jueves, 31 de diciembre de 2015

La ausencia de ética en el liderazgo político en contextos democráticos: entre Richard Nixon y House of Cards

La figura del presidente Richard Nixon nos invita a reflexionar acerca del papel de la ética, su ausencia o no, en el desempeño del liderazgo político. Es un viejo tema, ya presente en la literatura acerca del gobierno en la antigüedad (en Egipto, el libro La Historia de Unamón, o las reflexiones sapienciales bíblicas), en la Grecia clásica (Platón, en La República) o Roma. Asimismo en la tradición cristiana medieval. Siempre insistiendo en la adecuación a un ideal ético, moral o religioso, que asegurara una actuación recta. Sin embargo la experiencia, también atestiguada desde el más remoto pasado, nos presenta que con frecuencia sucede todo lo contrario, que el político actúa de un modo éticamente incorrecto o religiosamente pecaminoso. Será Maquiavelo el representante más destacado de una reflexión que asumiendo esta realidad, la considere “buena”, e incluso necesaria, para el desempeño del poder.
Es así que llegamos a la cuestión de la ausencia de ética que comprobamos, en bastantes casos (otros no salen a la luz) en la actuación de muchos políticos. En el contexto actual esa ausencia de ética, manifestada en la corrupción, es una de las causas principales de descrédito de la clase política, tanto en España como en nuestro contexto occidental. Corrupción que en muchos casos se refiere al ámbito de lo económico, pero que atañe también a comportamientos, actitudes, actuaciones, muy diversas. El caso de Nixon es, en este sentido, paradigmático. El escándalo del Watergate, las escuchas al Partido Demócrata, no tenían un sentido económico (al menos inmediato, pues la pérdida o mantenimiento en el poder es siempre fuente de beneficio pecuniario), pero demostraban una falta de ética que la opinión pública consideró inadmisible y aún más las obstrucciones del presidente a la acción de la justicia, lo que finalmente, le obligó a dimitir.

La serie norteamericana House of Cards[1], nos muestra, desde el ámbito de la creación cinematográfica y de la ficción, cómo puede llegar a funcionar el mundo de la alta política, con las figuras del congresista Francis Underwood y su esposa Claire, quienes no se detienen ante nada, con tal de lograr sus objetivos políticos, reflejando un mundo de corrupción ética, moral, en la que está presente el sexo, el dinero, etc.
Con ambos ejemplos podemos preguntarnos qué clase de políticos tenemos y qué clase de políticos querríamos (y deberíamos) tener. ¿Podríamos considerar a Nixon, quien ya en su juventud inició su carrera de forma poco ética, ocultando el pasado de Allen Dulles, como un líder? ¿Podría serlo el congresista Underwood? Sin duda son políticos, de los que tal vez Maquiavelo se sentiría orgulloso. Pero, en una sociedad democrática, madura, ¿hemos de asumir, sin más, la existencia de estos políticos, cuya actuación éticamente dudosa, antes o después, desborda el ámbito de su vida privada? Si tratamos de aplicarles las características de lo que ha de ser un líder, hemos de decir que ni Nixon, en la realidad, ni Underwood en la ficción, son verdaderos líderes.
En un contexto democrático, sin embargo, tenemos una ventaja. La ciudadanía puede, y debe exigir, a sus representantes, un comportamiento adecuado. No se trata de que sean unos santos o unos ascetas, sino que, en su actuación y compromiso, respondan a las exigencias éticas de una sociedad madura. Empezando por el cumplimiento escrupuloso de la Ley, buscando el servicio público ante todo, no el mero medro personal; anteponiendo el bien de la “res pública” a otros intereses, personales o de partido. Y la ciudadanía, si es madura y políticamente responsable, ha de exigir que esto sea así, y en el caso contrario, pedir las responsabilidades, del tipo que fueren, comenzando por las penales. El ejemplo “tóxico” de Nixon, se vuelve, de nuevo, modélico, por la exigencia de la sociedad norteamericana a que el presidente asumiera su responsabilidad y dimitiera. Si por estos lares hispanos tuviéramos el mismo nivel de exigencia, tal vez se hubieran cortado muchos de los casos de corrupción que nos salpican; pero la reelección de candidatos y los votos a partidos marcados por la misma, indican que, por un lado, nos falta madurez y exigencia democrática, y, por otro, que, desgraciadamente, quizá tengamos lo que nos merecemos.



[1] Me baso en la serie norteamericana, no en su precedente británica

viernes, 11 de diciembre de 2015

"Por Dios y la Patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España Nacional"

Acaba de salir publicado mi último libro, "Por Dios y la Patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España Nacional", segunda parte de mi tesis doctoral, defendida en 2010. Presento una pequeña síntesis de su contenido:


Si existe una figura clave en la historia de la Iglesia española durante la segunda mitad de los años treinta, esa es la del cardenal Isidro Gomá y Tomás. Llamado, desde una pequeña diócesis, Tarazona, a la cúspide de la jerarquía de la Iglesia en España, al ser nombrado arzobispo de Toledo y primado del país, a partir del estallido de la guerra civil, tanto los obispos españoles como el Gobierno militar surgido del golpe de Estado del 18 de julio, vieron en él la cabeza natural de la Iglesia española, el encargado de dirigirla en uno de los trances más difíciles de su historia y el interlocutor natural con el que había que tratar las cuestiones eclesiásticas. Este mismo papel interlocutor fue asumido por el cardenal en relación a la Santa Sede, que le nombró su representante oficioso ante el Gobierno de Franco. Apologista de la España nacional, autor de la Carta Colectiva de 1937, tuvo, sin embargo, que enfrentarse al creciente auge de Falange y su proyecto fascistizador, que veía tan peligroso y antinacional como el republicano, en un proceso cargado de tensiones que llevaría a la prohibición y censura, al acabar la guerra, de una importante pastoral del primado. En la presente obra su autor analiza, al hilo de la biografía del cardenal, las luchas y enfrentamientos soterrados, que, bajo la aparente concordia entre la Iglesia y el Estado, trataban de definir cual sería el rumbo del país, una vez finalizado el conflicto.

DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, "Por Dios y la Patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España Naciona", Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo, 2015, pp. 440. ISBN: 978-84-15669-37-1

e-mail: publicaciones@itsanildefonso.com
www.itsanildefonso.com

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Acerca del libro "Anticlericalismo y crítica social: el sacerdote republicano Hugo Moreno López/Juan García Morales"

Uno de los ámbitos más prometedores de la actual historiografía española es el del análisis y exploración de la diversidad existente en el mundo católico, pues, dentro de los prejuicios más extendidos, a nivel histórico, sobre la Iglesia en España, ha sido el de suponer al catolicismo español una homogeneidad total, considerarlo una realidad monolítica, sin fisuras. Sin embargo la paulatina puesta al día de la historiografía española en el ámbito de los estudios acerca del catolicismo, alcanzando poco a poco niveles homologables con la producción de otros países, como Francia o Italia, está descubriendo la falacia de esta imagen, y poniendo en valor la existencia de una gran pluralidad en el seno de la Iglesia, que desmiente esa idea de monolitismo eclesial.

En este sentido, los recientes estudios y publicaciones sobre aquellos clérigos que durante la Segunda República y la guerra civil tomaron partido por la opción republicana, está abriendo un novedoso e interesante campo de investigación y estudio. Dentro de los mismos ha de insertarse el reciente estudio del doctor Antonio César Moreno Cantano sobre el sacerdote Hugo Moreno, más conocido por el seudónimo, que empleaba en la prensa, de Juan García Morales.
A lo largo de cinco capítulos, el doctor Moreno Cantano nos presenta la evolución de Hugo Moreno, desde sus inicios como sacerdote en la diócesis de Almeria, hasta el final de su camino, en el exilio francés, pasando por su compromiso con el catolicismo social, su inserción en los círculos literarios de Madrid, su violento anticlericalismo publicista y su actividad como propagandista al servicio del bando republicano.
Se trata de un interesante libro, continuación y complemento de la obra coordinada por el propio Moreno Cantano junto a Feliciano Montero y Marisa Tezanos "Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la guerra civil", que nos aporta nuevas perspectivas sobre la realidad sociológica del clero español, y nos descubre un fascinante, y aún casi inexplorado, ámbito de investigación, llamado, en el futuro, a enriquecer de modo substancial la historiografía española.

