domingo, 11 de mayo de 2014

Isidro Gomá y Tomás (y II)

Segunda entrega de mi conferencia en Tarragona, el martes 6 de mayo de 2014

Gomá ante los retos de una etapa convulsa

No existe ninguna duda del papel esencial que desempeñó el cardenal Gomá en los principales acontecimientos de la vida eclesial y política de los años treinta. Significó el culmen de una brillante carrera iniciada en Tarragona, donde había destacado como escritor de prestigio, con proyección no sólo nacional, sino incluso internacional. Esta fama, a pesar de los diversos problemas derivados de su antagonismo con el cardenal Vidal y Barraquer, le permitió alcanzar el episcopado, en una pequeña diócesis como Tarazona en la que, sin embargo, supo desplegar sus dotes, convirtiéndose, en palabras del nuncio Tedeschini, en uno de los obispos más activos de España. Su magisterio, desarrollado en las circunstancias difíciles del fin del reinado de Alfonso XIII y los inicios de la República, se caracterizó por una coherencia de pensamiento que se mantuvo firme hasta el final de su vida. Optó por la línea de resistencia ante el anticlericalismo republicano, si bien defendió que catolicismo y república no eran incompatibles, mostrando una mayor flexibilidad doctrinal que el primado Segura[1]. Es este un punto en el que vale la pena detenerse.

En efecto, la posibilidad de que España se convirtiera en una república era algo ya atisbado por Gomá en su pastoral Los deberes cristianos de la Patria, del 13 de marzo de 1930, en la que reflejaba cómo se estaba produciendo un deseo de cambio de orden político en España, y aunque no utiliza el término república, expresa cómo esa expectación repercutía negativamente en el orden religioso, pues se consideraba incompatible esta nueva forma de organización política con la religión. Por ello recordaba a los católicos que como ciudadanos eran  libres para preferir una forma de gobierno a otra, aunque advirtiendo del salto en el vacío que supondría un cambio de régimen político en España.
Esta primera y no demasiado explícita referencia a la república será profundizada una vez producido el derrocamiento del rey. La nueva situación obligaba a clarificar la doctrina, y frente a los que consideraban que monarquía y catolicismo eran inseparables, en el primer capítulo de la carta pastoral Los deberes de la hora presente[2], titulado precisamente Catolicismo y República, se referirá a las relaciones entre la religión católica y la forma de gobierno republicana. Es importante señalar que Gomá no se decanta por una forma política u otra, sino que indica que todas son compatibles con el catolicismo, no estando éste ligado a ninguna en concreto, pues no existen ningún tipo de principios dogmáticos o morales que impongan, ni siquiera que recomienden, una forma determinada de régimen de gobierno. El catolicismo ha convivido, a lo largo de su historia, con todas las formas y tipos posibles de sistemas políticos. Por tanto, la Iglesia reconoce a los poderes constituidos. Recuerda, además, que en cuanto a la doctrina sobre cual es la mejor forma de gobierno, tampoco existen preferencias. Frente a los reparos de quienes señalaban al sistema republicano como anticlerical por naturaleza, recordará los abusos cometidos por la institución monárquica en Europa contra la Iglesia, aunque excluyendo de esos abusos a los reyes “cristianísimos de nuestra España”, contraponiéndolos a la buena relación existente en algunas repúblicas, como en Sudamérica. El obispo confiaba en que en España se rectificara el tradicional carácter anticlerical y así “quede definitivamente purificado el nombre de república de la mala nota que se le atribuyó.” Insistía de nuevo en la obediencia a la autoridad legítima, a la que  los católicos debían de prestar respeto y colaboración. Gomá reconocía con tristeza la parte de culpa que en la situación por la que estaban atravesando había tenido la propia Iglesia, por omisión, por descuido, por exceso de confianza. Recordaba que todo poder, fuera cual fuese la forma de gobierno que la sociedad se hubiera dado, venía de Dios, siendo éste principio, que excluía el de soberanía nacional, primer paso, a su juicio, para el ateísmo, el que debía informar la participación de los ciudadanos en la vida pública.
El desarrollo del debate constitucional, que finalizó con la aprobación de un texto de talante anticlerical[3], supuso para Gomá una clara decepción, que le llevó a afirmar su equivocación al creer que el concepto de república se había librado, por fin, en España, de su connotación anticlerical. Esta constatación es la que le condujo a propugnar la línea dura de resistencia, dentro de la obediencia a los poderes constituidos, buscando la reforma de la legislación. Pero ello no supuso abandonar la línea de reflexión anterior. Gomá tenía clara la distinción entre el acatamiento al Gobierno legítimo y la resistencia ante las leyes injustas. Y si bien en su pastoral de entrada en Toledo no hizo referencia a la compatibilidad entre república y catolicismo, sino un duro análisis de la situación en la que se hallaba la Iglesia, en una entrevista concedida con motivo de su nombramiento, afirmará taxativamente “la Iglesia no es monárquica ni republicana. Acata en todo momento los poderes constituidos”[4]. El primado electo, al ser preguntado sobre la posición de la Iglesia con respecto a la autoridad, volvió a insistir en que se debía acatar, “aunque haya una persecución encendida”. Cualquiera que fuese la actuación del Gobierno, desde el momento en que se trataba no de un partido político, sino de un régimen establecido que regía los destinos del Estado, era preciso hacer la distinción entre la ideología y la autoridad. Aquella podía rechazarse, ésta no; y la Iglesia era lo que exigía, acatamiento y obediencia. Posteriormente, en otra entrevista a la prensa, volverá a manifestar que “la Iglesia no es incompatible con ningún régimen político…la Iglesia ha convivido y ha colaborado con el Estado con toda suerte de formas de Gobierno”[5].
