jueves, 29 de octubre de 2015

El Metz Yeghern (el genocidio de los armenios en 1915): a cuenta de un libro de Andrea Riccardi

Una de las ventajas que tiene viajar por Italia en tren es la posibilidad de leer largo y tendido. Ayer, mientras iba y regresaba de Roma a Foligno, ciudad situada en el centro de la hermosa región de Umbria, pude completar la lectura, iniciada hace pocos días, del impactante libro de Andrea Riccardi, La strage dei cristiani. Mardin, gli armeni e la fine di un mondo (Bari, Editori Laterza, 2015, 228 pp.), un riguroso estudio de uno de los aspectos más desconocidos del genocidio contra los armenios ocurrido en el Imperio turco en 1915, el de la persecución de otras minorías cristianas en la ciudad de Mardin.

El libro de Riccardi es estremecedor. Hacía tiempo que un estudio histórico no me impresionaba tanto. A lo largo de ocho capítulos hace un dramático recorrido que nos lleva, desde una ciudad en la que secularmente vivían, junto a los musulmanes, diversas comunidades cristianas, cuya presencia era, en su mayoría, anterior al Islam, a la práctica eliminación de las mismas,y hasta la actual tímida reivindicación de la impronta cristiana, cuya huella se quiso borrar.
Basado en una rica y amplia documentación, Riccardi nos muestra cómo el objetivo de los nacionalistas turcos que, desde Constantinopla, aprovechando la autoridad religiosa del sultán y la fatwa contra los cristianos al entrar en la Gran Guerra, decretaron la deportación y exterminio armenio, no era sólo eliminar al que podía ser un enemigo interior potencial, el pueblo armenio, del que temían se aliara con los rusos, o pretendiera crear un estado cristiano en Anatolia, como los recientes independizados en los Balcanes, sino que su finalidad era acabar con otras minorías cristianas, que suponían un obstáculo en su proyecto de convertir el multiétnico y plurirreligioso Imperio Otomano en una nación turca plenamente homogeneizada. De este modo caldeos, asirios, siro-ortodoxos, católicos y protestantes, sufrieron deportaciones, asesinatos, pérdida de propiedades, aún cuando se considerasen fieles súbditos del sultán.
Una realidad en gran medida desconocida en Occidente, que sólo ahora, y a raíz del centenario del genocidio armenio, comienza a salir a la luz. Una realidad, por otra parte, dolorosamente actual, pues muchos de los supervivientes a aquellas matanzas, instalados en Siria o en Irak, se están viendo sometidos a la misma tesitura de expulsión, asesinatos o conversión forzada al Islam. Unas poblaciones que, después de milenios en el próximo Oriente, se ven obligadas a abandonar sus tierras seculares. Un genocidio humano, una catástrofe histórica y una desolación cultural ante la que seguimos cruzados de brazos o sumidos en estériles lamentaciones. El libro de Riccardi puede ser un aldabonazo a nuestras conciencias y un recordatorio de que la historia es mucho más compleja de lo que nos quieren hacer creer. 

lunes, 26 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (III)


La prensa católica

El 15 de febrero de 1924 escribió el cardenal al nuncio Tedeschini informándole de la convocatoria de la Asamblea Nacional de la Prensa Católica. Como señalaba Reig en la convocatoria oficial que firmó el 11 de febrero, personas y entidades relacionadas con la prensa católica le habían sugerido la idea de reanudar las asambleas que habían comenzado a reunirse en Sevilla y Zaragoza y que habían dado resultados muy positivos, no sólo con la multiplicación de periódicos y revistas, sino también con el surgimiento de instituciones como Ora et Labora, la Agencia de Información “Prensa Asociada”, el Tesoro de la Buena Prensa, la Cofradía de Legionarios y el Día de la Prensa Católica. La reunión pretendía poner las bases de la coordinación de todos los elementos que integraban la prensa católica, en sintonía con los planteamientos expuestos por él mismo al comunicar el encargo recibido de Roma de dirigir la Acción Católica.
El comité organizador estaba formado por el obispo auxiliar, Rafael Balanzá como presidente; el deán José Polo Benito, como vicepresidente; Ramón Molina, director de El Castellano, tesorero; secretario, Sixto Moraleda y como vocales, Pablo Sáenz de Barés, director de la Prensa Asociada; Pedro Dosset, de la comisión de custodia del capital de la Agencia Católica de Información e Ildefonso Montero.

