sábado, 4 de noviembre de 2023

Policromías de otoño

 Comparto mi último artículo en La Tribuna de Toledo

Quienes tienen la paciencia de seguir leyendo este Torreón, saben que uno de mis lugares favoritos es el Real Sitio de San Ildefonso, al que no falta una visita en esta estación tan hermosa que es el otoño. Recientemente he podido volver a pasear por sus jardines, en plena explosión de colores otoñal, una de las experiencias estéticas más intensas que creo puede vivirse en estas fechas.

Los jardines de San Ildefonso cumplen a la perfección la finalidad para la que fueron creados. No se trata, como a veces se repite, de recrear el fastuoso Versalles de Luis XIV, centro de una intensa vida cortesana y ceremonial, sino otro pequeño palacio, Marly, destruido durante la Revolución, y donde el Rey Sol se retiraba a descansar y alejarse del mundanal ruido. El espíritu atormentado, melancólico de Felipe V le llevó a proyectar este lugar de reposo y sosiego del alma, donde vivir su retiro tras abdicar en su hijo Luis I. El fallecimiento prematuro de éste obligó al primer Borbón español a retornar al trono, y el Real Sitio cambió su función, siendo a partir de entonces uno de los diferentes lugares donde la corte, en su cíclico vagar anual, tenía la “jornada” de verano, entre las estancias primaverales de Aranjuez y de otoño en El Escorial.

Al contrario que los reyes de España, yo prefiero San Ildefonso en otoño, cuando la rica policromía de sus variadas especies componen un hermoso mosaico de colores de toda índole, desde el rojo intenso que apunta en las hojas más altas de los liquidámbares hasta el marrón oscuro de los castaños o el verde amarillento de los abedules. Una sinfonía que se despliega ante los ojos, llenando de belleza las pupilas, bien abiertas para no dejar escapar el mínimo detalle. Deambulo por los cuidados jardines, me adentro en el bosque, bajo un cielo gris, encapotado, que después de descargar abundante lluvia la tarde anterior, cubre las alturas de la Sierra, deshilachándose las blanquinegras nubes en jirones que se entremezclan con las coníferas, creando una atmósfera propicia al ensimismamiento y la meditación. Los arroyos, plenos de agua, estallan en mil sonidos que acallan el elocuente silencio que envuelve al caminante. La armonía entre la obra creadora del hombre, plasmada en los trazados de los jardines, las esculturas y fuentes, y la dinámica de la naturaleza, alcanzan, en el Real Sitio, una de sus mayores y más fecundas manifestaciones.

Frente a la vorágine que nos arrastra, las prisas, la necesidad de optimizar y rentabilizar al máximo el tiempo, “perderlo” en un paseo sin rumbo por el Real Sitio es, en el fondo, ganarlo. Es llenar el espíritu, elevar el alma, fecundar el corazón.

Concluyo la visita con un alto en otro lugar con encanto, la librería y cafetería Farinelli, donde se puede tomar un café o un buen vino entre libros, música y consejos literarios.

¿Qué más pedir?

domingo, 22 de octubre de 2023

La estatua del rey

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo 

Uno de los problemas más graves que tenemos en el campo de la educación en España es la terrible ignorancia de nuestra Historia. Lo percibo cada día impartiendo clase en la Universidad, y me reafirmo, con gran tristeza, a través de pequeñas anécdotas que, en sí mismas, no tendrían mayor importancia, pero que sumadas nos hablan de un panorama desolador.

Me encontraba yo hace unos días en Madrid, en la Puerta del Sol, aguardando a un amigo. Como siempre es bueno tener un punto de referencia, habíamos quedado junto a la estatua ecuestre de Carlos III. Mientras esperaba, se acercó junto a mí un grupo de chavales, de unos 17-18 años, y que por lo que entendí, debían hacer un trabajo de clase sobre estatuas de la capital, indicando a quién pertenecían. Al llegar, vieron, como resumen de la larga inscripción que explicaba quién había sido Carlos III, un breve texto: “Madrid al rey ilustrado”; este fue el nombre que asignaron a la escultura. Tras hablar de otras cosas, y antes de marcharse, uno de ellos preguntó que quién era ese rey ilustrado. Entre los chicos hubo silencio hasta que alguien respondió: “No sé, un tal Alfonso, ¿No?”. Aunque estoy acostumbrado a escuchar de todo en el aula, la anécdota me dejó pensativo y preocupado.

