de Alcalá se pudieran estudiar las principales vías de su época, generando así una pluralidad en la Teología sumamente enriquecedora. El talante abierto del cardenal se manifestó de un modo particular durante su etapa de inquisidor general del reino de Castilla, en la que, si bien estuvo vigilante ante las prácticas judaizantes, se mostró ampliamente liberal y permisivo respecto a las diferentes corrientes doctrinales y espirituales, algunas de las cuales, pocos años después de la muerte del prelado, serían perseguidas por el aire más riguroso que invadió España.
Su mecenazgo cultural, que él siempre entendió profundamente ligado a la formación del clero o la educación espiritual del pueblo cristiano, se nos hace hoy una llamada a la tan urgente y necesaria presencia en el mundo de la cultura, tratando, desde el diálogo franco, abierto, generoso, dialogar con las grandes corrientes de nuestro tiempo, fecundando y enriqueciendo el pensamiento contemporáneo y sus manifestaciones artísticas y culturales. Mirar nuestro pasado, contemplar la personalidad colosal de Francisco Jiménez de Cisneros no puede reducirse a un gesto de recuerdo erudito y arqueologizante, con el riesgo de quedar paralizados como la mujer de Lot4, sino que ha de ser, junto a la evocación agradecida, el impulso para seguir caminando y buscando respuestas, como las buscó el cardenal, a nuestros propios retos y desafíos.

1En sus memorias, al evocar la etapa en la que se estaba educando para entrar en el estado clerical, con la expectativa de hacer una brillante carrera eclesiástica, que culminara en el episcopado, como así fue, Talleyrand señala que sus formadores mi facevano leggere le Memorie del cardinale di Retz, la vita del cardinale di Richelieu, quella del cardinale Ximenes, quella di Hincmard, un tempo arcivescovo di Reims. Véase C. M. DE TALLEYRAND, Memorie di Talleyrand, Rizzoli & C. Editori, Milano/Roma 1942, p. 38.
2El proceso dio comienzo en 1626. En el Archivo Diocesano de Toledo se conserva la gruesa documentación generada por el mismo.
3La sagrada teología se apoya, como en cimiento perpetuo, en la palabra escrita de Dios al mismo tiempo que en la sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo...el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la sagrada teología (DV 24)

4Gn 19, 26.

domingo, 26 de febrero de 2017

El cardenal Cisneros, estadista

Cisneros estadista

Al ser elevado a la mitra de Toledo, que conllevaba ser canciller mayor de Castilla, Cisneros se vio metido de lleno en el mundo de la política, aunque como confesor real ya había tenido que interesarse en temas políticos. El culmen de esa subida al poder fue la regencia, que desempeñó en dos ocasiones. Durante veinte años fue el hombre fuerte de su tiempo. ¿Cuál era la concepción que tenía Cisneros de la política? En palabras actuales consideraba que estaba destinada a la defensa del bien común, de la justicia y del orden público, estando por encima de las diversas facciones. Cisneros tuvo que enfrentarse a los grandes del reino, que ponían sus intereses por encima del bien común en dos ocasiones: 1506-1507 y 1516-1517. Su preocupación por el orden público le llevó a la creación de la Gente de Ordenanza, para asegurar la tranquilidad social, y de este modo, velar por el bien común, pues bien sabía el cardenal, por la experiencia del reinado de Enrique IV, que cuando los reyes no disponían de fuerza militar, quedaban a disposición de los nobles y con ello se ponía en peligro la paz y el bienestar del reino. Y dado que la monarquía era la única que podía garantizar ese bien común, todos sus esfuerzos tendieron a reforzar y mantener su prestigio y autoridad1, de un modo particular durante su segunda regencia.

