lunes, 3 de septiembre de 2018

De la guerra santa a la "inútil matanza": El catolicismo español y la Gran Guerra (y II)


El episcopado español ante la Gran Guerra
España fue uno de los pocos países europeos que mantuvo la neutralidad durante el conflicto. El gobierno de Eduardo Dato, que coincidió con el desencadenamiento del conflicto, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando, apostó desde el primer momento por la neutralidad. Muchas razones avalaban para ello, no siendo la menor la división existente en el seno de la familia real, con una reina madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, austriaca, y una reina consorte, Victoria Eugenia de Battenberg, inglesa. Sin embargo la guerra suscitó en el país grandes pasiones, que condujeron a una polarización ante el conflicto1. Mientras muchos liberales eran abiertamente partidarios de la Triple Entente, e incluso el conde de Romanones hizo un alegato para entrar en la guerra a su lado, con un artículo que generó gran polémica ("Neutralidades que matan"), en el ámbito conservador, y en el seno de la Iglesia, se tendía a apoyar a los Imperios Centrales. Se dio, por tanto, una mezcla de neutralidad política y beligerancia social, con una opinión pública que repetía la división ideológica o simpatizante de la familia real entre aliadófilos y germanófilos2. Estos pertenecían a unas derechas que englobaban al alto clero, gran parte del Ejército, los terratenientes del cereal y del olivo y algunos miembros de la alta burguesía y de los negocios; los aliadófilos, vinculados a Francia, eran ideológicamente liberales, agrupando a intelectuales (el caso de Manuel Azaña es paradigmático), clases medias urbanas, elementos de la clase obrera, algunos sectores del Ejército y del clero ilustrado, así como financieros e industriales vascos y catalanes.
La neutralidad, por otro lado, tendría unas profundas repercusiones económicas para España, que se benefició de las exportaciones industriales y agrícolas a los contendientes3, lo que conllevaría unas hondas consecuencias sociales y políticas, que se manifestarían en la crisis de 1917. Mientras unos pocos se enriquecieron de modo súbito, las masas populares se vieron afectadas por la subida de los precios, la especulación comercial e industrial o la hipertrofia de las exportaciones. La carestía de la vida, con las secuelas de hambre, agravó el conflicto social, empujando a las clases trabajadoras a un sindicalismo cada vez más violento.
¿Cual fue, más allá de este doble posicionamiento, la actuación de la Iglesia? Partiendo del hecho de que la Iglesia, en sus diversos ámbitos, no ha sido nunca, a pesar de las apariencias, un bloque monolítico, sino que en su seno se albergan realidades muy diversas y, en ocasiones, contradictorias, y a falta de un estudio en profundidad de los posicionamientos de la jerarquía (erróneamente presentados como los de "la Iglesia"), vamos a centrarnos en la figura de quien en aquellos años era la cabeza de la Iglesia en el país, el arzobispo de Toledo y primado de España, el cardenal Victoriano Guisasola y Menéndez4. Una figura que destaca por ser la del miembro del episcopado español más avanzado de su tiempo en la cuestión social5, y que mostró una profunda preocupación por las consecuencias de la guerra.
A principios de 1917, el nuncio Ragonesi, por medio de una carta confidencial al primado, le preguntaba acerca de si no sería oportuno que los obispos españoles invitaran a los fieles a rogar para que Dios conservara a España "el inapreciable beneficio de la paz"6. El cardenal, en su respuesta, aún considerando que era una indicación muy oportuna para hacerla en privado, dados lo susceptibles que estaban los ánimos, creía preferible que no se tocara la cuestión de modo colectivo, para que no se entendiera como un posicionamiento del episcopado, y que se abordara de modo indirecto en las pastorales de Cuaresma, como el se proponía hacer7.
¿Cuál era el problema de fondo para la prudencia del cardenal? Como hemos señalado, la opinión pública española se encontraba muy dividida, y esta división se había ido acentuando, creciendo el belicismo ambiental, por lo que el primado quería evitar que dicho conflicto se avivase.