Montero había sido el fundador de la obra Ora et Labora, destinada a promover la prensa católica, de un modo especial a través del Día de la Prensa Católica, que se celebraba el 29 de junio, solemnidad litúrgica de los santos apóstoles Pedro y Pablo; era asiduo participante en congresos internacionales, en los que también intervino como conferenciante, como en el de Lugano, en agosto de 1924, donde propuso la creación de una estación emisora, internacional y políglota, de telefonía inalámbrica. En 1925, con el beneplácito del cardenal arzobispo de Sevilla, Montero se trasladaría a Toledo, llevando consigo la institución Ora et Labora, junto con todas sus obras.

Ildefonso Montero
En marzo el cardenal presidió en Madrid, en el palacio de Cruzada, la primera junta general preparatoria de la Asamblea. Reig expuso el objeto de la misma, esperando que, a pesar de la larga interrupción sufrida en la celebración de las Asambleas de Prensa, fuera un éxito. Se preparó un cuestionario con diversas preguntas sobre los periodistas, las publicaciones, las uniones prácticas, así como acerca de la creación de una comisión permanente. Los trabajos que se presentasen debían ser de dos tipos: memorias, más o menos extensas, con sus correspondientes conclusiones, y, en segundo lugar, conclusiones en forma de proposiciones a la Asamblea.
Al firmar la circular sobre la celebración del Día de la Prensa, el 28 de mayo, el primado invitaba a los fieles de la archidiócesis a que debido al hecho de tener lugar en la misma la Asamblea Nacional, dicho Día se celebrara con excepcional interés y celo por su fruto más copioso, por lo que invitaba a todos a redoblar esfuerzos y generosidad ante la necesidad de atender con las oraciones, la propaganda y la ayuda económica a los que “luchan incesantemente por la buena causa (de la prensa católica)”. El 14 de ese mismo mes había recibido una carta del cardenal secretario de Estado, en la que Gasparri señalaba el interés del papa por el fomento de la prensa católica, y recordaba al primado como ésta tenía una verdadera misión doctrinal, como auxiliar de la tarea de los obispos, de modo que a ellos estaba subordinada, a la vez que la consideraba “un verdadero apostolado contra el escepticismo de la pseudociencia naturalista, positivista y atea”.
El día 12 de junio comenzaba en Toledo la Tercera Asamblea Nacional de la Prensa Católica, prolongándose a lo largo de los días 13, 14 y 15, concurriendo a la misma una nutrida representación del episcopado español y de profesionales del periodismo, entre los que abundaban sacerdotes, celebrándose las sesiones en el seminario conciliar. La mañana del primer día fue dedicada a la celebración de un retiro espiritual para periodistas y propagandistas, dirigido por el padre Remigio Vilariño. Por la tarde, bajo la presidencia del primado, acompañado de los obispos de Málaga, Coria y el auxiliar de Toledo, tuvo lugar la sesión de apertura, en la que, tras las palabras de saludo del deán de Toledo, José Polo Benito, pronunció un discurso Manuel Simó Marín, fundador del Diario de Valencia. El segundo día, antes de las reuniones por grupos, el obispo de Málaga presidió en la capilla del seminario una misa de comunión, en la que predicó sobre la caridad entre los católicos; esa tarde, Ángel Herrera Oria dio una conferencia. Al día siguiente, el encargado de pronunciarla fue Manuel Senante, director de El Siglo Futuro, quien habló acerca de la prensa católica según las enseñanzas de los papas. El obispo de Jaca, en la plática de la misa de comunión del último día, se refirió a la necesidad de la unión entre todos los católicos. Por la tarde, en la sesión de clausura, fueron leídas por parte de Ildefonso Montero, como secretario general, las conclusiones de la Asamblea, y tras su ratificación, el padre Luis Urbano resumió la labor realizada esos días, animando a todos, sacerdotes y periodistas, a seguir “combatiendo” en el campo del periodismo.
En la reunión toledana se discurrió por cauces distintos a las anteriores Asambleas, oficializándose la denominación prensa católica, se ratificó la labor desarrollada desde los seminarios, la importancia de las hojas parroquiales repartidas gratuitamente; se propuso fundar una revista infantil nacional y que los colegios de secundaria contasen con su propia publicación; la creación de una agencia de publicidad y la potenciación del Día de la Prensa.