Moreno Cantano, A. C., Anticlericalismo y crítica social: el sacerdote republicano Hugo Moreno López/Juan García Morales (1883-1946), Muñoz Moya Editores, Sarrión 2015

sábado, 7 de noviembre de 2015

El "Catálogo del Archivo de la Capilla de Reyes en la Catedral de Toledo"

El archivo capitular de Toledo es, por su riqueza documental y bibliográfica, uno de los grandes archivos españoles, no exclusivamente de los del ámbito eclesiástico, y la consulta de sus fondos resulta imprescindible para conocer la historia, economía, cultura, etc. no sólo de la diócesis primada, sino de toda España.
Ya desde hace unos años, el archivo, bajo el patronazgo del cabildo catedral, ha iniciado una serie de publicaciones destinadas a dar a conocer la gran riqueza que atesora, dentro de la colección Primatialis Ecclesiae Toletanae Memoria. Publicados ya la Guía del Archivo y Biblioteca Capitulares (2007), del Archivo de la Capilla de San Pedro de la catedral (2007), juntamente con otros catálogos, como el de impresos (2009) o los códices de la Capilla Sixtina de Roma que se conservan en Toledo (2011), acaba de salir a la luz el Catálogo del Archivo de la Capilla de Reyes, obra de los historiadores Jaime Colomina Torner y Mario Arellano

La Capilla de Reyes de la catedral de Toledo es una de las cuatro capillas reales funerarias existentes en España, junto a las de Sevilla, Granada y San Lorenzo de El Escorial. Tras la reforma del cardenal Lorenzana, de 1794, reunía las tres anteriores fundaciones hechas en la Edad Media en la catedral primada, la Capilla de Reyes Viejos, fundada por Sancho el Bravo en 1295; la de la reina Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III, creada en 1415; y la de Reyes Nuevos, que acabó dando nombre a las tres, fundación de Enrique II, en 1374.
Las tres capillas generaron una voluminosa documentación, muy rica y variada, que los autores nos presentan a lo largo de las 564 páginas del libro, agrupada en expedientes de limpieza de sangre y en libros y documentos. Sólo los libros suman un total de 59 para la de Reyes Viejos, 38 para la de la reina Catalina y 159 en la de Reyes Nuevos. Tenemos información acerca de fiestas reales, pleitos, ejecutorias, pensiones, calidad de los capellanes, etc. Un conjunto documental hasta ahora desconocido, pues su ubicación, en el techo de la sacristía de la actual capilla de Reyes impedía su consulta, y que, sin duda, serán de gran ayuda para conocer mejor no sólo la compleja vida de la catedral toledana, sino también la sociedad castellana y española del final de la Edad Media y de la Edad Moderna. 

COLOMINA TORNER, J.-ARELLANO GARCÍA, M. Catálogo del Archivo de la Capilla de Reyes en la Catedral de Toledo, Cabildo Primado. Catedral de Toledo, Toledo 2015

jueves, 29 de octubre de 2015

El Metz Yeghern (el genocidio de los armenios en 1915): a cuenta de un libro de Andrea Riccardi

Una de las ventajas que tiene viajar por Italia en tren es la posibilidad de leer largo y tendido. Ayer, mientras iba y regresaba de Roma a Foligno, ciudad situada en el centro de la hermosa región de Umbria, pude completar la lectura, iniciada hace pocos días, del impactante libro de Andrea Riccardi, La strage dei cristiani. Mardin, gli armeni e la fine di un mondo (Bari, Editori Laterza, 2015, 228 pp.), un riguroso estudio de uno de los aspectos más desconocidos del genocidio contra los armenios ocurrido en el Imperio turco en 1915, el de la persecución de otras minorías cristianas en la ciudad de Mardin.

El libro de Riccardi es estremecedor. Hacía tiempo que un estudio histórico no me impresionaba tanto. A lo largo de ocho capítulos hace un dramático recorrido que nos lleva, desde una ciudad en la que secularmente vivían, junto a los musulmanes, diversas comunidades cristianas, cuya presencia era, en su mayoría, anterior al Islam, a la práctica eliminación de las mismas,y hasta la actual tímida reivindicación de la impronta cristiana, cuya huella se quiso borrar.
Basado en una rica y amplia documentación, Riccardi nos muestra cómo el objetivo de los nacionalistas turcos que, desde Constantinopla, aprovechando la autoridad religiosa del sultán y la fatwa contra los cristianos al entrar en la Gran Guerra, decretaron la deportación y exterminio armenio, no era sólo eliminar al que podía ser un enemigo interior potencial, el pueblo armenio, del que temían se aliara con los rusos, o pretendiera crear un estado cristiano en Anatolia, como los recientes independizados en los Balcanes, sino que su finalidad era acabar con otras minorías cristianas, que suponían un obstáculo en su proyecto de convertir el multiétnico y plurirreligioso Imperio Otomano en una nación turca plenamente homogeneizada. De este modo caldeos, asirios, siro-ortodoxos, católicos y protestantes, sufrieron deportaciones, asesinatos, pérdida de propiedades, aún cuando se considerasen fieles súbditos del sultán.
Una realidad en gran medida desconocida en Occidente, que sólo ahora, y a raíz del centenario del genocidio armenio, comienza a salir a la luz. Una realidad, por otra parte, dolorosamente actual, pues muchos de los supervivientes a aquellas matanzas, instalados en Siria o en Irak, se están viendo sometidos a la misma tesitura de expulsión, asesinatos o conversión forzada al Islam. Unas poblaciones que, después de milenios en el próximo Oriente, se ven obligadas a abandonar sus tierras seculares. Un genocidio humano, una catástrofe histórica y una desolación cultural ante la que seguimos cruzados de brazos o sumidos en estériles lamentaciones. El libro de Riccardi puede ser un aldabonazo a nuestras conciencias y un recordatorio de que la historia es mucho más compleja de lo que nos quieren hacer creer. 

lunes, 26 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (III)


La prensa católica

El 15 de febrero de 1924 escribió el cardenal al nuncio Tedeschini informándole de la convocatoria de la Asamblea Nacional de la Prensa Católica. Como señalaba Reig en la convocatoria oficial que firmó el 11 de febrero, personas y entidades relacionadas con la prensa católica le habían sugerido la idea de reanudar las asambleas que habían comenzado a reunirse en Sevilla y Zaragoza y que habían dado resultados muy positivos, no sólo con la multiplicación de periódicos y revistas, sino también con el surgimiento de instituciones como Ora et Labora, la Agencia de Información “Prensa Asociada”, el Tesoro de la Buena Prensa, la Cofradía de Legionarios y el Día de la Prensa Católica. La reunión pretendía poner las bases de la coordinación de todos los elementos que integraban la prensa católica, en sintonía con los planteamientos expuestos por él mismo al comunicar el encargo recibido de Roma de dirigir la Acción Católica.
El comité organizador estaba formado por el obispo auxiliar, Rafael Balanzá como presidente; el deán José Polo Benito, como vicepresidente; Ramón Molina, director de El Castellano, tesorero; secretario, Sixto Moraleda y como vocales, Pablo Sáenz de Barés, director de la Prensa Asociada; Pedro Dosset, de la comisión de custodia del capital de la Agencia Católica de Información e Ildefonso Montero.

Montero había sido el fundador de la obra Ora et Labora, destinada a promover la prensa católica, de un modo especial a través del Día de la Prensa Católica, que se celebraba el 29 de junio, solemnidad litúrgica de los santos apóstoles Pedro y Pablo; era asiduo participante en congresos internacionales, en los que también intervino como conferenciante, como en el de Lugano, en agosto de 1924, donde propuso la creación de una estación emisora, internacional y políglota, de telefonía inalámbrica. En 1925, con el beneplácito del cardenal arzobispo de Sevilla, Montero se trasladaría a Toledo, llevando consigo la institución Ora et Labora, junto con todas sus obras.

