viernes, 27 de julio de 2018

Rávena (II)

Muy cerca de San Apolinar se encuentra el Baptisterio de los Arrianos, construido por el rey ostrogodo Teodorico a finales del siglo V. El año 556 pasó al culto católico. Tiene forma octogonal, que simbólicamente evoca el Octavo día, el de la Resurrección de Cristo, a la que se incorpora el bautizado, sumergido por tres veces en la piscina bautismal. Esta ya no existe en el edificio, que ha perdido gran parte de su decoración musiva, conservando tan solo la de la cúpula, que representa el bautismo de Cristo por parte de san Juan; la paloma del Espíritu Santo desciende sobre Jesús, que tiene medio cuerpo sumergido en el Jordán, a su vez representado por un viejo, que tiene un odre del cual mana el agua, y que lleva dos pinzas de cangrejo sobre la cabeza. Alrededor aparece representado el cortejo de los Apóstoles, que va al encuentro del trono sobre el que se encuentra la cruz, la etimasia; el trono es el de Jesús, que ocupará cuando regrese al mundo para el Juicio Final. Las figuras de los Apóstoles están separadas por palmeras, y diez de ellos portan la corona del martirio y de la gloria, en las manos cubiertas con velos. San Pedro, a la derecha del trono, lleva las llaves, mientras san Pablo porta dos volúmenes.

Mosaico de la cúpula del Baptisterio de los Arrianos
El otro Baptisterio, el de los Ortodoxos o Neoniano, es anterior en unos cincuenta años, construido a finales del siglo IV por el obispo Orso, sobre un baño romano, unido a la basílica que hizo edificar, y que sería destruida en 1734 para construir el actual Duomo. El obispo Neón terminó la construcción a fines del siglo V, añadiendo la cúpula. El mosaico de la parte central de la cúpula representa a san Juan bautizando a Cristo, parcialmente inmerso en el agua del Jordán, personificado en un viejo que sostiene un paño para secar a Jesús y en la otra mano tiene una caña; el agua cubre como un velo el cuerpo de Cristo. San Juan vierte el agua sobre la cabeza de Jesús con una pátera, fruto de una mala restauración posterior, pues originalmente impondría la mano sobre Cristo, tal y como se hacía en el rito del bautismo por inmersión. En la faja que rodea a dicha representación aparecen los Doce Apóstoles; cada uno de ellos es identificable porque el nombre está escrito al lado de la cabeza; las manos, cubiertas por un velo, según el rito litúrgico, llevan una corona, símbolo del martirio. Están separados por altas hojas de acanto, que evocan candelabros. Debajo, una serie de ricas arquitecturas ilusorias, repartida en ocho tabernáculos, que representan alternativamente los cuatro evangelios y el trono. Hay, asimismo, una serie de tabernáculos en estuco que representan a los profetas del Antiguo Testamento; también encontramos representaciones de escenas bíblicas.

Mosaico de la cúpula del Baptisterio de los Ortodoxos
La visita a ambos edificios supone una experiencia magnífica, por la belleza de los mosaicos, una constante en Rávena, y nos permite comprender cómo celebraban los ritos bautismales al final de la Antigüedad Tardía.

miércoles, 25 de julio de 2018

Rávena (I)

La pasada semana pude cumplir, por fin, un deseo largamente anhelado, visitar la ciudad de Rávena y contemplar sus maravillosos mosaicos. Y la verdad es que se cumplió con creces, pues desbordó todas mis expectativas. Creo que ha sido una de las mejores visitas que he realizado a una ciudad italiana (y ya son bastantes a lo largo de estos años) y recomiendo vivamente a todo el que ame el arte que en algún momento de su vida, se pase por allí.
En la mañana del 17 de julio, y tras superar la prueba que supone montar en los ferrocarriles italianos, que no dejan de deparar continuas sorpresas (y algún sobresalto), llegué a Rávena. La antigua línea de costa ha ido ganando terreno al mar, por lo que a primera vista no se entiende el papel que tuvo el puerto de esta capital imperial, refugio de la dinastía teodosiana ante el avance de los pueblos del norte, que acabaron saqueando Roma; corte del rey ostrogodo Teodorico y capital del exarcado bizantino de Italia, etapas todas que marcaron el esplendor de la ciudad.
El primer monumento visitado fue la basílica de San Juan Bautista, una de las iglesias más antiguas del mundo, construida en acción de gracias por la emperatriz Gala Placidia por haber sobrevivido a una tormenta cuando regresaba de Constantinopla en el 424. Despojada de los mosaicos que la ornamentaron originalmente, presenta una austera desnudez que nos impide hacernos una idea de lo que realmente fue.
Exterior de la basílica de San Juan Evangelista