El 1 de marzo firmaba Guisasola la carta pastoral El Papa y la paz de las Naciones8, con motivo del inicio de la Cuaresma. Dentro del esquema habitual de estas cartas cuaresmales, que incidían en la conversión y en la penitencia, aprovechando un tiempo litúrgico de gracias espirituales, el cardenal se centraba en el conflicto que asolaba Europa, haciendo un análisis de sus raíces más profundas, que en última instancia derivaban del olvido del derecho cristiano en la vida de las naciones, poniendo de relieve la responsabilidad de los hombres de estado que habían conducido a la catástrofe. Guisasola dedicó la mayor parte de la carta a reivindicar el papel del Romano Pontífice en la escena internacional y el poder pacificador que se derivaban de su figura. A pesar de denotar cierta nostalgia del poder temporal del papado, el primado defendía la autoridad del Sumo Pontífice por encima de éste, de modo que, aún sin dominio temporal, visto como garantía de su independencia, el papa seguía ejerciendo una autoridad moral internacional. De este modo se avalaban las intervenciones y llamamientos, ya hemos visto que infructuosas, de Benedicto XV en favor de la paz. El cardenal veía muy difícil, en las circunstancias presentes, la llegada de la paz, pues lo que se buscaba era vencer o morir, la aniquilación del contrario, y en estas circunstancias todos los intentos pacificadores eran inútiles, o sólo lograrían una paz precaria, que acabaría en nuevos conflictos:

"Esta paz satisfaría momentáneamente el orgullo de algún pueblo, pero sería una paz violenta y, por lo tanto, absurda, sin duración posible, como que el vencedor estaría influido por el peligro de una nueva guerra, que prepará el vencido impulsado por el odio y la venganza."
Hay que reconocer la clarividencia del prelado, pues eso fue lo que ocurrió dos años más tarde cuando los vencedores se reunieron en París, y mediante los diversos tratados, sembraron la semilla de nuevos conflictos9. Debido a esa pugna, según el cardenal, sólo habría una paz duradera si se escuchaba la voz del papa, avalada su intervención por una serie de condiciones, entre las que se encontraban su independencia moral, su libertad de espíritu y su desinterés. Advertía que rechazar a la Iglesia en la construcción de la paz era seguir fomentando la discordia y la guerra. Para el establecimiento de la paz duradera era preciso, y aquí entroncaba con la temática cuaresmal, la conversión, la perfección interior de los hombres y el triunfo de Jesucristo en la sociedad.
Poco después el cardenal emprendía viaje a Roma para la realización de la visita ad limina10. Allí pudo comprobar la preocupación del papa sobre la guerra, como expresó a su regreso a Toledo en la alocución pastoral que dirigió a los fieles de la archidiócesis11. El primado afirmaba que

"El azote de la guerra abruma el corazón del Papa, que, olvidado de sí mismo y de su triste situación, lanza su dolorida mirada por toda Europa, hoy devastada y en ruinas, y llora sin consuelo al ver cómo crece la hecatombe"

El cardenal exhortaba a los fieles a seguir orando por la paz, y recordaba las diversas intervenciones de Benedicto XV en favor de la paz, su grito que era el de la justicia y del derecho que amparaba el honor de todos los beligerantes, a la vez que trazaba las bases sobre las que se podría construir el equilibrio de las naciones. Como la solución al conflicto sólo podía provenir de la vuelta a Cristo, a su divino Corazón, dispuso que en todas las iglesias de la archidiócesis se celebraran cultos al Sagrado Corazón de Jesús pidiendo la paz. Asimismo pedía que se rezara a María, con el título de Reina de la Paz, para que España se mantuviera en una situación de neutralidad, a la vez que se alejaran los peligros de orden interior que amenazaban la estabilidad del país.
