martes, 28 de febrero de 2017

El cardenal Cisneros, hoy

Fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo, cardenal de la santa Iglesia romana, con el título de Santa Sabina, inquisidor general de Castilla, conquistador de Orán,regente del reino, es una figura capital no sólo en la historia religiosa, política, social, económica y cultural de España, sino que alcanza una dimensión que se extiende a la historia de la Iglesia universal. En su época hubo deseos de que pudiera alcanzar el sumo pontificado para poder realizar la tan anhelada reforma eclesial que todos anhelaban. Su recuerdo, como prelado que supo gobernar el reino y pastorear la Iglesia, se mantuvo a lo largo de los siglos, y aún a finales del Antiguo Régimen, su biografía era estudiada como modelo, siendo, por ejemplo, leída en la Francia anterior a la revolución por aquellos nobles que se preparaban para el episcopado, tal y como nos recuerda una figura eclesialmente tan antitética con Cisneros como fue el príncipe de Talleyrand1. A lo largo de los siglos XIX y XX Cisneros ha continuado siendo objeto de investigación y estudio. El presente centenario puede ser una magnífica oportunidad no sólo para seguir adelante en estas tareas, sino sobre todo, para que su figura sea más conocida y divulgada, de modo que, más allá de tópicos y anecdotarios superficiales, logre ser apreciada y valorada en su justo lugar, como una de las personalidades más importantes de nuestro pasado y así, siguiendo la vieja tradición de la historia como maestra de vida, sirva de aliento para la construcción de nuestro presente y la cimentación de nuestro futuro.


El cardenal Jiménez de Cisneros libertando a los cautivos de Orán, de Francisco Jover y Casanova (1869)
Por otro lado, ya ya desde una clave exclusivamente eclesial, la figura de Cisneros, cuyo voluminoso proceso de beatificación se encuentra en Roma2, puede ayudar a continuar el camino de renovación iniciado por el Concilio Vaticano II. Una de las grandes aportaciones del Concilio, la vuelta a la Palabra de Dios como alimento de la vida cristiana, su importancia para la Teología, tal y como señaló la constitución Dei Verbum3, fue un eje fundamental en la espiritualidad cisneriana y en la reforma del clero y renovación de la Iglesia que promovió con sus actuaciones. Cisneros, preocupado por la santidad del clero, que era, a su juicio, la mejor garantía para la mejora de todo el pueblo cristiano, buscó que sus sacerdotes tuvieran una sólida formación teológica y espiritual, basada en el conocimiento directo de la Sagrada Escritura desde el estudio de las lenguas originales. Al mismo tiempo, no impuso ningún sistema teológico, sino que permitió que en su Universidad de Alcalá se pudieran estudiar las principales vías de su época, generando así una pluralidad en la Teología sumamente enriquecedora. El talante abierto del cardenal se manifestó de un modo particular durante su etapa de inquisidor general del reino de Castilla, en la que, si bien estuvo vigilante ante las prácticas judaizantes, se mostró ampliamente liberal y permisivo respecto a las diferentes corrientes doctrinales y espirituales, algunas de las cuales, pocos años después de la muerte del prelado, serían perseguidas por el aire más riguroso que invadió España.
Su mecenazgo cultural, que él siempre entendió profundamente ligado a la formación del clero o la educación espiritual del pueblo cristiano, se nos hace hoy una llamada a la tan urgente y necesaria presencia en el mundo de la cultura, tratando, desde el diálogo franco, abierto, generoso, dialogar con las grandes corrientes de nuestro tiempo, fecundando y enriqueciendo el pensamiento contemporáneo y sus manifestaciones artísticas y culturales. Mirar nuestro pasado, contemplar la personalidad colosal de Francisco Jiménez de Cisneros no puede reducirse a un gesto de recuerdo erudito y arqueologizante, con el riesgo de quedar paralizados como la mujer de Lot4, sino que ha de ser, junto a la evocación agradecida, el impulso para seguir caminando y buscando respuestas, como las buscó el cardenal, a nuestros propios retos y desafíos.

