viernes, 12 de agosto de 2016

El cardenal Enrique Reig y Casanova (VII)

Promotor de la Acción Católica

El 29 de julio de 1923, al poco tiempo de tomar posesión de la archidiócesis, el nuncio Tedeschini escribía al cardenal Reig para comunicarle que la Santa Sede le confiaba, como a sus predecesores los cardenales Aguirre y Guisasola, la dirección general de la Acción Católica en España, destacando cómo era deseo del papa que el cardenal procurara la unión de todos los católicos en organizaciones poderosas, sobre la base de la organización eclesiástica, parroquia, diócesis, provincia, primado; de modo que todas estuvieran ligadas entre sí y dependientes todas del episcopado, e indicando, de modo especial, que era deseo del Santo Padre que se quitara el dualismo existente en la dirección de la Acción Católica femenina, pues, como el propio Tedeschini había manifestado a Reig, la Santa Sede juzgaba tan urgente la unificación de las organizaciones femeninas que había dado al nuncio encargo de proceder a realizarla, aunque Tedeschini creyó oportuno esperar a la toma de posesión del primado, y que este asumiera dicha reorganización e unificación, que no debería ser destrucción de los organismos existentes, sino fusión de los dos centros directivos nacionales en un centro único. ¿Qué se trataba de unificar? Por un lado estaba la Acción Católica de la Mujer, fundada por el cardenal Guisasola en 1919, y por otro, la Unión de Damas del Sagrado Corazón. En realidad, ambas eran, en la práctica, una reunión de señoras nobles, cuyo campo de actuación práctico era muy limitado; en concreto, la Acción Católica de la Mujer sería definida, pocos años más tarde por Tedeschini, como una institución aristocrática, áulica, académica, patriótica y “specialmente incompetente”, en la que sus miembros no sabían qué era propiamente la Acción Católica, ni qué era el pueblo, mientras que la Unión de Damas no hacía nada, viviendo del amor propio, de rivalidades entre sus miembros y del enfrentamiento con la Acción Católica. Ambas asociaciones habían comenzado una lucha entre sí, que la Santa Sede quiso resolver con la fusión de las mismas. El cardenal Almaraz había sido favorable a la idea, pero su fallecimiento le impidió llevarla a cabo; Reig, por su parte, también se había mostrado de acuerdo con la fusión, pero al llegar a Toledo comenzó a dudar, tal vez por no quererse enfrentar a las aristócratas que desde la dirección de la Acción Católica de la Mujer no querían ceder ante las disposiciones de Roma, mientras que la Unión de Damas sí estaba dispuesta a ello, de modo que el problema no se resolvería durante su pontificado. No sería hasta 1934, en un contexto totalmente distinto, cuando se produciría la fusión.
En enero de 1925 cardenal aprobó expresamente la circular que la Junta Central de Acción Católica hizo pública, protestando contra lo que definían como “conatos revolucionarios y venenosas calumnias” contra España y contra el rey, en la que, además, se pedía que todos los católicos manifestaran su amor a la patria y al rey dirigiéndole el 23 de enero, día del rey, al ser la fiesta de su santo patrón, san Ildefonso, mensajes, telegramas o tarjetas, además de que se iniciase una colecta nacional para levantar en el cerro de los Ángeles una estatua que perpetuara el momento de la consagración de España al Sagrado Corazón; este último proyecto había contado con la aprobación explícita del cardenal primado, el cual se dirigió a sus diocesanos, pidiendo que todos los fieles de la archidiócesis, especialmente las entidades católicas, hermandades y congregaciones, secundaran con entusiasmo estas iniciativas y aportaran su donativo, abriendo él mismo la suscripción con la cantidad de 500 pesetas.
Tras la celebración del Congreso Eucarístico en Toledo, en  el cardenal Reig promulgó el 31 de octubre de 1926, fiesta de Cristo Rey, Los Principios y Bases de reorganización de la Acción Católica. De este modo secundaba el impulso dado por el papa Pío XI a la misma; el pontífice había definido la naturaleza, funciones, fines y medios de la misma, como medio para que los seglares cooperasen en la renovación de la sociedad. Al mismo tiempo cumplía con el encargo recibido en 1923 de dirigir, como habían hecho sus inmediatos antecesores, Aguirre, Guisasola y Almaraz, la Acción Social Católica en España.