A partir de este momento, Reig comenzó a dar pasos para concretar lo anunciado en febrero de 1924, al hacerse cargo de la dirección de Acción Católica, compromiso personal ratificado en la clausura de la Asamblea. El tema fue abordado en algunas de las reuniones celebradas por los metropolitanos tras la Asamblea de Toledo. En la reunión de los metropolitanos, celebrada en Madrid, en el palacio de Cruzada, los días 25 al 27 de noviembre de 1924, se acordó que el cardenal Reig constituyera la Junta Nacional de la Prensa Católica, determinara sus atribuciones y señalase los medios de subsistencia; la Junta daría cuenta de su gestión a los metropolitanos cada vez que estos se reunieran. En la siguiente conferencia, celebrada igualmente en Madrid, entre el 31 de marzo y el 1 de abril de 1925, los metropolitanos fueron informados por el primado de sus trabajos para la constitución de la Junta y de las gestiones que estaba realizando, así como las atribuciones que tendría, entre las que se incluían el intervenir en la Agencia Católica nacional, la Agencia Católica internacional, las nuevas publicaciones que conviniera crear o fomentar, como una femenina y un rotativo de la noche, así como la coordinación de las diversas obras de prensa; todo ello contó con el asentimiento de los metropolitanos. Asimismo, como ya hemos visto, de acuerdo con el cardenal Ilundain, arzobispo de Sevilla, la dirección y organización del Día de la Prensa y la propia institución Ora et Labora se trasladaron a Toledo, siendo nombrado su director, Ildefonso Montero, dignidad de tesorero del cabido de la catedral primada. De este modo la XI edición del Día de la Prensa Católica se organizaría ya desde Toledo.
El cardenal Reig y Casanova          
El 9 de noviembre de 1925 el cardenal Reig firmaba el decreto por el que se creaba la Junta Nacional de Prensa Católica, cuyos fines eran ejecutar los acuerdos de las tres Asambleas Nacionales de Prensa, además de preparar la Asamblea siguiente, coordinar e inspeccionar todas las entidades y obras de la prensa católica española, junto al cumplimiento de los cometidos que, en relación con la prensa, le hiciese el Director Pontificio de Acción Católica; se compondría de un presidente, un vicepresidente, un tesorero, un secretario y varios vocales designados por el cardenal, más otro vocal elegido por los periodistas católicos de España; se reuniría en pleno cuatro veces al año, funcionando permanentemente una comisión delegada; anualmente daría cuenta al primado de la gestión durante el año anterior. El presidente sería el recién preconizado obispo de Salamanca, Francisco Frutos Valiente; el vicepresidente, José Luis de Oriol, fundador de la editorial Voluntad, de Madrid; tesorero, Carlos Rodríguez Sampedro, presidente del consejo de administración del diario Región de Oviedo; secretario, Ildefonso Montero, tesorero de la catedral de Toledo, constituyendo todos ellos la comisión delegada; los vocales eran Ramón Albó, Francisco Javier de Aznar, el conde de Casal, Rafael Marín, el marqués de Pidal, Luis Martínez Kleisser, José de Medina Togores y César de la Mora Abarca; la junta constituyó su domicilio social en el palacio de la Cruzada, en la plaza del conde de Barajas, 8, de Madrid. Al año siguiente, en octubre, al reorganizarse la Acción Católica española, con el fin de coordinar y concertar una acción común, la Junta Nacional de Prensa Católica quedaría incorporada al organismo único de la Acción Católica, en el que se integraban todas las asociaciones existentes.
El 4 de mayo de 1926 al escribir la circular sobre el Día de la Prensa Católica, recordaba Reig que ese año se cumplía su décimo aniversario y cómo había pasado ya a ser, entre los católicos españoles, una jornada destinada reflexionar sobre los deberes que les incumbían para con la prensa católica, el medio, a su juicio “más eficaz para preservar o sanear la mentalidad del pueblo” e insistía en su íntima conexión con la Acción Católica, lo que había determinado que la dirección y organización del Día se trasladase a Toledo. Reig, agradeciendo la labor realizada hasta entonces por el arzobispo hispalense, trataría de imitarle y se proponía promover la celebración, para lo que consideraba indispensable el tener extendida por toda España la red de una prensa robusta y coordinada. El 19 de marzo de 1927 escribía el cardenal Reig sobre el Día de la Buena Prensa de ese año, insistiendo en que no se podía concebir una Acción Católica robusta, organizada y armónica, tal y como quería el papa y él mismo procuraba, si no se contaba, como instrumento de desarrollo de la misma, de una prensa católica adecuada, invitando por ello, y siguiendo la finalidad de la jornada, a la oración, a la propaganda y  a la realización de la colecta, animando a la creación de las juntas locales de preparación que, a los actos religiosos y colecta unieran otros de propaganda, a que en las capitales de las diócesis se unieran los periodistas católicos en una asociación profesional o en una hermandad bajo la protección de san Francisco de Sales.

lunes, 19 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (II)