Ildefonso Montero
En marzo el cardenal presidió en Madrid, en el palacio de Cruzada, la primera junta general preparatoria de la Asamblea. Reig expuso el objeto de la misma, esperando que, a pesar de la larga interrupción sufrida en la celebración de las Asambleas de Prensa, fuera un éxito. Se preparó un cuestionario con diversas preguntas sobre los periodistas, las publicaciones, las uniones prácticas, así como acerca de la creación de una comisión permanente. Los trabajos que se presentasen debían ser de dos tipos: memorias, más o menos extensas, con sus correspondientes conclusiones, y, en segundo lugar, conclusiones en forma de proposiciones a la Asamblea.
Al firmar la circular sobre la celebración del Día de la Prensa, el 28 de mayo, el primado invitaba a los fieles de la archidiócesis a que debido al hecho de tener lugar en la misma la Asamblea Nacional, dicho Día se celebrara con excepcional interés y celo por su fruto más copioso, por lo que invitaba a todos a redoblar esfuerzos y generosidad ante la necesidad de atender con las oraciones, la propaganda y la ayuda económica a los que “luchan incesantemente por la buena causa (de la prensa católica)”. El 14 de ese mismo mes había recibido una carta del cardenal secretario de Estado, en la que Gasparri señalaba el interés del papa por el fomento de la prensa católica, y recordaba al primado como ésta tenía una verdadera misión doctrinal, como auxiliar de la tarea de los obispos, de modo que a ellos estaba subordinada, a la vez que la consideraba “un verdadero apostolado contra el escepticismo de la pseudociencia naturalista, positivista y atea”.
El día 12 de junio comenzaba en Toledo la Tercera Asamblea Nacional de la Prensa Católica, prolongándose a lo largo de los días 13, 14 y 15, concurriendo a la misma una nutrida representación del episcopado español y de profesionales del periodismo, entre los que abundaban sacerdotes, celebrándose las sesiones en el seminario conciliar. La mañana del primer día fue dedicada a la celebración de un retiro espiritual para periodistas y propagandistas, dirigido por el padre Remigio Vilariño. Por la tarde, bajo la presidencia del primado, acompañado de los obispos de Málaga, Coria y el auxiliar de Toledo, tuvo lugar la sesión de apertura, en la que, tras las palabras de saludo del deán de Toledo, José Polo Benito, pronunció un discurso Manuel Simó Marín, fundador del Diario de Valencia. El segundo día, antes de las reuniones por grupos, el obispo de Málaga presidió en la capilla del seminario una misa de comunión, en la que predicó sobre la caridad entre los católicos; esa tarde, Ángel Herrera Oria dio una conferencia. Al día siguiente, el encargado de pronunciarla fue Manuel Senante, director de El Siglo Futuro, quien habló acerca de la prensa católica según las enseñanzas de los papas. El obispo de Jaca, en la plática de la misa de comunión del último día, se refirió a la necesidad de la unión entre todos los católicos. Por la tarde, en la sesión de clausura, fueron leídas por parte de Ildefonso Montero, como secretario general, las conclusiones de la Asamblea, y tras su ratificación, el padre Luis Urbano resumió la labor realizada esos días, animando a todos, sacerdotes y periodistas, a seguir “combatiendo” en el campo del periodismo.
En la reunión toledana se discurrió por cauces distintos a las anteriores Asambleas, oficializándose la denominación prensa católica, se ratificó la labor desarrollada desde los seminarios, la importancia de las hojas parroquiales repartidas gratuitamente; se propuso fundar una revista infantil nacional y que los colegios de secundaria contasen con su propia publicación; la creación de una agencia de publicidad y la potenciación del Día de la Prensa.
A partir de este momento, Reig comenzó a dar pasos para concretar lo anunciado en febrero de 1924, al hacerse cargo de la dirección de Acción Católica, compromiso personal ratificado en la clausura de la Asamblea. El tema fue abordado en algunas de las reuniones celebradas por los metropolitanos tras la Asamblea de Toledo. En la reunión de los metropolitanos, celebrada en Madrid, en el palacio de Cruzada, los días 25 al 27 de noviembre de 1924, se acordó que el cardenal Reig constituyera la Junta Nacional de la Prensa Católica, determinara sus atribuciones y señalase los medios de subsistencia; la Junta daría cuenta de su gestión a los metropolitanos cada vez que estos se reunieran. En la siguiente conferencia, celebrada igualmente en Madrid, entre el 31 de marzo y el 1 de abril de 1925, los metropolitanos fueron informados por el primado de sus trabajos para la constitución de la Junta y de las gestiones que estaba realizando, así como las atribuciones que tendría, entre las que se incluían el intervenir en la Agencia Católica nacional, la Agencia Católica internacional, las nuevas publicaciones que conviniera crear o fomentar, como una femenina y un rotativo de la noche, así como la coordinación de las diversas obras de prensa; todo ello contó con el asentimiento de los metropolitanos. Asimismo, como ya hemos visto, de acuerdo con el cardenal Ilundain, arzobispo de Sevilla, la dirección y organización del Día de la Prensa y la propia institución Ora et Labora se trasladaron a Toledo, siendo nombrado su director, Ildefonso Montero, dignidad de tesorero del cabido de la catedral primada. De este modo la XI edición del Día de la Prensa Católica se organizaría ya desde Toledo.
El cardenal Reig y Casanova          
El 9 de noviembre de 1925 el cardenal Reig firmaba el decreto por el que se creaba la Junta Nacional de Prensa Católica, cuyos fines eran ejecutar los acuerdos de las tres Asambleas Nacionales de Prensa, además de preparar la Asamblea siguiente, coordinar e inspeccionar todas las entidades y obras de la prensa católica española, junto al cumplimiento de los cometidos que, en relación con la prensa, le hiciese el Director Pontificio de Acción Católica; se compondría de un presidente, un vicepresidente, un tesorero, un secretario y varios vocales designados por el cardenal, más otro vocal elegido por los periodistas católicos de España; se reuniría en pleno cuatro veces al año, funcionando permanentemente una comisión delegada; anualmente daría cuenta al primado de la gestión durante el año anterior. El presidente sería el recién preconizado obispo de Salamanca, Francisco Frutos Valiente; el vicepresidente, José Luis de Oriol, fundador de la editorial Voluntad, de Madrid; tesorero, Carlos Rodríguez Sampedro, presidente del consejo de administración del diario Región de Oviedo; secretario, Ildefonso Montero, tesorero de la catedral de Toledo, constituyendo todos ellos la comisión delegada; los vocales eran Ramón Albó, Francisco Javier de Aznar, el conde de Casal, Rafael Marín, el marqués de Pidal, Luis Martínez Kleisser, José de Medina Togores y César de la Mora Abarca; la junta constituyó su domicilio social en el palacio de la Cruzada, en la plaza del conde de Barajas, 8, de Madrid. Al año siguiente, en octubre, al reorganizarse la Acción Católica española, con el fin de coordinar y concertar una acción común, la Junta Nacional de Prensa Católica quedaría incorporada al organismo único de la Acción Católica, en el que se integraban todas las asociaciones existentes.
El 4 de mayo de 1926 al escribir la circular sobre el Día de la Prensa Católica, recordaba Reig que ese año se cumplía su décimo aniversario y cómo había pasado ya a ser, entre los católicos españoles, una jornada destinada reflexionar sobre los deberes que les incumbían para con la prensa católica, el medio, a su juicio “más eficaz para preservar o sanear la mentalidad del pueblo” e insistía en su íntima conexión con la Acción Católica, lo que había determinado que la dirección y organización del Día se trasladase a Toledo. Reig, agradeciendo la labor realizada hasta entonces por el arzobispo hispalense, trataría de imitarle y se proponía promover la celebración, para lo que consideraba indispensable el tener extendida por toda España la red de una prensa robusta y coordinada. El 19 de marzo de 1927 escribía el cardenal Reig sobre el Día de la Buena Prensa de ese año, insistiendo en que no se podía concebir una Acción Católica robusta, organizada y armónica, tal y como quería el papa y él mismo procuraba, si no se contaba, como instrumento de desarrollo de la misma, de una prensa católica adecuada, invitando por ello, y siguiendo la finalidad de la jornada, a la oración, a la propaganda y  a la realización de la colecta, animando a la creación de las juntas locales de preparación que, a los actos religiosos y colecta unieran otros de propaganda, a que en las capitales de las diócesis se unieran los periodistas católicos en una asociación profesional o en una hermandad bajo la protección de san Francisco de Sales.

lunes, 19 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (II)


