domingo, 8 de agosto de 2021

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

 En medio de las dificultades de la vida, camino duro, lleno de asperezas y peligros, necesitamos, como el profeta Elías en la primera lectura del Libro de los Reyes (1R 19,4-8) no sólo el alimento material que nos proporcione vigor al cuerpo, sino, sobre todo, un alimento que fortalezca el espíritu y le disponga a afrontar los grandes retos que le salen al encuentro. Elías, hundido existencialmente, desterrado y fugitivo, es confortado por Dios, quien, como antaño al pueblo de Israel errabundo por el mismo desierto, le proporciona el pan que le devuelve las fuerzas; de este modo el profeta puede recorrer el camino que le conducirá al Horeb, el monte de Dios, donde Yahveh se había revelado a Moisés y de nuevo lo hará con Elías.


A nosotros, peregrinos por el camino de la vida, Dios nos ofrece otro alimento que nos dispone al encuentro con Él, a la plena revelación de su Persona en ese encuentro definitivo que se producirá tras la muerte; entonces no será en la tormenta ni en el susurro del viento, sino que Él se mostrará cara a cara, en revelación total de su misterio de Amor. Ese alimento es el de la fe, el creer en su Hijo enviado al mundo para la salvación del mismo; Jesús es el Pan vivo bajado del cielo para que quien crea en Él tenga vida eterna. Pero no sólo es alimento del alma por la fe al creer en Él, sino que también, y así se manifiesta en esa catequesis progresiva que es el Discurso del Pan de Vida (Jn 6,41-51), es auténtico alimento en el Pan transubstanciado, verdadera carne del Señor resucitado, su Cuerpo glorioso ofrecido en la Cruz y vencedor victorioso de la muerte en la Resurrección. Anticipo de vida eterna, verdadera comida que sacia el alma y transforma el corazón, haciéndonos capaces de realizar en nuestra vida el proyecto de Amor que Cristo ofrece como camino de plenitud para el ser humano. Con la fuerza de la Eucaristía podemos, como nos invita el apóstol Pablo (Ef 4,30-5,2), ser imitadores de Dios, consecuencia de nuestro ser hijos en el Hijo por el Bautismo, y vivir el elenco de virtudes que desgrana ante los cristianos de Éfeso, y que  no dejan de ser un modo práctico de cumplir el mandamiento del Amor que sintetiza, condensa y realiza en plenitud la ética y la moral cristiana.

Este domingo es, por tanto, una invitación a gustar, a experimentar existencialmente, la bondad del Señor, fuente de dicha para quien, como a la sombra de un árbol en el calor del estío, se refugia en Él (Salmo 33)