La legislación republicana exigió, para realizar los entierros por el rito católico, una declaración expresa. Formulario utilizado en la diócesis de Toledo

La mejora de la situación, durante el bienio radical-cedista, hizo pasar a segundo plano, en los escritos del arzobispo de Toledo, toda ésta problemática, centrándose su actuación en otras cuestiones de índole más intraeclesial, como su renovado enfrentamiento con el cardenal Vidal sobre la cuestión de la primacía eclesiástica[6]. Cuando tras las elecciones de febrero de 1936 venza el Frente Popular, Gomá, al mismo tiempo que tratará de animar a su clero y fieles ante la nueva avalancha anticlerical, no dudará en contactar con el Gobierno para paliar la renovada violencia, entrevistándose, como hemos visto, con Azaña, quien “le recibió con sincera cordialidad”, al mismo tiempo que le aseguraba que los derechos reconocidos por las leyes a la Iglesia serían respetados y amparados. Con el estallido de la guerra civil concluirá cualquier tipo de reflexión sobre la compatibilidad entre catolicismo y república; su preocupación pasará a ser, frente al estatismo falangista, reivindicar, una vez más, la unión indisoluble, sustancial, entre catolicismo y patria en España.

A la cabeza de la Iglesia española

Su traslado a Toledo supuso el alcanzar un protagonismo nacional que el estallido de la guerra no hizo sino acrecentar. Su fulgurante promoción fue una apuesta personal de Pío XI por él, convirtiéndose en el auténtico “hombre del Papa” en España. Su fidelidad a la Sede Apostólica, conjugada con su amor a España, amor que por otro lado consideraba sustancial al hecho de ser católico, le llevó a ser el elemento clave en circunstancias muy difíciles. Enfrentado más o menos abiertamente a Vidal en múltiples aspectos, debido, por un lado a la evidente antipatía que, como hemos comprobado, sentían el uno por el otro, así como a su diferente visión de la postura de la Iglesia ante la República, fue logrando desplazar a su rival, hasta alcanzar, como quizá no alcanzó prelado toledano alguno en la época contemporánea, el papel predominante en la Iglesia española. Consiguió el reconocimiento de la Santa Sede como cabeza de la Iglesia de España justo a tiempo para que, tras el estallido de la guerra, una Iglesia desorientada buscara en él la dirección necesaria para afrontar los graves problemas derivados del conflicto y de la revolución. Además, el exilio de Vidal y las prevenciones que contra él pronto manifestaron los militares sublevados, harán que éste quede marginado de la vida nacional.
Gomá apostó claramente por Franco, pues veía en él la única vía de salvación de la España tradicional, pero al mismo tiempo supo mantener una independencia, derivada de su concepción de la Iglesia, que en muchos momentos constituyó una firme barrera frente a los aires totalitarios del régimen. Enemigo del nazismo y del fascismo, trató de frenar su influjo y penetración en España, tanto como antes se había opuesto al laicismo de la República, pues los veía como una amenaza mortal para el ser de España, debido a la unión esencial entre ésta y el catolicismo. Deseaba que esta unión secular, en la que centraba la grandeza de la nación, no se debilitara y defendió una presencia militante, activa, de la religión, en todos los ámbitos de la sociedad, cuyos principios rectores quería ver informados por el cristianismo. Pensaba que la decadencia española era consecuencia lógica de la pérdida del sentido religioso, amenazado desde el siglo XVIII por influjos extranjeros, y que, por tanto, si España quería volver a recuperar su papel dentro del concierto de las grandes naciones, era preciso recuperar la vitalidad religiosa de la época de esplendor, que no era ni más ni menos que el siglo XVI, cuando España se había destacado por las grandes hazañas de la conquista y evangelización de América y la defensa de la unidad católica y la cultura cristiana frente al protestantismo y el Islam. Todo ello era fruto de una mentalidad muy arraigada en la Iglesia española desde el fin del Antiguo Régimen, de la que Gomá participaba plenamente. Por formación y por las posteriores lecturas que moldearon su pensamiento, no podía plantearse otra cosa. En él influyeron de una manera muy profunda Menéndez Pelayo y Ramiro de Maeztu. El cardenal, por su parte, reforzó estas concepciones, revistiéndolas de un lenguaje teológico producto de las grandes controversias decimonónicas entre la Iglesia y el mundo liberal, que se habían saldado con el triunfo de las posiciones más conservadoras.
