domingo, 29 de junio de 2014

Ildefonso Montero, promotor de la prensa católica española (I)

Una de las mayores satisfacciones de la investigación histórica es el descubrimiento de personajes fascinantes, pero que, sin embargo, por diversas circunstancias, han caído en el olvido. Este es el caso de Ildefonso Montero, uno de los más activos promotores de la prensa católica española de principios del s. XX, un auténtico adelantado a su tiempo que, sin embargo, es totalmente desconocido. Por ello quiero ir compartiendo el texto de un artículo que escribí el pasado año sobre él, y que espero pueda ser el esbozo de un estudio más profundo y sistemático, o que sirva para que alguien profundice en él:

En 1905 diez seminaristas de Sevilla, por iniciativa de Ildefonso Montero, constituían, con la aprobación de sus superiores, la sección de propaganda del seminario sevillano. Daba así origen una de las más interesantes iniciativas de la Iglesia española en el primer tercio del siglo XX, que impulsaría decisivamente el desarrollo de la prensa católica. En este artículo queremos aproximarnos a la figura del que fue fundador y alma del proyecto, Ildefonso Montero Díaz, en la convicción de que el personaje requiere aún un estudio monográfico más profundo y exhaustivo.

Nuestro protagonista nació en Estepa (Sevilla) el 20 de octubre de 1883. Tras realizar los estudios eclesiásticos en Sevilla, se ordenó sacerdote el 5 de junio de 1909. Consiguió el doctorado en Filosofía, Teología y Derecho Canónico. Ejerció los cargos de superior del seminario de Sevilla (1910) y catedrático del mismo (1911); director del Boletín eclesiástico de Sevilla (1914) y desde 1925 fue canónigo tesorero de la santa iglesia catedral primada de Toledo y profesor del seminario de Toledo. Aquí encontraría la muerte el 1 de agosto de 1936, asesinado en el contexto de la violencia anticlerical desatada durante ese sangriento verano, a raíz del estallido de la guerra civil. En la actualidad está introducido su proceso de beatificación, como mártir, teniendo el reconocimiento de siervo de Dios


