sábado, 25 de diciembre de 2021

PREGÓN DE NAVIDAD

 Comparto, en este día de la Natividad del Señor, el texto del Pregón de Navidad que dí el pasado sábado 18 de diciembre en Casasbuenas (Toledo)

Rorate, caeli, desuper, et nubes pluant justum” “Destilad, cielos, desde lo alto, y que las nubes lluevan al justo”

Estas palabras, tomadas del libro de Isaías, con su bellísima melodía gregoriana, han venido resonando en nuestros oídos, y ojalá en nuestros corazones, a modo de plegaria anhelante, deseo irrefrenable, suspiro del alma, en el camino del Adviento, ruta segura y firme hacia las fiestas de Navidad. A punto de alcanzar nuestra meta, cuando apenas divisamos ya en lontananza la humilde cueva, el pesebre sencillo y pobre, sobre el que se posará una estrella, bordón y guía de ilustres viajeros, hacemos un alto, reposamos entre los vetustos muros de esta iglesia de Santa Leocadia, la joven toledana que no dobló su cabeza ante los ídolos para permanecer fiel a su esposo divino, en este lugar de las Casas Bonas del que ya nos hablan documentos mozárabes del siglo XIII. Y lo hacemos para dejar que lleguen hasta el hondón del ser, los ecos que la belleza lírica de nuestros clásicos, que, a modo de mojones, como en el cercano antiguo camino real a Guadalupe, nos indican el itinerario. Este comenzaba mirando a Aquel cuya llegada se desea por encima de toda cosa

“Jesucristo, Palabra del Padre,/ luz eterna de todo creyente:/ ven y escucha la súplica ardiente,/ ven Señor porque ya se hace tarde./ Cuando el mundo dormía en tinieblas,/ en tu amor tú quisiste ayudarlo/ y trajiste, viniendo a la tierra,/ esa vida que puede salvarlo./ Ya madura la historia en promesas,/ sólo anhela tu pronto regreso;/ si el silencio madura la espera,/ el amor no soporta el silencio./ Con María, la Iglesia te aguarda/ con anhelos de esposa y de madre,/ y reúne a sus hijos en vela,/ para juntos poder esperarte./”

Una Luz eterna, que brota del Amor desbordante del Dios que es Amor, quiere hacer de la tierra su morada. El que es inabarcable se hace pequeño, tangible, frágil. Pero, siendo omnipotente, ha querido contar con la limitación de la estirpe humana para construirse una morada. Más no lo hará imponiéndose, sino llamando humildemente a la puerta de una muchachita, una doncella que, en esos momentos, en su casa de Nazaret, sueña con sus proyectos de amor, la joven desposada con el carpintero de la aldea, José, en el que está oculta la gloriosa estirpe del rey David. Pero, a pesar de la sencillez, la ocasión es importante. Nada menos que el momento central de la historia humana. No va a ser en Roma, altivo centro del mundo conocido, donde Augusto se enseñorea como el emperador que ha establecido la paz. No, esa paz augusta es quebradiza, como todo lo humano. Como los mármoles con los que el imperator cubrirá la Urbe, que acabarán, más tarde o más temprano, rotos y yaciendo por tierra. El centro de la historia, el momento axial de todo el devenir humano va a tener lugar entre unos sencillos muros de adobe, en una perdida aldea del norte de Israel, Nazaret, en tierra casi pagana. Allí va a llegar el mensajero divino, Gabriel. García Lorca nos dirá “El Arcángel san Gabriel,/ entre azucena y sonrisa,/ bisnieto de la Giralda,/ se acercaba de visita./ En su chaleco bordado/ grillos ocultos palpitan.”

Nos le podemos imaginar, desde la belleza desbordante de los pinceles del beato Angélico, revestido de hermosa y rosada dalmática, inclinándose, él, uno de los más importantes dentro de las jerarquías angélicas, ante una criatura humana, una muchachita que, sin saberlo, ha sido preparada por Dios desde su concepción para ese momento. Así se lo revelará el arcángel, cuando la salude como aquella que desde el principio y para siempre es la Llena-Llenada-de-Gracia, esa Gracia que es también la alegría con la que se hace presente ante ella. De nuevo la poesía de Lorca reconstruirá el diálogo: “Dios te salve, Anunciación./ Morena de maravilla./ Tendrás un niño más bello que los tallos de la brisa./ ¡Ay, san Gabriel de mis ojos!/ ¡Gabrielillo de mi vida!,/ para sentarte yo sueño/ un sillón de clavellinas.”

Como María iba a ser el Arca de la Nueva Alianza, Dios la quiso perfecta, sin mancha ni arruga, espléndida en su santidad y hermosura. “Tota pulchra es Maria, et macula originalis non est in te. Tu gloria Jerusalem, tu honorificentia populi nostri, tu advocata peccatorum”, proclamará una antigua oración. Y la Iglesia le cantará:

“Reina y Madre, Virgen pura,/ que sol y cielo pisáis,/ a vos sola no alcanzó/ la triste herencia de Adán/ ¿Cómo en vos, Reina de todos,/ si llena de gracia estáis/ pudo caber igual parte/ de la culpa original?/ De toda mancha estáis libre:/ ¿y quién pudo imaginar/ que vino a faltar la gracia/ en donde la gracia está?/ Si los hijos de sus padres/ toman el fuero en que están,/ ¿cómo pudo ser cautiva/ quien dio a luz la libertad?”

Porque  si “Eva nos vistió de luto, de Dios también nos privó e hizo mortales”, de María “salió tal fruto que puso paz y quitó tantos males”. Por ello dirá San Anselmo: “¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el creador, sino también el Creador por la criatura!” Y San Bernardo, haciéndose voz de toda la humanidad, suplica a María: “Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento”. Y aquella que es la “rosa entre rosas, flor de las flores, Virgen de vírgenes, y amor de amores”, como cantará el rey trovador de María, Alfonso X de Castilla, el Sabio, más sabio por su amor a María que por sus conocimientos excelsos, pronunció el “Sí”, el “Fiat”, el “Hágase en mí”. Y el Verbo, la Palabra, el Logos de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo eterno del Dios Padre eterno, se hizo carne, se hizo verdadero hombre sin dejar de ser verdadero Dios, tomó cuerpo del cuerpo purísimo de María, recibió como linfa vital el aliento de la sangre de María, se dejó modelar, como humilde barro por el alfarero, acampando entre nosotros en la Tienda del Encuentro que es María. “De luz nueva se viste la tierra,/ porque el Sol que del cielo ha venido/ en el seno feliz de la Virgen/ de su carne se ha revestido”. Comenzó así el primer Adviento, el modelo de todos los Advientos, pleno de alegría, de esperanza, de cuidadosa, delicada y atenta preparación. Un Adviento que se hizo procesión del Corpus en la custodia más maravillosa que ha existido, aquella que ni siquiera el extraordinario arte de Enrique de Arfe pudo imitar. Porque el Amor no conoce el descanso, y aquella que, desde aquel instante, albergó en su seno al Amor de los Amores, no pudo menos que salir en ayuda de su prima Isabel.