            Su concepto de España se basaba en la convicción de la compatibilidad entre la unión esencial de la nación española y la existencia de diversidades regionales, que podían y debían ser conservadas. Para él, profundamente catalán y profundamente español, era posible armonizar esas realidades. De ahí su oposición a las posturas más catalanistas del cardenal Vidal y Barraquer, que consideraba peligrosas para la unidad de la patria común. Esto le llevó a defender la primacía eclesiástica toledana, pues el reconocimiento de los supuestos derechos primaciales de Tarragona haría derivar hacia una Iglesia catalana independiente. Esta sería la mejor base, dada la inseparable unión que existía para él entre religión y patria, para una Cataluña desgajada del tronco común español.
            El cardenal Gomá lideró, frente a las posturas más dialogantes de Vidal, una actitud de resistencia ante la legislación anticlerical de la República. Defendió una y otra vez lo que consideraba no sólo derechos inalienables de la Iglesia, sino además, parte substancial e inseparable de la entraña profunda de la nación. Estaba convencido de  que descristianizar España era privarle de su alma, de su verdadero ser. El laicismo, para él, era intrínsecamente antiespañol. Pero también vio en la actitud combativa de la República una oportunidad para despertar el dormido catolicismo español. De ahí sus numerosas iniciativas en el campo de la promoción de la Acción Católica, como una avanzadilla de la Iglesia que la permitiera recuperar, a través de los mismos seglares, los diversos ámbitos de la sociedad. Consciente de la profunda descristianización que sufría el país, promovió las vocaciones sacerdotales y la renovación de la formación del clero, ya que consideraba al sacerdote como el principal agente de esa misión reevangelizadora. Para formar a los fieles cristianos, promovió la catequesis, pues descubría en los católicos españoles una profunda ignorancia respecto a las cuestiones esenciales de la fe. No dudó en conocer de primera mano la realidad religiosa española, recorriendo su vasta diócesis toledana. A la vez mantuvo una intensa agenda, tanto a nivel nacional como internacional, que fue constituyéndole en el punto de referencia de la Iglesia española. De ese modo, al estallar la guerra, estaba preparado para asumir el papel  de rector y cabeza de esta Iglesia, marcando el ritmo de actuación. Esto se vio reforzado al ser nombrado representante oficioso de la Santa Sede ante el Gobierno de Franco. Sus esfuerzos se dirigieron entonces a lograr el reconocimiento de éste por parte de la Santa Sede, con la consiguiente normalización de  relaciones. Al mismo tiempo desarrolló una importante labor literaria, con numerosos escritos que trataron de iluminar la conciencia católica, tanto española como extranjera, sobre la realidad de la guerra, tarea que culminó con la Carta Colectiva de los obispos españoles de 1937. El conflicto bélico era visto como una lucha entre la religión y el ateísmo, entre la civilización y la barbarie, entre el Bien y el Mal, entre Cristo y el Demonio. Para él la prueba más palpable de esto era la persecución desatada en el bando republicano. A pesar de ello, y frente a lo que va a ser la práctica habitual de los vencedores, se apostaba por el perdón y por la acogida de los descarriados, que como el hijo pródigo volverían arrepentidos y debían ser recuperados para la Iglesia.
 Debido a esta forma de plantear la lucha civil, como enfrentamiento entre las dos ciudades agustinianas, la de Dios y la del Diablo, el cardenal no podía concebir mayor monstruosidad que la del nacionalismo vasco, el cual, siendo profundamente católico, se había mantenido fiel a la República, lo cual le parecía una terrible contradicción. Intervino de una manera muy activa en esta cuestión,  tanto a nivel doctrinal, mediante pastorales, como a nivel polémico, con la Carta abierta a Aguirre, e incluso diplomático, con las gestiones realizadas para la rendición de Bilbao. Su papel en relación al País Vasco no quedó reducido a esto, sino que tuvo que intervenir en otros graves problemas, como los fusilamientos de sacerdotes nacionalistas vascos o la situación del obispo de Vitoria, Mateo Múgica. La ausencia de éste hizo que el cardenal tuviera, de hecho, que afrontar la difícil situación interna de la diócesis de Vitoria, con un clero sospechoso en gran medida para los militares, que querían solucionar el problema por la vía de la fuerza. Gomá, en su línea de defensa de la libertad de la Iglesia, tuvo que intervenir una y otra vez, hasta que el nombramiento de un administrador apostólico, junto a la venida de Antoniutti, le liberó de esta preocupación.