1En sus memorias, al evocar la etapa en la que se estaba educando para entrar en el estado clerical, con la expectativa de hacer una brillante carrera eclesiástica, que culminara en el episcopado, como así fue, Talleyrand señala que sus formadores mi facevano leggere le Memorie del cardinale di Retz, la vita del cardinale di Richelieu, quella del cardinale Ximenes, quella di Hincmard, un tempo arcivescovo di Reims. Véase C. M. DE TALLEYRAND, Memorie di Talleyrand, Rizzoli & C. Editori, Milano/Roma 1942, p. 38.
2El proceso dio comienzo en 1626. En el Archivo Diocesano de Toledo se conserva la gruesa documentación generada por el mismo.
3La sagrada teología se apoya, como en cimiento perpetuo, en la palabra escrita de Dios al mismo tiempo que en la sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo...el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la sagrada teología (DV 24)

4Gn 19, 26.

domingo, 26 de febrero de 2017

El cardenal Cisneros, estadista

Cisneros estadista

Al ser elevado a la mitra de Toledo, que conllevaba ser canciller mayor de Castilla, Cisneros se vio metido de lleno en el mundo de la política, aunque como confesor real ya había tenido que interesarse en temas políticos. El culmen de esa subida al poder fue la regencia, que desempeñó en dos ocasiones. Durante veinte años fue el hombre fuerte de su tiempo. ¿Cuál era la concepción que tenía Cisneros de la política? En palabras actuales consideraba que estaba destinada a la defensa del bien común, de la justicia y del orden público, estando por encima de las diversas facciones. Cisneros tuvo que enfrentarse a los grandes del reino, que ponían sus intereses por encima del bien común en dos ocasiones: 1506-1507 y 1516-1517. Su preocupación por el orden público le llevó a la creación de la Gente de Ordenanza, para asegurar la tranquilidad social, y de este modo, velar por el bien común, pues bien sabía el cardenal, por la experiencia del reinado de Enrique IV, que cuando los reyes no disponían de fuerza militar, quedaban a disposición de los nobles y con ello se ponía en peligro la paz y el bienestar del reino. Y dado que la monarquía era la única que podía garantizar ese bien común, todos sus esfuerzos tendieron a reforzar y mantener su prestigio y autoridad1, de un modo particular durante su segunda regencia.

Éstos son mis poderes, de Víctor Manzano y Mejorada

Es aquí, quizá, y más allá de las acciones concretas que hubo de realizar en ambas regencias, donde se encuentra la gran aportación política del cardenal, la herencia que ha podido legar a la posteridad, y por la que, ya en el siglo XVII, era valorado por parte de muchos autores franceses como superior al propio cardenal de Richelieu2. Historiadores de la época de Luis XIV se interesaron por la figura y la obra del cardenal Jiménez, como era conocido, considerándolo un estadista de primera categoría, el más grande que había dado la Europa moderna. Una valoración que tal vez no hemos sido capaces de apreciar en su justa medida y que nos habla de la trascendencia internacional del cardenal de España. Para Cisneros lo esencial era el bien común y la preeminencia del monarca, es decir, del poder estatal que garantizaba la paz y prosperidad del reino. En una sugerente reflexión, basada en una idea de Pierre Vilar, el hispanista Joseph Pérez llega a afirmar que nuestro protagonista es un estadista que se anticipa a las concepciones modernas del ejercicio del poder, en la línea de lo que sería más tarde el modelo republicano francés, con su búsqueda del bien común como superior a los intereses particulares, cuya promoción y defensa correspondía al Estado como garante3.

