domingo, 24 de abril de 2016

El motín en el seminario de Cuenca de 1912

Uno de los mayores problemas de la Iglesia española durante el siglo XIX fue el de la formación del clero. Son numerosos los indicios que nos hablan del bajo nivel formativo de los candidatos al presbiterado, lo cual repercutía de modo directo en la práctica pastoral. Junto a las deficiencias intelectuales, los seminarios reflejaron, asimismo, la agitada vida política y social española, de modo que fueron frecuentes en ellos los conflictos y tensiones, que en algunos casos degeneraron en motines. Uno de ellos, el ocurrido en el seminario de Cuenca, es el objeto de análisis de mi artículo "El motín en el seminario de Cuenca de 1912", publicado en el nº 31 de la revista Toletana, pp. 89-184.
Comparto el primer epígrafe del mismo, como una invitación a la lectura de dicho artículo, (que puede ser descargado a través de ww.academia.edu), suprimiendo el aparato crítico:


La situación de los seminarios españoles a finales del siglo XIX 

Tras la supresión de las facultades de Teología y de Cánones en las universidades españolas, donde se habían impartido hasta mediados de siglo, los estudios eclesiásticos entraron en un estado de franca decadencia. El Concordato de 1851 emancipó de modo definitivo la enseñanza de los mismos de la tutela del Estado, transfiriéndolos a los seminarios. El real decreto de 21 de mayo de 1852 dispuso que los grados mayores de Teología y Cánones se confiriesen exclusivamente en los seminarios de Toledo, Valencia, Granada y Salamanca, a los que Pío IX concedió el título de centrales. El 28 de septiembre de 1852 se aprobó el reglamento de estudios, redactado con el beneplácito del nuncio, que regiría los seminarios de España. En el plan de estudios concordado se incluían cuatro años para la enseñanza del Latín y de las Humanidades, tres para la Filosofía, cuatro para los que alcanzaran sólo el bachillerato en Teología, seis para los que aspiraban a la licenciatura y siete para lograr el doctorado. Para Cánones eran uno, dos o tres años, según el grado que se pretendiera alcanzar, previo estudio  de los cuatro años de Teología. Los seminarios diocesanos concedían sólo el grado de bachiller, mientras que para ser licenciado o doctor había que acudir a los seminarios centrales, a los que se añadieron, con ciertas limitaciones, por el real decreto de 27 de noviembre de 1876, los seminarios de Santiago de Compostela y Canarias.
A pesar de este plan de estudios, la calidad de los mismos durante la segunda mitad del XIX fue bastante precaria, como lamentaba el nuncio Mariano Rampolla del Tindaro, en 1885, en un despacho enviado a la Santa Sede, en el que proponía la erección de una universidad católica central, la reforma de los seminarios y la fundación de un colegio nacional español en Roma. Pocos años después, en 1891, el secretario de la nunciatura de Madrid, Antonio Vico, redactó un amplio informe sobre la situación de los seminarios españoles. El resultado del mismo no podía ser más desalentador, tanto sobre el estado de los seminarios como del clero español en general. El 30 de junio de 1896 la congregación de Estudios publicó una instrucción que modificó en profundidad la enseñanza de los seminarios centrales españoles, en los que había descendido bastante el nivel para la adquisición de grados, disponiendo que en Toledo, Valencia, Granada, Santiago de Compostela y Salamanca se constituyesen y se erigiesen canónicamente y de modo inmediato, las facultades de Teología y Derecho Canónico, a las que se podía añadir la de Filosofía escolástica, pudiendo conferir todos los grados a los clérigos que concurriesen a las clases de dichas facultades; en 1897 se extendió el mismo privilegio a todos los seminarios metropolitanos de España. Sin embargo, el fracaso de casi todas las universidades pontificias fue pronto evidente, exceptuando la fundada en Comillas en 1904, dirigida por la Compañía de Jesús, de modo que no se consiguió el objetivo de mejorar la formación de los futuros clérigos españoles. Esto sólo fue posible, en parte, con la creación en 1892 del pontificio colegio español de San José de Roma, de donde, junto con Comillas, saldría lo más selecto de clero secular español, siendo un germen de renovación para el futuro.