A lo largo de la guerra, el cardenal tuvo un papel de protagonista en todos los conflictos que se iban planteando. Su doble condición de primado y representante oficioso de la Santa Sede, en una conjunción única en la historia contemporánea de España, hizo que todas las cuestiones importantes pasaran por él. No sólo los militares le consideraban el único interlocutor válido, sino que el episcopado español volvía los ojos a él ante cualquier dificultad. Por eso le vemos afrontando el problema suscitado por algunos clérigos como Gallegos Rocafull o Lobo, que apostaron por la República, respondiéndoles con una dureza inusitada. O nos encontramos a Gomá reconstruyendo el extinguido cuerpo de capellanes castrenses, entre las intrigas de los viejos capellanes, las intromisiones de los militares y los criterios más pastorales de los obispos españoles. Lo mismo tenía que afrontar cuestiones canónicas o disciplinares cómo hacer de mediador ante el Gobierno para lograr la suspensión de penas de muerte. Asimismo encontramos al cardenal enfrentándose a Serrano Suñer al tratar de defender la prensa católica, o en frecuente contacto con el conde de Rodezno en la elaboración de una legislación fiel a la doctrina católica. Por tanto, de la mano de Gomá podemos seguir los primeros pasos, dubitantes, inseguros, llenos de contradicciones e interrogantes, de las nuevas relaciones entre la Iglesia y el nuevo Estado que se irá configurando como resultado del golpe del 18 de julio.      
            Para Gomá la guerra no fue fruto de las contradicciones sociales que afectaban a España, sino consecuencia lógica de la descristianización de la nación, uno de cuyos frutos sería el crecimiento de las desigualdades sociales, por el egoísmo de los ricos, cuyo correlato fue la captación de las masas por las doctrinas revolucionarias. Leyó los acontecimientos desde una clave teológica, lo cual puede dificultar nuestra comprensión acerca de algunas de sus afirmaciones. Consideró el conflicto como una etapa de purificación y renovación de la nación, como una oportunidad dada por Dios para la regeneración de España, pues no había sido posible por otros medios. De ahí que centrara su preocupación en que la nueva España fuera fiel a su pasado católico y mirara con verdadera aprehensión las tendencias filonazis de la Falange[7]. El modelo, para él, estaba en la España de los Reyes Católicos y de los grandes reyes de la Casa de Austria, no en el III Reich. Su último año estuvo marcado por esta preocupación y sus postreros esfuerzos se encaminaron a asegurar que lo conseguido a tan alto precio no se perdiera, pues pensaba que si no se aprovechaba la ocasión, el desastre que sobrevendría al país sería terrible.
            Un aspecto fundamental para esta regeneración era la recristianización de España. Ésta fue una preocupación presente a lo largo de todo su magisterio episcopal. Siendo obispo de Tarazona expresó una y otra vez su convicción de que el cristianismo en España carecía de fuerza y andaba sobrado de rutina e inercia histórica. Esta constatación la repetirá posteriormente ya como arzobispo de Toledo, durante el desarrollo de la guerra y una vez finalizada ésta. Por ello, uno de sus objetivos claros fue la revitalización de la Iglesia, mediante una profunda renovación de la misma. Pensaba que las masas católicas, a pesar de la retórica del nuevo régimen y de la explosión de actos religiosos que inundaron el país, carecían de auténtica convicción cristiana, con una formación deficientísima, que alcanzaba también a quienes desde puestos de responsabilidad debían dirigir la nación. Por eso abogaba una reforma personal y colectiva en clave cristiana, que supiera aprovechar las lecciones de la guerra, y trajera una auténtica transformación del país, una de cuyas consecuencias sería el florecimiento de la justicia y la caridad. Este sería un deber de fraternidad cristiana que permitiría la superación de las desigualdades sociales.
            No se puede entender la posterior evolución de las relaciones entre la Iglesia española y el franquismo sin el estudio de este periodo, crucial e inicial, en el que vivió el cardenal Isidro Gomá. Todas las aspiraciones y todas las contradicciones de lo que después se denominaría Nacionalcatolicismo están aquí. Los riesgos y peligros de una unión estrecha entre la Iglesia y el Estado se hicieron patentes. El cardenal fue consciente de la amenaza que suponía para la libertad de la Iglesia un poder totalitario e hizo lo que pudo para frenarlo, pero no supo ver, tal vez por su concepción tradicionalista, que este riesgo subsistiría siempre que las dos instituciones estuvieran íntimamente compenetradas. Él apostaba por una estrecha colaboración, amistosa y cordial, en la que el Estado se dejara inspirar por los principios de la Iglesia y apoyara estrechamente su labor, al mismo tiempo que ella se constituía en factor de cohesión social. Una separación armónica entre ambos parecía inconcebible, aunque hay que señalar que esto no era algo propio ni exclusivo de España sino el denominador común en los países católicos de la época, de tal forma que incluso la República Francesa, en donde existía una efectiva separación entre la Iglesia y el Estado, conservaba el derecho de presentación de obispos en determinadas regiones.
 Para Gomá, el Estado seguía siendo el brazo secular que aplicaba en la sociedad las normas derivadas de la doctrina católica. Todos sus esfuerzos se encaminaron a lograr esta armonía, que el consideraba lo más beneficioso para España. Pero esta armonía no significaba, en ningún caso, supeditación al Gobierno. Durante la guerra se opuso a todos los intentos de ingerencia indebidos en asuntos eclesiásticos, y ésta siguió siendo su línea de actuación en la posguerra, aunque también procuró que los diferentes conflictos se superaran amistosamente y sin llegar a una ruptura que siempre consideró perjudicial para los intereses tanto de la Iglesia como del país.