Cardenal y arzobispo primado

En el consistorio de 11 de diciembre de 1922 el papa Pío XI le creó cardenal de la Iglesia romana; pocos días después, el 14 del mismo mes, le preconizó arzobispo de la silla primada de Toledo, vacante tras el fallecimiento, el 21 de enero de ese mismo año, del cardenal Enrique Almaraz y Santos. La provisión de Toledo a favor de Reig se hizo después de que la intervención del nuncio Tedeschini logrará imponer su candidatura, con el apoyo del rey Alfonso XIII, y frente al criterio del Gobierno, que prefería al arzobispo de Burgos, cardenal Benlloch.
El día 14 de diciembre recibió el solideo de manos del conde Angelo Valentini, guardia noble de Su Santidad, en la catedral metropolitana. Desde Valencia, el nuevo cardenal se trasladó a Madrid, con el fin de recibir del rey Alfonso XIII la birreta cardenalicia, en ceremonia celebrada en la capilla del Palacio Real, el día de Navidad. El solemne acto comenzó a las once de la mañana, con la asistencia de los reyes, varios infantes, el arzobispo dimisionario de Valencia, Nozaleda, el de Valladolid, el obispo de Madrid, grandes de España, las damas de la corte y altos palatinos. La ceremonia se inició con la presentación al rey del breve pontificio por parte del ablegado monseñor Domenico Spada; el monarca lo entregó al caballero calatravo y secretario de la real capilla, Gonzalo Morales de Setién para de diera lectura al mismo, y a continuación el ablegado pronunció un discurso en latín, tras el cual el arzobispo electo se acercó al monarca, quien le impuso la birreta; a continuación el nuevo cardenal pronunció un discurso, para después revestirse en la sacristía con la púrpura y regresar junto a los reyes para participar en la misa.
La imposición del capelo cardenalicio tuvo lugar en Roma, en consistorio público, celebrado en mayo de 1923 en la basílica de San Pedro, siendo agregado a las congregaciones de Sacramentos, Concilio y Fábrica de San Pedro y recibiendo el título de San Pietro in Montorio.
Antes de entrar en su diócesis tuvo que actuar ya como cabeza del episcopado español ante el proyecto del Gobierno de la Concentración Liberal de reformar el artículo 11 de la Constitución, con el objeto de ampliar la libertad religiosa, proyecto que suscitó la oposición frontal, tanto de la Santa Sede como del episcopado español. Roma entendía que dicha reforma modificaría el artículo primero del Concordato de 1851, lo que equivaldría a la denuncia implícita del mismo. El nuncio Federico Tedeschini escribió a todos los obispos españoles con el fin de informarles, recibiendo la adhesión de los mismos. Los metropolitanos decidieron nombrar una comisión, formada por el cardenal Reig y el cardenal Benlloch, arzobispo de Burgos, quienes se entrevistaron con el presidente del consejo de ministros, Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas, exponiéndole la opinión del episcopado español, totalmente contraria a la reforma, e indicándole que si esa era la intención del Gobierno, los obispos se dirigirían a los fieles para manifestarles que no podían votar a los candidatos partidarios de la reforma. Además los metropolitanos, en su reunión de principios de febrero de 1923, decidieron elaborar un documento dirigido al presidente del consejo de ministros, que preparó Reig, quien lo remitió al nuncio y después incorporó las correcciones que Tedeschini le sugirió. Pero antes de que pudiera enviarlo, el cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza le escribió el 26 de marzo, diciéndole que se debía esperar a que el Gobierno hiciera la declaración ministerial y se viera si efectivamente pensaba realizar la reforma, y que, entretanto, él, aprovechando que tenía amistad con varios ministros, había dirigido al Gobierno una exposición privada, cuya copia remitía. Reig le contestó que iba a mandar el documento, dada la urgencia que le había manifestado el nuncio, aunque no se atrevía a incluir su firma si no le telegrafiaba, dando su conformidad. Pero el 29 de marzo Reig recibía la sorpresa de leer en la prensa la exposición del prelado de Zaragoza, ya que la Prensa Asociada, de la que disponía el cardenal zaragozano, había enviado copia casi íntegra a la prensa de provincias. Por todo ello Reig escribió al nuncio, indicando que se desentendía de toda futura acción colectiva, y haría por su cuenta lo que considerara procedente. Además justificaba esta decisión por un hecho acontecido el 6 de febrero; ese día, aniversario de la elección del papa, reunidos todos los metropolitanos, acordaron dirigir al cardenal secretario de Estado un telegrama de felicitación, que redactó el cardenal Benlloch, y que todos aceptaron, salvo el cardenal Vidal y Barraquer, quien protestó de la firma “Cardenal Reig, Arzobispo Primado” que el cardenal de Burgos había puesto, diciendo que él había jurado defender la primacía de Tarragona. Reig contestó que por su parte no tenía inconveniente en que se suprimiera lo de primado, a lo que el cardenal de Zaragoza replicó que, si la firma era solo de cardenal, le correspondía firmarlo a él, por ser el más antiguo, en vista de lo cual se decidió enviarlo sin firma. Finalmente Reig envió el 1 de abril el documento colectivo del episcopado, dirigido al presidente del consejo de ministros. Previamente otros prelados habían actuado, a título individual, como el de León, quien había enviado una carta confidencial al presidente del consejo, como diocesano suyo, rogándole que se opusiera a la reforma; lo mismo hizo el arzobispo de Valladolid, mientras que el de Jaca publicó una pastoral al respecto. Rápidamente se habló de crisis en el Gobierno, pues los ministros no se esperaban una actitud tan enérgica, y se empezaron a reunir rápidamente y consultarse. Melquíades Álvarez convocó en su casa a algunos de los principales miembros del partido, decidiendo de insistir en la reforma para no dar impresión de ceder ante la “rebelión de los obispos”. La tarde del 3 de abril se celebró consejo de ministros, que se prolongó más de cinco horas. El ministro de Hacienda, Manuel Pedregal, insistió en la reforma del artículo 11, mientras el resto de los ministros se mostraron disconformes, lo que llevó a la dimisión de Pedregal. Al día siguiente el presidente del consejo declaró que no se trataba de renunciar a la promesa de reforma, sino solo posponerla a otro momento más oportuno.

