sábado, 13 de abril de 2019

Jerónima de la Asunción: Una monja con redaños

Comparto el artículo que publiqué en La Tribuna el pasado miércoles 10 de abril, sobre Jerónima de la Asunción


No sé si han contemplado alguna vez su rostro. Lo inmortalizó Velázquez en una espléndida pintura que se conserva en el Museo del Prado. Impresiona. Austero. Surcado por arrugas, reflejo de su edad y de una vida marcada por la austeridad y la penitencia. Mirada penetrante. Es una mujer de unos sesenta y cinco años, a punto de embarcarse en un largo viaje. Una monja. Mística. Toledana. Jerónima Yáñez. O de la Fuente. O de la Asunción, que de las tres maneras es conocida. Aunque hoy haya sido olvidada en gran medida. Una figura que les invito a conocer, pues resulta fascinante.
Nació en Toledo en 1555. A los seis años ya sabía leer, escribir y contar. Cuando rondaba los catorce fue testigo de las andanzas por Toledo de Teresa de Jesús, que trataba de fundar uno de tantos monasterios que enriquecían (por desgracia, cada vez más, en pasado) la ciudad. Jerónima se sintió llamada a la vida consagrada, y al año siguiente, el 15 de agosto de 1570, ingresó en el convento de Santa Isabel de los Reyes. Aquí supo compaginar una profunda vida espiritual con una intensa actividad que repercutía en la sociedad toledana, recogiendo dinero para los más necesitados, enviando ayuda a la cárcel, donando, incluso, en una ocasión, su propia cama para un enfermo del Hospital. Promovió la realización de la escultura de la Inmaculada para el altar mayor del convento, y el culto a la imagen del Santísimo Cristo de la Misericordia, en torno al cual surgió una cofradía, desaparecida en el siglo XIX.

Jerónima de la Asunción (Velázquez)
Su espíritu inquieto la impulsó a realizar una hazaña digna de una novela. En 1598 tuvo noticia de que en Manila deseaban tener un convento de monjas, poniéndose manos a la obra. Logrados los permisos, el 28 de abril de 1620 iniciaba el viaje desde Toledo a Sevilla con cinco monjas. Allí la pintó Velázquez. El 5 de julio, con otra monja más, se embarcaron en Cádiz, llegando, a finales de septiembre, a Ciudad de México, donde se le unieron dos religiosas. El 1 de abril de 1621 se hicieron a la mar desde Acapulco, llegando a Filipinas el 24 de junio. Durante el viaje, a la altura de las Marianas, falleció una de las religiosas, María de la Trinidad. Llegadas a Manila el 5 de agosto de 1621, fundaron, bajo la regla de Santa Clara, el primer convento contemplativo de Extremo Oriente. No se arredró ante las dificultades, escribiendo incluso al rey Felipe IV. Sus últimos 30 años estuvieron marcados por la enfermedad, falleciendo en Manila el 22 de octubre de 1630. Su recuerdo en Toledo se fue borrando, aunque en 1930 el Ayuntamiento dio su nombre a la Travesía de Santa Isabel, quedando como testimonio una placa desvencijada en la pared del convento.
Una mujer, una toledana digna de ser recordada. O de que, al menos, no se caiga la placa.

lunes, 8 de abril de 2019

(Des)memoria mujeril

El pasado miércoles 3 de abril comencé a colaborar con el diario La Tribuna de Toledo con la columna "El torreón de San Martín". Comparto el texto que publiqué ese día, una reivindicación de la memoria de las mujeres toledanas:

Subir a un torreón permite otear el horizonte. Y hacerlo desde el torreón del puente de San Martín conlleva, además, contemplar el fluir lento, por desgracia escaso, del padre Tajo. Unas aguas que arrastran la historia de nuestra ciudad. Historia rica, compleja, llena de matices, curiosidades, dramas y heroísmos. Historia que pretendo compartir con ustedes (si son capaces de soportarme), desde esta atalaya privilegiada.
Pero para comenzar, no voy a hacerlo por el recuerdo y la memoria, sino por la desmemoria y el olvido, que también tiñen el devenir de esta “peñascosa pesadumbre”. Y, aunque parezca un lugar común, esa desmemoria afecta, y mucho, a las mujeres. Toledo está llena de evocaciones de varones ilustres, poetas, prelados, escritores, guerreros, reyes...pero ¿qué lugar de memoria encontramos sobre mujeres? ¿Qué recuerdo tenemos, qué evocación hacemos de las toledanas, ilustres o no? Y haberlas, haylas. Muchas. Para muestra, un botón. O unos pocos. Ahí está Juana I, “la Loca”, reina de Castilla y Aragón, una de las ilustres y poderosas. O Leocadia, la joven mártir de la época romana. Y Raquel, “la Fermosa”, “la judía de Toledo”, amante de Alfonso VIII de Castilla. ¿Quién recuerda a Marcela de San Félix, monja trinitaria, poeta y dramaturga, hija de Lope de Vega? Más cerca de nosotros, María del Carmen Martínez Sancho, pionera de las matemáticas españolas en el siglo XX. O Esperanza Pedraza, que tanto contribuyó a potenciar la historia y cultura de nuestra ciudad. También ha habido toledanas de adopción, como Elvira Méndez de la Torre, primera concejal del consistorio toledano, en 1924, junto a Pilar Cutanda Salazar.

Juana I de Castilla, una toledana ilustre
Pero ¿qué tenemos de ellas? Apenas una escultura semioculta, la de la monja andariega y reformadora, Teresa de Jesús. Una placa desvencijada y semiborrosa, en la pared del que fue su convento, Santa Isabel, que evoca el olvidado cambio de calle que se hizo en recuerdo de otra monja viajera (y milagrera) Jerónima de la Fuente, a la que Velázquez inmortalizó. Poco más. ¿No sería llegado el momento de recordar a más mujeres toledanas? ¿No convendría visibilizar estas figuras, mediante su representación?
Y para que no se diga que me quedo en quejas estériles, ahí va eso: junto a la estatua de Juan de Padilla, ¿no sería justo ubicar otra escultura de María Pacheco? Una mujer de “armas tomar” (literalmente, of course), culta, educada en un ambiente humanístico, conocedora del latín, del griego, de historia y matemáticas. Resistente en Toledo en la guerra de las Comunidades de Castilla tras la muerte de su esposo, liderando la defensa de la ciudad, prolongando la resistencia nueve meses tras la derrota de Villalar, que supo mantener el orden en el interior de la ciudad y que tras la entrada de las tropas del rey Carlos, logró huir, disfrazada, exiliándose en Portugal, donde fallecería en 1531. La “leona de Castilla”, que verdaderamente lo fue. Una mujer empoderada...quizá demasiado, al menos para su época.