Recorriendo los duros caminos que separan Nazaret de Ain Karem, presurosa, marchó sin pensar en sí misma. Porque el Amor se olvida de sí y busca el bien de los otros. Como expresó San Ambrosio: “María, no por falta de fe en profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piados deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montanas”. Y en aquel pequeño pueblo de la montaña de Judá, la doncella de Nazaret va recibir otra revelación sobre su ser: “Dichosa, bendita”. Y María exultará de gozo, proclamará la grandeza de Aquel que ha mirado su humillación, su pequeñez; proclamará que, por ello, todas las generaciones la felicitarán, pues el Poderoso, cuyo nombre es Santo, ha hecho obras grandes, por ella y en ella. San Beda el Venerable puso en labios de María el porqué de su Magnificat: “El Señor –dice- me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en el eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne”.

Pero mientras María cumple con el deber gozoso de acompañar a Isabel, siendo testigo del nacimiento del Precursor, de Juan, aquel que iba a ser la voz que en el desierto prepararía el camino al Señor, en Nazaret otro protagonista de nuestra historia se debatía en luchas interiores. José, el joven artesano que, elegido por Dios como el gran colaborador de la obra maestra que estaba a punto de ofrecerse ante la vista de los hombres, sufría ante la incertidumbre, la duda, el dolor hondo de no comprender lo que estaba aconteciendo. Justo, no podía creer que María pudiera ser culpable de nada deshonroso; pero la evidencia estaba ante sus ojos. Sumido en su propia noche oscura, anhelaba la luz que disipara las tinieblas que le aherrojaban. Como su antepasado Jacob, José recibirá en sueños la respuesta a sus interrogantes; una respuesta que le comprometía como colaborador en el plan de Dios, un colaborador humilde, discreto, pero imprescindible.

Y mientras estos acontecimientos se desarrollaban en un perdido rincón del Orbe romano, una decisión de César, allá en la lejana Roma, iba a permitir, sin que Augusto ni siquiera lo sospechase, el cumplimiento de lo anunciado por los profetas. Para conocer el número de sus súbditos, manda realizar un censo. José tomó a María y se encaminó a Belén, la tierra de sus antepasados, el lugar donde vio la luz el hijo de Jesé, David, el rey de Israel. Quizá esperaba, al llegar allí, poder alojarse en casa de algún pariente. Pero la población está llena. Y, de repente, María siente que llega el momento. Es preciso improvisar un lugar para que dé a luz. Sólo es posible en una pequeña cueva en la que se guarecen los animales. Al calor de estos, María encontrará el abrigo para, en el silencio de la noche, mientras la luna cubre con un plateado manto la tierra, bajo la cúpula titilante del firmamento, dar a luz al Rey del Universo. Deliciosamente, en una bellísima letrilla, allá por el 1621, lo cantará Luis de Góngora:

“Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno:/ ¡Qué glorioso que está el heno,/ porque ha caído sobre él!/ Cuando el silencio tenía/ todas las cosas del suelo,/ y coronada de yelo/ reinaba la noche fría,/ en medio la monarquía/ de tiniebla tan crüel,/ caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno./ De un solo clavel ceñida/ la Virgen, aurora bella,/ al mundo se le dio, y ella/ quedó cual antes florida;/ a la púrpura caída/ solo fue el heno fiel./ Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno./ El heno, pues, que fue dino,/ a pesar de tantas nieves,/ de ver en sus brazos leves/ este rosicler divino,/ para su lecho fue lino,/ oro para su dosel./ Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno.

 Brota el renuevo del tronco de Jesé en Belén, nace el Deseado de las naciones, el Príncipe de los Reyes de la Tierra; germina aquel que es la alegría de los hombres, la esperanza de los pueblos. Por ello

“Entonad los aires/ con voz celestial:/ “Dios niño ha nacido/ pobre en un portal.”/ Anúnciale el ángel/ la nueva al pastor,/ que niño ha nacido/ nuestro Salvador./ Adoran pastores/ en sombras al Sol,/ que niño ha nacido,/ de una Virgen, Dios./ Haciéndose hombre, al hombre salvó. Un niño ha nacido, ha nacido Dios.”

Ha nacido Dios, en medio de los hombres. En la pobreza, en la humildad, entre los pecadores, los marginados, los desechados. Un nacimiento que llena de gozo el corazón de los hombres y de los ángeles, de los justos y de los pecadores:

“Hoy grande gozo en el cielo/ todos hacen,/ porque en un barrio del suelo/ nace Dios./ ¡Qué gran gozo y alegría/ tengo yo”/ Mas no nace solamente/ en Belén,/ nace donde hay un caliente/ corazón./ ¡Qué gran gozo y alegría/ tengo yo!/ Nace en mí, nace en cualquiera,/ si hay amor;/ nace donde hay verdadera/ comprensión./ ¡Qué gran gozo y alegría/ tiene Dios!”

La fría noche se ilumina con el resplandor celestial que, en el Campo de los Pastores, anuncia el nacimiento del Emmanuel, entre cánticos que glorifican a Dios y anuncian la paz. Presurosos, aquellos pastores, como los que antaño recorrían con sus rebaños estos Montes de Toledo, van a llevar al Niño lo mejor de su pobreza. Hombres rústicos, duros, avezados a las adversidades, llenan sus ojos de lágrimas al contemplar al Rey de Reyes en humilde trono, anuncio del que será el verdadero, la Cruz, donde ceñirá la corona regia de sus lacerantes espinas. María, contemplando a su hijo, llena de ternura, aún no sabe del terrible anuncio que le hará el anciano Simeón; cuando éste se cumpla, sus lágrimas serán de dolor, como bellísimamente reflejó Luis de Morales en la hermosa Piedad que se custodia, tras un largo viaje, de Extremadura a México y de aquí a Polán, en la iglesia parroquial de San Pedro y San Pablo.

