domingo, 15 de enero de 2023

Presepi

 Comparto mi columna del pasado miércoles, en La Tribuna de Toledo

Aunque oficialmente ya ha finalizado la Navidad, siguiendo el viejo refrán, “hasta San Antón, Pascuas son”, les voy a hablar hoy de belenes, en concreto de belenes italianos, el país donde nació esta tradición, extendida por todo el mundo. Porque los presepi italianos son particularmente bellos, y estos días, en mi deambular por las calles de Roma, visitando las grandes basílicas o adentrándome en las pequeñas iglesias apartadas de las rutas turísticas, puedo disfrutar de algunos ejemplares realmente hermosos.

El presepe o presepio, que de las dos formas se denomina en italiano, nace, como representación del nacimiento de Jesús, en la noche de Navidad de 1223, en Greccio, una población del Lacio, en la que Francisco de Asís quiso evocar el acontecimiento de Belén, organizando una representación viviente de aquel hecho. Según la leyenda hagiográfica, durante la misa apareció en la cuna un niño de carne y hueso que el santo tomó en sus brazos. Así surgiría la tradición del pesebre, aunque parece que en Nápoles con anterioridad a esa fecha ya se había instalado algún belén en iglesias. La representación artística del nacimiento de Cristo la encontramos en los primeros siglos del cristianismo, la más antigua en las catacumbas de Priscila, en Roma, donde aparece María con el Niño en brazos ante los magos de Oriente, en una pintura del siglo III ubicada en la capilla griega. En cualquier caso, parece que el paso de la representación viviente que comenzó san Francisco a la realizada con figuras fue muy temprana, de modo que en los siglos XIV y XV muchas iglesias italianas se decoraban con belenes. En 1534, san Cayetano de Thiene creó un pesebre elaborado con figuras de madera pintada, cubiertas con ropa, y con la cabeza confeccionada en terracota o madera; para que se pudieran articular, dentro de las mismas se introducía un alambre.

Durante el siglo XVIII, los belenes napolitanos, plenos de barroquismo, llegaron a España al suceder Carlos VII, rey de Nápoles, a su hermano Fernando VI, con el nombre de Carlos III. El espléndido Belén del Príncipe, que se puede contemplar en el Palacio Real de Madrid en Navidad, data de ese momento. La costumbre se extendió durante el siglo XIX por toda España, convirtiéndose en un elemento esencial tanto en las casas como en las iglesias, creando auténticas joyas de arte efímero.

Presepe
En Roma se encuentra una gran variedad de belenes. Uno de los más llamativos siempre es el de la Plaza de San Pedro, que cada año varía de estilo y de formato. En Santa María Maggiore se encuentra el medieval de Arnolfo di Cambio, un capolavoro escultórico de 1289. Belenes napolitanos, de antigua factura o de reciente elaboración –como el del Gesù-, alternan con representaciones más populares, que incluso se hallan en pequeños rincones de las calles romanas.

Una hermosa tradición que, además, se puede disfrutar hasta el 2 de febrero, fiesta de la Candelaria.

viernes, 6 de enero de 2023

Crónica del funeral de Benedicto XVI

 Comparto mi crónica de ayer, publicada en la edición digital de La Tribuna de Toledo

“Benedicto, como el Cid, ha ganado la batalla después de muerto”. Estas palabras de un amigo historiador, dichas mientras aguardábamos, en la fría y húmeda mañana romana del 5 de enero, el comienzo de los funerales del papa emérito, eran el reflejo de la impresión ante una plaza de San Pedro abarrotada de fieles. Una abigarrada mezcla de gentes de diferentes naciones, razas y lenguas. Numerosos los alemanes, entre ellos un grupo con los típicos trajes bávaros. Banderas de Alemania y de Baviera, alguna española también. La niebla que cubría la ciudad como leve sudario, ocultaba a ratos la impresionante mole de la cúpula de Miguel Ángel. El rezo del rosario, en latín, ha acallado el rumor de la polifonía de idiomas, preparando el silencio previo a la llegada del sencillo féretro en el que reposan los restos de Benedicto XVI. Un silencio roto por los aplausos de los fieles. Poco después, el papa Francisco comenzaba la celebración. Hacía más de dos siglos, desde que en 1802 Pío VII acogiera los restos de su predecesor, Pío VI, muerto en el exilio francés impuesto por Napoleón, que un papa asistía a los funerales del papa anterior. Lecturas en español, inglés e italiano, ritmadas por la belleza del canto gregoriano. Al final de su homilía, Francisco se dirigía a su predecesor: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.”

