sábado, 26 de noviembre de 2016

Adviento

Comenzamos, un año más, el tiempo litúrgico del Adviento, preparación a la Navidad. Iniciamos un recorrido de cuatro semanas, a lo largo de las cuales la Palabra de Dios nos invitará a renovar nuestro corazón, a entrar en camino de conversión, y movidos por la esperanza, a abrir de par en par las puertas de nuestra vida a Cristo que viene a morar en nuestra alma. Cuatro domingos en los que, partiendo de la evocación de la venida final del Señor como culminación de la historia, la Parusía (I Domingo de Adviento), seremos exhortados por Juan el Bautista a la conversión, preparando el camino del Señor (II Domingo) para que llenos de gozo y alegría ante la llegada de los tiempos mesiánicos (III Domingo) acojamos, como recibió María en su seno en la encarnación, al Hijo de Dios (IV Domingo)
La conversión a la que se nos invita en este tiempo es fruto de la esperanza. Es ésta, a imagen de la que cultivó el pueblo de Israel a lo largo de su historia, la virtud principal que hemos de desarrollar durante el Adviento. Esperanza sostenida por la palabra que nos dirigen los profetas, de un modo especial el profeta Isaías, que leeremos con frecuencia, y conversión en respuesta a la urgencia de cambio de vida que nos anunciará el Bautista. Estos dos personajes, junto con María, son los grandes protagonistas de la liturgia de estas semanas. Isaías, el profeta mesiánico por excelencia, que nos avisa, con sus hermosos pasajes, de las promesas divinas.
Isaías (Miguel Ángel)
Juan, con su recia figura, nos llama a abajar la soberbia y orgullo del pecado que nos ata, y a elevar la confianza y la espera en el Señor. El es el enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el que ha sido designado para preparar el camino del Señor, el que nos anima, en el desierto que es tantas veces nuestra existencia, a escuchar la voz que anuncia la salvación, allanando una senda para alcanzar la salvación.
Predicación de Juan Bautista (Alessandro Allori)
María es la gran protagonista del Adviento. Ella, la Hija de Sión, representa el anhelo de Israel ante el cumplimiento de la promesa mesiánica. Ella, que viviendo su peculiar Adviento, se preparó, como nadie, a la llegada del Salvador. Ella, que acogiendo la Palabra en su seno, la hizo vida. María es la Virgen del Adviento, la de la expectación, la que anhela que llegue pronto el Deseado de las naciones. Es María el modelo de cómo hemos de prepararnos durante este tiempo de gracia. María, en Adviento, nos invita a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla por obra, nos muestra que el encuentro con el Señor impele siempre al servicio a los hermanos, especialmente a los que sufren, en el cuerpo o en el espíritu. Frente a la desobediencia de Eva, María es la esclava obediente del Señor y por ello se convierte en la auténtica madre de la vida, de los que viven por la gracia de Cristo. Su sí, que al comienzo del Adviento resonará al celebrar su Concepción Inmaculada, es ya el comienzo de la victoria sobre la serpiente que engañó a Eva, es la apertura de las puertas del Paraíso cerradas a nuestros primeros padres.

La Anunciación (Fra Angelico)
Escuchando esperanzados a Isaías, urgidos a la conversión por el Bautista y acogiendo la Palabra de Vida como María, el Adviento se convierte en un camino en el que hemos de escuchar, leer, meditar la Escritura, retirarnos al desierto del encuentro personal con Dios en la oración y tratar de salir al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras, ante todo y sobre todo, del amor a nuestros hermanos.
De este modo la celebración de la Navidad será, por encima del consumismo asfixiante que rodea esta fiesta, un auténtico encuentro con el Salvador, que quiere nacer en el pesebre de nuestro corazón para, desde allí, irradiar su luz, que disipa la oscuridad de nuestro pecado, y expandir su alegría, que colma todas las expectativas de nuestra esperanza. Navidad, será así, lo que ha de ser, la llegada del Dios con Nosotros que, acampando en medio de nuestro caminar, renueva y transforma la Historia de la Humanidad.


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