Frente a los intentos uniformizadotes, incluido el ámbito lingüístico, de los vencedores, apostó siempre por una España una y plural. Por ello, cuando se trató de restringir el empleo del vasco y catalán en la predicación defendió su uso, porque lo primero, para él, era que el pueblo comprendiera la Palabra de Dios y porque la regulación de la predicación pertenecía al ámbito propio de la disciplina eclesiástica, siguiendo en esto la postura mantenida ya durante la dictadura de Primo de Rivera. No dudó en oponerse al Gobierno cuando este quiso acabar con las organizaciones católicas, de forma especial con la absorción de los Estudiantes Católicos por parte del SEU, así como cuando, al prohibirse la difusión de su pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz, entendió que se conculcaban derechos sagrados de la Iglesia, como era el de la libertad de los obispos para exponer la doctrina católica[8]. A pesar de ello trató de evitar la ruptura, por medio de la entrevista personal con el Jefe del Estado, tal y cómo había hecho, ante otros conflictos, a lo largo de la guerra. La entrevista de diciembre de 1939 con Franco logró desatascar momentáneamente algunos problemas, pero las raíces más profundas del desencuentro subsistían, de modo que pronto reaparecieron los conflictos, llegando a una situación muy difícil, en la que el cardenal, derrotado ya por el curso de la enfermedad, se sentía impotente. Aún así realizó un postrero esfuerzo para evitar la ruptura total. Los primeros frutos llegarían ya fallecido el primado, con la firma de los acuerdos de junio de 1941, que permitieron solucionar un problema urgente y gravísimo para la Iglesia española, como el de la provisión de las numerosas sedes episcopales vacantes. Pero las reticencias y dificultades no desaparecerían, de modo que habría que esperar todavía doce años, hasta el 27 de agosto de 1953,  para llegar a la firma de un Concordato entre España y la Santa Sede.
Un punto que es importante no olvidar es que los desencuentros entre la Iglesia y el incipiente Estado surgido del golpe de Estado del 18 de julio, fueron algo constante, desde los primeros problemas con Mateo Múgica y el clero vasco, siguiendo por las prevenciones contra el clero catalán, con la decisión, casi desde el primer momento, de no permitir el regreso de cardenal Vidal, así como las múltiples ingerencias a las que Gomá tuvo que hacer frente, como la reorganización de la vicaría castrense, la provisión de obispados, etc. Un caso paradigmático, en el que se mezclaban además los problemas, también omnipresentes durante toda la guerra, de la influencia nazi, fue el de la publicación de la Mit brennender Sorge. Acabada la guerra todos estos conflictos derivaron en la tensa situación del otoño de 1939. Por lo tanto se puede asegurar que a pesar de la mutua sintonía en muchos ámbitos, y del apoyo entusiasta que en la mayor parte del clero pudiera haber respecto a los “salvadores de España”[9], por debajo existía una corriente de tensión y de prevenciones mutuas. Gomá moriría con el temor de que todos sus esfuerzos hubieran resultado baldíos, pues era consciente de los peligros que un régimen filo-alemán traería para la libertad de la Iglesia.
La doctrina y la postura de Gomá no fueron algo improvisado por las azarosas circunstancias del conflicto bélico. Las ideas eje de su pensamiento estaban ya sólidamente establecidas al asumir el pastoreo de la diócesis de Tarazona. Su postura ante los grandes problemas que azotaban a España fue básicamente la misma y las soluciones que propugnaba también. Inserto en la gran corriente tradicionalista española, sin embargo no carecía de flexibilidad ante los conflictos, y buscó, cuando pudo, una solución negociada a los problemas, eso sí, desde una postura de no transigir en lo que consideraba innegociable. Ante la legislación republicana su posición fue la de que era preciso reaccionar con energía, aunque siempre quedará la duda, irresoluble, de hasta que punto influía en esta decisión no sólo la propia convicción personal, que es indiscutible, sino también el hecho de que la postura más conciliadora la representara el cardenal Vidal. Respecto a éste, en determinados momentos, habría que plantearse la misma cuestión. El objetivo de Gomá fue siempre que España se mantuviera cómo un Estado católico, pues el ser nacional era indisoluble y consustancial del catolicismo. Patria y catolicismo, Iglesia y Estado, para él, eran inseparables, y la ruptura o la ruina de uno de ellos, arrastrarían al otro. Capaz de superar la vinculación de la Iglesia con la monarquía, no pudo atisbar los nuevos vientos que soplaban por Europa, y que culminarían en el Vaticano II, que llevarían a la separación Iglesia y Estado. Pero su rígida postura en este punto no le impedía admitir las graves deficiencias del catolicismo español, contra las que trató de luchar como obispo, tanto en Tarazona como en Toledo. Por ello, y desde una clave teológica, interpretó la guerra como la gran posibilidad de regeneración de España, y de ahí su preocupación de que el sacrificio fuera en vano si el nuevo Estado no recuperaba sus raíces genuinas y se configuraba en relación a otros modelos foráneos, ajenos al alma nacional. Este pensamiento, explica toda su actuación y da coherencia a lo que el primado realizó a lo largo de su etapa como obispo y en la construcción del nuevo Estado.