1En su preocupación por defender y ensalzar la monarquía, Cisneros pensó en recoger todas las escrituras y registros relacionados con la corona, y que estaban en manos de secretarios, embajadores y otros oficiales, y guardarlos en unos archivos que evitaran su dispersión y pérdida.
2J. PÉREZ, Cisneros, el cardenal de España, Madrid, Taurus, 2014 pp. 268-275.
3Ibídem pp. 122-123.

sábado, 11 de febrero de 2017

El cardenal Cisneros, reformador religioso

Una de las dimensiones más trascendentales de la obra de Cisneros fue la de reformador religioso, que en línea con la política emprendida por los Reyes Católicos1, trataba de renovar la vida espiritual en los reinos hispanos2. Sin embargo dicha reforma hay que entenderla en un marco más amplio, tanto europeo como español3, y en concreto, con los anhelos de renovación religiosa que se venían viviendo en Castilla desde tiempos de Juan I4, y que, entre otras cosas, se concretaron en la creación de una orden religiosa tan hispana como fue la orden jerónima, surgida, tras una primera etapa de vida eremítica, el año 1374 en San Bartolomé de Lupiana5, a la vez que algunos concilios concilios provinciales, como los de Aranda y Sevilla, venían a poner los fundamentos de reformas posteriores6. Incluso la propia creación de la Inquisición tuvo sus antecedentes en el agitado reinado de Enrique IV7. Por su parte, otras órdenes, y entre ellas de un modo particular los franciscanos, aspiraban a una vuelta a una mayor fidelidad al carisma inicial y a la observancia.