Éstos son mis poderes, de Víctor Manzano y Mejorada

Es aquí, quizá, y más allá de las acciones concretas que hubo de realizar en ambas regencias, donde se encuentra la gran aportación política del cardenal, la herencia que ha podido legar a la posteridad, y por la que, ya en el siglo XVII, era valorado por parte de muchos autores franceses como superior al propio cardenal de Richelieu2. Historiadores de la época de Luis XIV se interesaron por la figura y la obra del cardenal Jiménez, como era conocido, considerándolo un estadista de primera categoría, el más grande que había dado la Europa moderna. Una valoración que tal vez no hemos sido capaces de apreciar en su justa medida y que nos habla de la trascendencia internacional del cardenal de España. Para Cisneros lo esencial era el bien común y la preeminencia del monarca, es decir, del poder estatal que garantizaba la paz y prosperidad del reino. En una sugerente reflexión, basada en una idea de Pierre Vilar, el hispanista Joseph Pérez llega a afirmar que nuestro protagonista es un estadista que se anticipa a las concepciones modernas del ejercicio del poder, en la línea de lo que sería más tarde el modelo republicano francés, con su búsqueda del bien común como superior a los intereses particulares, cuya promoción y defensa correspondía al Estado como garante3.

1En su preocupación por defender y ensalzar la monarquía, Cisneros pensó en recoger todas las escrituras y registros relacionados con la corona, y que estaban en manos de secretarios, embajadores y otros oficiales, y guardarlos en unos archivos que evitaran su dispersión y pérdida.
2J. PÉREZ, Cisneros, el cardenal de España, Madrid, Taurus, 2014 pp. 268-275.
3Ibídem pp. 122-123.

sábado, 11 de febrero de 2017

El cardenal Cisneros, reformador religioso

Una de las dimensiones más trascendentales de la obra de Cisneros fue la de reformador religioso, que en línea con la política emprendida por los Reyes Católicos1, trataba de renovar la vida espiritual en los reinos hispanos2. Sin embargo dicha reforma hay que entenderla en un marco más amplio, tanto europeo como español3, y en concreto, con los anhelos de renovación religiosa que se venían viviendo en Castilla desde tiempos de Juan I4, y que, entre otras cosas, se concretaron en la creación de una orden religiosa tan hispana como fue la orden jerónima, surgida, tras una primera etapa de vida eremítica, el año 1374 en San Bartolomé de Lupiana5, a la vez que algunos concilios concilios provinciales, como los de Aranda y Sevilla, venían a poner los fundamentos de reformas posteriores6. Incluso la propia creación de la Inquisición tuvo sus antecedentes en el agitado reinado de Enrique IV7. Por su parte, otras órdenes, y entre ellas de un modo particular los franciscanos, aspiraban a una vuelta a una mayor fidelidad al carisma inicial y a la observancia.