El cardenal Gomá tuvo, además, una proyección internacional muy notable, tanto por su papel de representante oficioso de la Santa Sede, como por la acción, como primado de la Iglesia española, que realizó a favor de Franco, por quien apostó claramente, pues pensaba que era el único que podía restaurar la tradicional España católica. Gomá fue, aprovechando sus dotes literarias, el gran propagandista de la causa nacional, ya sea con sus escritos, sobre todo la Carta Colectiva, como con su palabra, tal y como hizo en el Congreso Eucarístico de Budapest. Del reconocimiento de su figura da fe la repercusión de su muerte a nivel internacional.

Gomá y la reconstrucción de la iglesia de La Riba

Gomá siempre demostró un profundo amor a su pueblo natal, La Riba. Solía pasar allí sus vacaciones, disfrutando de los paseos por el campo, especialmente en los montes de las estribaciones de la Sierra de Prades[10], donde desplegaba su afición por la fotografía. Antes de ser nombrado obispo colaboró con frecuencia en la publicación mensual El Brugent, con artículos en los que exponía las mejoras que deberían hacerse en beneficio de sus paisanos, como el uso del agua[11], la creación de infraestructuras, como la conducción de aguas y una carretera[12], o sobre doctrina social de la Iglesia[13]. Tras la devastación producida durante la guerra, el cardenal se interesó enormemente por la restauración espiritual y material de su parroquia[14]. Para Gomá, uno de los momentos más duros de su vida fue la visita que realizó, nada más acabar la guerra, a su pueblo y comprobar los estragos producidos en la iglesia de San Nicolás.
En relación a la reconstrucción, reparación y decoración de la iglesia parroquial, el cardenal encargó la misma al arquitecto Santiago Casulleras, de Barcelona. Éste visitó el domingo 2 de julio de 1939 el pueblo y se entrevistó con la comisión encargada de la reconstrucción. El hermano del cardenal le entregó una fotografía del antiguo retablo del altar mayor. El arquitecto señalaba que la fábrica de la iglesia no había sufrido desperfectos de importancia, ya que muchas grietas eran antiguas y sólo adolecían de falta de reparación, cosa que se acometería. Elaboró, asimismo un primer informe detallado de las obras que había que realizar. Para la fachada realizaría un proyecto, con un nuevo zócalo y puerta inspirada en los modelos existentes en iglesias del Campo de Tarragona, casi todas según trazados del arquitecto Pedro Blay, de fines del siglo XV y principios del XVI. El 17 de julio respondía el cardenal, punto por punto, al primer informe de Casulleras. Indicaba, en referencia al baptisterio, que había solicitado un proyecto de pila de cerámica de Talavera, con zócalos de lo mismo.
Pila bautismal de la parroquia de La Riba. Cerámica talaverana de Ruiz de Luna, con el escudo del cardenal Gomá

Poco después, en ese mismo mes de julio, Santiago Casulleras firmaba el proyecto de reconstrucción del altar mayor, en el que aparecía un retablo de corte barroco, inspirado en el desaparecido durante la guerra; el 4 de agosto se lo remitía al cardenal, señalando las dificultades existentes, primero para poder visitar el pueblo, hasta que le devolvieran el automóvil que le habían requisado. Además tenía que reorganizar su oficina, junto al hecho de que la formación de presupuestos no era aún una cosa normal, dada la incertidumbre ante los precios de los materiales. El cardenal, le respondía el 14, con algún retraso, debido a su traslado veraniego a Pamplona; le indicaba que le enviaría una foto grande del retablo, hecha por el mismo “en los buenos tiempos en que…se dedicaba a la fotografía” para que se hiciera una idea más exacta de cómo era; al mismo tiempo le urgía el adecentamiento del templo, viniendo lo demás a medida que consintieran las fuerzas; a Gomá le había hablado de unos bancos que sustituyeran a los viejos, aunque señalaba que aún esto “debía ser hecho según regla” y pensaba que podrían salir económicos, pues tenía madera del país, y suponía que los artesanos harían alguna rebaja, aunque había que intervenir en ello para que no desentonaran de lo demás.
El 30 de agosto de 1939, de nuevo desde Pamplona, Gomá escribía al arquitecto Casulleras, para señalarle la impaciencia que le manifestaban desde La Riba por la lentitud que llevaba el adecentamiento del templo, pues se les iba a echar encima el invierno, con el riesgo de que fuera inhabitable si no se hacía lo más indispensable, y aunque se hacía cargo del trastorno que en sus cosas habría causado el periodo bélico, le rogaba que intentara satisfacer los deseos de sus paisanos, que eran también los suyos propios, para que al menos se embaldosara el pavimento y arregladas las capillas de la izquierda.
El 25 de septiembre, tal y como informaba el sacerdote encargado de La Riba, Jaime Torres, comenzaban las obras de la iglesia.