Cardenal y arzobispo primado

En el consistorio de 11 de diciembre de 1922 el papa Pío XI le creó cardenal de la Iglesia romana; pocos días después, el 14 del mismo mes, le preconizó arzobispo de la silla primada de Toledo, vacante tras el fallecimiento, el 21 de enero de ese mismo año, del cardenal Enrique Almaraz y Santos. La provisión de Toledo a favor de Reig se hizo después de que la intervención del nuncio Tedeschini logrará imponer su candidatura, con el apoyo del rey Alfonso XIII, y frente al criterio del Gobierno, que prefería al arzobispo de Burgos, cardenal Benlloch.
El día 14 de diciembre recibió el solideo de manos del conde Angelo Valentini, guardia noble de Su Santidad, en la catedral metropolitana. Desde Valencia, el nuevo cardenal se trasladó a Madrid, con el fin de recibir del rey Alfonso XIII la birreta cardenalicia, en ceremonia celebrada en la capilla del Palacio Real, el día de Navidad. El solemne acto comenzó a las once de la mañana, con la asistencia de los reyes, varios infantes, el arzobispo dimisionario de Valencia, Nozaleda, el de Valladolid, el obispo de Madrid, grandes de España, las damas de la corte y altos palatinos. La ceremonia se inició con la presentación al rey del breve pontificio por parte del ablegado monseñor Domenico Spada; el monarca lo entregó al caballero calatravo y secretario de la real capilla, Gonzalo Morales de Setién para de diera lectura al mismo, y a continuación el ablegado pronunció un discurso en latín, tras el cual el arzobispo electo se acercó al monarca, quien le impuso la birreta; a continuación el nuevo cardenal pronunció un discurso, para después revestirse en la sacristía con la púrpura y regresar junto a los reyes para participar en la misa.
La imposición del capelo cardenalicio tuvo lugar en Roma, en consistorio público, celebrado en mayo de 1923 en la basílica de San Pedro, siendo agregado a las congregaciones de Sacramentos, Concilio y Fábrica de San Pedro y recibiendo el título de San Pietro in Montorio.
Antes de entrar en su diócesis tuvo que actuar ya como cabeza del episcopado español ante el proyecto del Gobierno de la Concentración Liberal de reformar el artículo 11 de la Constitución, con el objeto de ampliar la libertad religiosa, proyecto que suscitó la oposición frontal, tanto de la Santa Sede como del episcopado español. Roma entendía que dicha reforma modificaría el artículo primero del Concordato de 1851, lo que equivaldría a la denuncia implícita del mismo. El nuncio Federico Tedeschini escribió a todos los obispos españoles con el fin de informarles, recibiendo la adhesión de los mismos. Los metropolitanos decidieron nombrar una comisión, formada por el cardenal Reig y el cardenal Benlloch, arzobispo de Burgos, quienes se entrevistaron con el presidente del consejo de ministros, Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas, exponiéndole la opinión del episcopado español, totalmente contraria a la reforma, e indicándole que si esa era la intención del Gobierno, los obispos se dirigirían a los fieles para manifestarles que no podían votar a los candidatos partidarios de la reforma. Además los metropolitanos, en su reunión de principios de febrero de 1923, decidieron elaborar un documento dirigido al presidente del consejo de ministros, que preparó Reig, quien lo remitió al nuncio y después incorporó las correcciones que Tedeschini le sugirió. Pero antes de que pudiera enviarlo, el cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza le escribió el 26 de marzo, diciéndole que se debía esperar a que el Gobierno hiciera la declaración ministerial y se viera si efectivamente pensaba realizar la reforma, y que, entretanto, él, aprovechando que tenía amistad con varios ministros, había dirigido al Gobierno una exposición privada, cuya copia remitía. Reig le contestó que iba a mandar el documento, dada la urgencia que le había manifestado el nuncio, aunque no se atrevía a incluir su firma si no le telegrafiaba, dando su conformidad. Pero el 29 de marzo Reig recibía la sorpresa de leer en la prensa la exposición del prelado de Zaragoza, ya que la Prensa Asociada, de la que disponía el cardenal zaragozano, había enviado copia casi íntegra a la prensa de provincias. Por todo ello Reig escribió al nuncio, indicando que se desentendía de toda futura acción colectiva, y haría por su cuenta lo que considerara procedente. Además justificaba esta decisión por un hecho acontecido el 6 de febrero; ese día, aniversario de la elección del papa, reunidos todos los metropolitanos, acordaron dirigir al cardenal secretario de Estado un telegrama de felicitación, que redactó el cardenal Benlloch, y que todos aceptaron, salvo el cardenal Vidal y Barraquer, quien protestó de la firma “Cardenal Reig, Arzobispo Primado” que el cardenal de Burgos había puesto, diciendo que él había jurado defender la primacía de Tarragona. Reig contestó que por su parte no tenía inconveniente en que se suprimiera lo de primado, a lo que el cardenal de Zaragoza replicó que, si la firma era solo de cardenal, le correspondía firmarlo a él, por ser el más antiguo, en vista de lo cual se decidió enviarlo sin firma. Finalmente Reig envió el 1 de abril el documento colectivo del episcopado, dirigido al presidente del consejo de ministros. Previamente otros prelados habían actuado, a título individual, como el de León, quien había enviado una carta confidencial al presidente del consejo, como diocesano suyo, rogándole que se opusiera a la reforma; lo mismo hizo el arzobispo de Valladolid, mientras que el de Jaca publicó una pastoral al respecto. Rápidamente se habló de crisis en el Gobierno, pues los ministros no se esperaban una actitud tan enérgica, y se empezaron a reunir rápidamente y consultarse. Melquíades Álvarez convocó en su casa a algunos de los principales miembros del partido, decidiendo de insistir en la reforma para no dar impresión de ceder ante la “rebelión de los obispos”. La tarde del 3 de abril se celebró consejo de ministros, que se prolongó más de cinco horas. El ministro de Hacienda, Manuel Pedregal, insistió en la reforma del artículo 11, mientras el resto de los ministros se mostraron disconformes, lo que llevó a la dimisión de Pedregal. Al día siguiente el presidente del consejo declaró que no se trataba de renunciar a la promesa de reforma, sino solo posponerla a otro momento más oportuno.

