sábado, 28 de marzo de 2020

Reflexiones en una cuarentena

Supongo que nadie se habría imaginado una situación como la que estamos viviendo estos días. Lo habíamos leído en novelas distópicas o visto en alguna película de terror. Y sin embargo, ha llegado. El coronavirus ha transformado nuestras vidas. Vivíamos sostenidos por nuestras certezas y seguridades, en medio de de nuestras rutinas y con la seguridad de nuestros proyectos. Y, hete aquí, que de repente todo se ha vuelto incierto, inseguro, nuestra vida se ha transformado como ni en la peor de nuestras pesadillas hubiéramos podido imaginar.
Son días duros. Llevo encerrado, guardando cuarentena preventiva, ya que estuve en contacto con una persona infectada, semana y media. Trato de guardar unas rutinas establecidas, mañana de trabajo, tarde de lectura, escritura cuando corresponde, oración. Comidas y cenas a la misma hora. Un nuevo ritmo vital. Y descubro muchas cosas. Como que nuestra agitada vida, arrastrada por la vorágine del activismo, nos hace olvidar las cosas esenciales. Quizá todo sea mucho más simple, pero nos empeñamos en complicarnos la existencia. Ahora tengo tiempo para leer con tranquilidad, para escribir sin agobios, para meditar y orar con calma. Puedo entrar en mi interior, ese yo profundo que descuido en los ajetreos cotidianos. Obligado a parar, veo que muchas de las cosas que considero importantes en mi día a día no lo son tanto. Mientras otras, que no solemos apreciar, por su sencillez,  por su cotidianidad, ahora son evocadas con nostalgia: el estar con los seres queridos, un paseo por el parque disfrutando de la belleza de la primavera, esa cerveza con un amigo animada con una charla, el coger el coche y salir al campo...gestos, acciones, a las que no prestamos la importancia que merecen.
Pero no todo es tan maravilloso en estos días de encierro. Las noches, sobre todo las primeras, se convierten en fuente de angustia. La duda terrible, ¿estará ahí agazapado? ¿A qué espera para salir? La incertidumbre de qué ocurrirá mañana. El deseo irracional de que, si tiene que aparecer, que lo haga ya, que disipe las dudas. La agobiante sensación de que un enemigo invisible te acecha y no sabes cuándo te atacará. Los miedos a que todo lo construido hasta ahora se derrumbe como un castillo de naipes y el viento arrastre todo. Y lo más aterrador, ¿habrá un mañana?
No sé si como persona ni como sociedad saldremos mejores. Ni siquiera estoy seguro de que salgamos distintos. Pero valdría la pena que así fuera, que el torrente de generosidad, de entrega, de altruismo, de amor que estamos viendo en estos días, no se disipara, y que, cuando todo esto pase, seamos una comunidad humana más unida, más fraterna y solidaria, mejor.

jueves, 26 de marzo de 2020

En medio de la distopía

Os comparto mi columna de ayer en La Tribuna de Toledo

Sin duda todos hemos visto alguna película, o leído algún libro, cuyo argumento se basaba en la aparición de un virus letal y las peripecias para acabar con él. Otra variante es imaginar un mundo tras las secuelas devastadoras de una pandemia. Esta era la situación que recreaba Niccolò Ammaniti en su novela Anna, que trata el tema de la adolescencia en una Sicilia devastada por un virus, procedente de Bélgica, que tenía la particularidad de que sólo atacaba a los adultos. He de confesar que su lectura me generó momentos de agobio, y que más de una vez viene a mi memoria cuando veo las dramáticas noticias que llegan de Italia.

Portada de Anna 
El drama, la tragedia que estamos viviendo estos días es que, de nuevo, la realidad, cruda, cruel, se impone a la imaginación. Nos encontramos ante un enemigo invisible, desconocido, que ha alterado nuestros hábitos, que ha desconfigurado los códigos con los que nos movíamos habitualmente. La distopía ha mostrado su capacidad de encarnación en la vida real. Sin duda, en el futuro, será el marco narrativo para la creación literaria, cinematográfica o artística, como tantas otras epidemias a lo largo de la historia de la Humanidad. Pero ahora su presencia oculta ha desmoronado el castillo de naipes que afanosamente construimos en nuestro día a día. Ya no hay seguridades ni certidumbres para la jornada de mañana. Todos nuestros planes, desde los más cotidianos y prosaicos hasta los especiales que aguardábamos con anhelo, se han visto anulados sin saber cuándo podremos volver a lo que creíamos normalidad.
De repente hemos de improvisar nuevas rutinas, nuevas ocupaciones, nuevas formas de emplear nuestro tiempo o afrontar nuestro trabajo. Los docentes hemos visto cómo las nuevas tecnologías nos ayudan a estar en contacto con nuestros alumnos, a los que empezamos a echar de menos en la frialdad de Internet; muchos profesionales están descubriendo el valor del teletrabajo, un modelo que quizá debería haberse implementado antes para facilitar la conciliación familiar o para ayudar a que nuestros pueblos no se vacíen; las parroquias, tras la supresión del culto público, han debido salir de la rutina cotidiana y se lanzan a la retransmisión de las celebraciones en YouTube e ingenian nuevos modos virtuales de llegar a los feligreses; vemos cómo deportistas de élite tienen que seguir sus entrenamientos a través de Internet. Y así podríamos hacer una larga enumeración. Las redes sociales se nos han hecho un compañero insustituible para relacionarnos con el exterior.
Algunas personas están sacando estos días lo peor de sí mismas, mostrando su verdadero rostro, mientras muchas extraen lo mejor, dando muestras de solidaridad, de entrega generosa, de olvido de sí. Nuestro agradecimiento a sanitarios, personal de servicio, policía, ejército, cajeras de supermercados, dependientes de pequeños comercios que siguen heroicamente abiertos…tantas y tantas personas entregadas.