En efecto, el 19 de julio de 1923 el cardenal secretario de Estado, Pietro Gasparri se dirigió, en nombre del papa Pío XI, al cardenal Reig para comunicarle que el sumo pontífice le confiaba la dirección general de toda la Acción Social en el reino de España, confiándole las mismas facultades y atribuciones con las que había investido a su predecesor, el cardenal Enrique Almaraz y Santos. Éste apenas pudo hacer nada, ya que falleció al poco tiempo de posesionarse de la sede primada, tras un fecundo pontificado en Palencia y Sevilla. Reig no quiso dar inmediatamente publicidad al documento, sino que antes prefirió recibir impresiones para confirmar o rectificar el juicio que tenía sobre la Acción Católica en España. Por ello hasta el 26 de febrero de 1924 no firmó la carta pastoral en la hacía público el nombramiento, a la vez que señalaba los puntos principales referentes al ser y al actuar de la Acción Católica. Para el primado lo importante de la misma era lograr la unidad orgánica de las diversas actividades, destacando el gran interés que el papa Pío XI tenía en su promoción, como había manifestado repetidamente, tanto en la encíclica Ubi arcano Dei, como en otras alocuciones. Reig destacaba la necesidad de la confesionalidad de las obras promovidas por católicos, de modo especial las obreras, manifestando su tristeza ante la campaña de neutralidad religiosa en el campo de la sindicación de los obreros, campaña que a su juicio no cesaba, por lo que volvía a insistir en el tema, amenazando con tomar medidas severas; basándose en la doctrina pontificia insistía en el carácter pacífico y religioso que las corporaciones obreras debían de tener. A su juicio, la base necesaria de la Acción Católica, al ser un verdadero apostolado, era la abnegación, y junto a ella era preciso acudir a la comunión frecuente. A la hora de denunciar las actuaciones defectuosas en el terreno de la Acción Católica, el cardenal ponía en primer lugar la de aquellos que combatían la confesionalidad o prescindían de ella; junto a ella, veía como peligro el afán de importar teorías y procedimientos del extranjero; recomendaba evitar dar carácter político o personal a la obras emprendidas, pues lo primero alejaría cooperaciones y comprometería a la Iglesia, mientras lo segundo las haría pequeñas o estériles. Reig insistía, además, en la necesidad de una buena preparación y competencia, llegando incluso a definir la falta de esta como auténtica falta de honradez. El cardenal consideraba que, de todas las necesidades del momento, la de la organización de las fuerzas católicas era la más urgente, pues en la medida en que estas, en lugar de actuar separadas, se unieran, crecerían en fuerza, por lo que sentía el deber de promover la coordinación de las diversas obras; a dicho fin estarían encaminados una serie de Congresos previstos, como el de la Prensa Católica. El prelado era consciente de la necesidad de un organismo superior, como el constituido en Italia, en el que estuvieran representados todos los sectores de la Acción Católica, y aunque en España ya existía la Junta Central de Acción Católica, procuraría darle nueva forma. Por último, Reig concluía invitando a los católicos a la oración y a la acción, unidos y disciplinados, destacando cómo cada día aparecía más patente a los seglares conscientes la necesidad, en términos de la época, de asociarse al apostolado de los sacerdotes, cundiendo la convicción de que todos los fieles debían prestar a las diversas obras una ayuda personal y efectiva.
La preocupación social del primado no era nueva, sino que arrancaba de sus años de colaboración con el cardenal Sancha, cuando desempeñaba la cátedra de Sociología en el seminario, y se había plasmado de un modo particular durante su pontificado en una diócesis de gran problemática social como era Barcelona, donde escribió dos cartas pastorales en las que abordaba la cuestión social, y había promovido Acción Popular, heredera de la decapitada Acción Social Popular del jesuita Gabriel Palau, de la que formaban parte algunos antiguos colaboradores del mismo, así como la plana mayor del catolicismo social español, como Severino Aznar o Comillas. Confió, además, en un joven sacerdote, llamado con el tiempo a sucederle en Toledo, Enrique Pla y Deniel, fundador del Patronato Obrero de Pueblo Nuevo y director de las revistas Reseña Eclesiástica y Anuario Social.