Cisneros, por tanto, se explica dentro de esta corriente, pero al mismo tiempo, es un factor esencial de la misma, pues con el apoyo de los reyes y con el prestigio y autoridad que le daba el ser la primera dignidad eclesiástica del reino, a la que sumaría el capelo cardenalicio y la dirección de la Inquisición, pudo promover y dirigir una profunda actividad reformadora, a pesar de algunos fracasos evidentes, que le impidieron realizarla en toda la amplitud que hubiera deseado8. Cisneros, además, se incluye, aunque destaca sobre ellos, dentro de un grupo insigne de obispos que trabajaron activamente en la restauración y renovación eclesiástica en España, como fueron el primer arzobispo de Granada, Hernando de Talavera, y el dominico, teólogo e inquisidor general Diego de Deza, arzobispo de Sevilla. Hernando de Talavera, como confesor de la reina, influyó para que fueran designados para varias sedes de Castilla obispos idóneos, preocupados por la reforma, como Pascual de Ampudia para Burgos; Talavera se convirtió en un modelo del obispo de la reforma católica, dedicándose personalmente a la administración de los sacramentos y la predicación, que realizaba todos los domingos y días de fiesta, a la vez que se preocupaba por la formación de los sacerdotes y de la evangelización y conversión de los musulmanes9. La reina Isabel no se limitó a actuar sólo en la provisión de las diferentes diócesis, sino que se convirtió en agente activo de la obra de restauración eclesiástica10.
En relación con la reforma religiosa, dos fueron los modos de actuar de Cisneros: uno, con su participación activa en la renovación de las órdenes religiosas; otra, con sus grandes realizaciones culturales, alimento de vida espiritual posterior. Pero ante todo, estaba su propio ejemplo, pues su austeridad era la propia de un asceta desde el momento en que había abandonado una prometedora carrera eclesiástica, optando por la rama más exigente de una orden de por sí caracterizada por el amor a la pobreza; Cisneros, además, frente a los prelados de alto linaje era un humilde fraile, cuyos méritos no estaban basados en la sangre sino en su talento y en sus valores morales.
En primer lugar su actuación se centró en la orden franciscana, buscando la superación del conventualismo, más laxo y relajado, por la observancia. El programa, que arrancó ya antes de ser arzobispo, en 1493, culminaría en 1517, cuando el papa León X estableció la primacía de la rama observante como única y legítima representante de la orden. Cisneros procuró que los monasterios conventuales pasaran a los observantes. Estos, como era de esperar, se resistieron, y trataron de que Roma interviniera a su favor. El arzobispo, con la ayuda de la reina Isabel, procuró vencer las oposiciones, de modo que, a la altura de 1506 pudo pensarse que la reforma de los franciscanos había logrado alcanzar su máxima extensión, en virtud de las dos bulas pontificias de ese año, que, sin embargo, aún tardaron tiempo en aplicarse.
Asimismo Cisneros se implicó en la reforma de la rama femenina, las clarisas, de modo que tuvo una intervención más directa y constante. En 1494 fue nombrado reformador de las clarisas de Castilla, y al año siguiente, reformador de los conventos femeninos en general. Cisneros se aplicó con celo a la consecución de los objetivos de reforma. Junto a la renovación espiritual, también se preocupó por la mejora material de los monasterios, pues la ruina administrativa y en sus edificios era muchas veces causa de relajación moral. Consiguió la integración de las clarisas en la observancia, y al mismo tiempo colaboró de modo entusiasta con el surgimiento de un nuevo brote franciscano femenino, las religiosas concepcionistas, surgidas en la archidiócesis toledana de la mano de santa Beatriz de Silva.
Fundó varios monasterios, destacando el magnífico (y desaparecido en 1936) de San Juan de la Penitencia de Toledo, el año 1514. En Illescas fundaría el de Madre de Dios y en la ciudad episcopal de Alcalá otro también bajo la advocación de San Juan de la Penitencia; éste arranca en 1508, dentro de un amplio proyecto del prelado, pues quería que fuera acompañado de una casa de doncellas y un hospital para mujeres.
Ya arzobispo de Toledo, demostró una gran y constante solicitud por la reforma de los religiosos de su diócesis, especialmente de las casas femeninas. Asimismo se empeñó en la reforma del clero secular y de la vida pastoral, desarrollando un vasto plan en el que empleó todos los medios a su alcance, tanto tradicionales (visitas canónicas, sínodos diocesanos) como modernos (sobre todo, el empleo de la imprenta), arbitrando los modos concretos de hacer cumplir las soluciones adoptadas. Cisneros comenzó con un intento de reforma del cabildo de Toledo, que suscitó una fuerte oposición. El arzobispo quería un cabildo ejemplar, pues en la diócesis primada se miraban todas las demás iglesias de España, de modo que, reformada ésta, el resto de las diócesis tendrían un modelo para realizar su propia renovación espiritual. Tras el primer conflicto, que llegó incluso a Roma, Cisneros volvió a intentar la reforma mediante visitas canónicas, de las que conocemos tres. Sin embargo, hombre práctico y prudente, no quiso forzar la situación, de modo que no logró todos los objetivos que hubiera deseado.