Entrada en la diócesis. Primeras actuaciones

El 24 de junio de 1923 entraba solemnemente en la capital de su archidiócesis, habiendo tomado posesión de la misma tres días antes, mediante poderes otorgados al deán de la catedral primada. El nuevo arzobispo llegó en tren desde Madrid; en la estación de Yeles y de Esquivias, límite ferroviario y diocesano de la provincia de Toledo por esa línea, fue recibido por el gobernador eclesiástico de la diócesis, José Rodríguez García-Moreno, el gobernador civil y el teniente coronel de la Guardia Civil. Al llegar a Toledo fue recibido por las autoridades locales en la estación de tren; a continuación, tras saludar uno a uno a los presentes, subió en compañía del alcalde a un automóvil y se dirigió a la catedral primada. En la puerta del Perdón se arrodilló en un reclinatorio, venerando el Lignum Crucis, para prestar a continuación juramento en el libro de las Constituciones de la Iglesia de Toledo; tras tomar el agua bendita y ser incensado, pasó al interior del templo, donde se entonó el Te Deum y el cardenal recibió el homenaje del clero catedral. Al acabar, el arzobispo entonó una oración y pronunció una alocución en la que, tras agradecer la acogida dispensada, recordó que Toledo era eminentemente católico y piadoso, fruto de siglos de fe; evocó sus tiempos de capitular toledano y prometió consagrarse con todas sus energías a sus nuevos hijos. Asimismo aludió al lema pontifical de Pío XI, Pax Christi in regno Christi, al hablar de la situación del país, no ocultando su preocupación, pues se estaba atravesando una “crisis verdaderamente difícil, pasmosa”, de la cual solo se podría salir acudiendo a la solución cristiana que el papa había propuesto en su encíclica inaugural, Ubi arcano. Concluyó visitando  las tumbas de los cardenales Sancha y Almaraz. A continuación tuvo lugar, en el palacio arzobispal, la recepción y el banquete de autoridades.
Poco después realizaba los primeros nombramientos en la curia, designando, de modo interino, al que había sido vicario capitular durante la sede vacante, José Rodríguez, provisor y vicario general; canciller secretario de cámara y gobierno a Francisco Vidal y Soler; secretario de la comisaría general de la Santa Cruzada a Francisco Vilaplana y oficial de la delegación general de capellanías a Ricardo Pla y Espí. Ese mismo mes de julio, el 29, el nuncio Tedeschini le comunicaba que la Santa Sede le confiaba la dirección general de la Acción Católica.
Tras el golpe de Estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, el cardenal, teniendo en cuenta las circunstancias por las que atravesaba el país, invitó a los diocesanos a orar, pidiendo luces y gracias para los nuevos gobernantes, mandando celebrar un triduo que comenzaría el 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar. Que el primado veía con buenos ojos el cambio político parece deducirse de sus palabras, en las que expresaba que el nuevo gobierno hacía concebir esperanzas y pedía el auxilio divino “para la regeneración patria”. Varios obispos reprodujeron la circular del primado; en conjunto, la reacción de la jerarquía católica, como la de la mayoría de los españoles, fue favorable al golpe, (aunque algún prelado, como el de Valencia, se mostró cauto) ya que Primo encarnaba el patriotismo y los ideales regeneracionistas que ellos mismos compartían.
Los días 21 y 22 de septiembre, témporas de san Mateo, confirió, por primera vez como arzobispo de la diócesis, las órdenes sagradas, tanto menores como diaconales y de presbíteros; estos últimos fueron Ángel Morán Otero, Ambrosio Ayuso Pizarro, Justo Duro del Moral, Isabelino Madroñal Sánchez, Andrés Toledano Hernández, Máximo Sánchez de Castro y los extradiocesanos Perfecto Malo Marco y Agustín Malo López.
El 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, firmaba el cardenal el decreto por el que anunciaba el inicio de la visita pastoral. El prelado cumplía así una de las obligaciones canónicas, que en su opinión, además, era uno de los medios mejores para acertar en el gobierno y administración de la diócesis, al ponerse en contacto personal con el clero y el pueblo, conociendo lugares y costumbres, así como las necesidades y las condiciones de los diocesanos. En el decreto se señalaba aquello que sería objeto de inspección: inventarios, libros sacramentales, libros de colecturías y cuentas de fábrica, colección del boletín oficial, estado de las capellanías, aniversarios y demás fundaciones piadosas; ornamentos; vasos sagrados, misales, rituales y libros destinados al servicio de la iglesia; libro de encargos y cumplimiento de misas; libro de actas de las conferencias y de visita de los arciprestes; cofradías del Santísimo Sacramento y de la Doctrina Cristiana; uso del conopeo; cumplimiento de las normas referentes a la primera comunión de los niños; administración y estado del cementerio, así como el cumplimiento de las leyes eclesiásticas sobre el mismo; objetos de valor artístico y su conservación y custodia; obras sociales existentes. Reig deseaba comenzar por aquellos pueblos que hiciera más tiempo que no se visitaban; estos serían Almonacid de Toledo, Mascaraque, Villanueva de Bogas, Chueca, Manzaneque, Villaminaya, Mazarambroz y Nambroca. Los días 28, 30 y 31 de octubre el cardenal visitó los pueblos de Nambroca, Chueca y Mazarambroz, siendo recibido con gran alegría por la gente, tras diecinueve años sin haber sido visitados por el prelado. A partir del 4 de noviembre continuó por los pueblos previstos, pero cuando se disponía a realizar la visita a otros pueblos de la zona, hubo de suspenderla, debido a que tuvo que acompañar al rey en su viaje a Italia; durante su ausencia encargó el gobierno de la diócesis al provisor y vicario general, José Rodríguez. En mayo de 1924 retomaría la visita, esta vez al arciprestazgo de Guadalajara, comenzando por las parroquias de la capital el 17 de mayo, además de Iriépal y Azuqueca.
Desde Roma escribió a sus diocesanos el día 20 de noviembre una circular en la que les describía la audiencia en la que el papa recibió al rey Alfonso XIII, y como éste solicitó al romano pontífice que ese año, el día de la Inmaculada, todos los párrocos y encargados de cura de almas pudieran dar la bendición apostólica con indulgencia plenaria a todos sus feligreses. El primado destacaba la emoción con la que había presenciado el acto de recibimiento del rey por el papa, la impresión con que contempló cómo el monarca, tras las genuflexiones previas, besó el pie del pontífice y fue después abrazado por éste. Reig mandaba que se publicaran los discursos de ambos y que se leyeran a los fieles en la misa de mayor concurrencia el II domingo de Adviento. La importancia del viaje real derivaba del hecho de que hacía muy poco que se había levantado el veto pontificio a las visitas de un jefe de Estado al reino de Italia, a causa de la “cuestión romana”, siendo el monarca español el primer soberano católico que lo realizaba. Alfonso XIII quedaba confirmado como “rey católico”, produciendo su discurso un entusiasmo general en el episcopado español, desbordándose los sentimientos patrióticos-religiosos-monárquicos.
Como era habitual en la archidiócesis primada, dada su gran extensión, el cardenal Reig obtuvo el nombramiento, para ayudarse en su gobierno, de un obispo auxiliar. Fue designado el prebendado de la catedral de Valencia, Rafael Balanzá y Navarro, designado el 22 de septiembre de 1923 y recibiendo el regio beneplácito el 9 de octubre. Nacido en Valencia en 1880, doctor en Teología, su especialización en los asuntos canónicos le llevaron, tras la promulgación del Código, a ser nombrado viceprovisor de la curia diocesana, y más tarde, provisor de la diócesis valenciana; empeñado asimismo en la reforma del canto litúrgico y la introducción del canto gregoriano, al ser designado como auxiliar de Toledo desempeñaba también los cargos de examinador prosinodal, vicepresidente de consejo diocesano de administración y miembro del colegio de doctores de la facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Valencia. El domingo 20 de enero de 1924 era consagrado en la catedral metropolitana de Valencia, actuando de consagrante principal el cardenal Reig y de asistentes el arzobispo de Valencia, Prudencio Melo y el obispo de Mallorca, Rigoberto Domenech; al nuevo obispo auxiliar le fue asignada la sede titular de Quersoneso.
El 22 de octubre de 1923 se reunían en Toledo los obispos de la provincia eclesiástica, bajo la presidencia del primado. Con motivo de la misma, dirigieron un mensaje al presidente del Directorio, Primo de Rivera, en el que mostraban su satisfacción por las medidas y orientaciones que había tomado, así como por la moralización de las costumbres y otras realizaciones; los prelados encarecían al Directorio que de cara a la reforma educativa, cumpliendo las prescripciones legales, en todos los grados de la enseñanza se conservara e intensificara “el carácter religioso, moral y patriótico” de la educación; asimismo destacaban la precaria situación económica de los párrocos jubilados, pidiendo que se destinasen en los presupuestos la cantidad necesaria para su digno sustento, al igual que reclamaban un aumento de las dotaciones para el culto, insuficientes para el mantenimiento de las iglesias, sobre todo rurales y rogaban que cuando se reformara la ley de reclutamiento, se consignara el principio de inmunidad personal de los clérigos.


sábado, 10 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (I)

Una figura destacada en la vida eclesial y social española de principios del siglo XX fue el cardenal Reig y Casanova. Sin embargo, desde el punto de vista historiográfico, está aún poco estudiada. Por ello quiero compartir el texto de una conferencia que impartí sobre el mismo, y que ha sido publicada, como artículo, en el número 30 la revista Toletana, pp. 257-311, donde se puede encontrar con todo el aparato crítico que, por comodidad para su lectura, suprimo aquí.

Retrato del cardenal Reig en la Sala Capitular de la Catedral Primada de Toledo

Enrique Reig y Casanova nació en Valencia, en la parroquia de los Santos Juanes, el 20 de enero de 1859. Matriculado en el Instituto de Játiva, cursó allí la segunda enseñanza desde 1871 a 1875. Sintiendo la vocación eclesiástica se incorporó al seminario conciliar de Valencia, en el que aprobó, con brillantes calificaciones, hasta cuarto de Teología. En 1878 obtuvo por oposición una beca en el Colegio Mayor de la Presentación y Santo Tomás de Villanueva. Desde 1880 a 1886 abandonó los estudios eclesiásticos y pasó a la Universidad de Valencia, donde cursó toda la carrera de Derecho, en la que también obtuvo notas brillantes, ganando por oposición 10 premios y matrículas de honor. En 1885 se le adjudicó el premio extraordinario que se otorgaba en cada Facultad, en virtud del cual se le expidió el título de licenciado en Derecho civil y canónico, libre de gasto. Como remate a su carrera obtuvo el doctorado en la Universidad Central de Madrid.
Durante este periodo contrajo matrimonio con una pariente suya, Francisca Albert Reig, previa dispensa del matrimonio por consanguinidad. La ceremonia tuvo lugar el 15 de julio de 1883. El matrimonio tuvo dos hijos. Pero durante la epidemia de cólera de 1885 ambos fallecieron, al igual que su madre. Esto llevó a Reig a replantearse su vocación eclesiástica, continuando sus estudios de Teología y Cánones, primero en el seminario de Almería y en el de Mallorca, después.
En 1886 se ordenó de sacerdote en Almería, acogido por el obispo José María Orberá Carrión, valenciano y amigo suyo; allí desempeñó las tareas de catedrático de Historia Eclesiástica, capellán de Nuestra Señora de Gador y fiscal de la subdelegación castrense. En octubre de 1886 el obispo de Mallorca, Jacinto María Cervera, le llamó a Mallorca, de cuyo obispado fue secretario de cámara y gobierno, hasta que fue nombrado provisor y vicario general. En 1891, previa oposición, fue nombrado canónigo penitenciario de la catedral mallorquina. A la muerte del prelado fue elegido por unanimidad ecónomo de la mitra sede vacante. Fue visitador del hospital y cofradía de san Pedro y san Bernardo, del colegio de Nuestra Señora de la Sapiencia y de la congregación de hermanas de la Pureza de María Santísima; examinador prosinodal de la diócesis y consiliario de hacienda del seminario conciliar; vicepresidente de una junta de patronato y auxilios para obreros; vocal de la comisión provincial de estadística de las islas Baleares, de la junta provincial de Instrucción pública y de las de la exposición histórica americana, de la de auxilios de las inundaciones de Consuegra, Almería y Valencia; de la exposición nacional agrícola de Madrid y de la de indumentaria retrospectiva de Barcelona.
De Mallorca pasó a Toledo, de cuya catedral fue nombrado canónigo, tomando posesión de su nuevo cargo el 1 de enero de 1901; dos años después alcanzó la dignidad de arcediano. El cardenal Sancha le confió los cargos de provisor, vicario general, juez metropolitano sustituto y delegado general de capellanías del arzobispado. Además, en el seminario conciliar, fue profesor de Sociología. Acompañó al cardenal Sancha en los viajes que realizó para asistir a las fiestas del vigésimo quinto aniversario de la coronación de León XIII y con motivo del cónclave en el que resultó elegido Pío X. En Toledo comenzó a darse a conocer por su actividad en el campo social, por medio de la prensa y del movimiento obrero católico. Gracias a su iniciativa nació en 1904 el periódico El Castellano, a la vez que su fama se iba extendiendo a nivel nacional. Recopilando diversos artículos publicados anteriormente en diferentes revistas, divulgó asimismo cuestiones relacionadas con el Derecho Canónico.
Una nueva etapa comenzó en Madrid en 1905, al ser nombrado auditor del Supremo Tribunal de la Rota española. Aquí desarrolló una intensa labor en la prensa, en el púlpito, al frente de entidades y asociaciones. Fue el primer rector de la Academia Universitaria Católica; presidió asambleas y congresos; dirigió la revista Paz Social, de cuestiones sociales; fundó Revista Parroquial y fomentó los sindicatos de obreros.

