domingo, 9 de junio de 2019

Pentecostés

La celebración de Pentecostés, culmen de la cincuentena pascual, nos remite al momento de la efusión del Espíritu Santo, que Cristo Resucitado derrama sobre la Iglesia naciente. El Señor, a los discípulos sumidos en la tristeza tras su pasión, les recuerda que si le aman, guardarán los mandamientos de su amor; Él, nuestro abogado, intercede por nosotros ante el Padre y nos regala al Paráclito, el Defensor y Consolador, el Espíritu Santo, para que permanezca siempre con nosotros para guiarnos y enseñarnos.
La primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) nos muestra cómo los discípulos, obedientes, han esperado, en torno a María, la venida del Espíritu Santo prometido, que aparece bajo el signo del fuego y de la palabra. Venido el Espíritu Santo, comienza la evangelización.
El salmo 103 es una petición a Dios para que siga derramando sobre nosotros su Espíritu, que le hace presente en el mundo.

Pentecostés (Juan Bautista Maíno)
San Pablo, en la segunda lectura, tomada de su carta a los Romanos (8,8-17), hace un elenco de los dones del Espíritu, que hemos recibido a través del bautismo. El don del Espíritu Santo es la fuente de nuestra vida interior.
Tras el canto de la secuencia "Veni, Creator Spiritus", el evangelio nos presenta a Jesús Resucitado que derrama el don del Espíritu, que trae el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, premisa para la vida nueva que el Señor nos trae. Vida que cada uno de los bautizados, movido por el Espíritu, está llamado a desarrollar, al mismo tiempo que anuncia, como Pedro tras Pentecostés, a Cristo vencedor del pecado y de la muerte por su cruz y resurrección. 
Pentecostés es el inicio del tiempo de la Iglesia, cuya misión es anunciar al Señor y transmitir su salvación. Y en esta tarea María, a quien mañana celebraremos como Madre de la Iglesia, tiene un papel central, como tuvo en la primera comunidad cristiana. 

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