domingo, 20 de marzo de 2022

Domingo III de Cuaresma

Con frecuencia, ante cualquier desgracia, propia o ajena -y no son pocas en nuestros tiempos-, tendemos a interpretarlas como castigo divino, como el pago por algún pecado o maldad. Esto era ya así en tiempos de Jesús, quien nos advierte hoy en el evangelio de Lucas que este modo de interpretar los acontecimientos es erróneo. Las situaciones adversas o desgraciadas que nos toca vivir no son punición por nuestros pecados, sino llamadas a la conversión de un Dios, que como aparece en la parábola de la higuera, no se cansa de darnos oportunidades para cambiar el corazón, porque como proclamamos en el salmo 102, es compasivo y misericordioso.

En la primera lectura se nos presenta la vocación de Moisés, llamado por Dios, quien se le revela, a liberar al pueblo de Israel, esclavo en Egipto. Cristo, nuevo Moisés, nos arranca de la esclavitud, no del faraón, sino del demonio, y sacándonos del pecado, lavándonos a través del paso del mar Rojo que es el Bautismo, nos conduce hasta la tierra prometida, el cielo, recorriendo el desierto de la vida, en el que nos alimenta con el verdadero maná, su Cuerpo, pan de vida. San Pablo, en la segunda lectura, nos ofrece esta interpretación de la historia de Israel como anuncio, tipo, de la historia de la Iglesia, a la vez que nos invita a responder a Dios no como los israelitas, rebeldes una y otra vez, sino desde la obediencia a Dios.

María, el mejor fruto de Israel, higuera llena de frutos de fe y caridad, se nos sigue ofreciendo como modelo en la peregrinación cuaresmal.

Anselmo Lorenzo

Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo 

Probablemente a la mayoría de ustedes este nombre no les diga nada. No se preocupen, muchos de mis alumnos de Ciencias Políticas tampoco le conocen, para desesperación del profesor. Y, sin embargo, es una de las figuras más importantes dentro del surgimiento del Movimiento Obrero en España, en concreto, de la que históricamente fue su rama más importante, el anarquismo. Anselmo Lorenzo Asperilla, que así se llamaba nuestro personaje, es, y por eso hoy se lo quiero presentar, un hijo ignorado de la ciudad de Toledo, donde nació un 21 de abril de 1841. Aún niño, sus padres le enviaron a Madrid a trabajar, y allí, aprendido el oficio de tipógrafo, formando parte así de la denominada “aristocracia obrera”, pronto se vinculó al movimiento anarquista, desde su introducción en España por Giuseppe Fanelli en 1868.

Fue testigo de los enfrentamientos que en el seno de la Primera Internacional dieron lugar a la escisión de la misma, quedando dividida entre los socialistas, seguidores de Marx y Engels, defensores de la emancipación obrera a través de la conquista del poder político y del establecimiento de un Estado obrero, y los anarquistas, seguidores de Mijail Bakunin, opuestos a la participación en política, a todo poder y a toda autoridad, y en cuya sociedad no había lugar para el Estado, sólo para una libre federación de asociaciones autónomas. Nuestro paisano optó por el anarquismo, viéndose envuelta su vida en múltiples avatares, derivados del continuo estado de clandestinidad y persecución al que estuvo sometido el movimiento, especialmente tras la experiencia de la Comuna de París, de modo que en diversas ocasiones debió exiliarse, tanto en Portugal como en Francia, sobre todo a partir del empleo por parte de los anarquistas de la llamada gimnasia revolucionaria, la “propaganda por el hecho”, que consistía en el atentado terrorista.

Anselmo Lorenzo
Instalado en Barcelona, compatibilizó su militancia obrera con una intensa labor escritora y periodística, destacando, junto a las traducciones que hizo al castellano de las obras de Élisée Reclus y Piotr Kropotkin, algunos escritos como El proletariado militante, en dos volúmenes. Si bien su pensamiento no es original, estos trabajos permitieron la divulgación de las teorías de Proudhon, Bakunin y el citado Kropotkin.

Conocido entre los anarquistas españoles como El Abuelo, falleció en Barcelona en 1914. Su protagonismo en la historia de la España de la Restauración es indudable, participando, en 1910, en la fundación de la CNT. El declive del anarquismo español, que, sin embargo, fue preponderante dentro de los movimientos obreros en nuestro país, mucho más que el socialismo, hasta los años 20 del pasado siglo, ha hecho que Anselmo Lorenzo sea olvidado y desconocido, fuera de los círculos anarquistas.