Obispo de Barcelona

En mayo de 1914 fue preconizado obispo de Barcelona, siendo consagrado el 8 de noviembre; el 21 de dicho mes hizo su entrada en la capital de su diócesis. En Barcelona organizó misiones generales, celebradas desde el 22 de febrero al 11 de marzo de 1917, además de las especiales que hubo para obreros, sirvientes, dependientes de comercio e industria. Llevó a cabo el concurso a curatos, proveyendo más de las dos terceras partes de parroquias, que estaban vacantes; trabajó en la intensificación de la vida litúrgica, mediante la preparación y celebración del congreso litúrgico de Montserrat de 1915; creó nuevas parroquias y aumentó hasta seis el número de tenencias o ayudas de parroquias. Celebró el centenario de la fundación de la orden de la Merced; como delegado pontificio presidió el congreso de sacerdotes y esclavos de María. Para mejorar el nivel del clero regularizó el día de retiro y los ejercicios espirituales para sacerdotes, y promulgó el nuevo reglamento para el seminario. Otras actuaciones suyas fueron el arreglo beneficial, la inauguración del museo arqueológico diocesano, la celebración del sínodo diocesano para implantar las disposiciones del nuevo Código de Derecho Canónico y visitó toda la diócesis. En cuanto a su labor social, en febrero de 1916 publicó una carta pastoral sobre la Acción Católica, sentando las bases para la organización de la misma en la diócesis, complementada con la pastoral de 1917 sobre las juntas parroquiales; fundó la Acción Popular; en enero de 1918 publicó una exhortación pastoral sobre los deberes sociales del momento, traducida a varias lenguas; jornadas y asambleas diocesanas para la Federación de Patronatos de obreros y de centros católicos.

Arzobispo de Valencia
           
El 20 de febrero de 1920 fue nombrado arzobispo de Valencia, entrando oficialmente el 27 de junio. Durante los dos años y medio que rigió la diócesis valenciana, aplicó sus energías a la santificación del clero y al cuidado de su mejora material; estableció el cabildo de párrocos y organizó las comunidades de beneficiados de la capital; celebró concurso a curatos; dio impulso al Montepío del clero, proporcionándole locales y abundantes medios para su desenvolvimiento y creando la cooperativa de trajes talares; restauró la pía unión y congregación sacerdotal de san Vicente de Agullent; fundó la Unión Misionera del clero e inauguró una institución de sacerdotes diocesanos. Dedicó cada año cinco meses a la visita pastoral; unificó y revisó el texto del catecismo diocesano; erigió la congregación diocesana de religiosas operarias del Divino Maestro; celebró conferencias episcopales y formó e inauguró el museo arqueológico diocesano. La preocupación de monseñor Reig por el arte y la historia hicieron que llegara  ser académico correspondiente de la de Historia, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. En 1923 coronó, con asistencia de los reyes y del nuncio, a la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia.  


lunes, 31 de agosto de 2015

Lisboa

Acostumbrado a cruzar desde niño sobre el Tajo en Toledo, me impresionó, casi dejándome sin palabras, divisar el majestuoso estuario del río desde el avión, a medida que me aproximaba a Lisboa. Es la misma experiencia, pero teñida de melancolía, cuando al retorno, las últimas luces de la tarde bruñían las aguas y volviendo a Madrid, nos adentrábamos en la oscuridad de la noche.
Lisboa...una de las ciudades más bellas que conozco. Cuatro días en ella saben a poco. Lisboa son sus monumentos, desde la reciedumbre de la Sé hasta las filigranas manuelinas de los Jerónimos. Pero son también sus calles, llenas de vida; el tipismo de Alfama, la degradación de la Moureria, el esplendor de la Praça do Comercio. Y son sus gentes, amables, hospitalarias. Lisboa es la aparente tristeza del fado y la fuerza de los conciertos en los locales de la Baixa o del Chiado. Los olores penetrantes de los restaurantes típicos, ebrios de pescados y vinos generosos, y el sabor delicioso de una rica gastronomía.
                    La Sé
Es hermoso redescubrir Lisboa después de tanto tiempo. En esta ocasión me ha impresionado cómo no esperaba. Sus calles me recuerdan las de Roma, de ahí la íntima familiaridad que he sentido paseando, sin prisas, por ellas. Sus iglesias, de un barroco diferente, majestuoso, invitan al recogimiento, a la oración. Los palacios recuerdan un pasado glorioso, aventurero, el de una pequeña nación que se lanzó a los caminos de la mar; un pueblo de exploradores, de soñadores, que quiso ir más allá de lo conocido, que sometió a las fuerzas hostiles de la naturaleza y se adentró en paraísos que superaban todo lo imaginable. En los Jerónimos encuentra uno el esplendor de Oriente, mezclado con los delirios del último gótico, la locura del desventurado don Sebastián y la firme voluntad de doblegar fronteras del afortunado don Manuel.
Lisboa...Me ha sorprendido la riqueza del Museu Nacional de Arte Antiga, en cantidad y calidad, desde el políptico de San Vicente, de un realismo desconcertante, hasta los delirios surrealistas de El Bosco, cuya visión justifica por sí sola un viaje a Lisboa. La riqueza de la orfebrería religiosa, la delicadeza del arte japonés y chino, las exuberancias de las piezas indias. Un conjunto magnífico, que puede ser contemplado tranquilamente, dada la poca cantidad de visitantes, que contrasta con las masas que invaden otros espacios. Y el complemento del Museu es la colección Calouste Gulbenkian, expresión magnífica de un mecenazgo casi desusado en nuestros tiempos.
Retorno de Lisboa con un sabor agridulce. El del saber lo cerca que estamos de Portugal, y sin embargo, parece que nos separan miles de kilómetros. Una historia de desconfianzas, de recelos mutuos, que nos ha hecho ignorarnos, cuando estamos tan próximos, cuando compartimos tantas cosas. Tal vez este viaje, esta tercera, pero que semeja una primera, estancia en la ciudad signifique, por mi parte, el tratar de subsanar, desde mis posibilidades como investigador, este desconocimiento. Creo, y espero, que tantos españoles como deambulaban estos días por las calles lisboetas, serán capaces de superar prejuicios seculares y contribuirán a enlazar a estos dos viejos países, hijos de la Hispania romana y visigoda

Claustro de los Jerónimos

miércoles, 8 de julio de 2015

Historia de la Institución Teresiana (1911-1936)

Francisca Rosique (ed.), Historia de la Institución Teresiana (1911-1936), Sílex, Madrid, 2014, 583 pp.