La Adoración de los pastores (El Greco)
Pero no sólo serán los sencillos pastores quienes acudan al encuentro del pequeño Dios-Hombre. De tierras lejanas, simbolizando a toda la humanidad, a todas sus razas y culturas, unos sabios llegarán, tras largo periplo. La tradición les ha dado los nombres de Melchor, en representación de Europa y la ancianidad; Gaspar, de Asia y la edad madura; Baltasar, África y la juventud. Gloria Fuertes los transformará en aquellas tres divertidas reinas magas de su deliciosa obra de teatro. Nadie queda excluido de la Buena Noticia. María, como trono real, tal y como la representará el románico, ofrece a quienes llegan a la casa, hogar íntimo al que todos somos invitados, al niño como auténtico don.

Los magos fueron guiados por una estrella; San Bernardo nos ofrecerá, para encontrar a Jesús, la contemplación de la Estrella matutina, María. La estrella de los magos queda eclipsada al llegar al portal, porque como proclama una bella poesía

“Reyes que venís por ellas,/ no busquéis estrellas ya,/ porque donde el sol está/ no tienen luz las estrellas/

Navidad, tiempo de alegría, porque Dios se ha hecho próximo, cercano, íntimo. Tiempo también para acercarnos, alejados del ruido de zambombas y panderos, de villancicos y cánticos, para hacernos un hueco en el silencio del portal; para, entre los animales que caldean con su vaho la fría noche, asomarnos, tras la marcha de los pastores, y depositar allí nuestro regalo. No le llevaremos, quizá, requesón con miel, ni leche aún humeante; no pondremos un zurrón con hogazas ni una flauta para que con su sonido el niño se duerma. Pondremos la humilde realidad de nuestras vidas, la sencillez y pobreza de nuestras existencias; tal vez, nos atreveremos a dejar, casi de soslayo, la pesada zamarra de nuestros pecados, miserias y dolencias. Este será el regalo más preciado para el niño. Y así, mirándole a los ojos, dejándonos mirar por Él, le cantaremos:

“Te diré mi amor, Rey mío,/ en la quietud de la tarde,/ cuando se cierran los ojos/ y los corazones se abren/ Te diré mi amor, Rey mío/ con una mirada suave/ te lo diré contemplando/ tu cuerpo que en pajas yace/ Te diré mi amor, Rey mío,/ adorándote en la carne,/ te lo diré con mis besos/ quizá con gotas de sangre/ Te diré mi amor, Rey mío/ con los hombres y los ángeles,/ con el aliento del cielo/ que espiran los animales.”

Digámosle, en esta mañana fría de invierno, nuestro amor. ¡Feliz y Santa Navidad!

viernes, 24 de diciembre de 2021

¡FELIZ NAVIDAD!

 Comparto, para desear una feliz Navidad, la columna que publiqué el pasado miércoles 22 en La Tribuna de Toledo

Un año más el curso del tiempo culmina su recorrido anual con la llegada de la Navidad. Un momento entrañable, evocador, pleno de recuerdos y henchido de ilusiones. Quizá el periodo más bello del año, con sus ritos religiosos y profanos, con sus remembranzas inexcusables de la niñez y las melancolías del recuerdo de los que ya no están. Unas fiestas nacidas de la vivencia profunda de la fe, pero que se han transformado en uno de los momentos más secularizados del año, con unas connotaciones consumistas que desdibujan su autenticidad, el recuerdo actualizado del nacimiento de un niño, en medio de la pobreza y la marginalidad, que con su vida y mensaje cambió la historia, aquel que para los creyentes es el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a su pueblo, y para el agnóstico o ateo, una figura que oscila desde el gurú que invita a una ética elevada, al revolucionario que pone en cuestión el orden social.

En cualquier caso, Navidad tiene sentido desde la memoria de la figura polisémica de Jesús de Nazaret. No es, a pesar de la tontería de algunos, una celebración del solsticio de invierno –dudo mucho que haya alguien que lo celebre, aunque de todo hay en la viña de Odín-, ni unas asépticas fiestas, como aparece en algunas felicitaciones que son un “sí pero no”, y que cuando me llegan, vía física – qué bonito recibir aún christmas en formato material- u online, me hacen dudar si se refieren a los Sanfermines o a la Tomatina de Buñol. Navidad es recordar para unos, y hacer anamnesis, es decir, actualización del Misterio, para otros, del nacimiento de Jesús, el hijo de María, el Hijo de Dios para los cristianos, el mayor profeta después de Mahoma para los musulmanes. Ese diluir la esencia de la Navidad a causa de un deseo de no ofender -¿a quién? Porque mis alumnos musulmanes en la Universidad también me han deseado feliz Navidad, como yo les desearía feliz Ramadán o si fueran judíos feliz Pésaj o feliz Hanukkah- no es sino fruto de la ignorancia o de la mala fe. La polémica generada en la Unión Europea hace unas semanas me hace dudar cuál de las dos explicaciones es más plausible, aunque es una buena muestra de la creciente distancia entre las burocracias de Bruselas y la ciudadanía.

Natividad (Giotto)
La vivencia secular de la Navidad, más allá de lo que uno crea o deje de creer, ha generado un patrimonio impresionante en la cultura europea, manifestado en el arte, la literatura, el folclore o las costumbres. Un legado que es preciso cuidar, conservar, transmitir y enriquecer. De él tomo una deliciosa letrilla de Luis de Góngora, escrita en 1621, con cuyo estribillo quiero felicitarles:

 “Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno:/ ¡Qué glorioso que está el heno,/ porque ha caído sobre él!”

 ¡Feliz Navidad! ¡Felices Pascuas!


domingo, 28 de noviembre de 2021

ALFONSO X

 Comparto mi columna del pasado 24 de noviembre en el diario La Tribuna de Toledo, sobre el rey Alfonso X el Sabio en su octavo centenario

Toledo es cuna de muchos hombres y mujeres ilustres, la mayoría bastante olvidados. Sin embargo, siempre ha mantenido, con orgullo, el recuerdo de uno de sus hijos más preclaros, de quien celebramos ahora el octavo centenario de su nacimiento, el rey Alfonso X de Castilla, una de las figuras más importantes, no sólo de su tiempo, sino de toda la Historia de España, de cuyo estudio sería gran impulsor.

En un tiempo en el que los soberanos eran conocidos por apelativos guerreros, como “el Fuerte”, “el Bravo” o “el Conquistador”, es hondamente significativo que nuestro paisano sea denominado “el Sabio”, señalando uno de sus principales rasgos, el amor profundo, apasionado, por el saber, por la cultura, por la producción científica. Una dimensión que, en muchas ocasiones, siendo siempre alabada, se ha contrapuesto a una actuación política que ha sido en gran medida descalificada, no haciendo justicia a la verdadera labor del rey.