Estatua ecuestre de Carlos III (Puerta del Sol, Madrid)
En varias ocasiones he denunciado en esta columna los bajos niveles con que accede a la Universidad un alumnado que, supuestamente, ha pasado una prueba exigente y que trae una larga experiencia de estudio y aprendizaje. La dolorosa verdad es que el sistema educativo español está haciendo agua. El cambio continuo de leyes, la implementación de unas pedagogías que, demostrando muchas veces su fracaso, siguen imponiéndose por motivos puramente ideológicos, las altas ratios en las aulas, una cultura que desprecia el esfuerzo, el abandono de los hábitos de lectura, la asfixiante burocracia que hace perder tiempo y ánimos a los docentes, son algunas de las causas de este grave problema que no se soluciona maquillando los datos. Es un auténtico fraude el que se está cometiendo con el alumnado, quedando los más débiles social y económicamente expuestos a un futuro de explotación laboral, al carecer de la mínima cualificación, aunque se les haya ido pasando de curso. Lo más grave es esto, que leyes calificadas de progresistas están dejando tirados a quienes no tienen posibilidad de suplir las carencias de la escuela.

Hace tiempo que los docentes reclamamos un gran pacto educativo, que asegure una educación de calidad por encima de los vaivenes de las alternancias políticas. Es clamar en el desierto. Y, sin embargo, nos jugamos demasiado. Generaciones ignorantes son carne de cañón para la manipulación. Necesitamos recuperar una formación integral, que no olvide, junto a la formación científica y tecnológica, el conocimiento humanístico, la historia, la literatura, la filosofía, el arte. Nuestras raíces.

Porque las humanidades nos hacen más humanos, más críticos, más libres.


sábado, 23 de septiembre de 2023

Escritoras medievales

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

A pesar de que aún perviva en cierto imaginario colectivo la idea de la Edad Media como un periodo oscuro, tenebroso, la realidad, más allá del mito –nacido entre los humanistas del Renacimiento, que reivindicaban el latín clásico y rechazaban ese periodo medio transcurrido entre los grandes autores grecorromanos y ellos- es que los mil años pasados entre el fin del Imperio Romano de Occidente y la conquista de Constantinopla por los turcos, límites simbólicos del periodo, fueron una etapa rica, compleja, diversa, en la que convivieron, como en toda época humana, como ocurre con la nuestra, luces y sombras, y en la que el genio humano produjo algunas de sus mejores obras, desde la arquitectura de las catedrales góticas a las elucubraciones de la reflexión filosófica.

Es preciso superar esos viejos y falsos tópicos sobre el Medievo. Algo que sólo se logrará adentrándonos en esos siglos fascinantes. Uno de los lugares comunes es la idea de que las mujeres no tuvieron apenas importancia. Y, sin embargo, además de las figuras que conocemos por la historia política, como Urraca de Castilla, María de Molina o Isabel de Portugal, por ceñirnos al ámbito hispánico, o las que aparecen en el santoral, como Catalina de Siena o Brígida de Suecia, reformadoras y fundadoras, tenemos también un elenco de mujeres que se dedicaron a la cultura, a escribir y crear obras literarias, científicas o filosóficas. El ideario educativo medieval, en una de sus obras más logradas, el De eruditione filiorum nobilium, de Vicente de Beauvais, basándose en el libro del Eclesiástico, afirmaba rotundamente la necesidad de educar a las hijas.

Entre los ejemplos más señalados tenemos, en época carolingia a Dhuoda, autora de un manual para formar príncipes. Por el siglo XI, Trótula de Salerno escribió un libro sobre las dolencias de las mujeres que se usó como texto de medicina hasta el XVI. En la corte francesa del rey Carlos VI, destacó la genial Cristina de Pizan, autora de más de veinte obras, entre las que destacó La ciudad de las damas, defendió el acceso de las mujeres al conocimiento; en sus poesías expresó su situación vital, como refleja el verso “Solita estoy y solita quiero estar”. Muchas de ellas, así como sus baladas, se hicieron muy populares. En el ámbito monástico germánico encontramos figuras como Hrotsvitha de Gandersheim, autora de obras de tinte dramático, que ensalzaba las virtudes femeninas; Herralda de Hohenburg, que compuso la que puede considerarse la primera enciclopedia escrita por una mujer, su Hortus deliciarum y la difícilmente catalogable, por su desbordante personalidad y fecundidad creativa, Hildegarda de Bingen.