Los días 26, 27 y 28 de octubre se celebraron los cultos en público desagravio a Dios por los ultrajes  hechos durante la revolución, con la destrucción de la iglesia parroquial y la profanación de la imagen de Jesús Crucificado. El programa se encabezaba con una carta, en castellano, traducción de la que, en original catalán[15], había dirigido el cardenal Gomá a sus paisanos[16]. En ella recordaba con nostalgia todos los momentos vividos en la destruida iglesia, señalando que una de las penas más profundas que había sufrido en su vida había sido el visitar por primera vez el templo profanado e invitaba a sus hermanos, la gente de La Riba, a evocar el recuerdo de la imagen del Santo Cristo, que los jóvenes llevaban en las procesiones del Jueves y del Viernes Santo, aquel Cristo ante el que se habían postrado todas las generaciones del pueblo. Gomá expresaba su deseo de que pronto se restaurase la iglesia parroquial y que se celebrase un acto de desagravio. Y por ello, aprovechando su estancia en Roma, con motivo de la elección del Papa Pío XII, había comprado unas imágenes del crucificado para cada una de las familias de La Riba, bendecidas por el Papa, y enriquecidas con abundantes indulgencias, que el sacerdote del pueblo entregaría a las mismas. Por último recordaba al párroco asesinado, Ramón Comas, por quien pedía un sufragio, así como a todos los feligreses de la parroquia, muertos en la pasada guerra, “sin distinción de ideas ni de clases, puesto que todos somos hermanos”.
El sacerdote encargado, Jaime Torres, convencido de que las palabras del prelado removerían las almas de los feligreses, les invitaba a colaborar en la reconstrucción material y a reemprender una vida cristiana. El culmen de los actos se produjo el día 29, comenzando con una misa rezada, con homilía, a las 6,30 de la mañana, seguida de misa solemne de comunión general, con plática, tras la cual se bendijo la Cruz de los caídos; a las 11,30, conferencia para jóvenes y muchachas y por la tarde, a las 3, función religiosa, con la bendición de la imagen del Santo Cristo, santo rosario, miserere a dos voces, procesión, sermón, adoración de las llagas de Jesús Crucificado y entrega a los cabezas de familia del crucifijo regalo del cardenal[17]. Por la noche se impartió una conferencia sobre el tema “Causas de la guerra y deberes de la paz”, comentario a la pastoral publicada por el cardenal Gomá[18].
Gomá, junto a la preocupación por la restauración espiritual de sus paisanos, trató de paliar las necesidades materiales. Así procuró ayudar a un muchacho del pueblo que marchó al seminario[19], al propio sacerdote, y a otros gastos de la parroquia. Mosén Torres agradecía el 17 de noviembre el envío de 500 pesetas, que invertiría en el pago de un Crucifijo, material pedagógico y algunas de sus más urgentes necesidades personales; aprovechaba para informarle que estaban preparando la fiesta mayor, aunque ese año, dado que la imagen de santa Lucía llegaría junto a la de san Andrés[20], además de que la hermandad de la misma no tenía demasiada holgura, celebrarían ambas fiestas en un solo día. En su respuesta, Gomá le informaba del envío, por medio de su hermano Matías[21], de otras 400 pesetas, con el objeto de pagar la pensión de un semestre del seminarista.
El 28 de noviembre escribía de nuevo Jaime Torres al cardenal; en ella le informaba de la recepción del dinero para el seminarista y de un misal enviado por el prelado, donación de un sacerdote alemán. Aprovechaba para enviarle el programa de la fiesta mayor y le comunicaba que estaba ya adecentado el pavimento de la iglesia y el tejado y las paredes corregidos; el arquitecto había estado en la parroquia y había llevado el dibujo del púlpito. Sobre la imagen del Santo Cristo, le informaba que iría próximamente a Barcelona, y que el precio de la misma, tal como la deseaba el cardenal, costaría unas 2500 o 3000 pesetas. Gomá respondió el 9 de diciembre, ofreciendo un copón espléndido y señalando que el programa de la fiesta le había gustado, sabiendo, por su hermano José, que había resultado muy bien, dando gracias a Dios por ello, esperando que “la ruina de nuestro templo parroquial (fuera) causa de que se construya recio el templo espiritual”.
El 24 de diciembre, tras agradecer el envío de 30 intenciones de misa, mosén Torres informaba al prelado que la gente estaba animada ante la celebración de las fiestas de Navidad; una familia, los Lladó Carnicer, había regalado a la parroquia un hermoso incensario. El pequeño seminarista Catalá se encontraba en el pueblo, muy contento. El sacerdote volvió a escribir el 27, para consultar a Gomá acerca de la aceptación de una imagen de la Virgen de Montserrat, que un señor deseaba donar; Torres había respondido que era idea del cardenal Gomá reproducir el antiguo estado de la iglesia, en la cual no figuraba dicha imagen. El cardenal le respondió el 6 de enero de 1940 que no tuviera inconveniente en aceptarlo, así como cualquier otro obsequio de este género y que ya se estudiaría con el arquitecto el sitio más conveniente para su ubicación.