Entrada en la diócesis. Primeras actuaciones

El 24 de junio de 1923 entraba solemnemente en la capital de su archidiócesis, habiendo tomado posesión de la misma tres días antes, mediante poderes otorgados al deán de la catedral primada. El nuevo arzobispo llegó en tren desde Madrid; en la estación de Yeles y de Esquivias, límite ferroviario y diocesano de la provincia de Toledo por esa línea, fue recibido por el gobernador eclesiástico de la diócesis, José Rodríguez García-Moreno, el gobernador civil y el teniente coronel de la Guardia Civil. Al llegar a Toledo fue recibido por las autoridades locales en la estación de tren; a continuación, tras saludar uno a uno a los presentes, subió en compañía del alcalde a un automóvil y se dirigió a la catedral primada. En la puerta del Perdón se arrodilló en un reclinatorio, venerando el Lignum Crucis, para prestar a continuación juramento en el libro de las Constituciones de la Iglesia de Toledo; tras tomar el agua bendita y ser incensado, pasó al interior del templo, donde se entonó el Te Deum y el cardenal recibió el homenaje del clero catedral. Al acabar, el arzobispo entonó una oración y pronunció una alocución en la que, tras agradecer la acogida dispensada, recordó que Toledo era eminentemente católico y piadoso, fruto de siglos de fe; evocó sus tiempos de capitular toledano y prometió consagrarse con todas sus energías a sus nuevos hijos. Asimismo aludió al lema pontifical de Pío XI, Pax Christi in regno Christi, al hablar de la situación del país, no ocultando su preocupación, pues se estaba atravesando una “crisis verdaderamente difícil, pasmosa”, de la cual solo se podría salir acudiendo a la solución cristiana que el papa había propuesto en su encíclica inaugural, Ubi arcano. Concluyó visitando  las tumbas de los cardenales Sancha y Almaraz. A continuación tuvo lugar, en el palacio arzobispal, la recepción y el banquete de autoridades.
Poco después realizaba los primeros nombramientos en la curia, designando, de modo interino, al que había sido vicario capitular durante la sede vacante, José Rodríguez, provisor y vicario general; canciller secretario de cámara y gobierno a Francisco Vidal y Soler; secretario de la comisaría general de la Santa Cruzada a Francisco Vilaplana y oficial de la delegación general de capellanías a Ricardo Pla y Espí. Ese mismo mes de julio, el 29, el nuncio Tedeschini le comunicaba que la Santa Sede le confiaba la dirección general de la Acción Católica.
Tras el golpe de Estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, el cardenal, teniendo en cuenta las circunstancias por las que atravesaba el país, invitó a los diocesanos a orar, pidiendo luces y gracias para los nuevos gobernantes, mandando celebrar un triduo que comenzaría el 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar. Que el primado veía con buenos ojos el cambio político parece deducirse de sus palabras, en las que expresaba que el nuevo gobierno hacía concebir esperanzas y pedía el auxilio divino “para la regeneración patria”. Varios obispos reprodujeron la circular del primado; en conjunto, la reacción de la jerarquía católica, como la de la mayoría de los españoles, fue favorable al golpe, (aunque algún prelado, como el de Valencia, se mostró cauto) ya que Primo encarnaba el patriotismo y los ideales regeneracionistas que ellos mismos compartían.
Los días 21 y 22 de septiembre, témporas de san Mateo, confirió, por primera vez como arzobispo de la diócesis, las órdenes sagradas, tanto menores como diaconales y de presbíteros; estos últimos fueron Ángel Morán Otero, Ambrosio Ayuso Pizarro, Justo Duro del Moral, Isabelino Madroñal Sánchez, Andrés Toledano Hernández, Máximo Sánchez de Castro y los extradiocesanos Perfecto Malo Marco y Agustín Malo López.
El 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, firmaba el cardenal el decreto por el que anunciaba el inicio de la visita pastoral. El prelado cumplía así una de las obligaciones canónicas, que en su opinión, además, era uno de los medios mejores para acertar en el gobierno y administración de la diócesis, al ponerse en contacto personal con el clero y el pueblo, conociendo lugares y costumbres, así como las necesidades y las condiciones de los diocesanos. En el decreto se señalaba aquello que sería objeto de inspección: inventarios, libros sacramentales, libros de colecturías y cuentas de fábrica, colección del boletín oficial, estado de las capellanías, aniversarios y demás fundaciones piadosas; ornamentos; vasos sagrados, misales, rituales y libros destinados al servicio de la iglesia; libro de encargos y cumplimiento de misas; libro de actas de las conferencias y de visita de los arciprestes; cofradías del Santísimo Sacramento