Uno de los ámbitos de la historiografía española aún más necesitados de investigación es el del papel que las mujeres católicas desempeñaron en el origen y crecimiento del movimiento feminista en España a comienzos del siglo XX, papel en modo alguno irrelevante y que condujo a iniciativas que tuvieron un gran auge y desarrollo, como fue el surgimiento de la Acción Católica de la Mujer, promovida por el cardenal primado Victoriano Guisasola en 1919. Entre los principales pioneros en la promoción de las mujeres está el sacerdote Pedro Poveda Castroverde (1874-1936) con la fundación de la Institución Teresiana en 1911, obra original y profundamente renovadora, que permitió que un gran número de mujeres accediera al mundo de la cultura, la investigación y la docencia, y pasaran a formar parte de las élites científicas y educadoras del país. Pedro Poveda selló con su sangre su compromiso sacerdotal y cristiano en favor de las mujeres, pero su obra, expresión de una vida reconocida por la Iglesia mediante su canonización, sigue viva, extendida por todo el mundo. Junto al padre Poveda emerge otra gran figura, la de la maestra Josefa Segovia Morón (1891-1957), que sería la primera directora general de la Institución. Sin embargo, hasta ahora, carecíamos de un estudio riguroso sobre los orígenes y desarrollo de dicha Institución. Es esta laguna historiográfica la que viene a llenar el presente libro, publicado cuando apenas han pasado tres años de la celebración del primer centenario de la fundación.

La obra ha sido dirigida y editada por la doctora en Historia Contemporánea y directora de la Cátedra Pedro Poveda de Historia de la Institución Teresiana, Francisca Rosique Navarro. La doctora Rosique, cuya obra investigadora se ha centrado en el primer tercio del siglo XX español, especialmente en temas relacionados con la Segunda República, como la reforma agraria, los grupos de presión o figuras del feminismo tales como María de Echarri, ha coordinado a un grupo de diversas investigadoras, tanto de España como de Italia y América, que, desde diferentes ángulos, nos presentan el origen y desarrollo de la Institución Teresiana durante su primera etapa, hasta el momento en que, con el asesinato del padre Poveda en el Madrid revolucionario de 1936, sea preciso iniciar un nuevo periodo, ya sin el aliento e inspiración del fundador. Las autoras que colaboran con la doctora Rosique son Carmen Aparicio, de la Universidad Gregoriana de Roma; Carmen Cabezas, de la de Salamanca; Camino Cañón, de la Universidad Pontificia Comillas; Anna Doria, profesora en liceos de Turín y Roma; Consuelo Flecha, de la Universidad de Sevilla; Berta Marco, de la Fundación Castroverde; María Guadalupe Pedrero, de la Universidad Estatal Paulista de Brasil; María Dolores Peralta, de la Escuela Universitaria de Magisterio ESCUNI; Mercedes Samaniego, de la Universidad de Salamanca y Ángela del Valle, de la Complutense de Madrid.
De la mano de estas autoras, prestigiosas especialistas en sus ámbitos de investigación, entramos en contacto con los problemas y dificultades iniciales de una obra católica moderna, que animaba a las mujeres que se internaban en el mundo de la cultura, de la investigación o de la política y que se planteaban y trataban de vivir su misión de seglares en el seno de la Iglesia. Nos acercamos así no sólo al padre Poveda y a Josefa Segovia, sino también al grupo de sus colaboradoras y colaboradores más cercanos, como Antonia López Arista, Isabel del Castillo, Carmen Cuesta, Josefa Grosso, María de Echarri, Gonzalo de Figueroa, Miguel Vegas y un largo etcétera. Nos aproximamos también a aquella España de la Restauración, a los niños y jóvenes a los que se ofrecía no sólo la alfabetización, sino también una educación integral que les llevara a su pleno desarrollo personal, desde un profundo compromiso cristiano. Recorremos cómo desde sus orígenes humildes, superando numerosas dificultades y problemas, la Institución logró asentarse y más tarde expandirse fuera de España, logrando, a mediados de los años treinta, una vitalidad capaz de superar la muerte del fundador.
Francisca Rosique escribe los cuatro primeros capítulos, Contextos para una obra nueva; De los comienzos a la consolidación; Otras asociaciones de la Institución Teresiana y Relación de la Institución Teresiana con la Acción Católica. El capítulo V, de Ángela del Valle, Una propuesta educativa en las primeras décadas del siglo XX, aborda la renovación pedagógica de comienzos de la centuria, así como las aportaciones en este campo del padre Poveda. María Dolores Peralta, en el siguiente capítulo, Realidad educativa de IT en los años veinte: crecimiento, consolidación y nuevas aportaciones, desgrana el desarrollo de las residencias femeninas de estudiantes, así como los estudios de las academias teresianas y la creación en 1923 del Instituto Católico Femenino. El capítulo VII, escrito por Mercedes Samaniego, nos presenta La acción educadora en la Segunda República (1931-1936), con los desafíos planteados por la legislación republicana y las soluciones que se buscaron. Consuelo Flecha, en el VIII, Un feminismo católico con perfiles propios, aborda el estudio, incorporado por las nuevas corrientes historiográficas, de los movimientos católicos femeninos, que ponen de manifiesto el dinamismo de unas mujeres a las que su compromiso católico las llevó a implicarse en proyectos confesionales de carácter colectivo desde fines del siglo XIX. En el capítulo IX, Aportación de Poveda a la controversia ciencia-fe: una perspectiva de integración, Camino Cañón arroja luz sobre la recepción de las nuevas ciencias en la España de comienzos de siglo y nos muestra cual fue la postura y aportación de Pedro Poveda, con su propuesta de un humanismo en el que las ciencias estuvieran entroncadas en el mundo de la vida, donde situaba su fe. Sobre la ciencia profundizan Berta Marco y María del Carmen Cabezas en un capítulo conjunto, el X, titulado La Ciencia en los Boletines de las Academias de Santa Teresa (años 1913 a 1936). Las características propias de la espiritualidad de la Institución se nos muestran en el capítulo XI, Espiritualidad en tiempos de inclemencia, de Carmen Aparicio. Por último, la expansión de la Institución Teresiana fuera de nuestras fronteras, tanto en Chile como en Italia, es estudiado en sendos capítulos, el XII, de María Guadalupe Pedrero, La Institución Teresiana ensancha sus fronteras: Chile, y el XIII, de Anna Doria, Fundación en Italia, ¿conveniencia o necesidad?.

Se trata, por tanto, de una obra de lectura muy conveniente, pues nos descubre una realidad tremendamente dinámica y, sin embargo, demasiado olvidada, como fue la de los movimientos femeninos católicos en los primeros años del siglo XX, insertos a su vez en una Iglesia, la de la Restauración, que, más allá de prejuicios historiográficos, derivados en gran medida de la falta de investigaciones solventes y profundas, se nos presenta mucho más emprendedora, e incluso innovadora, de lo que solemos creer. Sea bienvenida por ello, y esperemos que sirva de aliento y acicate para la tan deseada normalización y homologación de la historiografía españolas en el ámbito de los estudios sobre la Iglesia en relación con lo que se escribe e investiga en otros países europeos. 

domingo, 3 de mayo de 2015

José Manuel Gallegos Rocafull

Entre las olvidadas figuras del clero republicano de los años treinta en España que la actual historiografía está recuperando, se encuentra la del canónigo cordobés José Manuel Gallegos Rocafull. Sobre él se ha escrito un interesante libro, Por lealtad a la República. Historia del canónigo Gallegos Rocafull ,sobre el que escribí una recensión, que comparto para animar a su lectura.

José Luis Casas, Por lealtad a la República. Historia del canónigo Gallegos Rocafull. Editorial Base, Barcelona, 2013, 343 pp.

