domingo, 24 de mayo de 2020

La cuerda tensada

Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo


Les he comentado en alguna ocasión que suelo ser una persona positiva, que trata de sacar lo bueno de cada situación, por dura que sea. Cuando comenzó la pandemia y, sobre todo, cuando pudimos comprobar sus terribles secuelas, pensé que esta crisis colectiva, la más dura quizá que hemos vivido en España desde el final de la guerra civil, traería, como consecuencia, una mayor cohesión social. Creí que la tremenda prueba colectiva nos uniría en una experiencia común, que todos asumiríamos el dolor por los muertos, el sufrimiento de los enfermos, la incertidumbre ante el oscuro panorama económico, como algo propio compartido con los demás, a modo de lazo que nos hermanaría y nos ayudaría a afrontar la dura travesía por el desierto, apoyándonos unos en otros. Me equivoqué. Lo que hemos visto en estos meses ha sido un progresivo enrarecimiento del ambiente, un creciente clima de hostilidad, una intolerancia cada vez mayor, un enfrentamiento brusco, acerbo, incapaz de comprender la postura opuesta o diferente.
No es nada nuevo. Llevamos doscientos años, desde el reinado de Fernando VII, de guerracivilismo, de negación del pan y la sal a quien consideramos nuestro enemigo. La Restauración de Cánovas y la Transición trataron de restañar las heridas de dos siglos marcados por enfrentamientos civiles, de inestabilidad política, de exclusión del adversario. La primera, sufridas diversas crisis y dificultades, fue clausurada por la dictadura de Primo de Rivera, tras la que llegó la Segunda República, cerrando el ciclo la terrible guerra civil. La Transición, tan denostada hoy por algunos, trató de superar esas dos Españas que se habían combatido hasta la aniquilación; con sus sombras innegables, trajo un espíritu de concordia, de mirar hacia delante juntos, de no ver enemigos sino adversarios con los que se podía dialogar. Ese espíritu parece difuminado y lo que se está imponiendo de nuevo es la confrontación que levanta muros y destruye puentes. La Covid-19  ha hecho revivir un virus más peligroso, el de la intolerancia. Hace unas semanas lamentaba su presencia en las redes sociales, pero ha infectado a toda la sociedad. La violencia verbal es cada día mayor, y de ahí a la física existe una tenue línea divisoria.
En esta deriva que nos arrastra y envuelve a todos, existen algunos más responsables que otros. Una clase política mediocre y cortoplacista, incapaz de visión amplia; unos medios de comunicación sometidos a intereses partidistas, que rehúyen su misión de ser conciencia libre y crítica; una clase intelectual que ha devenido en intelligentsia al servicio del grupo político; los agitadores de uno y otro lado que apuestan por el “cuanto peor, mejor”. Pero también los demás tenemos nuestra responsabilidad, al demostrar excesiva inmadurez e infantilismo como ciudadanía, dejándonos arrastrar por la falta de compromiso y exigencia.
Estamos tensando la cuerda demasiado. O reaccionamos y somos capaces de detener esta vorágine o la cuerda, quizá más pronto que tarde, se romperá.

viernes, 8 de mayo de 2020

Hijos de Caín

Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo


Suelo ser positivo por naturaleza, siempre trato de ver la botella medio llena, buscando el lado bueno de las cosas. Pero últimamente estoy profundamente preocupado. No sólo por el terrible drama de la pandemia que nos está azotando, con su desgarradora secuela de fallecidos y la oscura amenaza de una honda crisis económica, en la que es probablemente nuestra mayor crisis como sociedad desde la guerra civil. Junto a esto, constato la existencia de otro grave virus que se va extendiendo entre nosotros y que puede significar, para nuestro futuro como colectividad, una amenaza mucho más profunda y destructora. Se trata de la creciente intolerancia hacia el que piensa distinto, sobre todo a nivel político, una violencia verbal que descalifica no sólo las ideas sino que se extiende a la propia persona del que disiente de nuestro modo de entender cómo ha de configurarse la sociedad, un rechazo que considera inadmisible que haya otras cosmovisiones.
Se está propiciando que crezca la voluntad de no convivir, excluyendo al disidente, descalificándole, incluso animalizándole. No es un fenómeno nuevo, se ha dado a lo largo de la historia con demasiada frecuencia y el siglo XX abunda en ello especialmente. Si el otro queda deshumanizado, no sólo sus ideas resultan devaluadas, sino que su propia realidad como persona desaparece, es identificable con un animal dañino, al que se le puede aniquilar si llegara el caso. ¿Exagero? Basta entrar en las redes sociales, mundo paralelo, pero en el que parece desarrollarse la existencia de muchas personas. Twitter es quizá el ejemplo más claro. Una magnífica herramienta de comunicación, susceptible de convertirse en un espacio de diálogo y confrontación de ideas, se ha transformado en una sentina de odio, donde la amenaza física puede palparse. Un abanico de “antis”, desde los antifascistas a los anticomunistas, van sembrando de aversión, de aborrecimiento, de inquina las redes, machacando, destrozando verbalmente al contrario. Desde el odio profundo, desde el rechazo más visceral. Pero no solo en Internet. El debate político, los medios de comunicación, las conversaciones, todo se tiñe de esa intolerancia creciente. De cainismo.

"Duelo a garrotazos" (Francisco de Goya)
Una sociedad plural como la nuestra es lógico que abunde en posturas ideológicas, en profesiones de fe, en planteamientos económicos y sociales diferentes y opuestos. Es normal estar en desacuerdo con otros posicionamientos. Pero lo que no es admisible es la negación del otro por su forma de pensar. Se puede y se debe disentir, pero siempre desde el respeto a la persona, aunque se tenga la certeza de su error.
Conozco demasiado bien, por mis investigaciones, los años treinta en España y Europa. Por eso me aterra y preocupa lo que veo y oigo. “La flor de la guerra civil es infecunda”, dijo hace mil años el poeta cordobés Ibn Házam, cuando se hundía el califato. El odio sólo genera dolor, muerte, destrucción.
Me gustaría que mis prevenciones fueran infundadas. Deseo equivocarme. Temo no hacerlo.