lunes, 28 de noviembre de 2022

Soledades monásticas

Vivimos en una sociedad frenética, llenos de ruidos, urgencias inaplazables, prisas y carreras para todo; sometidos a la acción-reacción constante de las redes sociales, a la tiranía de los correos electrónicos o a la inmediatez del “guasapeo” que nos hace vivir pegados al móvil las veinticuatro horas del día. Es por ello cada vez más necesario saber desconectar, encontrar momentos de tranquilidad, sosiego y silencio, de apagón del teléfono, para mirar nuestro interior y reposar el cuerpo y el espíritu. Un espacio privilegiado para ello son los monasterios. Cuando puedo, trato de escaparme a alguno, buscando, en su calma, hallar la soledad sonora que restaura la paz del corazón. Tras el paréntesis de la pandemia, he podido recuperar esta buena tradición en un enclave excepcional, el monasterio de Santa María del Paular.

Se trata de un espacio verdaderamente maravilloso. Está ubicado en pleno valle del río Lozoya, en la sierra del Guadarrama, rodeado por montañas cubiertas de bosques de coníferas y árboles caducifolios que, en el estallido otoñal, se revisten de oro, mientras los campos, fecundados por las hojas secas, generan ubérrimos diferentes tipos de setas y hongos. El rumor de las aguas, crecidas por las últimas lluvias, ejecuta una gozosa melodía que mece el corazón mientras serena la vista.

Real Monasterio de Santa María del Paular
En este “locus amoenus” se yergue, esplendido, el Real Monasterio, la primera cartuja que hubo en Castilla, mandada erigir en 1390 por el rey Juan I, quien, con su política de renovación religiosa, puso las bases de la Reforma católica en España, culminada posteriormente por Isabel la Católica y el cardenal Cisneros. Protegido por la dinastía Trastámara, el cenobio se fue enriqueciendo con un magnífico patrimonio artístico hasta que la Desamortización de Mendizábal suprimió la comunidad de monjes y vendió y dispersó gran parte de las obras de arte que albergaba. El lamentable estado de abandono al que llegó generó una fuerte campaña en la opinión pública, en la que intervino la Institución Libre de Enseñanza, hasta que el Estado inició su recuperación, completada con la restauración de la vida monástica con la llegada de los benedictinos.

A pesar de las pérdidas, el monasterio alberga aún verdaderas joyas. En la iglesia, traspasada la verja gótica forjada por el monje rejero Francisco de Salamanca –autor también de la de Guadalupe-, encontramos una espléndida sillería, pero sobre todo, podemos extasiarnos con el maravilloso retablo de alabastro policromado, la auténtica obra maestra del monasterio. Tras él se esconde la exuberancia barroca de la capilla del Sagrario, de Hurtado Izquierdo, con su extraordinario trasparente. El claustro, que ha recuperado recientemente la serie pictórica sobre la historia cartujana que creó Vicente Carducho, sorprende por la variedad y fantasía de sus bóvedas de crucería, de desbordante imaginación, o la bóveda de artesa, única en su género, que da acceso al mismo. Todo envuelto en las melodías gregorianas de los monjes.

El Paular, un lugar privilegiado para encontrar la paz.


Mundial en Catar

 Comparto la columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Supongo que para mucha gente, en estos tiempos en los que el “panem et circenses” es el fútbol, no será más que una de las muchas contradicciones que hay que cabalgar en la relativista cultura contemporánea. Pero a poco que tengamos un mínimo de sensibilidad social no deberíamos permanecer indiferentes ante lo que se está perpetrando, paradójicamente en un ámbito que proclama valores, como el deporte. Sí, me refiero al Mundial de Catar –esta es la forma correcta de su nombre en castellano, no Qatar-, que ha logrado batir muchos records, y no precisamente deportivos.

Sin entrar en la exactitud de las cifras -probablemente nunca las sepamos-, el que unas 7000 personas hayan podido morir en unas condiciones de trabajo muy cercanas a la esclavitud deberían haber bastado para que, al menos la sociedad europea, que presume de defender los Derechos Humanos y que en otras cuestiones suele tener la piel muy fina, se hubiera movilizado frente a tal brutalidad. Es cierto que en algunos países, e incluso dentro del mundo del fútbol, se ha cuestionado la participación en el Mundial. Pero las repercusiones prácticas han sido nulas. En cualquier caso, contrasta con el inexplicable ausente debate en España al respecto, como si lo que sucede en aquellos lejanos desiertos no nos atañese. Y puede que esto sea lo cierto, pero en ese caso, extraña que otras causas, tan lejanas o más, e incluso menos sangrantes, causen movilizaciones, al menos en las redes sociales.

Pero es que junto a la explotación laboral que se ha producido para construir las instalaciones que deberían mostrar al mundo la maravillosa imagen de un paraíso arrebatado, a fuerza de petrodólares, al desierto, está la falta de reconocimiento de Derechos Humanos básicos, comenzando por los de las mujeres –se ve que las cataríes más que hermanas son primas lejanas mentirosas- y las minorías étnicas y religiosas, los sindicales o la homofobia legal –siete años de prisión-, ante los cuales se disimula. Ausencia en la práctica, pero también en la teoría, aceptando sin escándalos –hipócritas por otro lado- declaraciones de altas figuras del emirato que, al menos en España, serían constitutivas de delito. Ignoro si los jugadores, al comienzo de cada partido se pondrán de rodillas pidiendo perdón por los muertos, vestirán de negro o se colocarán brazaletes arcoíris, sobreactuaciones que no dejarían de ser más que “pellizcos de monja”, pues lo coherente hubiera sido no participar.

Justificar que la celebración del Mundial en Catar mejorará los Derechos Humanos en aquel país es una falacia. Rusia los albergó en 2018 y “contra facta non valent argumenta”. Podríamos señalar también los Juegos Olímpicos de Pekín, o los de Berlín en 1936. El intento de blanquear dictaduras a través del deporte es tan viejo como su utilización política desde las Olimpíadas griegas. Y lo seguirá siendo.

Porque la clave de todo ya la dio Quevedo, “poderoso caballero es don Dinero”.