Tras el final de la misa, los últimos ritos de despedida, con la aspersión del agua bendita y la incensación del féretro, mientras la Schola entonaba el viejo canto exequial, In paradisum deducant te Angeli, “al paraíso te lleven los ángeles”. Después, entre aplausos y lágrimas, la multitud se despedía del papa emérito, que era llevado a hombros hacia el interior de la basílica. Una breve parada previa, para que Francisco orara ante el féretro. Una última visión de éste, que desaparecía al introducirse por la puerta central, sobre la que un tapiz realizado sobre cartón de Rafael, representaba la resurrección de Cristo. Los restos de Benedicto XVI se dirigían a su última morada, en las Grutas Vaticanas. Peregrinos bávaros entonaban en la plaza el Gott mit dir, du Land der Bayern, ¡Dios esté contigo, tierra de Baviera!, el himno del Estado. Poco a poco, mientras en privado tenía lugar la deposición del féretro, abandonamos la plaza, con la sensación de haber vivido un momento histórico. El tiempo irá ubicando en su lugar un pontificado que no ha sido indiferente para nadie, marcado por la explosión de los escándalos de la pedofilia y del Vatileaks, pero también por un rico magisterio, expresión de su profundo conocimiento de la Teología, de momentos duros como la desgarradora pregunta dirigida a Dios en Auschwitz. Un papa que, frente a los que temían la dureza de la imagen del panzerkardinal, ha recordado continuamente la alegría de ser cristiano y ha escrito una bellísima encíclica sobre el Amor de Dios. Su renuncia al papado, hecho insólito en un mundo en el que los gobernantes se aferran al poder, más allá del estupor inicial, le ha creado una simpatía general que se ha desbordado en las largas colas de miles de personas que han querido, desde el lunes hasta ayer, darle un último adiós. Estos días en Roma se comenta si será declarado Doctor de la Iglesia. Sabiendo que para ello es preciso estar canonizado, no queda duda de cuál es, entre muchos fieles, la última imagen de quien se presentó, al ser elegido papa, como un humilde trabajador de la viña del Señor.



En el adiós a Benedicto XVI

 Comparto mi artículo del jueves 5 de enero en La Tribuna de Toledo

El doblar de las campanas de la Catedral Primada, seguido, poco a poco, por el de los demás campanarios de la ciudad, anunciaba, en la mañana del 31 de diciembre, el fallecimiento del papa emérito Benedicto XVI. Las redes sociales, los medios de comunicación comenzaron a dar, frenéticos, más detalles de lo sucedido. Con el final del 2022 desaparecía también una figura central en la reciente historia del mundo. Lo hacía cuando la Iglesia Católica celebra a San Silvestre, el papa durante cuyo mandato Constantino dio la paz a la misma, tras las persecuciones de los primeros siglos, comenzando así a nacer lo que sería el modelo socio religioso de la Cristiandad, sobre cuyo ocaso contemporáneo escribiría y reflexionaría el papa Ratzinger.

