miércoles, 27 de diciembre de 2017

Meditaciones navideñas

Es un tópico afirmar que nos encontramos en las fechas más entrañables del año, días de buenos propósitos, de mejores deseos, de sonrisas y felicitaciones. Todo el mundo parece celebrar la Navidad. Y sin embargo, ¿cuántos saben realmente lo que están celebrando? Por otro lado, nos encontramos cada vez más con una celebración de la Navidad "descafeinada", con eventos "laicos y multiculturales", que "no ofendan otras sensibilidades y creencias", o si no, con la creación de una especie de gigantesco parque temático, en el que se mezclan los personajes de los cuentos infantiles con los de la Biblia, reduciendo a éstos a la misma categoría que aquellos. Un mundo de ilusión y fantasía que sólo invita a la evasión de una cotidianidad gris. O, y quizá en mayor medida, las Navidades se transforman en la gran fiesta del consumo, de la locura de las compras, del gastar y gastar, que ya vendrá la cuesta de enero.
La verdad es que todo ello me deja bastante perplejo, porque, a priori, está claro lo que se celebra en Navidad: el nacimiento de Jesús de Nazaret, que tuvo lugar hace unos dos mil años en un territorio marginal del Imperio Romano. Un nacimiento que, para los creyentes, es el de la venida del Hijo de Dios al mundo, y para los no cristianos, el de uno de los personajes más importantes de la Historia de la Humanidad. Por tanto, ¿es tan difícil dejar que la Navidad sea lo que es? ¿Es preciso reinventarla para darle un significado contrario al que realmente tiene? Porque, en relación a aquellos que pretenden que la Navidad sea otra cosa, sobre todo desde los poderes públicos, les preguntaría  si organizarían un Ramadán "laico y multicultural" para no ofender los sentimientos de los no musulmanes. Dudo mucho que ni siquiera se les pasara por la cabeza tal estupidez. La conclusión lógica, en relación a la Navidad, salta a la vista.
Entiendo, y comprendo perfectamente, que en estos días haya mucha gente que no tenga nada que celebrar; que incluso la "obligatoriedad de ser felices", que parece imponerse, les resulte odiosa a los que se encuentren sumidos en el dolor, la enfermedad o la soledad. Pero por ello, también reclamo que se nos deje a los creyentes celebrar la Navidad como lo que es para nosotros: la venida salvadora del Hijo de Dios, encarnado en el seno virginal de María, que asume plenamente nuestra humanidad para poder redimirla pasando por la muerte y la resurrección. Y sí, sé perfectamente que nuestra Navidad no se corresponde con la fecha histórica del nacimiento de Jesús, que ignoramos (porque a los redactores de los evangelios no les interesaba, su punto focal era la Pasión); que la actual celebración proviene de la cristianización, asumida por el concilio de Nicea, de la fiesta pagana del nacimiento del Sol Invicto, que cuadraba muy bien con la simbología cósmica de Cristo, Sol que nace de lo alto, luz creciente que disipa las tinieblas del pecado. Y sé que muchos de los elementos culturales o tradicionales de estos días, como la mula o el buey, ni siquiera aparecen en los relatos evangélicos de la Infancia, que por otro lado, sólo recogen Mateo y Lucas. Todo eso, y más, lo conozco. Pero nada quita el valor, es más, lo enriquece con mil y una facetas fruto de una historia de fe, a lo que importa, a lo que me importa, en estos días: celebrar el amor inmenso de Dios por todos y cada uno de los miembros de la Humanidad, con su historia concreta, tal y como somos, asumiéndonos, acogiéndonos, curando nuestras heridas y cicatrices. Eso es lo que queremos vivir en estos días, dejando que ese amor y esa paz nos llenen, nos transformen, y nos hagan, como los ángeles a los pastores, ser portadores de Buena Noticia a los demás.
Por todo ello, ¡feliz Navidad!

Juan de Flandes, La Natividad

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