Guisasola hizo reproducir en el Boletín de la diócesis el documento de Benedicto XV a los jefes de los pueblos beligerantes12. El cardenal no la comentó, si bien, en su exhortación de octubre, sobre el mes del Rosario, al instar al rezo del mismo, señalando que se hiciera por la paz, evocaba el lenguaje del mismo, al denominar al conflicto "sangrienta carnicería"13. De "carnicería humana" volvió a definirlo en la invitación pastoral que escribió con motivo del día de la Inmaculada14, en la que mandó se hicieran rogativas públicas tras la misa mayor del día, por las necesidades "gravísimas...de Europa y las de España".
No dejaba de preocupar a Guisasola el terrible conflicto que seguía, tras casi cuatro años de guerra, asolando Europa. Por ello, el 5 de febrero de 1918 enviaba una carta reservada al nuncio, en al que le pedía su parecer acerca de un proyecto que tenía de enviar a los obispos de las naciones beligerantes una nota del episcopado español solicitando su colaboración para apresurar la paz15. El cardenal lamentaba la ineficacia de la Nota que el papa Benedicto XV había dirigido a los jefes de las naciones beligerantes, en la que el papa hacía referencia al conflicto como "inutile strage" señalando la actuación de los aliados para inutilizar dicha intervención pontificia. Siendo España un país neutral, el episcopado español podría hacer un llamamiento que fuera secundado por las más prestigiosas entidades católicas y pudiera promover un movimiento mundial en pro de la paz. Ragonesi, inmediatamente, informó de ello al cardenal Gasparri, tras responder al cardenal que su generosa idea debía ser muy estudiada, y preguntaba si podría insinuarle confidencialmente al primado que tratase de realizarlo, por su cuenta, con las máximas cautelas16. Gasparri respondió el 11 de febrero que, aún apreciando la generosa idea que informaba el proyecto del cardenal, no consideraba que fuera oportuno, ni que lograra la finalidad pretendida17. Al día siguiente Ragonesi escribía al primado informándole en es sentido, señalando que "no parece oportuna su realización, ni brinda esperanza de conseguirse algún éxito"18. El 14 de febrero, Guisasola hacía acuse de recibo, aceptando con respeto la decisión, a la vez que manifestaba la honda pena que sentía por lo que significaba lo indicado19.
Ese año la exhortación de Cuaresma, firmada al día siguiente del envío de la carta del nuncio, no hizo alusión a la guerra, quedando dentro de los límites tradicionales de una exhortación a la conversión, abandonando el pecado20.
Volvería a aludir a la guerra en la alocución pastoral sobre el mes del Sagrado Corazón21, lamentando que se hubieran cumplido las previsiones que el papa había hecho, acerca de haber perdido toda esperanza de reconciliación entre las naciones. Guisasola volvía a denunciar que lo que se imponía era la dialéctica "o vencedores o vencidos, u oprimidos u opresores", no pregonándose la paz de la justicia y el derecho, sino el triunfo de la fuerza. Ésta sería la última ocasión en la que se referiría al conflicto bélico mientras éste durara; la siguiente intervención, en la que reflexionaría sobre los desastres de la guerra y la lección que habría que sacar de la misma, sería en su alocución pastoral sobre el día de la Inmaculada22.

Conclusiones
Para la Iglesia Católica la Gran Guerra supuso una terrible conmoción, dada la participación de católicos en ambos bandos contendientes. Sin embargo, a lo largo de la misma, y más allá del escaso eco que tuvieron las repetidas llamadas a la paz del Papa y de algunos prelados, como hemos visto en el caso del cardenal Guisasola, a la larga, el prestigio del pontificado salió reforzado. Los esfuerzos humanitarios granjearon la simpatía de aquellos que se vieron beneficiados por los mismos, en un proceso similar al que experimentó el rey Alfonso XIII de España, quien realizó también una gran campaña humanitaria.
Paradójicamente, por otro lado, la participación de sacerdotes y religiosos en la lucha, movilizados por sus países respectivos, hizo que el fuerte anticlericalismo imperante en algunos países, como Francia o Portugal, se viera mitigado, y sin volver a la anterior situación previa a la separación Iglesia-Estado, las relaciones fueron normalizándose. Algo similar ocurrió en el reino de Italia, donde al año siguiente al final de la guerra irrumpiría en la política nacional la presencia de los católicos, con el Partito Popolare de Don Sturzo, preparando el terreno para la normalización de relaciones.