Cisneros, por tanto, se explica dentro de esta corriente, pero al mismo tiempo, es un factor esencial de la misma, pues con el apoyo de los reyes y con el prestigio y autoridad que le daba el ser la primera dignidad eclesiástica del reino, a la que sumaría el capelo cardenalicio y la dirección de la Inquisición, pudo promover y dirigir una profunda actividad reformadora, a pesar de algunos fracasos evidentes, que le impidieron realizarla en toda la amplitud que hubiera deseado8. Cisneros, además, se incluye, aunque destaca sobre ellos, dentro de un grupo insigne de obispos que trabajaron activamente en la restauración y renovación eclesiástica en España, como fueron el primer arzobispo de Granada, Hernando de Talavera, y el dominico, teólogo e inquisidor general Diego de Deza, arzobispo de Sevilla. Hernando de Talavera, como confesor de la reina, influyó para que fueran designados para varias sedes de Castilla obispos idóneos, preocupados por la reforma, como Pascual de Ampudia para Burgos; Talavera se convirtió en un modelo del obispo de la reforma católica, dedicándose personalmente a la administración de los sacramentos y la predicación, que realizaba todos los domingos y días de fiesta, a la vez que se preocupaba por la formación de los sacerdotes y de la evangelización y conversión de los musulmanes9. La reina Isabel no se limitó a actuar sólo en la provisión de las diferentes diócesis, sino que se convirtió en agente activo de la obra de restauración eclesiástica10.
En relación con la reforma religiosa, dos fueron los modos de actuar de Cisneros: uno, con su participación activa en la renovación de las órdenes religiosas; otra, con sus grandes realizaciones culturales, alimento de vida espiritual posterior. Pero ante todo, estaba su propio ejemplo, pues su austeridad era la propia de un asceta desde el momento en que había abandonado una prometedora carrera eclesiástica, optando por la rama más exigente de una orden de por sí caracterizada por el amor a la pobreza; Cisneros, además, frente a los prelados de alto linaje era un humilde fraile, cuyos méritos no estaban basados en la sangre sino en su talento y en sus valores morales.
En primer lugar su actuación se centró en la orden franciscana, buscando la superación del conventualismo, más laxo y relajado, por la observancia. El programa, que arrancó ya antes de ser arzobispo, en 1493, culminaría en 1517, cuando el papa León X estableció la primacía de la rama observante como única y legítima representante de la orden. Cisneros procuró que los monasterios conventuales pasaran a los observantes. Estos, como era de esperar, se resistieron, y trataron de que Roma interviniera a su favor. El arzobispo, con la ayuda de la reina Isabel, procuró vencer las oposiciones, de modo que, a la altura de 1506 pudo pensarse que la reforma de los franciscanos había logrado alcanzar su máxima extensión, en virtud de las dos bulas pontificias de ese año, que, sin embargo, aún tardaron tiempo en aplicarse.
Asimismo Cisneros se implicó en la reforma de la rama femenina, las clarisas, de modo que tuvo una intervención más directa y constante. En 1494 fue nombrado reformador de las clarisas de Castilla, y al año siguiente, reformador de los conventos femeninos en general. Cisneros se aplicó con celo a la consecución de los objetivos de reforma. Junto a la renovación espiritual, también se preocupó por la mejora material de los monasterios, pues la ruina administrativa y en sus edificios era muchas veces causa de relajación moral. Consiguió la integración de las clarisas en la observancia, y al mismo tiempo colaboró de modo entusiasta con el surgimiento de un nuevo brote franciscano femenino, las religiosas concepcionistas, surgidas en la archidiócesis toledana de la mano de santa Beatriz de Silva.
Fundó varios monasterios, destacando el magnífico (y desaparecido en 1936) de San Juan de la Penitencia de Toledo, el año 1514. En Illescas fundaría el de Madre de Dios y en la ciudad episcopal de Alcalá otro también bajo la advocación de San Juan de la Penitencia; éste arranca en 1508, dentro de un amplio proyecto del prelado, pues quería que fuera acompañado de una casa de doncellas y un hospital para mujeres.
Ya arzobispo de Toledo, demostró una gran y constante solicitud por la reforma de los religiosos de su diócesis, especialmente de las casas femeninas. Asimismo se empeñó en la reforma del clero secular y de la vida pastoral, desarrollando un vasto plan en el que empleó todos los medios a su alcance, tanto tradicionales (visitas canónicas, sínodos diocesanos) como modernos (sobre todo, el empleo de la imprenta), arbitrando los modos concretos de hacer cumplir las soluciones adoptadas. Cisneros comenzó con un intento de reforma del cabildo de Toledo, que suscitó una fuerte oposición. El arzobispo quería un cabildo ejemplar, pues en la diócesis primada se miraban todas las demás iglesias de España, de modo que, reformada ésta, el resto de las diócesis tendrían un modelo para realizar su propia renovación espiritual. Tras el primer conflicto, que llegó incluso a Roma, Cisneros volvió a intentar la reforma mediante visitas canónicas, de las que conocemos tres. Sin embargo, hombre práctico y prudente, no quiso forzar la situación, de modo que no logró todos los objetivos que hubiera deseado.