Otro medio de reforma fue la celebración de sínodos diocesanos. En 1497 se celebró sínodo en Alcalá y al año siguiente en Talavera. En las constituciones de este último destaca la preocupación por la instrucción religiosa del pueblo, en ocasiones sumido en terrible ignorancia, mandando que todos los domingos por la tarde se enseñara el catecismo a los niños y se explicase el evangelio a los adultos en la misa del domingo, a la vez que se les exhortase a practicar las obras de misericordia11. Asimismo se dieron normas para la honesta vida de los clérigos, y, con antelación a Trento, manda que todos los párrocos llevasen un registro de los bautizados en sus iglesias, así como un registro completo de sus feligreses. Como apéndice se incluía un breve catecismo12. Por tanto encontramos en ellos una profunda preocupación por la cura de almas, un afán verdaderamente pastoral, expresada, en primer lugar, en la santidad de vida de los sacerdotes, que, por un lado, debían guardar la residencia y por otro, frecuentar con asiduidad la confesión para poder celebrar con pureza la Eucaristía. Cisneros tuvo honda preocupación por la promoción del sacramento de la confesión, tanto en la catequesis como en la vida parroquial; con este fin se editó en lengua castellana la Suma de san Antonino de Florencia.
La aplicación de las constituciones se llevó a cabo mediante la extirpación de los males por medio de visitas, remociones, etc. y a través de otras iniciativas encaminadas a mejorar la formación y cultura de los clérigos, con la impresión de libros, y, sobre todo, con la creación de la Universidad de Alcalá. Practicó, además, una escrupulosa selección de sus párrocos. A sus vicarios les daba normas para que la disciplina eclesiástica fuese ejemplar en la archidiócesis toledana, y quería estar seguro de que así era; esto llevó a la confección de la Matricula de la çibdad de Toledo del año de 1503 de todas las almas que comulgaron, realizada por el vicario general García de Villalpando, que arrojó la minúscula cifra de 335 personas que no cumplieron ese año por Pascua. Sin embargo, existían numerosas sombras, como las enunciadas cada año en el edicto de Cuaresma por parte, asimismo, del vicario general, y que nos muestran la existencia de otras realidades, como amancebamientos, supersticiones y hechicerías o clérigos que no cumplían plenamente con sus deberes.
Otro de los puntos del programa reformista de Cisneros era la dignificación y fomento del culto divino. En este sentido, procuró la restauración del rito mozárabe, construyendo la capilla del Corpus Christi13, dotándola de capellanes e imprimiendo los libros litúrgicos, con la edición del misal y breviario isidoriano. Al mismo tiempo se preocupó por el esplendor de la liturgia en su iglesia catedral14, de modo que también procuró editar espléndidas obras litúrgicas del rito romano, en su variante toledana, como el llamado Misal Rico15, y enriquecer el ámbito celebrativo con nuevos proyectos arquitectónicos y decorativos, tales como el magnífico retablo de la capilla mayor16, delicados ornamentos y preciosas telas17, o riquísimas piezas de orfebrería18, así como nuevas edificaciones, tales como la sala capitular19.
También en relación con las reformas de la vida pastoral hay que señalar lo realizado a favor de la beneficencia y la previsión social, destacando de un modo especial la creación de los pósitos, con la función de asegurar la provisión de grano en tiempo de carestía. Fundo cuatro: Toledo, Alcalá de Henares, Torrelaguna y Cisneros.
1T DE AZCONA, "Reforma del episcopado y del clero de España en tiempo de los Reyes Católicos y de Carlos V (1475-1558)", en J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN (dir.), Historia de la Iglesia en España III-1º, BAC, Madrid 1980, pp. 115-210.
2J. GARCÍA ORO, La reforma de los religiosos españoles en tiempo de los Reyes Católicos, Instituto "Isabel la Católica" de Historia Eclesiástica, Valladolid 1969.
3Circunscribiéndonos tan sólo al ámbito de la Europa del sur, en Italia, ya en el siglo XV se podían percibir indicios de reforma, como en sus prósperas hermandades, como la de santo Domingo, surgida en Bolonia en 1443 y que ofrecía una iniciación completa a la vida espiritual; san Antonino de Florencia impulsó en su sede la de san Jerónimo, que se consagraba al auxilio de los pobres vergonzantes. Estas hermandades eran asociaciones laicales. Al mismo tiempo, ya a comienzos del XVI, irían naciendo nuevas órdenes religiosas, y algunos obispos, frente al clima general del episcopado italiano, descollaron por su entrega pastoral, como fue el caso de san Lorenzo Giustiniano, san Antonino de Florencia o Juan de Tossignano. Véase H. JEDIN, Manual de Historia de la Iglesia V, Barcelona, Herder 1972, pp. 597-607.