 Ildefonso Montero

Los comienzos
 Unos seminaristas inquietos
En 1906, el grupo de seminaristas publicaba la primera circular del centro de propaganda y comenzaron sus primeros trabajos, durante las vacaciones, en los pueblos del arzobispado sevillano. El año 1907 salía a la luz el primer número de Ora et Labora. En 1908 se iniciaban el Centro de acción sacerdotal, la Obra Nacional de los seminaristas españoles, el periódico Ora et Labora y los certámenes periodísticos, que comenzaron ese año para animar a todos los seminaristas españoles a trabajar en el tema, siendo bendecidos por el arzobispo hispalense, Enrique Almaraz y Santos. Éste, que había llegado a Sevilla en 1907 como sucesor del cardenal Marcelo Spínola, mimó la iniciativa[1]. Al primer certamen periodístico se presentaron 166 trabajos; al año siguiente ya eran 274 y en 1913 había alcanzado los 645[2]. En 1915, el VII certamen periodístico contó con un total de 915 trabajos presentados, siendo premiados algunos seminaristas llamados en el futuro a desempeñar un papel importante en el ámbito de la propaganda católica, como Albert Bonet Marrugat o Aniceto Castro Albarrán[3]. En la segunda Asamblea de la Buena Prensa, celebrada en Zaragoza en 1908, la obra obtuvo la aprobación de los obispos españoles.
Pero esta actividad suscitó algunos recelos, como señalaba un informe del nuncio Antonio Vico a Secretaría de Estado sobre la situación de los seminarios españoles[4]. En efecto, la Santa Sede estaba muy preocupada por el estado de los mismos, con graves carencias a nivel intelectual, material y moral, llegando incluso, en el seminario de Cuenca, a producirse una abierta rebelión y expulsión de los superiores, y por todo ello se había encargado al nuncio de realizar una investigación; Vico, en relación a la obra Ora et Labora, había recibido la denuncia del arzobispo de Tarragona, quien le informó que los iniciadores se entendían con los superiores del seminario, prescindiendo del obispo; que a los seminaristas les gustaba más leer los periódicos que estudiar los libros de texto; que por ese camino se convertirían en orgullosos y frívolos, y por último, que tendrían mayores ocasiones de perder la vocación y que tal sistema era contrario a las instrucciones dadas por la Santa Sede a los seminaristas, citándole algunos actos de rebelión que años anteriores tuvieron lugar en su seminario, por lo que le hubiera gustado ver suprimido en el programa de la Asamblea de Zaragoza todo lo que se refería a la acción de los seminaristas. Vico se hizo cargo de las aprensiones del prelado, aunque era consciente de que este no distinguía entre el curso escolar y las vacaciones, y abrió una investigación sobre la cuestión. El cardenal Aguirre, primado de Toledo, era también contrario a cualquier intervención de los seminaristas en la propaganda de la prensa, porque, en su opinión, propagarían los periódicos de su preferencia, y cuando fuesen sacerdotes harían lo mismo, manteniéndose así siempre vivo el fuego de la discordia; además, añadía el primado, dicha propaganda implicaba la organización de colectas, algo que estaba prohibido por el papa, según el Motu Proprio de 10 de diciembre de 1903. El arzobispo de Valladolid, por su parte, se fundamentaba en el concilio tridentino y señalaba que el derecho eclesiástico en relación a los seminarios prescribía las ocupaciones a las que debían dedicarse los jóvenes alumnos, servir al culto en los días festivos, y nada más. El cardenal Casañas, obispo de Barcelona, era de la misma opinión, sólo consentía a sus seminaristas, dirigidos por un prefecto, que enseñaran el catecismo en las parroquias a lo largo del curso, como medio para prepararse al ministerio. Otras personas, que conocían bien a los seminaristas implicados en la obra, indicaron al nuncio que dada la constitución general de los seminarios, en los cuales no se contraía el hábito de estudiar, ni se adquiría la formación literaria y muy escasamente la científica, si el seminarista no se dedicaba a una obra de celo, como era la de la buena prensa, se encontraba expuesto a una vida de ocio y a todos los peligros; además, si propagaban la buena prensa, se retraerían de leer la mala; dado el carácter antirreligioso de los periódicos de mayor circulación, resultaba muy simpática a ojos de muchos la campaña; ocupándose los seminaristas en una obra “così santa” no les resultaría difícil volver al estudio. Le señalaban, además, que no era exacto que el seminarista, una vez sacerdote, conservaría con tenacidad el espíritu de partido, porque al dirigirse en su actuación a personas que no dejaban de ser católicas por el sólo hecho de pertenecer a tal o cual partido, cuando se dedicaran a la cura de almas mirarían tales diferencias con mayor serenidad de alma. Por último le indicaban que si dicha propaganda daba lugar a algunos inconvenientes, se dieran las normas para evitarlo, pero no se impidiera el bien. Vico examinó la colección de Ora et Labora y pudo comprobar que todas las dudas suscitadas se superaban, aunque se abstuvo de dar cualquier indicación a los organizadores, y ni siquiera respondió directamente a la carta en la que le pedían su aprobación. Por otro lado, la Asamblea de Zaragoza había manifestado que veía con complacencia la obra iniciada por los seminaristas, bajo la dirección de sus obispos, declarando que durante el curso escolar apenas debían dedicarse a ella, tan sólo el tiempo que los superiores permitieran, y por último, quiso que la organización no fuese nacional, sino diocesana, bajo la dirección del obispo respectivo, el cual nombraría al director.
En 1909 salía el primer número de La Palestra, órgano especial de la Obra de los seminaristas españoles. En el 1910 comenzaron a enviar comunicaciones en varias lenguas al extranjero, distribuyéndose fuera de España un número bilingüe de Ora et Labora, en cuyo artículo de fondo se proponía una organización internacional católica. Al año siguiente se publicó el Almanaque de Ora et Labora, en el que se hacía una catalogación de la prensa católica de todo el mundo. Asimismo, desde el número de mayo de 1911, Ora et Labora añadió como subtítulo Catequesis, Prensa, Acción Social y en septiembre de 1912 publicó un vasto plan catequístico para seminaristas, en el que entraba la fundación de una escuela práctica de catequistas, la incorporación a la enseñanza catequística de los progresos de la pedagogía moderna y una amplia información sobre bibliografía y material catequístico, además de promover, desde el centro, la asistencia de seminaristas al Congreso celebrado en Valladolid, creando también una página catequística permanente en la revista[5]. Desde esta página se daban a conocer diversas experiencias catequísticas, apostando por el empleo de los avances técnicos, como fue el caso de la utilización del cine como recurso catequístico en la diócesis de Tortosa[6].
En 1912, el papa Pío X, mediante un autógrafo, aprobaba la obra. El año 1913 se intensificaba la labor diocesana, iniciándose el primer curso de la Academia periodística, escuela práctica de periodismo, en el seminario de Sevilla; el cardenal Almaraz bendijo la idea con entusiasmo, concediendo indulgencias a los seminaristas por los trabajos que hicieran en ella, poniéndose en marcha el 25 de enero, fiesta de la Conversión del apóstol Pablo, bajo cuya protección se puso la Academia, y a partir de ese momento se reunieron semanalmente los diez alumnos de que constaba, todos pertenecientes a la sección de propaganda, dedicando una hora que se distribuía en tres partes: la primera dedicada a cómo se escribía para la prensa, tanto en plan teórico como con ejemplos, siendo desarrollada la teoría por el alumno de turno, quien daba lectura a un breve trabajo en el que se exponía las condiciones que debía reunir la sección del periódico o género periodístico que como tema se le señaló el sábado anterior, para después leer unos ejemplos, elegidos por el director y tomados de diversos periodistas, que confirmaban e ilustraban la teoría; en segundo lugar trabajaban sobre cómo se hacía la prensa, recurriendo, igualmente, tanto a teoría como a ejemplos, refiriéndose a la materialidad del trabajo periodístico, desde la corrección de pruebas hasta la formación de un plan de publicación, con sus secciones, etc., pasando después a los ejemplos, tomados de algunas publicaciones, estudiando, cada alumno, según su especialidad, el género en las diversas publicaciones, estudio sobre el que tenía que realizar al final de curso una breve memoria sobre su estado en España, formar un plan de publicación en el que se aprovechasen los elementos de las existentes y hacer una nota de las fuentes de estudio necesarias para dirigir competentemente una publicación de ese género; por último, cada uno de los componentes tenía que leer un trabajo de tres cuartillas, a veces realizado en el acto, que después era votado, en votación secreta, designando los tres que más hubiesen gustado, y recibiendo los premiados un regalo, consistente en obras recientes o de interés[7].
El funcionamiento de la obra variaba durante el curso y a lo largo del tiempo de vacaciones[8]. Durante el año escolar, en el local destinado al efecto, se distribuía el trabajo por materias entre los miembros de la sección, encargándose uno de administrar, otro de llevar las relaciones con los seminarios de España, otro de rectificar el catálogo descriptivo de la prensa, otro del certamen, además de entenderse otro con las librerías católicas, y otro con publicaciones y centros del extranjero, entre otras labores. En vacaciones, la sala de estudio se transformaba en local de propaganda, sostenido principalmente por los seminaristas, que sacrificaban un mes de vacaciones para trabajar por la buena prensa. Doce se ofrecían, repartiéndose los cuatro meses de verano, para que, sin estar cada uno más de un mes, no faltaran los tres operarios que, como mínimo, exigía la obra. Esta especie de comisión permanente, sostenía la oficina que funcionaba desde el primer mes hábil de vacaciones hasta el último, trabajando desde las nueve de la mañana hasta el anochecer, salvo el descanso del mediodía.


