miércoles, 26 de febrero de 2020

Miércoles de Ceniza


Un año más, en el cíclico fluir del tiempo, la primavera se acerca. Su luna llena será la señal de la celebración más importante para los cristianos, la Pascua, con su Semana Santa tan llena de arte, cultura y belleza, además de fe, y que adquiere un esplendor especial en nuestras viejas ciudades históricas. Pero como todo gran acontecimiento, es preciso prepararlo bien, con atención y profundidad. Cuaresma, cuarenta días que nos ofrecen la oportunidad de entrar en la vivencia personal de los días santos que se aproximan.
El pórtico de la Cuaresma es el Miércoles de Ceniza, con el rito de la imposición de ésta. Un signo sencillo, sobrio, que evoca el humus, la tierra de la que procede, en hermosa metáfora del Génesis, el ser humano. Tierra, barro modelado por el Alfarero divino, insuflada de espíritu vital, pero siempre quebradiza, frágil, imperfecta. Tierra que sin ese hálito se vuelve polvo. Y sin embargo, tierra capaz de florecer y germinar cuando es vivificada por el Agua, signo del Espíritu divino.
“Recuerda que eres polvo”. Frente a la soberbia y autosuficiencia con la que construimos nuestro proyecto vital en muchas ocasiones, el recuerdo de nuestra limitación. Y la limitación máxima, “al polvo volverás”, el encuentro con la finitud, el saber que nuestro paso por este mundo es fugaz. Sin embargo, el camino cuaresmal no es una autonegación masoquista ni un complacerse en lo negativo. Todo lo contrario. La luz de la Pascua,  la victoria del Crucificado-Resucitado, es la que permite avanzar con esperanza gozosa. No es la negación de la vida, sino su afirmación; no es el rechazo de lo humano, sino su exaltación a lo divino, rompiendo las ataduras de la biología, permitiendo una metamorfosis de la que la persona, siendo la misma, renace transfigurada para una proyección existencial más allá del tiempo y del espacio. La fórmula "conviértete y cree en el Evangelio", nos recuerda que la Cuaresma es un momento para adherirnos al mensaje de Cristo de un modo vital, a renovar la fe recibida en el Bautismo, a dejar que el agua purificadora que nos engendró y lavó se derrame de nuevo sobre nosotros en la eficacia del sacramento de la reconciliación.

El papa Francisco imponiendo la ceniza
La Cuaresma no es el intentar aplacar el enojo eterno de un Dios castigador, sino la purificación de los egoísmos para sentir el abrazo de un Padre misericordioso que sale corriendo a nuestro encuentro. Subimos a Jerusalén, y para recorrer ágiles el sendero es preciso quitar pesos superfluos, ataduras que nos esclavizan, vendas que nos impiden ver al hermano herido en el camino. Ayuno, limosna, oración, tres cimientos sobre los que construir nuestro camino hacia la Pascua. Ayuno, no sólo de alimento, sino de tantas cosas que creemos que nos sacian, y sin embargo nos dejan hambrientos. Ayuno que, liberándonos de lo innecesario, se convierte en limosna que alimenta al hermano, limosna de dinero, de tiempo compartido, de atención a enfermos, ancianos, marginados. Oración que es encuentro con el Totalmente Otro que ha querido hacerse entrañablemente cercano, compartiendo nuestra realidad hasta lo más hondo, sabiendo de dolor, sufrimiento, incomprensión; diálogo profundo que escucha en el silencio y responde desde el amor.
Cuaresma, tiempo de desierto para reconciliarnos no sólo con Dios, sino también con nosotros mismos, con los demás y con la Creación. Tiempo para alimentarnos más de la Palabra de Dios, para dejar que esta sea el pan y el agua que sacie nuestra hambre y nuestra sed espiritual.


sábado, 15 de febrero de 2020

Nostalgia de la Revolución

Os comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Estos días estoy explicando a mis alumnos universitarios lo que el historiador Hobsbawm denominó “la era de la revolución”, ese periodo que, con la guerra de Independencia norteamericana como punto de arranque, se extendió por la vieja Europa desde 1789 a 1848. Un periodo fascinante, uno de los momentos de mayores transformaciones de la historia de la Humanidad, en el que un mundo se derrumbó y dio a luz a una etapa nueva. Toda una construcción social, política, económica, cultural, como era el Antiguo Régimen, elaborado a lo largo de los siglos que sucedieron al derrumbe del Imperio Romano, fue sustituida por nuevos modelos de hacer la política, de entender la economía, de estructurar la sociedad y de comprender la cultura.
En este proceso, uno de los momentos más decisivos fue la Revolución francesa. No voy a impartir aquí, obviamente, una lección sintetizada de la misma. Todos somos conscientes de sus repercusiones, algunas, referentes al patrimonio toledano, lamentablemente evidentes, pues una de las consecuencias de ella, las guerras de Napoleón, hizo que, con la llegada de las tropas del emperador, desaparecieran, por robo o por destrucción, elementos muy significativos de nuestro arte, como el antiguo convento de San Agustín o el riquísimo conjunto de pintura, retablos, libros y documentación, junto a uno de los claustros, de San Juan de los Reyes.
Sí quiero, sin embargo, evocar una de las aportaciones más valiosas nacidas de aquella vorágine que atravesó Europa. La Revolución, frente a la anterior estratificación social por órdenes, (clero, nobleza, estado llano), frente a la diversidad jurisdiccional y el conjunto de derechos, privilegios, fueros y franquicias que beneficiaban a territorios, lugares, ciudades, estamentos, trajo el reconocimiento de que es el ciudadano el sujeto de los derechos y obligaciones. A pesar de la imperfección de su aplicación inicial, pues la ciudadanía estaba restringida por motivos económicos o de sexo, esta idea ha ido ampliando poco a poco su contenido, hasta alcanzar a todo el conjunto de la población, entendida como un colectivo de ciudadanos libres e iguales, sujetos de derechos y obligaciones, sometidos a una misma legislación que no hace distingos entre lugar de nacimiento, clase social, sexo o religión.

La toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789
Por ello, cuando en una especie de espiral neoforalista, de nuevo se reclaman para según qué territorios una serie de derechos históricos, hacienda propia, privilegios legales, hay que reivindicar el viejo legado de aquellos hombres y mujeres que se levantaron frente a las desigualdades.
Debemos recordar que no son los territorios los sujetos de derechos, sino todos y cada uno de los ciudadanos, en su individualidad. Porque derechos históricos tenemos todos ¿o Toledo no tuvo fuero en la Edad Media? ¿No lo tuvo, e importante, Sepúlveda? ¿No es el fuero de Logroño (1095) inspirador de los vascos?
Una sociedad moderna, avanzada, ha de conocer, y bien, su historia. Pero ésta no puede ser nunca justificación para crear desigualdades entre sus ciudadanos.