Alfonso X de Castilla, el Sabio
Esta doble percepción, en gran manera heredada de la justificación que el vencedor de la guerra civil desatada al final de su reinado, su hijo Sancho IV, hubo de hacer para legitimar su corona frente a quienes debían, en el deseo de Alfonso, ser los herederos, los infantes de La Cerda, está siendo, gracias a las últimas investigaciones, superada, destacando, más allá del fracaso del monarca en su aspiración a la corona imperial, sus actuaciones en Castilla, tanto a nivel político como militar. El centenario puede ser una estupenda ocasión para seguir profundizando en esta recuperación de la figura del rey, más allá de la tradicional, que venía avalada por la autoridad de Juan de Mariana.

Recordar las figuras del pasado no puede ser un ejercicio estéril de nostalgia. El centenario, más allá de los diferentes eventos programados, es una oportunidad magnífica para preguntarnos acerca del valor de la cultura, de la ciencia, de la investigación en nuestra sociedad, de un modo particular de su impulso y desarrollo en nuestra ciudad. Hemos de plantear seriamente cómo se transmite ese rico acervo recibido a las nuevas generaciones –no, desde luego, con una nefasta legislación educativa que, bajando los niveles, va a condenar a la precariedad laboral a los hijos de las familias con menor nivel económico-, especialmente el amor a nuestra historia, que explica y da sentido a lo que somos. Las Humanidades, potenciadas por el rey, hoy tan maltratadas, y que son la mejor y mayor garantía para una ciudadanía libre, tolerante, comprometida, necesitan ser recuperadas y valoradas. Alfonso X cultivó las matemáticas, la astronomía, la historia, la poesía, sin marcar esa dicotomía tan nefasta entre ciencias y letras, pues ambas son necesarias al ser humano para lograr un desarrollo integral.

Bajo el rey Sabio prosiguieron las obras de la catedral primada, iniciadas por su padre, san Fernando III. El centenario del monarca debería servir de prólogo y arranque de la preparación del de la Dives Toletana que celebraremos en 2026.

domingo, 14 de noviembre de 2021

TARDE DE OTOÑO EN SAN ILDEFONSO

 Comparto mi columna en La Tribuna de Toledo del miércoles 3 de noviembre

Con la llegada del otoño, cumplo con una muy querida tradición personal, casi un ritual imprescindible en esta estación, la de regresar a los jardines del Real Sitio de La Granja de San Ildefonso y deambular, sin prisa, absorto en la espléndida belleza que se despliega a mi alrededor.

Sentado junto a la Fuente de las Tres Gracias, que corona la Cascada Nueva, contemplo la fachada del palacio en el que Felipe V quiso mitigar sus ataques de melancolía. Comprendo perfectamente al soberano, pues la hermosura del paisaje, el esplendor de los jardines, la íntima delicadeza que despliega la exquisita decoración de un edificio que, pese a lo que se diga, no imita a Versalles sino que evoca al castillo de Marly, donde Luis XIV se refugiaba en la compañía de sus íntimos, es capaz de sanar las heridas del alma. Mientras escribo siento la calidez del sol, que, a modo de delicado orfebre, dora las amarillentas y verdosas hojas de los árboles. De vez en cuando, una fresca brisa nos recuerda lo avanzado de octubre. El cielo, azul claro, es  indolentemente surcado por alguna algodonosa nube, mientras las peladas cumbres anhelan las primeras nieves que las recubran con su cándida túnica.

Es hermoso contemplar cómo danzan las hojas en los árboles. Algunas, más atrevidas, inician un rítmico vuelo que las conduce a las mansas aguas de las fuentes, que, en el silencio, apenas interrumpido por una horda de turistas anglófonos, narran las viejas historias de los dioses del Olimpo. Llegado al estanque de El Mar, observo las montañas cubiertas de masas verdosas de pinos, entre las que serpentea el marrón de la vegetación brotada sobre las cenizas del último incendio, en un mensaje esperanzador de renacimiento. El rumor de la cascada que vierte sus espumantes aguas sobre las oscuras del estanque es melodía que arrulla mientras la vista se exalta con los fulgores de los árboles caducifolios, en los que las hojas, a punto de desprenderse, destellan en un dorado intenso que contrasta con el verde refulgente y ambarino de las que aún se aferran a la rama que les alimenta y vivifica.

Sentado, de nuevo, junto a la Fuente de Andrómeda, recuerdo el relato mítico. Perseo, a punto de acabar con el monstruo marino Ceto, al que muestra la mortífera cabeza de Medusa, convirtiéndolo en coral, es asistido por Atenea, mientras unos amorcillos tratan de liberar a la hija de la soberbia Casiopea, culpable de su trágico destino. Me pregunto cuántos de nuestros estudiantes, a los que el desastre educativo priva del conocimiento de la gran tradición humanística, podrían descifrar lo que muestra el espléndido conjunto.

Fuente de Andrómeda
La tarde avanza. Cae el sol, desciende la temperatura. Es momento de abandonar los jardines, no sin antes echar una mirada cómplice a Dafne que escapa, entre los parterres, de Apolo. Tañen las campanas de la Colegiata. Embebido de belleza, retorno.

lunes, 1 de noviembre de 2021

REFLEXIONES EDUCATIVAS

 Comparto el texto de mi columna de la semana pasada en La Tribuna de Toledo

EL DIABLO NO ES DÉBIL

A pesar de lo que el título les pueda sugerir, no voy a hablarles hoy ni de Angelología ni de los Novísimos, sino de algo más terrenal. De que el diablo no es débil. O mejor, que débil no es devil. Algo que parecerá obvio, pero que no lo es, al menos para muchos alumnos que lo suelen confundir al escribir. Bueno, no sólo confunden eso, sino muchas cosas más, como podemos comprobar cada vez más profesores al corregir trabajos, entregas o exámenes. Una de las muchas muestras de la lamentable situación en la que se está precipitando la Educación en España.

Llevo más de veinticinco años impartiendo clases. En BUP, en ESO, en la Universidad. He pasado por Institutos, Colegios privados y concertados. Soy un entusiasta de la docencia y disfruto dando clases, sobre todo cuando tengo alumnos que responden con deseo de aprender. Saco de mi tiempo libre horas para acompañarles a visitar museos y he comenzado un seminario informal con mis alumnos de Políticas para leer y comentar textos filosóficos e históricos, sin recibir otra compensación que la de ver cómo quieren, ilusionados, llevar a la práctica el viejo lema del sapere aude. Por ello, puedo denunciar, con profundo dolor, el hondo abismo al que nos han conducido cuarenta años de continuos cambios legislativos y de absurdos experimentos pedagógicos, las más de las veces proyectados desde despachos en los que se ha obviado la experiencia y el saber de los docentes.