Estas Bases, que plasman el modelo de Acción Católica de Pío XI,  hay que situarlas en el contexto  de la dictadura primoriverista, que, al contrario de lo que ocurría con la Acción Católica italiana, permitía el desarrollo de las obras confesionales e invitaba a instalarse en un régimen de cristiandad, al mismo tiempo que era patente el peso de la tesis integrista frente a la posibilista dentro del catolicismo español. Aunque fue el primado quien las promulgó, habían sido elaboradas por el jesuita Sisinio Nevares; ambos eran partidarios de la confesionalidad inequívoca de las obras católicas, de modo que las Bases de 1926 dedicaron una parte importante de sus principios a justificar dicha confesionalidad explícita, considerando inviable el sindicato “neutro” profesional, advirtiendo severamente a los partidarios del mismo.
De las Bases debería nacer un proceso organizativo capaz de reunir desde el punto de vista jerárquico todo el movimiento católico español; se multiplicaron las pastorales de los prelados acerca de la Acción Católica con el fin de implantar Juntas en cada diócesis, pastorales en las que aparecía explícita la estrecha unión entre el desarrollo de la Acción Católica y la instauración del Reinado social de Cristo, exaltando, además, muchos prelados el carácter de la Acción Católica como baluarte frente al socialismo y al comunismo. Se buscaba asentar los cimientos de una organización sólida, que pudiera convertirse en artífice de la coordinación entre las diversas obras católicas, de tal modo que los principios de las Bases imponían a la Acción Católica un esquema de funcionamiento jerárquico y centralizado, impulsando la consolidación de juntas parroquiales dependientes de las diocesanas, y estas, a su vez, de la Junta Central.
El 14 de enero de 1927, Reig escribía una circular sobre la ayuda y cooperación económica con la Acción Católica, poniendo como ejemplo el donativo que recibió de 15.000 pesetas de María Lázaro, de la Acción Católica Femenina, y las 1000 enviadas por el marqués de Castejón.
En este marco de renovación de la Acción Católica se creó la Federación de Estudiantes Católicos, formada por asociaciones de estudiantes de las diferentes facultades universitarias; Reig encomendó a uno de sus colaboradores más directos, el valenciano Hernán Cortés Pastor, la consiliaría de la Asociación de Jóvenes Católicos de España y más tarde le nombró vicesecretario general de la Acción Católica. Cortés se dedicó intensamente a esta actividad, recorriendo pueblos y ciudades para dar conferencias, dirigir círculos de estudio y predicar.
En 1927, pocos meses antes de fallecer, el cardenal establecía en la archidiócesis la Asociación Católica de Padres del Familia. El 19 de marzo, día de San José, y bajo la presidencia del prelado, se realizaba la inauguración. Las cuatro secciones que la integraban comenzaron los trabajos de propaganda en la capital. Entre los objetivos estaban la extirpación de la blasfemia y el lenguaje soez; la represión de la pornografía; velar por la moralidad de los festejos públicos y vigilar acerca de la formación intelectual de los jóvenes. La dirección espiritual de la Asociación fue encomendada al capellán de Reyes Nuevos, Benito López de las Hazas, como consiliario, siendo nombrado viceconsiliario el profesor del seminario, José de Dueñas.
La muerte del cardenal impidió que pudiera desarrollar plenamente las Bases, tarea que correspondería, iniciando una etapa claramente integrista, a su sucesor, el cardenal Pedro Segura.

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