y de la Doctrina Cristiana; uso del conopeo; cumplimiento de las normas referentes a la primera comunión de los niños; administración y estado del cementerio, así como el cumplimiento de las leyes eclesiásticas sobre el mismo; objetos de valor artístico y su conservación y custodia; obras sociales existentes. Reig deseaba comenzar por aquellos pueblos que hiciera más tiempo que no se visitaban; estos serían Almonacid de Toledo, Mascaraque, Villanueva de Bogas, Chueca, Manzaneque, Villaminaya, Mazarambroz y Nambroca. Los días 28, 30 y 31 de octubre el cardenal visitó los pueblos de Nambroca, Chueca y Mazarambroz, siendo recibido con gran alegría por la gente, tras diecinueve años sin haber sido visitados por el prelado. A partir del 4 de noviembre continuó por los pueblos previstos, pero cuando se disponía a realizar la visita a otros pueblos de la zona, hubo de suspenderla, debido a que tuvo que acompañar al rey en su viaje a Italia; durante su ausencia encargó el gobierno de la diócesis al provisor y vicario general, José Rodríguez. En mayo de 1924 retomaría la visita, esta vez al arciprestazgo de Guadalajara, comenzando por las parroquias de la capital el 17 de mayo, además de Iriépal y Azuqueca.
Desde Roma escribió a sus diocesanos el día 20 de noviembre una circular en la que les describía la audiencia en la que el papa recibió al rey Alfonso XIII, y como éste solicitó al romano pontífice que ese año, el día de la Inmaculada, todos los párrocos y encargados de cura de almas pudieran dar la bendición apostólica con indulgencia plenaria a todos sus feligreses. El primado destacaba la emoción con la que había presenciado el acto de recibimiento del rey por el papa, la impresión con que contempló cómo el monarca, tras las genuflexiones previas, besó el pie del pontífice y fue después abrazado por éste. Reig mandaba que se publicaran los discursos de ambos y que se leyeran a los fieles en la misa de mayor concurrencia el II domingo de Adviento. La importancia del viaje real derivaba del hecho de que hacía muy poco que se había levantado el veto pontificio a las visitas de un jefe de Estado al reino de Italia, a causa de la “cuestión romana”, siendo el monarca español el primer soberano católico que lo realizaba. Alfonso XIII quedaba confirmado como “rey católico”, produciendo su discurso un entusiasmo general en el episcopado español, desbordándose los sentimientos patrióticos-religiosos-monárquicos.
Como era habitual en la archidiócesis primada, dada su gran extensión, el cardenal Reig obtuvo el nombramiento, para ayudarse en su gobierno, de un obispo auxiliar. Fue designado el prebendado de la catedral de Valencia, Rafael Balanzá y Navarro, designado el 22 de septiembre de 1923 y recibiendo el regio beneplácito el 9 de octubre. Nacido en Valencia en 1880, doctor en Teología, su especialización en los asuntos canónicos le llevaron, tras la promulgación del Código, a ser nombrado viceprovisor de la curia diocesana, y más tarde, provisor de la diócesis valenciana; empeñado asimismo en la reforma del canto litúrgico y la introducción del canto gregoriano, al ser designado como auxiliar de Toledo desempeñaba también los cargos de examinador prosinodal, vicepresidente de consejo diocesano de administración y miembro del colegio de doctores de la facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Valencia. El domingo 20 de enero de 1924 era consagrado en la catedral metropolitana de Valencia, actuando de consagrante principal el cardenal Reig y de asistentes el arzobispo de Valencia, Prudencio Melo y el obispo de Mallorca, Rigoberto Domenech; al nuevo obispo auxiliar le fue asignada la sede titular de Quersoneso.
El 22 de octubre de 1923 se reunían en Toledo los obispos de la provincia eclesiástica, bajo la presidencia del primado. Con motivo de la misma, dirigieron un mensaje al presidente del Directorio, Primo de Rivera, en el que mostraban su satisfacción por las medidas y orientaciones que había tomado, así como por la moralización de las costumbres y otras realizaciones; los prelados encarecían al Directorio que de cara a la reforma educativa, cumpliendo las prescripciones legales, en todos los grados de la enseñanza se conservara e intensificara “el carácter religioso, moral y patriótico” de la educación; asimismo destacaban la precaria situación económica de los párrocos jubilados, pidiendo que se destinasen en los presupuestos la cantidad necesaria para su digno sustento, al igual que reclamaban un aumento de las dotaciones para el culto, insuficientes para el mantenimiento de las iglesias, sobre todo rurales y rogaban que cuando se reformara la ley de reclutamiento, se consignara el principio de inmunidad personal de los clérigos.