Interior de la basílica de San Juan Evangelista
Muy cerca de esta basílica se encuentra la primera de las grandes joyas, la basílica de San Apolinar Nuevo. Uno queda deslumbrado ante los espléndidos mosaicos, con los dos grandes cortejos, en primer lugar, el de las vírgenes, que parte de la representación de la ciudad de Classe, formado por veintidós figuras femeninas, vestidas ricamente y adornadas con perlas, que van al encuentro de Nuestra Señora sentada en el trono con Jesús, precedidas por la representación de los Magos.

Puerto de Classe y procesión de vírgenes

Los Magos y la Virgen María entronizada con Jesús

En el muro de enfrente, Cristo Redentor, sentado en el trono, rodeado de cuatro ángeles, recibe al cortejo encabezado por san Martín (primer titular de la basílica), al que siguen veinticinco mártires, que parten del palacio de Teodorico, aunque esta representación, tras el paso del culto arriano al católico, sufrió una dannatio memoriae, que eliminó las figuras que aparecían en los arcos del palacio, así como la figura a caballo del rey Teodorico.

Procesión de los mártires
Muy cerca de la basílica se encuentra el denominado palacio de Teodorico, aunque en realidad se trata de una construcción del siglo VIII, habiendo sido destruido el verdadero palacio durante las invasiones de los longobardos. 

Fachada del palacio de Teodorico y campanile de San Apolinar Nuevo

sábado, 14 de julio de 2018

Domingo XV del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Tras comenzar a predicar el Reino de Dios, Jesús creó en torno a sí un grupo de seguidores, de discípulos, entre los cuales sobresalían los Doce, escogidos con el número simbólico que recordaba a las Doce Tribus de Israel. De este modo, Jesús fue poniendo las bases de la Iglesia. El evangelio de Marcos (Mc 6,7-13) nos presenta este domingo el momento en el que estos Doce fueron enviados a predicar, preparando la propia predicación de Jesús, mediante la llamada a la conversión y la curación de enfermos, signo de la victoria sobre el mal y el pecado que traía la llegada del mesías.
Con este envío, consecuencia de su elección, Jesús estaba obrando del mismo modo que Dios en el Antiguo Testamento, cuando llamaba a hombres y mujeres del pueblo, como a Amós (primera lectura), para que predicaran a Israel la conversión.


Esta llamada se extiende hoy a todos los miembros del Pueblo de Dios, no sólo a aquellos que realizan las tareas sacerdotales. Junto al sacerdocio sacramental, instituido por Cristo en la Última Cena a la vez que la Eucaristía, está el sacerdocio común, que brota del Bautismo, y que, unido a las otras funciones de Cristo que se nos hacen participar, la profecía y la realeza, es el impulso para que los cristianos, tal y como explicaba Pablo a los creyentes de Éfeso (segunda lectura) tratemos de alcanzar la santidad y la perfección en el amor.
Cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, estamos llamados a continuar la misión de Cristo, predicando el Evangelio, testimoniándolo con palabras y obras, sanando y curando heridas del cuerpo y del alma, a pesar de nuestra conciencia de pequeñez y pecado, que nos hace suplicar con el salmo 84: "muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación".
A la luz de todo ello convendría que superáramos viejos errores, que identifican la Iglesia exclusivamente con la jerarquía, y redescubriéramos el papel que todos los bautizados, ya seamos seglares, religiosos o ministerio ordenado, tenemos en el anuncio y construcción del Reino de Dios. Precisamente la riqueza de ministerios en la Iglesia es expresión de las múltiples formas de vivir la común llamada a la santidad, y cada uno es importante e imprescindible. Este el ejemplo que los santos, es decir, los hombres y mujeres que se tomaron en serio el seguimiento de Jesús con todas sus consecuencias, nos muestra. Si ellos pudieron, también nosotros, con la fuerza de la gracia de Dios, podemos.