domingo, 2 de junio de 2019

Ascensión del Señor

La solemnidad de este domingo, la Ascensión del Señor, uno de los antiguos jueves "que relucían más que el sol" nos invita a guardar un equilibrio entre la contemplación del misterio y el testimonio concreto. Jesús, subiendo al cielo, es decir, volviendo al Padre, no se separa de nosotros, sino que nos asegura una continua, aunque diferente, presencia en medio de nosotros. La doble descripción que de su ascensión al cielo nos ofrecen la primera lectura y el evangelio, es, más que una crónica de lo acontecido, una señal elocuente que nos proyecta al interior de la nueva humanidad inaugurada por Cristo, humanidad elevada por la gracia, liberada ya del pecado y de la muerte.
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11) nos muestra cómo la ascensión de Jesús da inicio a la vida y a la misión de la Iglesia. El Señor promete a los apóstoles el Espíritu Santo, que les dará fuerza para realizar la misión encomendada. Jesús, tras cuarenta días, número de profundo significado simbólico, regresa al Padre, pero su labor ha de ser continuada, hasta su regreso glorioso en la Parusía, por la Iglesia, constituida por todos los bautizados, guiados por el colegio apostólico y Pedro, su cabeza.
El salmo 46 es una invitación a la alabanza, pues Cristo, subiendo al cielo, va a prepararnos también un puesto a nosotros.
La segunda lectura, de la carta de San Pablo a los Efesios (1,17-23), nos invita a dejarnos iluminar por el Padre para poder comprender el valor de la esperanza a la que hemos sido llamados, una esperanza que desborda los límites de nuestra realidad física y temporal, que culminará cuando nosotros, miembros del cuerpo de Cristo, alcancemos el lugar dónde ya se encuentra nuestra Cabeza, el Señor resucitado.

Ascensión (Giotto)
El evangelio nos muestra a los discípulos llenos de alegría, dispuestos a continuar la misión del Señor, anunciando a toda la humanidad la buena nueva, con la invitación a la conversión y el ofrecimiento del perdón de los pecados, misión que nos atañe a todos los bautizados, miembros vivos de Cristo.
Fray Luis de León, meditando sobre este día, escribió uno de los más bellos poemas en lengua castellana:

¡Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto,
y tú rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro!
¿Los antes bienhadados,
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de Ti desposeídos,
a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto
al viento fiero airado?
estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay! nube envidiosa
aun de este breve gozo ¿qué te quejas?
¿dó vuelas presurosa?
¡cuán rica tú te alejas!
¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

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