4Juan I fue un rey de fe profunda e intensa piedad, que alentó todos los proyectos que tuvieran como fin poner orden en la vida de la Iglesia, y durante su reinado tuvo lugar la fundación del monasterio de San Benito de Valladolid, cuyo objetivo era volver a la pureza de la regla benedictina, y surgió asimismo la orden de los jerónimos, cuyo ideal era imitar la vida de san Jerónimo; Además, en los últimos años de su reinado llegaron a Castilla los cartujos. Véase J. VALDEÓN BARUQUE, Los Trastámaras. El triunfo de una dinastía bastarda, Temas de Hoy, Madrid 2002, pp. 75-76.
5La vida monástica de los jerónimos se caracterizó por la constante consagración al culto divino, en un ambiente de austeridad, soledad y silencio. Pronto alcanzaría un desarrollo enorme en Castilla y Portugal siendo protegida de un modo particular por los monarcas.
6El concilio de Aranda, celebrado en diciembre de 1473, en el convulso fin de reinado de Enrique IV, desarrolló un completo programa reformador, en el que se pedía que se celebraran concilios provinciales cada dos años, sínodos diocesanos anualmente y que los párrocos tuvieran en sus iglesias un catecismo escrito y que lo predicaran al pueblo; asimismo mandaba castigar a los clérigos concubinarios; que no se diera parroquia a quienes no supieran hablar latín; que los clérigos de órdenes menores llevaran hábito decente y tonsura; que no se celebraran matrimonios clandestinos y que las órdenes sagradas se confirieran gratis. El concilio fue presidido por el arzobispo toledano Alfonso Carrillo. El concilio de Sevilla, presidido por quien sería su sucesor, el cardenal Pedro González de Mendoza, pidió que no se concedieran prebendas en las catedrales a los extranjeros, insistiendo además en las costumbres de los clérigos y la residencia de los obispos. Véase R. GARCÍA VILLOSLADA-B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica III, BAC, Madrid 1999, pp. 605-606.
7L. SUÁREZ, Enrique IV de Castilla, Ariel, Barcelona 2001, pp. 245-247.
8M. BATAILLON, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, Fondo de Cultura Económica, México-Madrid-Buenos Aires 1983 (1937), pp. 1-71.
9H. JEDIN, Manual...op. cit. pp. 608-609.
10L. SUÁREZ, Isabel I, Reina, Ariel, Barcelona 2000, pp. 349-380; M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Isabel la Católica, Espasa Calpe, Madrid 2003, pp. 507-513.
11Un ejemplar incunable de las mismas se conserva en la Biblioteca Capitular de la catedral de Toledo. Véase A. FERNÁNDEZ COLLADO-A. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ-I. CASTAÑEDA TORDERA, Los Incunables de la Biblioteca Capitular de Toledo, Cabildo Primado. Catedral de Toledo-Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2012, p. 59.
12Denominado Tabla de lo que han de enseñar a los niños, contenía el modo de signarse y santiguarse; las principales oraciones en latín, los artículos de la fe, los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, las obras de misericordia y los siete pecados capitales.
13M. ARELLANO GARCÍA, La capilla mozárabe o del Corpus Christi, Instituto de Estudios Visigóticos-Mozárabes de San Eugenio, Toledo 1980, pp. 13-32.
14Sobre el auténtico microcosmos que se desarrollaba en el ámbito catedralicio, véase M. J. LOP OTÍN, La Catedral de Toledo en la Edad Media. Trayectoria. Funcionamiento. Proyección, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2016.
15A. MUNTADA TORRELLAS, Misal Rico de Cisneros, Real Fundación de Toledo-Diputación de Toledo-Caja Castilla -La Mancha, Madrid 1992.
16A. FRANCO MATA, "Las Capillas", en R. GONZÁLVEZ RUIZ (dir.) La Catedral Primada de Toledo. Dieciocho siglos de Historia, Promecal, Burgos 2010, pp. 191-193
17Entre las piezas que aún hoy se guardan en el nuevo Museo de Tapices, Textiles y Orfebrería podemos encontrar un magnífico terno formado por casulla, capa y dalmáticas, así como una mitra, el pendón de Orán, una manga procesional y un frontal. Véase A. FERNÁNDEZ COLLADO (coord.), Guía-Catálogo Tapices, Textiles, Orfebrería de la Catedral Primada, Cabildo de la Catedral Primada, Toledo 2014, pp. 62-64.
18A la iniciativa personal de Cisneros se deben algunas de las piezas más importantes de platería de la catedral, como la custodia de oro que compró de la cámara de Isabel la Católica, a cuya medida se realizó la monumental custodia de plata encargada a Enrique de Arfe. Véase M. PÉREZ GRANDE, "La Platería", en R. GONZÁLVEZ RUIZ, La Catedral...op. cit. pp.367-368.
19E. DOLPHIN, Archbishop Francisco Jimenez de Cisneros and the Decoration of the Chapter Room and Mozarabic Chapel in Toledo Cathedral, 2008 (tesis doctoral inédita)