Uno de los ámbitos historiográficos que más desarrollo están teniendo en los últimos tiempos, dentro del panorama histórico de nuestro país, es el de la recuperación de la memoria del exilio español, tanto a nivel biográfico como en relación a la obra realizada por los exiliados, de un modo particular la gran labor intelectual de aquellos que se instalaron en México. En este contexto hay que situar la biografía que el historiador José Luis Casas Sánchez (Cabra, Córdoba, 1954) ha realizado sobre una de las figuras más brillantes, pero, paradójicamente más olvidadas, de ese exilio. Se trata del sacerdote, canónigo lectoral de la catedral de Córdoba, José Manuel Gallegos Rocafull (1895-1963), cuya brillante y prometedora labor intelectual y social en España, primero en Córdoba y luego en Madrid, donde se incorporó al claustro de la Universidad Central como profesor de Filosofía, se vio truncada por la guerra civil, en la cual tomó decidido partido por la causa republicana, lo que le valió, primero la suspensión por parte de su obispo, y más tarde el exilio. En México desarrolló una ingente labor como filósofo y teólogo, así como una tarea pastoral intensa, tras su reintegración plena al ministerio. Numerosas obras, la mayoría desconocidas en España, le muestran como un teólogo inserto en lo mejor de la tradición tomista, al mismo tiempo que abierto a las nuevas corrientes filosóficas y teológicas.
Es esta figura la que se nos va mostrando a lo largo de la obra del profesor Casas, hecha desde el deseo de dar a conocer a un personaje injustamente olvidado y cuya obra merecería la pena fuera redescubierta, tanto en el ámbito filosófico como teológico español. El libro se desarrolla a lo largo de seis capítulos, a los que se añade un interesante apéndice documental (pp. 267-299) en el que se recogen algunos textos y documentos relacionados con la figura de Gallegos. Tras justificar en el primer capítulo, Por qué una biografía de Gallegos Rocafull, los motivos que le llevaron a interesarse por la figura del canónigo cordobés, analizado desde la clave del concepto de lealtad, nos presenta en el segundo, Años de formación, apostolado y propaganda, los primeros años del activo y brillante sacerdote, comprometido con la doctrina social de la Iglesia, con una intensa labor en Córdoba, a cuyo cabildo se incorporó con  veinticinco años, tras haberse formado en el seminario de Madrid y en la Universidad Pontificia de Toledo, así como en el ámbito de la investigación filosófica, que culminan con su incorporación a la docencia universitaria en Madrid, tras obtener el título de doctor con una tesis sobre El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Allí le encontró el estallido de la guerra civil, tomando Gallegos, junto a otros sacerdotes como Leocadio Lobo, la decisión de apoyar a la República, colaborando en el ámbito de la propaganda, lo cual le llevaría a enfrentarse al cardenal primado, Isidro Gomá, y a ser suspendido por su propio obispo; todo ello se nos narra en el tercer capítulo, Y llegó la guerra. Al finalizar la misma, Gallegos, tras una primera etapa en París, marchó a México, donde pronto se incorporó al ámbito universitario, desarrollando una rica e interesante producción filosófica, aunque siempre marcada por su inseparable fe, que lleva a preguntarse al autor si realmente Gallegos era un filósofo o un teólogo; en este capítulo, En el exilio: profesor, filósofo y teólogo, Casas nos va resumiendo alguna de sus obras más importantes. En el quinto capítulo, La voz de un exiliado, se nos muestra la labor cultural e intelectual del exilio español en México, así como la colaboración de Gallegos en varias revistas, con numerosos artículos. Por último, el capítulo sexto, Los testimonios, el recuerdo, el reconocimiento, nos presenta cómo tras la muerte de Gallegos, el 12 de junio de 1963, mientras impartía una conferencia en la Universidad de Guadalajara, su memoria se ha conservado en México y poco a poco se ha ido dando a conocer en España, aunque aún en un grado insuficiente.
La obra de Casas es un referente imprescindible para aquellos que deseen acercarse a la vida y producción intelectual de Gallegos Rocafull. Tal vez si el análisis de los escritos se hubiese hecho en capítulo aparte, se hubiera logrado una mayor agilidad a la hora de su lectura, pues para aquél poco habituado al lenguaje filosófico y teológico se puede hacérsele  duro seguir el hilo de los abundantes resúmenes de la obra de Gallegos que se van insertando a lo largo del desarrollo biográfico. En cualquier caso, es un libro que debe ser bienvenido de cara la recuperación de una figura injustamente olvidada, tal vez por la peculiaridad del personaje, marcado por un doble exilio, primero en el seno de la Iglesia y más tarde de su patria, y cuyo mejor colofón sería una publicación de la obra completa de Gallegos. En relación a ella, en el 2007 la editorial Península publicó, en 2007, La pequeña grey, donde se recogen algunas reflexiones de Gallegos sobre el conflicto civil que asoló España, escrito desde el desgarro que suponía para él, desde su condición de creyente. El autor nos advierte de la vastedad de la producción literaria del canónigo, señalando cómo en el estudio que nos presenta ha debido dejar numerosos textos que, en un futuro, se propone analizar.
En definitiva, un buen libro que puede proporcionar, tanto al historiador como al filósofo y al teólogo, una herramienta excepcional de cara a adentrarse en el conocimiento de una de las figuras más relevantes del panorama intelectual español de siglo XX.

viernes, 27 de febrero de 2015

Mendelianos en la República Checa

El lunes 2 de febrero pasado, un pequeño grupo del Colegio Mayor Mendel comenzábamos la primera visita oficial del Colegio a las tierras donde vivió el padre de la Genética, el monje agustino Gregor Mendel (1822-1884). Se pretendía así conocer un poco más la figura de quien da nombre a nuestro Colegio Mayor. A pesar de ser pocos, éramos un grupo bastante representativo, formado por el director, varios padres agustinos y algunos colegiales, tanto universitarios como, en mi caso, investigador catalogable como perteneciente al grupo genérico de opositores y postgraduados. A las 13 horas llegábamos al aeropuerto de Praga y desde allí nos dirigimos a la ciudad de Kutná Hora, cuyo casco histórico es Patrimonio de la Humanidad, donde pudimos visitar el famoso y curioso osario de Sedlec. Después recorrimos la ciudad y tras degustar la deliciosa cerveza checa, nos maravillamos con la impresionante catedral de Santa Bárbara, bellísima, construida en estilo gótico, en la que destacan las nervaduras de su bóveda central.

Proyectada por Peter Parler en 1388, consta de cinco naves y tres chapiteles. Está dedicada a la patrona de los mineros y pasa por ser uno de los templos góticos más espectaculares de Europa. Las vidrieras art nouveau se añadieron a principios del s. XX. Nuestra visita coincidió con la celebración de la liturgia del día de la Candelaria, con la imagen sugerente de la iglesia sumida en tinieblas, que daba paso a una inundación luminosa que hacía resplandecer de luz y belleza el complicado juego de los nervios y la plementería de la bóveda central

En la foto superior podemos observar la fachada principal. A la derecha, una vista lateral y debajo, la bóveda de la nave central, diseñada a principios del s. XVI por Benedik Ried.

De Kutná Hora, ya anochecido, nos dirigimos de nuevo a Praga. Allí fuimos acogidos por la comunidad agustina, que cuenta con varios padres españoles, dedicados a la tarea de restablecer la orden de San Agustín tras la persecución de la época comunista. El convento, situado en el céntrico barrio de Malá Strana, alberga una rica biblioteca histórica y cuenta con la hermosa iglesia barroca de Santo Tomás.
El día 3 fue el central del viaje. Recorriendo la autovía que comunica Praga con Brno, atravesando campos cubiertos de abundante nieve, nos encaminamos a conocer la Abadía donde Gregor Mendel vivió su vocación agustina, marcada por su profundo interés científico, poniendo las bases de las leyes de la Genética. En la abadía recorrimos las salas del museo dedicado al monje, el Mendelianum, con una interesante y didáctica muestra. También visitamos la bella iglesia, donde participamos en la Eucaristía de la comunidad, en el día de San Blas, con una curiosa bendición de las gargantas.


El grupo junto a la estatua de Gregor Mendel en la abadía de Brno

Además de conocer el entorno en el que vivió Mendel, pudimos visitar la catedral de San Pedro y San Pablo, recorrer el centro histórico de la ciudad y degustar la deliciosa gastronomía local. Tras una intensa jornada, regresamos, en medio de un frío terrible a Praga. Al día siguiente, 4 de febrero, el grupo se dividió, con sendas visitas, por un lado, al campo de concentración de Terezín, y, por otro, al casco histórico de Praga, de un modo particular, al Castillo. En él se encuentra la catedral de San Vito, diseñada por Peter Parler, aunque se finalizó a principios del s. XX. La catedral alberga el sepulcro de San Wenceslao, así como la de varios emperadores Habsburgo, como Fernando I o Maximiliano II.
Praga es una de las capitales europeas más bellas, y perderse entre sus calles, transitar el Puente de Carlos o la Plaza de la Ciudad Vieja, con el Ayuntamiento y la iglesia de Nuestra Señora de Týn, es una magnífica experiencia. Ni el frío ni la nieve desaniman a explorar sus hermosos rincones, a lo sumo, ayudan a conocer los bares locales donde reponer fuerzas a base de productos locales, entre ellos la imprescindible cerveza checa.


Vista lateral de la catedral, con el pórtico Dorado

El jueves 5, un día de nieve y frío, como el que nos recibió, concluíamos nuestra breve pero intensa visita. Un primer viaje institucional del Colegio Mayor Mendel, que esperamos se convierta en una entrañable tradición de la vida colegial.


La catedral y el castillo, desde el Puente de Carlos