martes, 16 de agosto de 2016

El cardenal Enrique Reig y Casanova (VIII)

Las conferencias de Metropolitanos

Uno de los principales problemas de la Iglesia en España había sido su profunda división a lo largo del siglo XIX. A pesar de las reiteradas llamadas a la unidad por parte de los romanos pontífices, estas divisiones seguían (y seguirían por mucho tiempo), reinando en la Iglesia española. Se echaba en falta una mayor coordinación entre los diferentes obispos, tanto a la hora de afrontar retos pastorales como a la de lograr ayudas económicas. Asimismo se sentía que la falta de criterio en el episcopado era la causa del entorpecimiento que tenía la acción religiosa y social en España, mientras que la falta de comunicación y de acuerdo hacía que se quedaran sin resolver cuestiones de gran interés para la Iglesia. El nuncio Tedeschini observaba que los obispos, en el gobierno de las diócesis, estaban aislados e indiferentes entre sí, no teniendo otro elemento común que las disposiciones genéricas de la Santa Sede, que cada uno interpretaba, aplicaba y seguía como mejor creía; por otro lado, las conferencias provinciales, que según el canon 292 del Código de Derecho Canónico, debían celebrarse cada cinco años, no se hacían con la debida regularidad. Dada la situación en la que se encontraba la Iglesia en España, Tedeschini consideró necesario poner en marcha reuniones periódicas de los obispos, pero antes, quiso escuchar la opinión de algunos, especialmente al obispo de Plasencia, al cardenal de Tarragona y al arzobispo de Valencia, Reig, promovido a la sede primacial de Toledo. En la carta a Reig, fechada el 22 de junio de 1922, el nuncio, tras señalar la suma conveniencia de la realización de dichas reuniones, excusándose de que era nuevo en España, le pedía, de modo confidencial, que le informara sobre cual era la costumbre existente en el país, es decir, si los obispos españoles celebraban cada año las conferencias y si estas eran provinciales, de todos los sufragáneos con el metropolitano y nacionales, de todos los metropolitanos con el primado; en el caso de que ya se celebraran, rogaba al arzobispo que le indicara qué modificaciones creía conveniente y si no se realizaban, si creía oportuno que la Santa Sede diera las disposiciones pertinentes.
El obispo de Plasencia, Ángel Regueras, respondió mediante un informe, fechado el 19 de junio de 1922, en el que señalaba las ventajas, en orden a la defensa de acerbo religioso español, de la acción colectiva, reforzado por el hecho de tener un orden legal común que regulaba las relaciones con el Estado, concretado en el Concordato; asimismo, a su juicio, esta actuación colectiva podría producir bienes en el orden económico, de cara a regular de forma más justa la distribución de las ayudas estatales y en el terreno de los arreglos parroquiales, en orden a la erección de parroquias y reorganización eclesiástica, que requerían un plan uniforme, meditado y resuelto, pudiéndose aplicar lo mismo al terreno de la acción católica y social. Otro informe recibido señalaba que la falta de unidad de criterio en el episcopado había entorpecido el desarrollo de la acción religiosa y social en España, mientras que la falta de comunicación y acuerdo, había sido la causa de que se quedaran sin resolver cuestiones de gran interés para la Iglesia, de modo que tanto las conferencias provinciales, en las que se reunieran los obispos de la provincia eclesiástica bajo la presidencia de su metropolitano, como las interprovinciales, de los metropolitanos presididos por el primado, darían resultados positivos.
El 8 de julio enviaba su respuesta monseñor Reig. En ella manifestaba que siempre había considerado estas conferencias muy a propósito para unificar la acción, coordinar los criterios y esfuerzos y dar más eficacia a la labor del episcopado, en unión con la Santa Sede; asimismo, informaba que en España nunca se habían celebrado conferencias episcopales de carácter nacional, mientras que las de metropolitanos con sus sufragáneos, le parecía que se celebraban cada cinco años. Reig consideraba que las reuniones de los metropolitanos con el primado, en su opinión necesarias, tendrían que tener la sanción, consejo o mandato de la Santa Sede, quien podría fijar las normas a las que debería sujetarse, normas que, según él, se concretarían en un requerimiento previo a los metropolitanos para que indicaran los puntos que convendría tratar; la redacción del cuestionario y presentación del mismo a la aprobación del nuncio; el envío del cuestionario a cada uno de los metropolitanos, quienes podrían consultar a alguno de sus sufragáneos; la designación, una vez recibidas las contestaciones de los metropolitanos, de ponentes que formularan las conclusiones prácticas para cada una de las cuestiones; la redacción del acta correspondiente, de la que se daría cuenta a la Santa Sede.
Recabadas estas informaciones, Tedeschini escribió el 13 de julio al cardenal Gasparri, secretario de Estado, informándole del proyecto. Argüía la necesidad de instaurar las conferencias por una parte para superar la desconexión y falta de coordinación existente entre el episcopado, pero por otra para poder afrontar los problemas de la institución eclesiástica, comenzando por el clero, del que afirmaba no era un misterio “la miseria, la indisciplina, la insubordinazione nel basso clero”, el descuido de la cura de almas, especialmente la parroquial, a lo que añadía la situación de los seminarios, necesitados de reformas radicales en sus reglamentos disciplinarios y en sus planes de estudio. Asimismo destacaba la pobre existencia de la Acción Católica y la situación moribunda del movimiento social. Por todo ello creía necesario que los obispos se reunieran en conferencias periódicas para afrontar los problemas prácticos más urgentes, tanto de orden religioso como social. La respuesta de Secretaría de Estado, el 20 de agosto, recordaba lo prescrito en el canon 292, e indicaba el modo en que había de realizarse, e incluso preveía que, en caso de que el metropolitano no demostrara interés en las conferencias, se celebrarían encomendando la nunciatura su realización a cualquier obispo.