Alegoría de la Filosofía (Giacinto Brandi)

Hace pocos días leí en Twitter, por parte de un profesor universitario, lo siguiente: “llevo varios cursos viendo que los alumnos de primero NO saben qué era una polis griega. Gracias a Celáa y Castells ahora no sabrán que existe Grecia”. Confirmo la primera constatación y temo, con fundamento, la segunda. La LOMLOE y la LOSU vendrán a dar la puntilla a nuestro ya deteriorado sistema educativo. Se está privando, a consecuencia de la tiranía de las “nuevas pedagogías”, de especiosos argumentos, de falaces ocultamientos de la dolorosa realidad, a las nuevas generaciones del acervo de conocimientos que les permitirán navegar el proceloso mar de una información casi inabarcable, para lo que carecen de herramientas intelectuales adecuadas. Impera una “happycracia” que genera seres inmaduros, manipulables, sometidos a la tiranía del consumo instantáneo.

Y lo siento, pero por más que me traten de convencer –quizá porque pude estudiar Filosofía y tengo la “funesta manía de pensar”-, me niego a asumir que el descenso de los niveles educativos sea progresista. Porque, a la larga, sólo genera mayores desigualdades sociales y económicas. Servirá para enmascarar las estadísticas de fracaso educativo real, pero, “pan para hoy y hambre para mañana” –nunca mejor dicho- llevará a muchos jóvenes a ser mano de obra barata de un mercado laboral precario.

Urge un gran pacto educativo nacional que remedie esta tremenda catástrofe. Aunque temo que no es una prioridad real de ningún partido.

sábado, 4 de septiembre de 2021

El Matarraña

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, sobre la comarca aragonesa del Matarraña

Ha sido mi gran descubrimiento de este verano. Aunque ya pude disfrutar, el pasado año, de la belleza de uno de sus pueblos, Valderrobres, capital administrativa de la comarca, no ha sido hasta este mes de agosto cuando he recorrido con tranquilidad sus parajes, realmente hermosos, y sus maravillosos pueblos, sorprendiéndome por el rico patrimonio artístico que custodian.

Tras pasar por las tierras del Bajo Aragón, con los impresionantes campanarios mudéjares de sus iglesias, auténticas filigranas en ladrillo, y dejando atrás Alcañiz, donde se puede hacer un alto en el antiguo castillo de la Orden de Calatrava, hoy Parador Nacional, y visitar la hermosa colegiata de Santa María la Mayor, cuya mole se divisa en lontananza al aproximarse, nos adentramos en esta preciosa zona, observando ya desde el inicio un cambio en la arquitectura y en los paisajes. Entramos en tierras de la Franja de Aragón, administrativamente pertenecientes a la provincia de Teruel –tan olvidada como bonita-, en las que se conserva una lengua local, dialecto particular del catalán, una muestra más del extraordinario patrimonio lingüístico que conservamos en España, uno de los más ricos de Europa –donde el “éxito” del modelo francés de Estado-Nación decimonónico acabó con muchas de las lenguas existentes-, que ojalá apreciáramos más y dejara de ser utilizado como causa de división y enfrentamiento.

Me sorprendió, junto con la belleza gótica o barroca de sus iglesias, la existencia de una extraordinaria arquitectura civil, plasmada en sus ayuntamientos, de diseño renacentista, inserta en unos conjuntos urbanos de gran interés. A través de portadas ojivales o de medio punto, penetramos en el dédalo de sus callejuelas, algunas exquisitamente ornamentadas con macetas que ofrecen estallidos de color sobre el dorado de la piedra. Valderrobres, ceñida por el río Matarraña y coronada por el castillo-palacio y la iglesia de Santa María la Mayor, que nos regala los juegos de la geometría ojival de su rosetón; La Fresneda, Beceite, Monroyo, Calaceite…todos sorprenden y ninguno defrauda. O la bellísima Cretas, a la que llegué en medio de un atardecer esplendoroso, con la iglesia manierista de la Asunción de Nuestra Señora, en la que se puede admirar una extraordinaria portada y la elegancia de su interior, desnudo tras el desgraciado incendio perpetrado por los revolucionarios durante el furor anticlerical de 1936.

Fachada de la iglesia de Cretas

Pero no es sólo el patrimonio artístico. El natural es realmente maravilloso. El Parrizal de Beceite nos regala la oportunidad de contemplar unos parajes muy bellos, a la vez que disfrutar del baño en sus cristalinas aguas. Y para recuperar fuerzas, la deliciosa gastronomía, que tiene en el ternasco uno de sus platos principales. Todo ello hace de la visita a este territorio una experiencia de lo más completa y enriquecedora, tanto para el cuerpo como para el espíritu.

Hay quien habla de la comarca como de la Toscana española. Aunque, como leí el otro día en Twitter, quizá habría que decir el Matarraña italiano.

domingo, 8 de agosto de 2021

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

 En medio de las dificultades de la vida, camino duro, lleno de asperezas y peligros, necesitamos, como el profeta Elías en la primera lectura del Libro de los Reyes (1R 19,4-8) no sólo el alimento material que nos proporcione vigor al cuerpo, sino, sobre todo, un alimento que fortalezca el espíritu y le disponga a afrontar los grandes retos que le salen al encuentro. Elías, hundido existencialmente, desterrado y fugitivo, es confortado por Dios, quien, como antaño al pueblo de Israel errabundo por el mismo desierto, le proporciona el pan que le devuelve las fuerzas; de este modo el profeta puede recorrer el camino que le conducirá al Horeb, el monte de Dios, donde Yahveh se había revelado a Moisés y de nuevo lo hará con Elías.


A nosotros, peregrinos por el camino de la vida, Dios nos ofrece otro alimento que nos dispone al encuentro con Él, a la plena revelación de su Persona en ese encuentro definitivo que se producirá tras la muerte; entonces no será en la tormenta ni en el susurro del viento, sino que Él se mostrará cara a cara, en revelación total de su misterio de Amor. Ese alimento es el de la fe, el creer en su Hijo enviado al mundo para la salvación del mismo; Jesús es el Pan vivo bajado del cielo para que quien crea en Él tenga vida eterna. Pero no sólo es alimento del alma por la fe al creer en Él, sino que también, y así se manifiesta en esa catequesis progresiva que es el Discurso del Pan de Vida (Jn 6,41-51), es auténtico alimento en el Pan transubstanciado, verdadera carne del Señor resucitado, su Cuerpo glorioso ofrecido en la Cruz y vencedor victorioso de la muerte en la Resurrección. Anticipo de vida eterna, verdadera comida que sacia el alma y transforma el corazón, haciéndonos capaces de realizar en nuestra vida el proyecto de Amor que Cristo ofrece como camino de plenitud para el ser humano. Con la fuerza de la Eucaristía podemos, como nos invita el apóstol Pablo (Ef 4,30-5,2), ser imitadores de Dios, consecuencia de nuestro ser hijos en el Hijo por el Bautismo, y vivir el elenco de virtudes que desgrana ante los cristianos de Éfeso, y que  no dejan de ser un modo práctico de cumplir el mandamiento del Amor que sintetiza, condensa y realiza en plenitud la ética y la moral cristiana.

Este domingo es, por tanto, una invitación a gustar, a experimentar existencialmente, la bondad del Señor, fuente de dicha para quien, como a la sombra de un árbol en el calor del estío, se refugia en Él (Salmo 33)

lunes, 26 de julio de 2021

Campos de Brihuega

Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, sobre la floración de la lavanda en los campos de Brihuega

 Hace unos meses les hablaba del riquísimo patrimonio artístico de la Alcarria, invitándoles a que, como Cela, descubrieran sus pueblos y paisajes. Estos días he retornado a aquellas tierras para contemplar una de las visiones más espectaculares y hermosas que podemos tener durante julio en Castilla-La Mancha, la floración de la lavanda, especialmente impresionante en los alrededores de Brihuega.

Es algo realmente bello. Acudí por la tarde, antes de la puesta del sol, y de nuevo pude disfrutarlo por la mañana. Un océano de flores de lavanda o lavandín, que con sus diferentes intensidades, matizadas por el sol, se ofrecen a nuestros ojos como un tapiz violáceo y azulado festoneado de verde, en conjunción, a veces, con el dorado intenso de los trigales a punto de siega. Al atardecer, con el sol poniente, adquiere una vigorosa tonalidad. La brisa, casi viento, mientas paseaba por los carriles que separan las hiladas, hacia danzar las flores, que exhalaban su fragancia, envolviéndome con un olor exquisito, mientras el azul del cielo iba poco a poco pasando, con transiciones de oros, a un naranja que estallaba sobre las montañas antes de cubrirnos con un oscuro manto tachonado de estrellas. Todo un regalo para los sentidos.

Brihuega se ha convertido en la tierra de la lavanda, acogiendo la mayor extensión de aromáticas de España, y sus gentes han sabido transformar su cultivo no sólo en fuente de riqueza agrícola, sino en base de una diversificada industria que ofrece  todo tipo de productos, desde cosméticos a gastronómicos, que han asegurado un futuro prometedor al pueblo y su comarca. Pero no sólo. La floración de la lavanda es ya uno de los principales atractivos del pueblo, que ofrece, además, un extraordinario conjunto artístico formado por el castillo de la Piedra Bermeja, residencia medieval de los arzobispos de Toledo, quienes, señores de la población tras la Reconquista, la dotaron de fuero y ejercieron el mecenazgo artístico en ella; las iglesias de San Miguel, San Felipe -quizá la iglesia más hermosa de la villa-, y Santa María de la Peña; las murallas, la Real Cárcel de Carlos III o una de las muestras más interesantes de arquitectura industrial del siglo XVIII, la Real Fábrica de Paños, con los espléndidos jardines del XIX, desde los que tenemos una bellísima panorámica del valle del Tajuña. Las calles, engalanadas de morado en estos días, ofrecen un marco acogedor que nos invita a degustar la riqueza gastronómica de esta tierra de miel y de espliego, de cantuesos y romeros, tomillos y mejorana.


Campos de lavanda en Brihuega

Brihuega es un auténtico ejemplo de cómo, en la España vaciada, el patrimonio natural y el histórico-artístico, bien cuidados y gestionados, son una oportunidad de riqueza, de prosperidad, de futuro. Ojalá cunda el ejemplo.

Y, si me permiten, un consejo. Visiten en estos días ese jardín de la Alcarria que es Brihuega y zambúllanse en la belleza indescriptible de sus campos de lavanda.

lunes, 29 de marzo de 2021

POESÍA, ARTE, BELLEZA: DOS LIBROS DE HERNÁNDEZ-SONSECA

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, comentando dos libros del profesor Antonio Hernández-Sonseca

Es imposible vivir una vida en plenitud sin la experiencia de lo Bello. El ser humano, carne espiritualizada que busca la Trascendencia, ha sido siempre, como hermosamente expresa Rafael Narbona, un peregrino de lo Absoluto. Y en este peregrinar son los libros el bordón en el que nos apoyamos para avanzar sin tropiezos. Sobre todo cuando su contenido y su continente nos remiten a ese trascendental, la Belleza, que nos arranca de la rutina de lo cotidiano.

Es el caso de los dos libros que me atrevo a recomendarles. Su autor, sin duda alguna, es muy conocido entre nosotros. Antonio Hernández-Sonseca Pérez, canónigo magistral de la Catedral Primada, profesor durante muchos años en la escuela de magisterio y en el seminario, investigador y, sobre todo, filósofo, en el sentido radical del término, un amante de la sabiduría como pocos he conocido en mi vida. Su voz, inconfundible, ha acompañado, ilustrando, exhortando, animando, la procesión del Corpus Christi y las celebraciones catedralicias. Quienes pudimos disfrutar en clase de su magisterio tuvimos la ocasión de deleitarnos con la sabiduría que brota de sus incontables lecturas.

Antonio Hernández-Sonseca

Desde su serena jubilación, don Antonio nos ha venido ofreciendo hermosos libros que, en una secuencia fecunda, han profundizado la figura y la obra de ese artista genial que es El Greco. Ahora, cambiando de registro, nos regala dos obras que, si bien distintas en apariencia, constituyen una armoniosa polifonía cuyo tema central es lo bello.

La primera de ellas es un comentario a esa maravillosa pieza poética, el más hermoso de los libros de la Biblia, que es el Cantar de los Cantares. Titulado El Cantar más incómodo y provocador (Editorial CELYA, 2020), tras desgranar la obra en su origen y contexto, amén de desplegar la potencia metafórica del mismo, regala a los ojos del corazón esa extraordinaria versión clásica de nuestro Siglo de Oro, la traducción realizada por fray Luis de León, el mejor poeta castellano para Miguel de Cervantes, que enriquece el propio Hernández-Sonseca con sus poéticos y hondos comentarios.

La otra obra es una meditación poética sobre la obra de Chillida conservada en ese lugar de comunión con la naturaleza que es Chillida Leku. En la mejor tradición de los libros de viajes, este delicioso librito, Notas de andar y ver en Chillida Leku (Editorial CELYA, 2020) combina la palabra con la imagen, plasmada en las fotografías de Jesús San Millán, que convierten al propio libro en una guía que nos permite adentrarnos en la obra del escultor vasco. Un texto que rezuma el saber mirar, no sólo ver; el contemplar más allá de la materialidad que se nos impone, abriendo el alma al horizonte insondable de la docta ignorancia que enraizándonos en la Verdad, nos hace buscadores infatigables de la misma.

La producción literaria de Hernández-Sonseca, demasiado poco conocida entre nosotros, es un néctar delicioso que merece la pena degustar.

miércoles, 17 de marzo de 2021

2017

 Comparto mi columna de la pasada semana en La Tribuna de Toledo, sobre la obra de David Jiménez, "2017. La crisis que cambió España".

Hay fechas que marcan la historia. Y otras que se convierten en un hito en la literatura. 1984, la inquietante distopía de Orwell es quizá el ejemplo más claro a este respecto. 2017, sin duda alguna, señalará un antes y un después en la historia actual de España. Un reciente ensayo sobre el procés que toma por título dicha fecha representa también un punto de referencia respecto al análisis de lo que sucedió en aquel año.

Me refiero al profundo estudio que sobre la crisis política en Cataluña ha realizado mi compañero de departamento en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, David Jiménez Torres, titulado 2017. La crisis que cambió España, publicado por Ediciones Deusto el pasado mes de febrero. Si han leído alguna otra obra del profesor Jiménez Torres, como su  estupenda biografía de Ramiro de Maeztu, o le siguen en sus columnas semanales en el diario El Mundo, no les sorprenderá la cordial recomendación que les hago para que gusten de una de las más agudas reflexiones sobre lo que ha ocurrido, ocurre y, desgraciadamente, seguirá ocurriendo en Cataluña, el mayor problema de la democracia española actual, que de no afrontarse adecuadamente podría poner en peligro -creo que no exagero- el futuro de España como nación.

Con bastante ligereza, y en ello destaca particularmente la actual clase política española, tal vez una de las más mediocres de nuestra historia, solemos afrontar con un cierto adanismo los conflictos que van surgiendo en la vida pública. La ignorancia supina acerca de la Historia de España, agravada por los cada vez más bajos niveles educativos que padecemos, lleva a ignorar las profundas raíces de muchos de nuestros problemas. Asimismo, la proyección ideológica sobre nuestro inmediato pasado, distorsiona, con filias y fobias, el análisis de la evolución reciente de los mismos y de los factores que han marcado su desarrollo. El trabajo del doctor Jiménez Torres trata de arrojar luz precisamente sobre esta carencia, buscando las claves epistemológicas que permitan entender lo que está pasando. Lo hace partiendo de lo que denomina “la Premisa”, la idea asumida durante el inicio de la Transición de que el sistema autonómico era una herramienta suficiente para integrar a los nacionalismos subestatales, fundamentalmente el vasco y el catalán, en una España democrática. A partir de aquí va desgranando en tres grandes capítulos (Antes, Durante, Después) el desarrollo de la crisis, no desde una crónica exhaustiva de lo acontecido sino a través de una reflexión acerca de la crisis que va poniendo en evidencia la debilidad de aquella premisa y cómo seguir aferrándose a ella, tras lo sucedido en 2017, impide afrontar correctamente el reto que sigue planteando el independentismo catalán. Esa fecha marca ya un antes y un después, un punto de inflexión que es preciso asumir como tal si no se quiere seguir incurriendo en los mismos errores.

Un libro iluminador y sugerente. Les hará pensar.

viernes, 26 de febrero de 2021

MÍSTICA Y MÍSTICOS (A RAIZ DE UN LIBRO DE RAFAEL NARBONA)

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, sobre el libro de Rafael Narbona, Peregrinos del absoluto. La experiencia mística. Un libro que vale la pena leer.

Es difícil encontrar en el panorama literario español, fuera de la producción de autores dedicados a la espiritualidad, obras que, desde la experiencia personal, aborden un tema que para muchos podría resultar totalmente desfasado pero que, sin embargo, atañe a lo más hondo de la experiencia humana. Me refiero a la tradición mística que tan rica ha sido en la literatura escrita en castellano.

Es por ello una agradable sorpresa toparse con un autor como Rafael Narbona y con su último libro, Peregrinos del absoluto. La experiencia mística. Descubrí a Narbona gracias a Twitter, donde sigo sus profundas reflexiones, hechas a base de una extraordinaria combinación de abundantes lecturas e intensa trayectoria vital, y que son siempre un pequeño soplo de aire fresco y vivificador en medio de esa sentina de odios y enemistades en las que parece que se va convirtiendo la red. A partir de esos “trinos” me he ido acercando a la obra de Narbona y he podido disfrutar de esa pequeña joya que es el libro mencionado, un recorrido por el venero fecundo del pensamiento místico occidental, hecho desde un profundo conocimiento de los autores, un conocimiento que no es sólo intelectual sino radicalmente sapiencial, nacido del saboreo sereno de los mismos, a partir de un rumiar de los textos, que desgrana desde la admiración –siempre inicio de toda verdadera reflexión humana- pero también desde el juicio equilibrado que sabe descubrir limitaciones y falsos senderos.


Tras el prólogo de Javier Gomá, quien nos recuerda la oportunidad de un libro como éste en tiempos de relativismo furioso que nos ha desposeído de la idea del Todo, el autor reflexiona sobre la pervivencia de la mística en una época que parece contemplar el eclipse de Dios, presentando un pequeño ensayo sobre la misma, que en sí mismo ya merece la pena leer. Es un delicioso aperitivo que nos prepara para degustar una selección de manjares exquisitos, doce figuras que desde sus diferentes experiencias han tenido en común la búsqueda apasionada, en ocasiones dolorosa y desgarradora, siempre plenificadora, de lo Absoluto, la mayoría desde la tradición judeocristiana del Dios revelado en la Historia aunque también recoge la búsqueda en la Nada o en la transgresión. Partiendo de Santa Teresa de Jesús y su mística de la felicidad, va recorriendo la vida, la obra, la experiencia mística de San Juan de la Cruz, Blas Pascal, William Blake, Soren Kierkegaard, Unamuno, Rilke, Georges Bataille, Simone Weil, Emil Cioran, Etty Hillesum y Thomas Merton. Cada uno ha realizado un recorrido íntimamente personal, pues como el autor nos recuerda, “la mística no es una vivencia colectiva”, es un apartarse del mundo, pero sin odiar el mundo, sino saliendo de él, entrando en otra dimensión de lo real, pero irreductible a lo meramente empírico.