Benedicto XVI
Me encuentro en estos días, como suelo a comienzos de enero, en Roma. Pero antes de mi ineludible cita con archivos y bibliotecas romanas, he podido vivir la historia en primera persona. En el suave y hermoso atardecer romano me he dirigido hacia la basílica de San Pedro. En el centro de la plaza luce espléndido un abeto que se yergue junto al belén de madera que este año ha instalado la región italiana de Friuli-Venezia Giulia. Sus luces, en alegre baile, atraen, como a mariposas, a decenas de turistas que posan para llenar con sus selfies las redes sociales o que “guasapean” a familiares y amigos contándoles lo bien que se está de vacaciones en Roma. Tras pasar varios controles de seguridad, me uno a la masa de gente que aguarda a ingresar en la basílica. Peregrinos, turistas, curiosos, en peculiar amalgama. Las cifras han desbordado las previsiones. La noche, que en invierno cae muy pronto en la Urbe, nos cubre con su oscuro manto, mientras el frío comienza a hacer su aparición. Poco a poco podemos entrar en San Pedro, que, con toda su iluminación, ha devenido un gigantesco y áureo mausoleo para la pequeña figura del pontífice alemán. Avanzamos por el centro de la basílica hacia el altar de la Confesión, erigido sobre la tumba paleocristiana del apóstol Pedro. El órgano, a lo lejos, sostiene el canto de la hermosa melodía gregoriana, Requiem aeternam dona eis Domine…Por fin, tras un lento caminar, nos podemos detener, breves instantes, ante el cadáver de quien guió la nave de la Iglesia durante ocho años. Zapatos negros, en lugar de los rojos, al no ser papa reinante. Sin palio, sin la férula –el bastón pastoral papal acabado en cruz-, con una casulla roja que evoca la púrpura de los emperadores romanos y que ha devenido símbolo de los mártires, el dar la vida por Cristo, particular cometido en su actitud de servicio a la Iglesia del sucesor de Pedro. Pequeños detalles del ceremonial vaticano, que no deja nada al azar. La visión es majestuosa, enmarcado por el baldaquino de Bernini, mientras al fondo refulge el dorado del altar de la cátedra. Pero, como recordaba la vieja fórmula de la quema de la estopa cuando los pontífices eran coronados con el triregno, la tiara con triple corona –que Benedicto hizo sustituir en el escudo papal por la mitra episcopal-, quien yace es sólo un hombre. Sic transit gloria mundi…Yace el que se presentó como un humilde trabajador de la viña del Señor el día de su elección. Yace una de las figuras intelectualmente más potentes del siglo XX, probablemente el mejor teólogo de los tiempos presentes, uno de los mayores pensadores europeos de nuestra época. Alguien que supo recoger lo mejor del pensamiento cristiano, particularmente el de los Santos Padres, y reivindicando el uso de la razón, trató de dialogar con la cultura moderna, con la ciencia, desde su convicción profunda, basada en Santo Tomás de Aquino, pero que tiene su última raíz en el pensamiento griego, que fe y razón no son incompatibles, sino dos caminos, diversos, pero complementarios, de alcanzar la Verdad. Benedicto será recordado por ser el papa que, con una humildad exquisita, supo apartarse cuando vio que no era capaz de reformar esa Iglesia que veía invadida por lobos rapaces que devastaban la viña. Sólo el tiempo nos permitirá hacer una valoración ponderada de su pontificado, en el que luces y sombras se entremezclan como ocurre con todo lo humano. Pero, entretanto, nos deja un legado de pensamiento verdaderamente impresionante, condensado en más de seiscientos títulos. No sólo las obras de honda teología, destinadas a la alta reflexión, sino también escritos populares, como los tres tomos de la vida de Jesús. Un pensador sabio y humilde. Todo esto pasa por mi mente, por mis pensamientos, por mi corazón.

Salgo de la basílica. Me sumerjo, de nuevo, en la fría noche romana, en su tráfico de locos, en la heterogénea turbamulta que recorre las calles de la Urbe. Aún queda, para despedir a Joseph Ratzinger, a Benedicto XVI, la solemne misa de funeral del jueves 5. Espero estar presente. En medio de la luz de la Navidad, mientras aún resuenan villancicos, una palabra, pronunciada en el silencio previo al Encuentro anhelado, queda como última lección del viejo profesor de Tubinga y teólogo del Concilio Vaticano II: Jesus, ich liebe dich