Hildegarda de Bingen
Esta última es fascinante. El papa Benedicto XVI, en 2012, la proclamó Doctora de la Iglesia, por sus escritos espirituales. Pero también escribió sobre medicina, moral, antropología, teodicea, cosmología; inventó una lengua artificial y compuso obras musicales. Algunas podemos disfrutarlas en castellano gracias a las editoriales Trotta y Siruela.

¿Edad Media, oscura?

domingo, 16 de julio de 2023

Acerca de "Memorias de Adriano"

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Conocer las grandes figuras del pasado es siempre un aliciente para superarnos y tratar de vencer la mediocridad en la que solemos movernos la mayor parte de los mortales. El género biográfico ha sido una de las ocupaciones preferentes de los historiadores, que tratamos de recuperar, enmarcado en su contexto, el desarrollo vital de personajes que han tenido –o no- un papel en la sociedad. Pero a veces, junto a las frías descripciones que solemos hacer los profesionales de la Historia, podemos encontrar alguna biografía fruto del interés de algún escritor, capaz de regalarnos auténticas obras maestras. Como muestra, las geniales que realizó Stefan Zweig sobre Fouché o María Antonieta. Aunque hay una que, creo, supera a todas.

El otro día, al hilo de mis paseos romanos junto a Castel Sant´Angelo, la evoqué. Pero hoy quiero volver sobre ella, pues, en este insoportable verano de campaña electoral, se ha convertido en un oasis que permite evadirme de este agobiante bombardeo que estamos sufriendo por parte de políticos que, nuevos Romanones, fieles al axioma de que las promesas electorales están para incumplirlas, nos regalan los oídos con cantos de sirena, en una almoneda vergonzosa e inmoral, verdadero y consciente insulto a la inteligencia del ciudadano. Se trata, lo habrán sospechado, de ese maravilloso libro de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, poesía hecha novela, belleza lírica encarnada en unas supuestas memorias del emperador ya anciano, que mira hacia atrás, desde la conciencia lúcida del próximo fin de su existencia.

Retrato de Adriano

Lo he leído y releído en varias ocasiones. Y, como me ocurre con otra obra maestra, El nombre de la rosa, siempre descubro nuevos matices. Su autora tardó varios años en escribirlo, destruyendo, incluso, una primera versión. En él vertió sus inmensos conocimientos, fruto de una pasión desbordante, sobre el mundo clásico. Las fuentes consultadas, ricas, variadas, nos hablan de una cuidadosa documentación, que abarca desde los estudios de ese fantástico lugar que es la Villa Adriana en Tívoli, hasta la información sobre acontecimientos, personajes –incluido el misterioso Antínoo- que culminan en el propio emperador.

El retrato de Publio Elio Adriano es magistral. Una verdadera introspección que revela los más hondos recovecos de su alma – esa animula vagula blandula- desde la que vamos descubriendo la historia de Roma en el momento de su mayor esplendor. Pero no es sólo historia; arte, política, filosofía y pasiones humanas, sobre todo el amor, se van entretejiendo para formar un primoroso paisaje que nos enseña, deleita e invita la reflexión. Un homenaje a la cultura grecolatina de la que aún bebemos y vivimos. Revelación de un hombre “que casi llegó a la sabiduría”.

La traducción, realizada por el escritor argentino Julio Cortázar, es una de las más destacadas de la obra de Yourcenar. Y el protagonista, estadista de amplia visión, nos obliga a lamentarnos por la horda de mediocres que solicitan nuestro voto este mes del divino Julio.


domingo, 19 de marzo de 2023

El Tito Berni

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Hasta hace unos días era tan sólo (con tilde, claro) un desconocido diputado que, como el resto, se limitaba a votar disciplinadamente lo que el partido le indicaba. Ahora es el símbolo de la corrupción devastadora que, como una lepra, se extiende, desde hace ya bastantes años, abarcando todo tipo de ideología, por la vida política española, degradada por personajes que parecen sacados de la versión más cutre de Torrente. Una pléyade de arribistas llegados al albur de un sistema partidista que prima, no la calidad, el mérito, la valía, sino la obediencia ciega, el acatamiento disciplinado, la aquiescencia obsequiosa, y eso desde las diferentes juventudes, en las que niñatos sin oficio ni beneficio van ascendiendo a base de servilismo, peloteo u otras cosas, desde los más humildes puestos hasta alguna concejalía que permita dar el salto a cargos más altos, tal vez diputado o senador, o quizá localmente, consejero, delegado o director de alguna de las innecesarias sinecuras con las que las diferentes administraciones premian la lealtad perruna de sus fieles militantes.