Otro medio de reforma fue la celebración de sínodos diocesanos. En 1497 se celebró sínodo en Alcalá y al año siguiente en Talavera. En las constituciones de este último destaca la preocupación por la instrucción religiosa del pueblo, en ocasiones sumido en terrible ignorancia, mandando que todos los domingos por la tarde se enseñara el catecismo a los niños y se explicase el evangelio a los adultos en la misa del domingo, a la vez que se les exhortase a practicar las obras de misericordia11. Asimismo se dieron normas para la honesta vida de los clérigos, y, con antelación a Trento, manda que todos los párrocos llevasen un registro de los bautizados en sus iglesias, así como un registro completo de sus feligreses. Como apéndice se incluía un breve catecismo12. Por tanto encontramos en ellos una profunda preocupación por la cura de almas, un afán verdaderamente pastoral, expresada, en primer lugar, en la santidad de vida de los sacerdotes, que, por un lado, debían guardar la residencia y por otro, frecuentar con asiduidad la confesión para poder celebrar con pureza la Eucaristía. Cisneros tuvo honda preocupación por la promoción del sacramento de la confesión, tanto en la catequesis como en la vida parroquial; con este fin se editó en lengua castellana la Suma de san Antonino de Florencia.
La aplicación de las constituciones se llevó a cabo mediante la extirpación de los males por medio de visitas, remociones, etc. y a través de otras iniciativas encaminadas a mejorar la formación y cultura de los clérigos, con la impresión de libros, y, sobre todo, con la creación de la Universidad de Alcalá. Practicó, además, una escrupulosa selección de sus párrocos. A sus vicarios les daba normas para que la disciplina eclesiástica fuese ejemplar en la archidiócesis toledana, y quería estar seguro de que así era; esto llevó a la confección de la Matricula de la çibdad de Toledo del año de 1503 de todas las almas que comulgaron, realizada por el vicario general García de Villalpando, que arrojó la minúscula cifra de 335 personas que no cumplieron ese año por Pascua. Sin embargo, existían numerosas sombras, como las enunciadas cada año en el edicto de Cuaresma por parte, asimismo, del vicario general, y que nos muestran la existencia de otras realidades, como amancebamientos, supersticiones y hechicerías o clérigos que no cumplían plenamente con sus deberes.
Otro de los puntos del programa reformista de Cisneros era la dignificación y fomento del culto divino. En este sentido, procuró la restauración del rito mozárabe, construyendo la capilla del Corpus Christi13, dotándola de capellanes e imprimiendo los libros litúrgicos, con la edición del misal y breviario isidoriano. Al mismo tiempo se preocupó por el esplendor de la liturgia en su iglesia catedral14, de modo que también procuró editar espléndidas obras litúrgicas del rito romano, en su variante toledana, como el llamado Misal Rico15, y enriquecer el ámbito celebrativo con nuevos proyectos arquitectónicos y decorativos, tales como el magnífico retablo de la capilla mayor16, delicados ornamentos y preciosas telas17, o riquísimas piezas de orfebrería18, así como nuevas edificaciones, tales como la sala capitular19.
También en relación con las reformas de la vida pastoral hay que señalar lo realizado a favor de la beneficencia y la previsión social, destacando de un modo especial la creación de los pósitos, con la función de asegurar la provisión de grano en tiempo de carestía. Fundo cuatro: Toledo, Alcalá de Henares, Torrelaguna y Cisneros.
1T DE AZCONA, "Reforma del episcopado y del clero de España en tiempo de los Reyes Católicos y de Carlos V (1475-1558)", en J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN (dir.), Historia de la Iglesia en España III-1º, BAC, Madrid 1980, pp. 115-210.
2J. GARCÍA ORO, La reforma de los religiosos españoles en tiempo de los Reyes Católicos, Instituto "Isabel la Católica" de Historia Eclesiástica, Valladolid 1969.
3Circunscribiéndonos tan sólo al ámbito de la Europa del sur, en Italia, ya en el siglo XV se podían percibir indicios de reforma, como en sus prósperas hermandades, como la de santo Domingo, surgida en Bolonia en 1443 y que ofrecía una iniciación completa a la vida espiritual; san Antonino de Florencia impulsó en su sede la de san Jerónimo, que se consagraba al auxilio de los pobres vergonzantes. Estas hermandades eran asociaciones laicales. Al mismo tiempo, ya a comienzos del XVI, irían naciendo nuevas órdenes religiosas, y algunos obispos, frente al clima general del episcopado italiano, descollaron por su entrega pastoral, como fue el caso de san Lorenzo Giustiniano, san Antonino de Florencia o Juan de Tossignano. Véase H. JEDIN, Manual de Historia de la Iglesia V, Barcelona, Herder 1972, pp. 597-607.