Esta experiencia colectiva cambiará nuestra sociedad. Quiera Dios que sea a mejor. De nosotros depende.

viernes, 20 de marzo de 2020

Leer en tiempos de coronavirus


Comparto el texto de mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, una invitación a la lectura y a la escritura creativa en medio de la pandemia.

Vivimos en una sociedad adanista, presentista, que cree que todo ha comenzado con ella. Esto es especialmente sentido por muchos jóvenes que desconocedores de la historia, como consecuencia de los nefastos planes educativos que soportamos, ignoran, como nos advirtió Qohelet, que “no hay nada nuevo bajo el sol”. La actual pandemia no es algo novedoso e inesperado, ni la distopía de unos literatos hecha realidad. No, a lo largo de su historia la humanidad ha conocido múltiples epidemias, algunas terriblemente letales, que, como un cisne negro, han trastocado la economía, el pensamiento, la percepción del mundo de las sociedades que las han sufrido.
Una de ellas fue la peste negra de 1348, quizá la más terrible pandemia de todas, que, procedente de Asia, aniquiló a gran parte de la población europea y que tuvo como consecuencia directa la persecución de las comunidades judías, acusadas de ser las causantes, dando lugar a diferentes pogromos por toda Europa. Es este el contexto que sirvió de marco para una de las obras cumbres de la literatura universal, el Decamerón de Giovanni Boccaccio. En ella se nos narra, tras describir la epidemia, cómo un grupo de diez jóvenes, tres hombres y siete mujeres, se refugian, huyendo de la plaga, en una villa en las afueras de Florencia, y para pasar el tiempo, se narran cien cuentos de diferente temática.

El Decamerón
Traigo este recuerdo porque estos días de cuarentena pueden ser una gran oportunidad para la lectura. Todos tenemos libros pendientes acumulados en los anaqueles o en el escritorio, que vamos dejando, en el fragor vertiginoso de los días, para “cuando tengamos tiempo”. Pues ahora lo tenemos de sobra. El encierro que, como ciudadanos responsables, hemos de guardar, nos permite saborear con sosiego el placer de la lectura. Matar las horas descubriendo nuevas obras, o releyendo viejos libros que en su momento nos atrajeron, e incluso tratando de vencer la resistencia de tal o cual novela o ensayo que se nos atragantó.
Por otra parte, las epidemias han sido motivo de inspiración para la escritura de algunas de las obras más señaladas de la literatura universal. No sólo Boccaccio dejó testimonio del impacto de la peste en su época. Baste evocar “La peste” de Albert Camus, donde nos muestra cómo el ser humano se enfrenta al absurdo, o “Muerte en Venecia”, de Thomas Mann, con la bellísima adaptación cinematográfica de Luchino Visconti, en la que se describe la pasión por la belleza de un escritor en una ciudad asolada por el cólera.
Quizá, además de leer, estos días podrían ser una oportunidad para animarnos a escribir relatos, microrrelatos, cuentos, algún ensayo. Este reto se lo lanzaba a mis alumnos para que fomentaran su creatividad. Tal vez descubramos un talento escondido que ignoramos. Tiempo tendremos. La peste de 1348 tuvo su Boccaccio, ¿quién escribirá la novela del coronavirus? Podría ser usted…o a lo mejor, hasta yo.

domingo, 15 de marzo de 2020

Domingo III de Cuaresma

La liturgia de este III domingo de Cuaresma, en el Ciclo A en el que nos encontramos, comienza un itinerario de renovación bautismal que se prolongará los próximos domingos, invitándonos a actualizar la Iniciación Cristiana que vivimos con los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Tratamos de responder a la pregunta "¿ Cómo se llega a ser cristiano?" En el pasaje del diálogo de Jesús con la mujer samaritana, que escuchamos en el Evangelio, hallamos la respuesta: respondiendo a la llamada que Dios nos hace a través de Jesucristo y recibiendo el agua viva del Bautismo, en el que se nos da el Espíritu Santo. Como Moisés en la primera lectura, Jesús sacia nuestra sed con el agua viva que brota de su costado abierto en la cruz, donde murió por los impíos, los pecadores, es decir, nosotros, tal y como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, siendo ésta la prueba de su amor por nosotros.

Jesús y la samaritana
La Cuaresma es momento privilegiado para encontrarnos con Jesús, o mejor dicho, para dejar que Él, que se hace el encontradizo con nosotros, nos hable al corazón, ponga en evidencia nuestra realidad y de este modo podamos dejar que nos renueve y transforme.

Esta Cuaresma que nos toca vivir, bajo la amenaza del coronavirus y las restricciones, que impiden asistir a las diversas celebraciones litúrgicas, puede ser una oportunidad para encontrar más momentos de silencio interior, para orar más, para meditar la Palabra de Dios. Para adorar, como nos recuerda Jesús este domingo, al Padre, "en espíritu y verdad"

Si siempre la oración es necesaria, mucho más en estos momentos. A través de ella estamos en comunión con Dios y con los hermanos, y podemos suplir, de este modo, la distancia física.

Y no olvidemos que la Cuaresma es tiempo de esperanza, "la esperanza no defrauda", porque sabemos que tras la Pasión está la Resurrección. Pidamos a Dios que en medio de la preocupación por la pandemia, mantengamos firme esa esperanza, sabiendo que, también a nivel humano, con nuestra oración y con el pequeño granito de arena de nuestro esfuerzo y sacrificio personal, estamos contribuyendo a la victoria sobre la misma.