Toledo, frecuentemente ensimismado en sus glorias medievales o del Siglo de Oro, sigue sin hacer justicia a muchos de sus hijos e hijas más contemporáneos. Que Anselmo Lorenzo ni siquiera tenga una calle en nuestra ciudad, es una muestra palpable.


domingo, 13 de marzo de 2022

Domingo II de Cuaresma

Al comienzo de la Cuaresma, el relato de la Transfiguración nos marca el destino hacia el que nos encaminamos, la Pascua de Jesús, su muerte -señalada en el diálogo entre Moisés y Elías-, que cumple todo lo anunciado en la Ley y los Profetas, y su resurrección, en la que se mostrará definitivamente su gloria, oculta bajo los velos de su humanidad, que en el marco de revelación de la escena sobre el Tabor (monte y oración son, en el evangelio de Lucas, ámbitos en los que se desarrollan escenas de revelación), se deja entrever a los discípulos, Pedro, Santiago y Juan, los mismos que serán testigos de la agonía de Jesús en Getsemaní.


Esta gloria de la divinidad de Cristo es la que se nos promete a todos los cristianos. La Teofanía del Tabor es a la vez una Antropofanía, que revela el destino último de la humanidad. Dios, como antaño con Abraham (1ª lectura), ha hecho alianza con nosotros, prometiéndonos una tierra de promisión, el Cielo, del que nos recuerda san Pablo (2ª lectura) que somos ciudadanos. Esta patria a la que nos encaminamos en el peregrinar de nuestras vidas exige de nosotros un estilo diferente al de la vida según la carne. Una vida que se nos regaló en el Bautismo.
El esfuerzo cuaresmal, sostenido por la fuerza del Espíritu Santo, es signo de la lucha contra el mal y el pecado que hemos de realizar toda la vida. Como guía segura tenemos la Palabra de Dios, hecha carne en Cristo el Señor, al que el Padre nos invita a escuchar. Escucha como la de María, que acogió en su corazón la Palabra y la hizo vida.

sábado, 12 de marzo de 2022

La tumba de Portocarrero

Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

La pasada semana, al hilo del Miércoles de Ceniza, les hablaba del epitafio del cardenal Portocarrero en su tumba de la catedral de Toledo. Hic iacet pulvis, cinis et nihil. Probablemente no hay un solo visitante de la Dives Toletana, ni mucho menos ningún TTV (Toledano de Toda la Vida, como simpáticamente nos denomina el libro de Juan Andrés López-Covarrubias), que ignore la existencia de tan peculiar autodefinición, y mucho menos, del nombre de quien se halla sepultado bajo la misma. Otra cosa es que se conozca algo de una de las figuras más importantes de la vida política, religiosa y cultural española en el tránsito de Austrias a Borbones, de la que fue particular protagonista.

Pero, antes que nada, conviene señalar que la célebre inscripción, que ha hecho pasar a la posteridad al cardenal como pocos de los que yacen bajo las bóvedas –y los capelos- de la catedral primada, tampoco es original. Quienes hayan visitado en Roma –de nuevo los paralelismos entre la capital del catolicismo mundial y la que lo fue del hispano-, ese peculiar lugar que es la cripta de los capuchinos, decorada con los esqueletos de los frailes, habrán podido encontrar en la iglesia, donde se conserva el espléndido San Miguel Arcángel de Guido Reni, la tumba del cardenal Antonio Marcello Barberini, hermano del papa Urbano VIII, con idéntica inscripción. Fallecido en 1646, es muy probable que nuestro protagonista, que compatibilizó el deanato toledano con el capelo cardenalicio, recibido a los treinta y cuatro años, visitara dicha tumba durante alguna de sus estancias romanas, antes del nombramiento, cuando era virrey de Sicilia, como arzobispo de Toledo.