Tito Berni es la expresión más evidente de un sistema que ha ido expulsando a los mejores, que se sustenta en una ciudadanía que, cada vez más acrítica, ve con asco, pero muchas veces con resignación, el lodazal en que han convertido a la res publica. No es un caso aislado, sino, por desgracia, la evidencia de un mal que supura por la piel de la vida nacional, esterilizando las muchas potencialidades que, como sociedad, tenemos. Vamos, despeñados, rumbo a convertirnos en una especie de república bananera, en la que la chulería, la prepotencia de una casta política ensoberbecida y alejada de la ciudadanía –“¿qué más da?” preguntaba casi indignado el inefable Patxi-, ha conducido a las instituciones a un grado de desprestigio del que será difícil salir.

“Corruptio optimi pessima”, decían los clásicos. “La corrupción de los mejores es la peor de todas”. Nuestros políticos deberían ser los mejores, los más preocupados por el servicio público, por el bienestar de los más desfavorecidos, por la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos, por la construcción de un futuro mejor para todos. Por el contrario, vemos sólo intereses partidistas, mediocridad, incompetencia, chulería, ineptitud unida a soberbia. Despilfarro, chabacanería, cortedad de miras, ineficacia. Un cáncer que puede matarnos como sociedad, un veneno que nos destruye lentamente, un óxido que corroe la estructura social.

Es preciso que, como ciudadanos, reaccionemos. La cosa pública nos atañe a todos. Urge un compromiso firme para renovar la política, que ha de volver a ser un servicio noble que se preocupe prioritariamente del bien común. Y que los “Tito Berni” se conviertan en una anécdota.

Hace cien años, en los estertores del régimen de la Restauración, España vivió una situación de descrédito político muy similar a la actual. Aquello desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. De cómo acabe ahora depende de nosotros.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Miércoles de Ceniza

 Comparto mi artículo de hoy en La Tribuna de Toledo

Tras el combate anual –que rimara el Arcipreste de Hita- entre don Carnal y doña Cuaresma, -batalla que también representó en un abigarrado lienzo Pieter Brueghel el Viejo-, llega, como el propio Juan Ruiz dijo, “un tiempo de Dios santo”, los cuarenta días de preparación a la celebración de la Pascua. Lo hace con el austero y significativo rito que da nombre a este día, la imposición de la ceniza, que nos recuerda la realidad más honda del ser humano, su radical pobreza y contingencia, pero, a la vez, invita a su profunda renovación, mediante el camino de transformación del corazón que conduce al gozo pascual.

Siempre me ha llamado la atención la prácticamente general ausencia de información sobre el Miércoles de Ceniza y el comienzo de la Cuaresma en los medios de comunicación españoles, frente al aluvión de datos que nos ofrecen cada año al inicio del Ramadán. Es significativo, sobre todo teniendo en cuenta que, se sea católico o no, la Cuaresma y la Semana Santa marcan la vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos en este comienzo de la primavera. Porque junto a los fieles que se quieren disponer -mediante el ayuno, la oración y la limosna- a la celebración del momento más importante del año para un cristiano, el santo Triduo Pascual, con su recuerdo de la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección de Cristo, muchas personas participan de modo directo o indirecto en las diversas manifestaciones cultuales y culturales de estos días. Por no incidir en el aspecto económico, especialmente importante en el sur de España, donde desde talleres de artesanía hasta hoteles y restaurantes, pasando por floristerías, cererías o sastrerías, ven incrementada su actividad de modo significativo. Y eso, sin olvidar el impacto turístico, que lleva a cualquier ayuntamiento, por pequeño que sea el lugar, a promocionar todo lo relacionado con las costumbres cuaresmales y de Semana Santa locales, y luego, da igual el signo político, participar, vara en mano, en los cortejos procesionales.

Con el Miércoles de Ceniza comienza, pues, un periodo no sólo de recogimiento interior sino también de frenética actividad. Las hermandades y cofradías ultiman detalles, limpian carrozas, candelabros, incensarios; repasan bordados y acopian velas e incienso. Las bandas de música ensayan sus mejores piezas, mientras que en el interior de las iglesias resuenan los viejos cánticos que acompañan a Jesús en su camino al Calvario. El ambiente se impregna de los olores de potajes que hierven en sus pucheros o del aroma exquisito de las torrijas recién hechas.

Cuaresma es cultura popular, que ya se desborda por las calles en procesiones, vía crucis o pasiones vivientes. Y es alta cultura, con eventos de la exquisitez y calidad de la Semana de Música Religiosa de Cuenca. Arte, tradición, costumbre, fiesta, recogimiento, devoción, lirismo en los pregones, sentimiento hondo.

En cualquier caso, vivan o no vivan la Cuaresma, no olviden disfrutar de las torrijas.

domingo, 15 de enero de 2023

Presepi

 Comparto mi columna del pasado miércoles, en La Tribuna de Toledo

Aunque oficialmente ya ha finalizado la Navidad, siguiendo el viejo refrán, “hasta San Antón, Pascuas son”, les voy a hablar hoy de belenes, en concreto de belenes italianos, el país donde nació esta tradición, extendida por todo el mundo. Porque los presepi italianos son particularmente bellos, y estos días, en mi deambular por las calles de Roma, visitando las grandes basílicas o adentrándome en las pequeñas iglesias apartadas de las rutas turísticas, puedo disfrutar de algunos ejemplares realmente hermosos.

El presepe o presepio, que de las dos formas se denomina en italiano, nace, como representación del nacimiento de Jesús, en la noche de Navidad de 1223, en Greccio, una población del Lacio, en la que Francisco de Asís quiso evocar el acontecimiento de Belén, organizando una representación viviente de aquel hecho. Según la leyenda hagiográfica, durante la misa apareció en la cuna un niño de carne y hueso que el santo tomó en sus brazos. Así surgiría la tradición del pesebre, aunque parece que en Nápoles con anterioridad a esa fecha ya se había instalado algún belén en iglesias. La representación artística del nacimiento de Cristo la encontramos en los primeros siglos del cristianismo, la más antigua en las catacumbas de Priscila, en Roma, donde aparece María con el Niño en brazos ante los magos de Oriente, en una pintura del siglo III ubicada en la capilla griega. En cualquier caso, parece que el paso de la representación viviente que comenzó san Francisco a la realizada con figuras fue muy temprana, de modo que en los siglos XIV y XV muchas iglesias italianas se decoraban con belenes. En 1534, san Cayetano de Thiene creó un pesebre elaborado con figuras de madera pintada, cubiertas con ropa, y con la cabeza confeccionada en terracota o madera; para que se pudieran articular, dentro de las mismas se introducía un alambre.

Durante el siglo XVIII, los belenes napolitanos, plenos de barroquismo, llegaron a España al suceder Carlos VII, rey de Nápoles, a su hermano Fernando VI, con el nombre de Carlos III. El espléndido Belén del Príncipe, que se puede contemplar en el Palacio Real de Madrid en Navidad, data de ese momento. La costumbre se extendió durante el siglo XIX por toda España, convirtiéndose en un elemento esencial tanto en las casas como en las iglesias, creando auténticas joyas de arte efímero.

Presepe
En Roma se encuentra una gran variedad de belenes. Uno de los más llamativos siempre es el de la Plaza de San Pedro, que cada año varía de estilo y de formato. En Santa María Maggiore se encuentra el medieval de Arnolfo di Cambio, un capolavoro escultórico de 1289. Belenes napolitanos, de antigua factura o de reciente elaboración –como el del Gesù-, alternan con representaciones más populares, que incluso se hallan en pequeños rincones de las calles romanas.