Durante la nunciatura de Antonio Vico se realizó una visita a los seminarios españoles. Una de las preocupaciones del nuncio era la grave situación en la que se encontraban y que, como hemos visto, conocía de primera mano tras su etapa anterior en la nunciatura de Madrid como secretario. En el informe enviado a la sagrada congregación consistorial, de la cual dependían los seminarios, de octubre de 1908, manifestaba la conveniencia de una visita apostólica a los mismos. Reunida la congregación el 25 de febrero de 1909, los cardenales, considerando la gravedad de las cosas expuestas, reconocieron la necesidad de una actuación enérgica y saludable, pero para realizarla con pleno conocimiento de causa, propusieron enviar visitadores apostólicos a los diversos seminarios, tal y como se había hecho en Italia, informando de ello al nuncio el 1 de marzo. Se le indicaba que los visitadores habrían de ser españoles, sacerdotes del clero secular y regular, nunca obispos, y se debía evitar todo tipo de publicidad, solicitando a Vico que comunicase a la congregación qué personas creía capaces de realizar el delicado encargo, así cómo otros detalles de la visita. El 25 de mayo se volvía a pedir a Vico que indicase su parecer sobre la reforma a realizar en los seminarios de España. El nuncio respondió el mismo día, mostrando las dificultades prácticas para realizar la visita, no siendo la menor la susceptibilidad de los propios obispos españoles. Vico solicitó al sacerdote operario diocesano Remigio Albiol, rector del seminario conciliar de Toledo, que le indicara una serie de nombres que pudieran ser adecuados para realizar la tarea. Albiol le respondió en sendas cartas, el 5 y el 11 de abril, dándole una amplia lista de personas.
En la reunión de la sagrada congregación del 1 de julio de 1909, se trató de nuevo la cuestión, reconociendo la necesidad absoluta de realizar dicha visita, de modo que el 5 de julio, el cardenal Gaetano De Lai, secretario de la congregación, escribió a Vico para comunicárselo, insistiendo en la conveniencia de proceder con la máxima cautela y prudencia; por prudencia los visitadores serían sacerdotes españoles pertenecientes preferiblemente al clero secular. El 25 de agosto se aprobaba la instrucción para los visitadores apostólicos, con una serie de consejos así como la enumeración de aquellos aspectos que debían ser investigados. El 3 de noviembre el cardenal De Lai escribía al nuncio para señalarle que se había designado al arcipreste de la catedral de Tarragona, Juan Corominas, como visitador apostólico de los seminarios conciliares de Toledo y de Barcelona, visita que sería como un primer experimento. Asimismo se comunicó al cardenal Gregorio María Aguirre, arzobispo de Toledo y al obispo de Barcelona, Juan José Laguarda y Fenollera la realización de la visita y el nombre del visitador. El cardenal Aguirre quedó sorprendido al recibir la carta del cardenal De Lai, pero tanto el rector del seminario, Albiol, como el nuncio, lograron disipar su aprensión.
Tras los informes recibidos de los seminarios españoles, el 22 de agosto de 1910 la sagrada congregación consistorial envió una circular con instrucciones acerca de la mejora de los estudios eclesiásticos en España, en especial en el ámbito de los literarios. El 21 de diciembre, el cardenal De Lai solicitaba al nuncio Vico que insistiera de nuevo sobre el asunto, verificando las deficiencias existentes y exhortando a los obispos a hacer lo posible para reforzar, según las normas dadas, la formación de los seminaristas. El 12 de enero de 1911, Vico dirigía una circular a los arzobispos españoles para que se informasen de cómo habían sido aplicadas las normas pontificias en sus diócesis sufragáneas, así como en el propio seminario metropolitano. Recogidas las respuestas, y enviadas a Roma, la congregación, respondiendo al nuncio, afirmaba que algo se había hecho de cara a aplicar las disposiciones de 1910, pero que era preciso seguir insistiendo para que las normas de la Santa Sede fueran cumplidas en toda su extensión. En este contexto de gran preocupación por parte tanto del nuncio Vico como de la Santa Sede hay que situar lo ocurrido en los seminarios de Orense y Cuenca en 1912, aunque, como veremos, los sucesos de mayor gravedad y repercusión tuvieron lugar en el de Cuenca.

- DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, "El motín en el seminario de Cuenca de 1912", en Toletana. Cuestiones de Teología e Historia. Nº 31  pp. 89-184, Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2014

jueves, 14 de abril de 2016

“I fogli di udienza”: una nueva fuente documental sobre la historia de la Iglesia

En los últimos años hemos asistido a la publicación de diversas fuentes archivísticas que nos han permitido enriquecer, e incluso variar, la percepción que teníamos acerca de la Iglesia en España durante los años treinta del siglo XX. A la de los archivos personales de los cardenales Vidal y Barraquer y Gomá se unió la de las fuentes vaticanas, a partir de la apertura de los fondos a los estudiosos en el 2006, por parte de Vicente Cárcel Ortí, publicación que habiendo llegado hasta 1934, pretende abarcar todo el periodo accesible, esto es, hasta febrero de 1939.
A ellas hay que añadir el inicio, por parte del propio Archivo Vaticano, de la publicación de los “fogli di udienza” del secretario de Estado, cardenal Eugenio Pacelli. Éstos comienzan en 1930, al ser nombrado Pacelli para tal función por parte de Pío XI, hasta la muerte del pontífice, en 1939. Se trata de escritos autógrafos del secretario de Estado en los que se registra, de un modo constante y metódico, en síntesis, las cuestiones tratadas con el papa en las frecuentes audiencias que con él mantenía, prácticamente todos los días. Una fuente, por tanto, de primera mano, para conocer las principales preocupaciones del papa Ratti, sus líneas concretas de actuación, las cuestiones que atañían a la vida de la Iglesia y a su relación con los estados. En ocasiones son el inicio de actuaciones que aparentemente nada tienen que ver con el motivo real que las pone en marcha. Yo mismo lo pude comprobar cuando, al tratar la misión de Antoniutti en España, oficialmente para ayudar a los niños vascos exiliados, me encontré en el “foglio” correspondiente que lo que trataron el papa y su secretario fue acerca de cómo reconocer de algún modo a Franco, para evitar la preponderancia de Falange, de la que informaba preocupado el cardenal Gomá.
Es, por tanto, una publicación de gran interés para cualquier historiador, pero de un modo particular para los que se dedican a los años treinta en España, dada la atención que la Santa Sede dedicó a los problemas eclesiásticos, políticos y sociales del país.
Junto a la publicación de los “fogli” son interesantes los estudios introductorios del primer volumen, así como las notas a pie de página, que permiten relacionar el contenido de dichos “fogli” con otros documentos vaticanos, dando sugerencias de investigación, así como información muy rica y variada.
Nos encontramos, pues, ante un proyecto de publicación que ha de tenerse en cuenta a la hora de afrontar nuestras investigaciones sobre la convulsa historia española de los años treinta.

S. Pagano-M. Chappin-G. Coco (a cura di). I “fogli di udienza” del cardinale Eugenio Pacelli Segretario di Stato I, (1930), Archivio Segreto Vaticano, Città del Vaticano, 2010

G. Coco-A. M. Diéguez  (a cura di), I “fogli di udienza” del cardinale Eugenio Pacelli Segretario di Stato II, (1931), Archivio Segreto Vaticano, Città del Vaticano, 2014