Aún sin haber tomado posesión de la sede toledana, Reig se puso manos a la obra y convocó a los metropolitanos a una reunión en Madrid, en el Palacio de Cruzada, perteneciente al arzobispo de Toledo como comisario de la bula de Cruzada, el 4 de febrero de 1923; en dicha convocatoria les pedía que le enviaran una indicación de los asuntos que creyeran debían ser objeto de deliberación, a la vez que les adjuntaba algunos puntos que habrían de tratar. Reig llegó a Madrid el 3 de febrero y el día siguiente, domingo, se reunió con el nuncio para tratar varios asuntos. Ese día se inauguraron las conferencias, prolongándose la reunión hasta el día 7, tratando numerosos temas, entre los que destacaron el relativo a la Institución Libre de Enseñanza y el modo de combatir su influencia, así como la oposición del episcopado a la reforma del artículo 11 de la Constitución. Otros puntos destacados fueron el establecimiento de reuniones anuales de los obispos sufragáneos con el metropolitano y semestrales entre estos; la cuestión de la contribución territorial de las comunidades religiosas; la selección de los candidatos al episcopado. Ante los metropolitanos se presentaron los directores de El Siglo Futuro, Manuel Senante, de El Universo, Rufino Blanco y de El Debate, Ángel Herrera, a los que Reig, como primado, les exhortó a la unión y les expuso el deseo de los metropolitanos de que todos los periódicos católicos practicasen reunidos en una sola tanda los Ejercicios Espirituales y el propósito del episcopado de adquirir una amplia casa con el objeto de alquilarla a los diarios católicos.
A partir de esta primera reunión, las conferencias de metropolitanos se convertirían, hasta la creación de la Conferencia Episcopal Española tras el concilio Vaticano II, en el principal órgano de coordinación de la Iglesia en España. La siguiente conferencia, en cumplimiento de lo estipulado, se reunió en Madrid entre los días 12 y 16 de diciembre de 1923. La capital del reino sería el lugar habitual de celebración, aunque alguna, como la de los días 21 al 23 de octubre de 1926, se realizó en el palacio arzobispal de Toledo. Por otro lado Reig reunió también la conferencia de los obispos de la provincia eclesiástica. En la que tuvo lugar del 22 al 24 de octubre de 1923, se analizaron las condiciones de la vida eclesiástica y diocesana y se decidió que el cardenal primado presentara al presidente del Directorio militar, Primo de Rivera, una petición en la que se solicitaba que la reforma escolar se hiciera sobre la base de la educación católica y se salvaran los derechos de la autoridad eclesiástica sobre todos los centros escolares en lo que atañese a la religión y la moral; que se estableciese un fondo para la jubilación de los párrocos; que se aumentase la dotación para el culto; por último, se lanzó la idea de celebrar un concilio provincial para el año 1926, centenario de la catedral de Toledo.
En 1926 los metropolitanos españoles, al finalizar la conferencia celebrada entre el 28 y el 30 de abril, publicarían su primera pastoral colectiva, sobre la inmodestia de las costumbres públicas. En la misma conferencia acordaron, en vista de la expulsión de sacerdotes y religiosos españoles realizada en México, dirigir una carta al episcopado mexicano protestando de la situación creada a la Iglesia y de las medidas tomadas contra sus ministros.
En 1927 se planteo la cuestión de dar mayor impulso a las conferencias regionales, tras el encargo que hizo el papa Pío XI a las Congregaciones Consistorial, de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y del Concilio de estudiar el asunto; en España, el nuncio consultó a los diferentes obispos un proyecto que agrupara a los prelados por zonas, reuniéndoles no una sino dos o más veces según las exigencias de cada región. Se trataba de crear un marco más amplio que el de las provincias eclesiásticas y con más participación que el ámbito restringido de las reuniones de los metropolitanos. Sin embargo diversas dificultades impidieron su concreción, entre ellas la opinión adversa del cardenal Segura, sucesor de Reig en Toledo, de modo que, en 1929, la Santa Sede decidió que se siguiera con el sistema de reunión de los metropolitanos, si bien precedida por la de estos con sus sufragáneos, de modo que se pudiera recoger el sentir del episcopado y hacerse eco del mismo en la reunión de metropolitanos.
La última conferencia a la que asistió Reig fue la celebrada en Toledo, en el palacio arzobispal, los días 21 al 23 de noviembre de 1926. La siguiente, en mayo de 1927, ya con el primado enfermo, fue presidida en Madrid por el cardenal arzobispo de Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer. Al propio Vidal le correspondería la presidencia en la celebrada el 9 de octubre de ese mismo año, la primera tras la muerte del primado.



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