Una hermosa tradición que, además, se puede disfrutar hasta el 2 de febrero, fiesta de la Candelaria.

viernes, 6 de enero de 2023

Crónica del funeral de Benedicto XVI

 Comparto mi crónica de ayer, publicada en la edición digital de La Tribuna de Toledo

“Benedicto, como el Cid, ha ganado la batalla después de muerto”. Estas palabras de un amigo historiador, dichas mientras aguardábamos, en la fría y húmeda mañana romana del 5 de enero, el comienzo de los funerales del papa emérito, eran el reflejo de la impresión ante una plaza de San Pedro abarrotada de fieles. Una abigarrada mezcla de gentes de diferentes naciones, razas y lenguas. Numerosos los alemanes, entre ellos un grupo con los típicos trajes bávaros. Banderas de Alemania y de Baviera, alguna española también. La niebla que cubría la ciudad como leve sudario, ocultaba a ratos la impresionante mole de la cúpula de Miguel Ángel. El rezo del rosario, en latín, ha acallado el rumor de la polifonía de idiomas, preparando el silencio previo a la llegada del sencillo féretro en el que reposan los restos de Benedicto XVI. Un silencio roto por los aplausos de los fieles. Poco después, el papa Francisco comenzaba la celebración. Hacía más de dos siglos, desde que en 1802 Pío VII acogiera los restos de su predecesor, Pío VI, muerto en el exilio francés impuesto por Napoleón, que un papa asistía a los funerales del papa anterior. Lecturas en español, inglés e italiano, ritmadas por la belleza del canto gregoriano. Al final de su homilía, Francisco se dirigía a su predecesor: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.”

Tras el final de la misa, los últimos ritos de despedida, con la aspersión del agua bendita y la incensación del féretro, mientras la Schola entonaba el viejo canto exequial, In paradisum deducant te Angeli, “al paraíso te lleven los ángeles”. Después, entre aplausos y lágrimas, la multitud se despedía del papa emérito, que era llevado a hombros hacia el interior de la basílica. Una breve parada previa, para que Francisco orara ante el féretro. Una última visión de éste, que desaparecía al introducirse por la puerta central, sobre la que un tapiz realizado sobre cartón de Rafael, representaba la resurrección de Cristo. Los restos de Benedicto XVI se dirigían a su última morada, en las Grutas Vaticanas. Peregrinos bávaros entonaban en la plaza el Gott mit dir, du Land der Bayern, ¡Dios esté contigo, tierra de Baviera!, el himno del Estado. Poco a poco, mientras en privado tenía lugar la deposición del féretro, abandonamos la plaza, con la sensación de haber vivido un momento histórico. El tiempo irá ubicando en su lugar un pontificado que no ha sido indiferente para nadie, marcado por la explosión de los escándalos de la pedofilia y del Vatileaks, pero también por un rico magisterio, expresión de su profundo conocimiento de la Teología, de momentos duros como la desgarradora pregunta dirigida a Dios en Auschwitz. Un papa que, frente a los que temían la dureza de la imagen del panzerkardinal, ha recordado continuamente la alegría de ser cristiano y ha escrito una bellísima encíclica sobre el Amor de Dios. Su renuncia al papado, hecho insólito en un mundo en el que los gobernantes se aferran al poder, más allá del estupor inicial, le ha creado una simpatía general que se ha desbordado en las largas colas de miles de personas que han querido, desde el lunes hasta ayer, darle un último adiós. Estos días en Roma se comenta si será declarado Doctor de la Iglesia. Sabiendo que para ello es preciso estar canonizado, no queda duda de cuál es, entre muchos fieles, la última imagen de quien se presentó, al ser elegido papa, como un humilde trabajador de la viña del Señor.



En el adiós a Benedicto XVI

 Comparto mi artículo del jueves 5 de enero en La Tribuna de Toledo

El doblar de las campanas de la Catedral Primada, seguido, poco a poco, por el de los demás campanarios de la ciudad, anunciaba, en la mañana del 31 de diciembre, el fallecimiento del papa emérito Benedicto XVI. Las redes sociales, los medios de comunicación comenzaron a dar, frenéticos, más detalles de lo sucedido. Con el final del 2022 desaparecía también una figura central en la reciente historia del mundo. Lo hacía cuando la Iglesia Católica celebra a San Silvestre, el papa durante cuyo mandato Constantino dio la paz a la misma, tras las persecuciones de los primeros siglos, comenzando así a nacer lo que sería el modelo socio religioso de la Cristiandad, sobre cuyo ocaso contemporáneo escribiría y reflexionaría el papa Ratzinger.