sábado, 10 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (I)

Una figura destacada en la vida eclesial y social española de principios del siglo XX fue el cardenal Reig y Casanova. Sin embargo, desde el punto de vista historiográfico, está aún poco estudiada. Por ello quiero compartir el texto de una conferencia que impartí sobre el mismo, y que ha sido publicada, como artículo, en el número 30 la revista Toletana, pp. 257-311, donde se puede encontrar con todo el aparato crítico que, por comodidad para su lectura, suprimo aquí.

Retrato del cardenal Reig en la Sala Capitular de la Catedral Primada de Toledo

Enrique Reig y Casanova nació en Valencia, en la parroquia de los Santos Juanes, el 20 de enero de 1859. Matriculado en el Instituto de Játiva, cursó allí la segunda enseñanza desde 1871 a 1875. Sintiendo la vocación eclesiástica se incorporó al seminario conciliar de Valencia, en el que aprobó, con brillantes calificaciones, hasta cuarto de Teología. En 1878 obtuvo por oposición una beca en el Colegio Mayor de la Presentación y Santo Tomás de Villanueva. Desde 1880 a 1886 abandonó los estudios eclesiásticos y pasó a la Universidad de Valencia, donde cursó toda la carrera de Derecho, en la que también obtuvo notas brillantes, ganando por oposición 10 premios y matrículas de honor. En 1885 se le adjudicó el premio extraordinario que se otorgaba en cada Facultad, en virtud del cual se le expidió el título de licenciado en Derecho civil y canónico, libre de gasto. Como remate a su carrera obtuvo el doctorado en la Universidad Central de Madrid.
Durante este periodo contrajo matrimonio con una pariente suya, Francisca Albert Reig, previa dispensa del matrimonio por consanguinidad. La ceremonia tuvo lugar el 15 de julio de 1883. El matrimonio tuvo dos hijos. Pero durante la epidemia de cólera de 1885 ambos fallecieron, al igual que su madre. Esto llevó a Reig a replantearse su vocación eclesiástica, continuando sus estudios de Teología y Cánones, primero en el seminario de Almería y en el de Mallorca, después.
En 1886 se ordenó de sacerdote en Almería, acogido por el obispo José María Orberá Carrión, valenciano y amigo suyo; allí desempeñó las tareas de catedrático de Historia Eclesiástica, capellán de Nuestra Señora de Gador y fiscal de la subdelegación castrense. En octubre de 1886 el obispo de Mallorca, Jacinto María Cervera, le llamó a Mallorca, de cuyo obispado fue secretario de cámara y gobierno, hasta que fue nombrado provisor y vicario general. En 1891, previa oposición, fue nombrado canónigo penitenciario de la catedral mallorquina. A la muerte del prelado fue elegido por unanimidad ecónomo de la mitra sede vacante. Fue visitador del hospital y cofradía de san Pedro y san Bernardo, del colegio de Nuestra Señora de la Sapiencia y de la congregación de hermanas de la Pureza de María Santísima; examinador prosinodal de la diócesis y consiliario de hacienda del seminario conciliar; vicepresidente de una junta de patronato y auxilios para obreros; vocal de la comisión provincial de estadística de las islas Baleares, de la junta provincial de Instrucción pública y de las de la exposición histórica americana, de la de auxilios de las inundaciones de Consuegra, Almería y Valencia; de la exposición nacional agrícola de Madrid y de la de indumentaria retrospectiva de Barcelona.
De Mallorca pasó a Toledo, de cuya catedral fue nombrado canónigo, tomando posesión de su nuevo cargo el 1 de enero de 1901; dos años después alcanzó la dignidad de arcediano. El cardenal Sancha le confió los cargos de provisor, vicario general, juez metropolitano sustituto y delegado general de capellanías del arzobispado. Además, en el seminario conciliar, fue profesor de Sociología. Acompañó al cardenal Sancha en los viajes que realizó para asistir a las fiestas del vigésimo quinto aniversario de la coronación de León XIII y con motivo del cónclave en el que resultó elegido Pío X. En Toledo comenzó a darse a conocer por su actividad en el campo social, por medio de la prensa y del movimiento obrero católico. Gracias a su iniciativa nació en 1904 el periódico El Castellano, a la vez que su fama se iba extendiendo a nivel nacional. Recopilando diversos artículos publicados anteriormente en diferentes revistas, divulgó asimismo cuestiones relacionadas con el Derecho Canónico.
Una nueva etapa comenzó en Madrid en 1905, al ser nombrado auditor del Supremo Tribunal de la Rota española. Aquí desarrolló una intensa labor en la prensa, en el púlpito, al frente de entidades y asociaciones. Fue el primer rector de la Academia Universitaria Católica; presidió asambleas y congresos; dirigió la revista Paz Social, de cuestiones sociales; fundó Revista Parroquial y fomentó los sindicatos de obreros.