Un libro bellísimo, extraordinario, que nos invita a zambullirnos en el hondón de nuestro ser y redescubrir que no somos sólo materia.

miércoles, 17 de febrero de 2021

"...ET IN PULVEREM REVERTERIS"

 Comparto mi columna de hoy, 17 de febrero, Miércoles de Ceniza, publicada en La Tribuna de Toledo

Un año más, la sobria liturgia del Miércoles de Ceniza viene a abrir el tiempo de Cuaresma, privado este año de su batalla previa con don Carnal. Un tiempo que para el creyente es preparación intensa a la celebración anual más importante, la Pascua, pero que a todos brinda la oportunidad de confrontarnos con nuestro verdadero ser, tantas veces alienado en esta superficial y materialista sociedad.

El acto de la imposición de la ceniza venía acompañado, antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, por las palabras latinas Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris, que ahora son habitualmente sustituidas por la fórmula “Convertíos y creed el Evangelio”, que condensa lo que debe ser el itinerario cuaresmal.



Más, a lo largo de este duro año que hemos vivido, la vieja expresión, tomada del Génesis, se nos ha manifestado dolorosamente real y próxima. Porque hemos podido experimentar, a nivel personal y social, la fragilidad de todo lo humano, un inestable castillo de naipes que es desmoronado por el menor soplo. La enfermedad, la soledad, la muerte, se nos han hecho compañeras habituales, destruyendo vidas, proyectos, ilusiones. La Covid_19 ha mostrado que somos, como en la canción de Kansas,
dust in the wind, polvo en el viento, pequeñez arrastrada por la potencia de una fuerza invisible, dejada al albur de una situación que no podemos manejar ni controlar. La orgullosa torre de Babel de nuestra tecnología, de nuestros conocimientos, de nuestra sabiduría, se ha venido abajo estrepitosamente, dejando visible la contingencia radical del ser humano.

Memento, homo…recuerda, humano…mira lo que eres en verdad, adéntrate en lo más hondo de ti mismo. La pandemia ha dejado al descubierto tu desnudez original, te ha despojado de tus endebles certezas, de tus fútiles seguridades…quia pulvis es…que eres polvo, nada…et in pulverem reverteris…y volverás al polvo…a tu realidad primigenia por la muerte que, danza macabra, a todos iguala, ricos y pobres, poderosos y humildes, banqueros y mendigos.

Pero la evocación de estas palabras el Miércoles de Ceniza no es la triste constatación heideggeriana de que somos Das Sein zum Todes, un ser para la muerte. Al contrario, frente a la oscura incertidumbre y pavoroso pánico de hundirnos en la nada, la ceniza sobre nuestras cabezas nos recuerda que ese polvo ha sido transformado en barro amasado amorosamente por las manos del Creador, insuflado de su Espíritu vivificante, y que el adentrarnos en el desierto de la Cuaresma no es sino para, desde la experiencia radical del encuentro con nosotros mismos en la soledad, abrirnos a la Trascendencia y vivir el paso redentor de la esclavitud a la verdadera libertad, la que, desde una Cruz se nos anuncia, no en las tinieblas aterradoras del Viernes Santo, sino en la aurora luminosa del Domingo de Pascua, cuando el Resucitado rompa con ella la piedra, no sólo de su sepulcro, sino de los de la Humanidad entera.

 

domingo, 14 de febrero de 2021

JOSEFINA Y DON MANUEL

 Comparto mi columna, publicada en La Tribuna de Toledo el miércoles 3 de febrero, sobre la reedición del libro de Josefina Carabias "Azaña. Los que le llamábamos don Manuel" publicado por Seix Barral con prólogo de Elvira Lindo

Hay libros que por circunstancias diversas apenas tienen eco en el momento de su publicación, o sus autores, aunque sean de calidad, caen en un injusto olvido. Más, como los libros tienen vida propia, de repente, reaparecen y, como un vino añejo, pueden ser disfrutados y sus creadores revalorizados.

Es lo sucedido con una obra que estoy “devorando” en estos días. Se trata de “Azaña. Los que le llamábamos don Manuel”, una biografía sobre una de las figuras más importantes de la vida pública española durante la Segunda República, escrita por la gran pionera del periodismo español, Josefina Carabias, hoy tan olvidada que, incluso algún amigo periodista desconocía su existencia. El libro fue publicado originalmente en 1980 y ha vuelto a ver la luz en enero de este año de la mano de Seix Barral, introducido por un espléndido prólogo de Elvira Lindo, en el que reivindica la figura de la que fue una de las grandes plumas de la prensa en España, recordando los grandes hitos de su intensa vida.

El libro está escrito con una prosa ágil, clara y nos transmite todo el afecto que la periodista sintió por Manuel Azaña, don Manuel, como una y otra vez le llama, no ocultando su cariño y admiración. No se trata de una biografía política, si bien se refiere a los grandes momentos de la vida del protagonista, sino una aproximación existencial, que nos desentraña los aspectos más humanos del personaje.  Una figura controvertida, que generó grandes odios y no menores adhesiones; que tras su triste final en el exilio fue objeto de las más terribles acusaciones y que sólo la llegada de la democracia permitiría su recuperación, a la que han ayudado las investigaciones del profesor Santos Juliá, autor de una amplia y documentada biografía. Con el paso del tiempo podemos percibir con mayor ponderación sus indudables aciertos, sus tremendos errores y su compleja personalidad, sin la que no se explican muchas cosas.

Pero leer la vida de una figura pública del nivel del Azaña me hace reflexionar sobre el presente político de España. Comparar la altura intelectual de aquellas Cortes de la República con la ramplonería actual de tanto personajillo mediocre y mezquino sólo genera tristeza, a pesar de la gran violencia vivida en muchos momentos y que, a la postre, culminaría con la terrible tragedia de la guerra. Pero eran políticos de altura, coherentes con sus ideales –no me imagino a Largo Caballero, que vivió siempre en una sencilla casita junto a la Dehesa de la Villa, construida por sus propias manos, comprando y estrellando un BMW contra un árbol-; preocupados por el bien común y el amor a su país, aunque lo entendieran de modos opuestos y, por desgracia, como ocurre ahora, excluyentes.

Quien esté interesado en aquellos trepidantes años treinta debería leer este libro. Conocerá de modo diverso a don Manuel. Y descubrirá una autora excepcional.