[1] J. M. JAVIERRE, La Diócesis de Sevilla en el siglo XX, en J. sánchez herrero (coord.) Historia de las Diócesis españolas 10. Iglesias de Sevilla, Huelva, Jerez y Cádiz y Ceuta, Madrid-Córdoba, 2002, p. 378.
[2] El Centro “Ora et Labora”. Lo que es. Lo que hace. Lo que necesita. Sevilla, Sección de Propaganda del Seminario de Sevilla, 1914, pp. 9-12.
[3] La Palestra, IX, nº 1, pp. 3-7.
[4] Archivio Segreto Vaticano, Archivi delle Rappresentanze Ponteficie, Nunziatura di Madrid (en adelante, ASV, Arch. Nunz. Madrid), b. 731, ff. 6-9.
[5] El Centro “Ora et Labora”. Lo que es. Lo que hace. Lo que necesita. Sevilla, Sección de Propaganda del Seminario de Sevilla, 1914, p. 23.
[6] Ora et Labora, IX, nº 2, p. 2.
[7] El Centro “Ora et Labora”. Lo que es. Lo que hace. Lo que necesita. Sevilla, Sección de Propaganda del Seminario de Sevilla, 1914, pp. 13-16.
[8] El Centro “Ora et Labora”. Lo que es. Lo que hace. Lo que necesita. Sevilla, Sección de Propaganda del Seminario de Sevilla, 1914, pp. 4-5.

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