Benedicto XVI
Me encuentro en estos días, como suelo a comienzos de enero, en Roma. Pero antes de mi ineludible cita con archivos y bibliotecas romanas, he podido vivir la historia en primera persona. En el suave y hermoso atardecer romano me he dirigido hacia la basílica de San Pedro. En el centro de la plaza luce espléndido un abeto que se yergue junto al belén de madera que este año ha instalado la región italiana de Friuli-Venezia Giulia. Sus luces, en alegre baile, atraen, como a mariposas, a decenas de turistas que posan para llenar con sus selfies las redes sociales o que “guasapean” a familiares y amigos contándoles lo bien que se está de vacaciones en Roma. Tras pasar varios controles de seguridad, me uno a la masa de gente que aguarda a ingresar en la basílica. Peregrinos, turistas, curiosos, en peculiar amalgama. Las cifras han desbordado las previsiones. La noche, que en invierno cae muy pronto en la Urbe, nos cubre con su oscuro manto, mientras el frío comienza a hacer su aparición. Poco a poco podemos entrar en San Pedro, que, con toda su iluminación, ha devenido un gigantesco y áureo mausoleo para la pequeña figura del pontífice alemán. Avanzamos por el centro de la basílica hacia el altar de la Confesión, erigido sobre la tumba paleocristiana del apóstol Pedro. El órgano, a lo lejos, sostiene el canto de la hermosa melodía gregoriana, Requiem aeternam dona eis Domine…Por fin, tras un lento caminar, nos podemos detener, breves instantes, ante el cadáver de quien guió la nave de la Iglesia durante ocho años. Zapatos negros, en lugar de los rojos, al no ser papa reinante. Sin palio, sin la férula –el bastón pastoral papal acabado en cruz-, con una casulla roja que evoca la púrpura de los emperadores romanos y que ha devenido símbolo de los mártires, el dar la vida por Cristo, particular cometido en su actitud de servicio a la Iglesia del sucesor de Pedro. Pequeños detalles del ceremonial vaticano, que no deja nada al azar. La visión es majestuosa, enmarcado por el baldaquino de Bernini, mientras al fondo refulge el dorado del altar de la cátedra. Pero, como recordaba la vieja fórmula de la quema de la estopa cuando los pontífices eran coronados con el triregno, la tiara con triple corona –que Benedicto hizo sustituir en el escudo papal por la mitra episcopal-, quien yace es sólo un hombre. Sic transit gloria mundi…Yace el que se presentó como un humilde trabajador de la viña del Señor el día de su elección. Yace una de las figuras intelectualmente más potentes del siglo XX, probablemente el mejor teólogo de los tiempos presentes, uno de los mayores pensadores europeos de nuestra época. Alguien que supo recoger lo mejor del pensamiento cristiano, particularmente el de los Santos Padres, y reivindicando el uso de la razón, trató de dialogar con la cultura moderna, con la ciencia, desde su convicción profunda, basada en Santo Tomás de Aquino, pero que tiene su última raíz en el pensamiento griego, que fe y razón no son incompatibles, sino dos caminos, diversos, pero complementarios, de alcanzar la Verdad. Benedicto será recordado por ser el papa que, con una humildad exquisita, supo apartarse cuando vio que no era capaz de reformar esa Iglesia que veía invadida por lobos rapaces que devastaban la viña. Sólo el tiempo nos permitirá hacer una valoración ponderada de su pontificado, en el que luces y sombras se entremezclan como ocurre con todo lo humano. Pero, entretanto, nos deja un legado de pensamiento verdaderamente impresionante, condensado en más de seiscientos títulos. No sólo las obras de honda teología, destinadas a la alta reflexión, sino también escritos populares, como los tres tomos de la vida de Jesús. Un pensador sabio y humilde. Todo esto pasa por mi mente, por mis pensamientos, por mi corazón.

Salgo de la basílica. Me sumerjo, de nuevo, en la fría noche romana, en su tráfico de locos, en la heterogénea turbamulta que recorre las calles de la Urbe. Aún queda, para despedir a Joseph Ratzinger, a Benedicto XVI, la solemne misa de funeral del jueves 5. Espero estar presente. En medio de la luz de la Navidad, mientras aún resuenan villancicos, una palabra, pronunciada en el silencio previo al Encuentro anhelado, queda como última lección del viejo profesor de Tubinga y teólogo del Concilio Vaticano II: Jesus, ich liebe dich