La humildad del epitafio oculta –o no- uno de los linajes más ilustres de su tiempo. Luis Manuel Fernández Portocarrero Bocanegra y Guzmán, que así se llamaba nuestro protagonista, era hijo del conde de Palma del Río, lugar donde nació, y de Leonor de Guzmán, hija de los condes de Teba. A los catorce años pasó a ser miembro del cabildo toledano, iniciando una meteórica carrera eclesial, que enlazó con la política, formando parte del Consejo de Estado, desempeñando el cargo de virrey de Sicilia, y tras su regreso a la Corte, otras tareas de gobierno, siendo decisivo en la designación de Felipe de Anjou como heredero de Carlos II. Lugarteniente del reino en los últimos meses de vida del rey, tras fallecer el monarca –cuya injusta, errónea y falsa leyenda negra convendría superar ya- don Luis colaboró  en el gobierno de Felipe V, actuando como gobernador general de la Monarquía en 1701-1703, durante el viaje del rey a Italia. Alejado del gobierno en 1705, se retiró a Toledo, falleciendo en 1709.

Retrato del cardenal Portocarrero

Protector de las artes, empapado del ambiente barroco de la exuberante Roma finisecular, donde vivió en el Palazzo de Cupis, en Piazza Navona, piadoso, modesto, pater pauperum, es uno de los grandes personajes de la historia de España.


domingo, 6 de marzo de 2022

PULVIS, CINIS ET NIHIL

 Comparto mi artículo del miércoles pasado, Miércoles de Ceniza, en La Tribuna de Toledo

Hic iacet pulvis, cinis et nihil. Así reza el epitafio del cardenal Portocarrero en su tumba de la catedral primada. “Aquí descansa polvo, ceniza y nada”. Frente a la feria de las vanidades con la que nos engañamos, la desoladora constatación de la fragilidad y vacuidad de lo humano. Dust in the Wind. Polvo que arrebata el viento y dispersa, disolviéndolo, en la corriente de la historia. Polvo, sin embargo, capaz, en evocación quevedesca, de amar.

Es lo que recuerda este miércoles, Miércoles de Ceniza. Un poco de ceniza impuesta sobre nuestra cabeza nos habla, con vigorosa verdad, de la realidad radical de nuestro origen y nuestro destino. El austero y sencillo rito se repite, un año más, en rítmico acontecer cíclico, al comienzo de la Cuaresma, como invitación a tomar conciencia de lo que somos, más allá de lo que pretendemos ser o aparentar. Una conciencia que no es la desesperada constatación del nihilista, abandonado a la angustia de la nada o el no ser, sino la de quien se deja iluminar por un resplandor divisado en lontananza. Porque el recorrido cuaresmal que comienza en este día tiene como meta, no el abismo desgarrador de una muerte inútil, sino la radiante y gloriosa belleza de la mañana de Pascua.

El papa Francisco imponiendo la ceniza

Acompasado con el memento de la finitud, las palabras esperanzadas que animan a retomar con fuerza un camino quizá muchas veces abandonado. Conversión, metanoia, cambio no sólo de lo aparente y superficial, sino de lo más radical, más profundo, que alberga el corazón humano. Un cambio que no puede quedarse en el solipsismo autorreferencial de quien, erróneamente, entiende la fe como una experiencia individual, sino que nos abre a la plena comunión con los otros, con lo otro, con el Otro, diluyendo, liberador, egoísmos estériles. Tres cimientos sólidos, la oración que se abre a lo trascendente sin olvidar lo fraterno; el ayuno de lo superficial, que es casi todo en nuestra opulenta sociedad del despilfarro, y que se transforma en elemosyne, misericordia, hacia los hermanos.

Quizá el resonar de viejos cánticos, cuya belleza musical resulta tantas veces indescriptible, nos haya hecho entender erróneamente el tiempo cuaresmal como un periodo oscuro, triste, en el que temblar ante la ira divina por la magnitud del mal que somos capaces de engendrar los seres humanos. Una concepción totalmente equivocada, que no tiene nada que ver con la realidad que se nos irá desgranando desde ese Evangelio, Buena Noticia, que se nos invita a hacer vida. Un padre misericordioso que sale al encuentro, abrazándole, del hijo hundido en aniquiladora degradación; un “yo no te condeno”, mientras los acusadores se alejan avergonzados de su profunda hipocresía; una mujer que se alegra por la moneda encontrada. Eso, y mucho más, es para el creyente la experiencia transformadora de unos días que, como deportista que entrena duro para alcanzar la medalla, nos transfiguran desde y para la Luz Pascual.