La condena de la guerra, por otro lado, supuso un avance en la doctrina de la Iglesia. Los desastres del conflicto, calificado de inútil matanza, llevaron a una progresiva conciencia de la maldad de la misma, más allá de la tradicional doctrina de la guerra justa.
En el caso de España, esta defensa de la guerra justa volvería a ser invocada durante la guerra civil, si bien en un contexto totalmente distinto, marcado por la violenta persecución anticlerical desatada en el ámbito del territorio republicano. De nuevo se hablaría de guerra santa y de cruzada, si bien habría que matizar que dicha conceptualización también se vería influida, y fuertemente, por el enfrentamiento, soterrado, pero real, entre el modelo estatalizante y pro nazi de Falange y la defensa de la tradicional España católica por parte de la Iglesia, liderada por el cardenal primado, Isidro Gomá23. Pero esta cuestión excede los límites cronológicos de la presente aproximación.
1 SECO SERRANO, Carlos, La España de Alfonso XIII, Madrid, Espasa Calpe, 2005, pp. 326-357.
2 SÁNCHEZ JIMÉNEZ, José, La España contemporánea II 1875-1931, Madrid, Istmo, 2010, pp. 321-322.
3 HALL, Morgan C., Alfonso XIII y el ocaso de la monarquía liberal 1902-1923, Madrid, Alianza Editorial, 2005, pp. 184-185.
4 FERNÁNDEZ COLLADO, Ángel, Los Arzobispos de Toledo en la Edad Moderna y Contemporánea. Episcopologio Toledano, Toledo, Cabildo Primado Catedral de Toledo, 2017, pp. 205-209.
5 DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, "El movimiento católico agrario en la archidiócesis de Toledo durante el pontificado del cardenal Guisasola", en DÍAZ, Pilar et alia, El Poder de la Historia. Huella y legado de Javier Donézar Díez de Ulzurrun Vol. II, Madrid, UAM Ediciones, 2014.
6 Archivio Segreto Vaticano (en adelante ASV), Arch. Nunz. Madrid, b. 753, f. 16.
7 ASV, Arch. Nunz. Madrid, b. 753, f. 17.
8 GUISASOLA, Victoriano, El Papa y la paz de las Naciones. Carta Pastoral del Emmo y Rvdmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, a su clero y pueblo diocesanos con motivo de la Santa Cuaresma, Toledo, Imprenta Religiosa de Mauricio S. Gómez, 1917.
9 MACMILLAN, Margaret, París, 1919. Seis meses que cambiaron el mundo, Barcelona, Tusquets Editores, 2017.
10 FERNÁNDEZ COLLADO, Ángel, Los Informes de visita ad limina de los arzobispos de Toledo, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, pp. 188-196.
11 Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo (en adelante, BOAT), 1 de junio de 1917, pp 179-184.
12 BOAT, 1 de septiembre de 1917, pp. 275-279.
13 BOAT, 1 de octubre de 1917, pp. 308-309.
14 BOAT, 16 de noviembre de 1917, pp. 374-378.
15 ASV, Arch. Nunz. Madrid, b. 758, ff. 261-262.
16 ASV, Arch. Nunz. Madrid, b. 758, f. 267.
17 ASV, Arch. Nunz. Madrid, b. 758, f. 264.
18 ASV, Arch. Nunz. Madrid, b. 758, f. 263.
19 ASV, Arch. Nunz. Madrid, b. 758, ff. 265-266.
20 BOAT, 16 de febrero de 1918, pp. 49-59.
21 BOAT, 16 de mayo de 1918, pp. 145-148.
22 BOAT, 2 de diciembre de 1918, pp. 353-357.
23 DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, "Condenarla y tener miedo" El cardenal Gomá frente a la ideología nazi-fascista”, Revista Universitaria de Historia Militar, Vol. 7, Nº 13, pp. 279-296, 2018.