4Juan I fue un rey de fe profunda e intensa piedad, que alentó todos los proyectos que tuvieran como fin poner orden en la vida de la Iglesia, y durante su reinado tuvo lugar la fundación del monasterio de San Benito de Valladolid, cuyo objetivo era volver a la pureza de la regla benedictina, y surgió asimismo la orden de los jerónimos, cuyo ideal era imitar la vida de san Jerónimo; Además, en los últimos años de su reinado llegaron a Castilla los cartujos. Véase J. VALDEÓN BARUQUE, Los Trastámaras. El triunfo de una dinastía bastarda, Temas de Hoy, Madrid 2002, pp. 75-76.
5La vida monástica de los jerónimos se caracterizó por la constante consagración al culto divino, en un ambiente de austeridad, soledad y silencio. Pronto alcanzaría un desarrollo enorme en Castilla y Portugal siendo protegida de un modo particular por los monarcas.
6El concilio de Aranda, celebrado en diciembre de 1473, en el convulso fin de reinado de Enrique IV, desarrolló un completo programa reformador, en el que se pedía que se celebraran concilios provinciales cada dos años, sínodos diocesanos anualmente y que los párrocos tuvieran en sus iglesias un catecismo escrito y que lo predicaran al pueblo; asimismo mandaba castigar a los clérigos concubinarios; que no se diera parroquia a quienes no supieran hablar latín; que los clérigos de órdenes menores llevaran hábito decente y tonsura; que no se celebraran matrimonios clandestinos y que las órdenes sagradas se confirieran gratis. El concilio fue presidido por el arzobispo toledano Alfonso Carrillo. El concilio de Sevilla, presidido por quien sería su sucesor, el cardenal Pedro González de Mendoza, pidió que no se concedieran prebendas en las catedrales a los extranjeros, insistiendo además en las costumbres de los clérigos y la residencia de los obispos. Véase R. GARCÍA VILLOSLADA-B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica III, BAC, Madrid 1999, pp. 605-606.
7L. SUÁREZ, Enrique IV de Castilla, Ariel, Barcelona 2001, pp. 245-247.
8M. BATAILLON, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI, Fondo de Cultura Económica, México-Madrid-Buenos Aires 1983 (1937), pp. 1-71.
9H. JEDIN, Manual...op. cit. pp. 608-609.
10L. SUÁREZ, Isabel I, Reina, Ariel, Barcelona 2000, pp. 349-380; M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Isabel la Católica, Espasa Calpe, Madrid 2003, pp. 507-513.
11Un ejemplar incunable de las mismas se conserva en la Biblioteca Capitular de la catedral de Toledo. Véase A. FERNÁNDEZ COLLADO-A. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ-I. CASTAÑEDA TORDERA, Los Incunables de la Biblioteca Capitular de Toledo, Cabildo Primado. Catedral de Toledo-Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2012, p. 59.
12Denominado Tabla de lo que han de enseñar a los niños, contenía el modo de signarse y santiguarse; las principales oraciones en latín, los artículos de la fe, los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, las obras de misericordia y los siete pecados capitales.
13M. ARELLANO GARCÍA, La capilla mozárabe o del Corpus Christi, Instituto de Estudios Visigóticos-Mozárabes de San Eugenio, Toledo 1980, pp. 13-32.
14Sobre el auténtico microcosmos que se desarrollaba en el ámbito catedralicio, véase M. J. LOP OTÍN, La Catedral de Toledo en la Edad Media. Trayectoria. Funcionamiento. Proyección, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2016.
15A. MUNTADA TORRELLAS, Misal Rico de Cisneros, Real Fundación de Toledo-Diputación de Toledo-Caja Castilla -La Mancha, Madrid 1992.
16A. FRANCO MATA, "Las Capillas", en R. GONZÁLVEZ RUIZ (dir.) La Catedral Primada de Toledo. Dieciocho siglos de Historia, Promecal, Burgos 2010, pp. 191-193
17Entre las piezas que aún hoy se guardan en el nuevo Museo de Tapices, Textiles y Orfebrería podemos encontrar un magnífico terno formado por casulla, capa y dalmáticas, así como una mitra, el pendón de Orán, una manga procesional y un frontal. Véase A. FERNÁNDEZ COLLADO (coord.), Guía-Catálogo Tapices, Textiles, Orfebrería de la Catedral Primada, Cabildo de la Catedral Primada, Toledo 2014, pp. 62-64.
18A la iniciativa personal de Cisneros se deben algunas de las piezas más importantes de platería de la catedral, como la custodia de oro que compró de la cámara de Isabel la Católica, a cuya medida se realizó la monumental custodia de plata encargada a Enrique de Arfe. Véase M. PÉREZ GRANDE, "La Platería", en R. GONZÁLVEZ RUIZ, La Catedral...op. cit. pp.367-368.
19E. DOLPHIN, Archbishop Francisco Jimenez de Cisneros and the Decoration of the Chapter Room and Mozarabic Chapel in Toledo Cathedral, 2008 (tesis doctoral inédita)