Obispo de Barcelona

En mayo de 1914 fue preconizado obispo de Barcelona, siendo consagrado el 8 de noviembre; el 21 de dicho mes hizo su entrada en la capital de su diócesis. En Barcelona organizó misiones generales, celebradas desde el 22 de febrero al 11 de marzo de 1917, además de las especiales que hubo para obreros, sirvientes, dependientes de comercio e industria. Llevó a cabo el concurso a curatos, proveyendo más de las dos terceras partes de parroquias, que estaban vacantes; trabajó en la intensificación de la vida litúrgica, mediante la preparación y celebración del congreso litúrgico de Montserrat de 1915; creó nuevas parroquias y aumentó hasta seis el número de tenencias o ayudas de parroquias. Celebró el centenario de la fundación de la orden de la Merced; como delegado pontificio presidió el congreso de sacerdotes y esclavos de María. Para mejorar el nivel del clero regularizó el día de retiro y los ejercicios espirituales para sacerdotes, y promulgó el nuevo reglamento para el seminario. Otras actuaciones suyas fueron el arreglo beneficial, la inauguración del museo arqueológico diocesano, la celebración del sínodo diocesano para implantar las disposiciones del nuevo Código de Derecho Canónico y visitó toda la diócesis. En cuanto a su labor social, en febrero de 1916 publicó una carta pastoral sobre la Acción Católica, sentando las bases para la organización de la misma en la diócesis, complementada con la pastoral de 1917 sobre las juntas parroquiales; fundó la Acción Popular; en enero de 1918 publicó una exhortación pastoral sobre los deberes sociales del momento, traducida a varias lenguas; jornadas y asambleas diocesanas para la Federación de Patronatos de obreros y de centros católicos.

Arzobispo de Valencia
           
El 20 de febrero de 1920 fue nombrado arzobispo de Valencia, entrando oficialmente el 27 de junio. Durante los dos años y medio que rigió la diócesis valenciana, aplicó sus energías a la santificación del clero y al cuidado de su mejora material; estableció el cabildo de párrocos y organizó las comunidades de beneficiados de la capital; celebró concurso a curatos; dio impulso al Montepío del clero, proporcionándole locales y abundantes medios para su desenvolvimiento y creando la cooperativa de trajes talares; restauró la pía unión y congregación sacerdotal de san Vicente de Agullent; fundó la Unión Misionera del clero e inauguró una institución de sacerdotes diocesanos. Dedicó cada año cinco meses a la visita pastoral; unificó y revisó el texto del catecismo diocesano; erigió la congregación diocesana de religiosas operarias del Divino Maestro; celebró conferencias episcopales y formó e inauguró el museo arqueológico diocesano. La preocupación de monseñor Reig por el arte y la historia hicieron que llegara  ser académico correspondiente de la de Historia, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. En 1923 coronó, con asistencia de los reyes y del nuncio, a la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia.