domingo, 11 de febrero de 2018

Domingo VI del Tiempo Ordinario

La liturgia de este domingo nos muestra a Jesús curando a un leproso, liberándolo, de este modo, del aislamiento social absoluto en el que se encontraba, y enviándole al sacerdote para que pudiera reintegrarse en la vida de la comunidad. En el antiguo Israel, tal como se nos presenta en la primera lectura del libro del Levítico (13,1-2.45-46) existían unas prescripciones referentes a los enfermos de lepra, que conllevaba alejarse del pueblo, aislarse totalmente, convertirse, en definitiva en un marginado. Jesús, en el evangelio de Marcos (1, 40-45) que hoy proclamamos, no se limita a curarlo, sino que lo toca, siendo consciente de lo que eso suponía en su ambiente. La voluntad de Cristo es salvadora, y sus signos son la muestra palpable de que el Reino de Dios, con su victoria sobre el Mal y todas sus secuelas, ha llegado. El leproso, que era casi como un cadáver ambulante, es reintegrado al pueblo de Dios; Jesús, desde la acogida misericordiosa, supera las normas existentes respecto a los marginados, lo toca, lo cura y lo reintegra en la vida civil. 
Pablo, en su primera carta a los Corintios (10,31-11,1) nos ofrece un ejemplo de vida cristiana, de buscar en todo y ante todo la gloria de Dios. Esa gloria que, como decía Ireneo de Lyon, es que el hombre viva, es decir, que experimente la salvación de Dios. La vida cristiana es un tratar de parecernos más a Jesús, a reducir la distancia entre lo que somos y lo que, tomándole a El de ejemplo deberíamos ser.

Jesús cura a un leproso (mosaico del Duomo de Monreale)

Como Cristo, también la Iglesia, los cristianos, estamos llamados a ir más allá de barreras y convenciones sociales, a acercarnos a todo aquel que experimenta el sufrimiento en el alma o en el cuerpo, o, tantas veces, en ambas. Tocar, es decir, hacerse próximo, cercano, hermano, sin juzgar ni condenar; aceptando, como Jesús aceptó, a cada uno en su realidad individual, en su historia concreta.  El texto del Levítico, que nos puede resultar lejano y antiguo, es, en el fondo de tremenda actualidad, pues nos muestra algo tan cercano a nosotros como la marginación social. Hemos de tocar las llagas de tantos leprosos como hay a nuestro alrededor, llámense como se llamen, y reintegrarlos, recuperar a tantos que ya no se sienten personas, ni queridos ni apreciados. ¡Hay tanto sufrimiento en el mundo y tantas heridas que sanar! San Francisco, imitando a Jesús, se acercó al leproso y su vida se transformó; cada uno de nosotros, que también hemos sido sanados de nuestras propias lepras por Cristo, podremos experimentar ese cambio, que se deriva de salir de nosotros mismos y abrirnos a los demás. Hemos de procurar, como quería Pablo en la comunidad de Corinto, eliminar todo aquello que genera exclusión y marginación, todo lo que conduce a la división entre las personas. Un mundo como el nuestro, dividido, con sectores marginados, excluidos, rechazados, sea por el motivo que sea, necesita el bálsamo sanador que, como discípulos de Jesús, debemos extender para curar tantas y tantas llagas.

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