El 6 de enero de 1940 le escribía el arquitecto Santiago Casulleras para informarle del estado de la obra, señalando que ya se había concluido el adecentamiento de la iglesia, habiendo quedado liso el piso y el presbiterio, limpias las paredes y cerrados los huecos y ventanales, así como la sacristía; igualmente se le había pedido un anteproyecto para la capilla del Santísimo. El 16 respondía el prelado, señalando cuánto le interesaba que se diera impulso a las obras y a que se realicen con la mayor diligencia”; le pedía con la mayor reserva que le hiciera un presupuesto de gastos y proyecto de reconstrucción de la iglesia tal y como estaba, incluyendo lo que hasta ese momento se había hecho, además del retablo que había sido destruido, pues quería todo ello presentárselo al Gobierno, aunque resultara elevado, confiando en conseguir alguna consignación.
El 15 de enero le escribía José Campanya, de la casa de escultura y arquitectura Reixach, señalando que estaba procediendo al montaje del bloque de madera de una imagen del Corazón de Jesús, que una persona piadosa del pueblo había regalado, adjuntándole una foto del modelo, esperando la aprobación del cardenal; éste, en efecto, la encontró muy aceptable, además de apta para inspirar la piedad y devoción de los files, al hacer acuse de recibo el día 21. El cardenal esperaba que en la realización de la misma pusiera todo su esmero.
El 19 de enero, Jaime Torres escribía al prelado para informarle que Casulleras le había presentado el plano del púlpito y había tomado algunas medidas para la reconstrucción de la capilla del Santísimo; el carpintero ya estaba trabajando en el cancel, pero el albañil tenía compromisos particulares y no se veía cuando empezaría con el púlpito; había llegado la imagen de la Virgen de Montserrat, hecha por la casa Reixach y le revelaba el nombre de los donantes, los señores Iglesias, fabricantes de tejidos del pueblo. La llegada de la imagen coincidió con la celebración de la primera misa del sobrino del cardenal, Isidro Gomá, y con la fiesta del primer aniversario de la liberación del pueblo”. Sobre el Cristo grande con que el cardenal quería obsequiar al pueblo, señalaba que estaba hecho por la Casa Reixach y el precio ascendía a 3500 pesetas, estando prevista la llegada de la imagen para el día 25 de febrero. Al cardenal le alegró de que la imagen de Montserrat fuera hermosa y esperaba que todas las demás imágenes fueran de buen gusto, como lo eran las destruidas. Ya sabía por su sobrino Isidro que su primera misa en el pueblo había resultado espléndida; al mismo tiempo enviaba a mosén Torres doscientas pesetas como estipendio de cincuenta misas, a cuatro pesetas.
El 20 de febrero presentaba Casulleras la memoria del proyecto de reconstrucción de la iglesia de La Riba. Tras describir la situación del templo antes de los daños, especificaba estos. La iglesia había sido incendiada, sin que el fuego causase daños muy importantes, aunque quitándole toda manifestación de su anterior riqueza. Posteriormente se fueron produjendo daños: se derribaron las dos capillas laterales de la nave del Evangelio; se destruyó el presbiterio, quitándose las gradas y rebajándose el piso; el pavimento, al ser utilizado el templo como almacén y taller, también había sido destrozado; toda la carpintería, vidriería y pintura habían desaparecido; las bóvedas presentaban grietas, así como algún paramento del presbiterio y capillas; aparecían huecos abiertos en los paramentos; había quedado totalmente destruido en la parte baja el molduraje de zócalos y pilastras; del arquitrabe se habían desprendido elementos decorativos, así como de la cornisa, capiteles y claves; algunos plafones del crucero habían quedado destrozados, debido a las inclemencias del tiempo, al quedar los rosetones abiertos; las pinturas murales sufrieron muchos daños; la pérdida más importante era la del retablo del altar mayor y las imágenes de los retablos de los muros del crucero y altares de las capillas; totalmente perdidos resultaron el púlpito, la cancela, los bancos, las verjas artísticas del presbiterio y todo el ajuar de la iglesia. A continuación, Casulleras pasaba a detallar las obras proyectadas. Adjuntaba, asimismo, otro documento, en el que detallaba el presupuesto, que ascendía a un total de trescientas sesenta y cuatro mil novecientas setenta y dos pesetas y cinco céntimos. En nota aparte, indicaba a Gomá que había enviado el proyecto a Madrid, señalando que, además de la necesidad de una obligada reconstrucción de los daños causados por “los marxistas”, había insistido en la bondad de reponer y decorar una iglesia que representaba un bonito ejemplar de la arquitectura renacentista catalana.
El 16 de marzo, el cardenal, a pesar de la gravedad de su enfermedad, enviaba al gobernador civil de Tarragona, como presidente de la Junta provincial de Regiones Devastadas, los documentos preparados por el arquitecto, destacando el extraordinario interés que el asunto le merecía y afirmando que sería un gran consuelo para él la noticia de que el asunto se había resuelto favorablemente. El gobernador le escribió el 26 de marzo, indicando que había recomendado la rápida solución del expediente. Asimismo Gomá había intervenido ante el director general de asuntos eclesiásticos, Mariano Puigdollers. El 11 de marzo había escrito a Salvador Rial, vicario general de Tarragona, para que la diócesis solicitara que fuera admitida y aprobada la petición hecha para las obras de restauración de la iglesia, como era preceptivo realizar.
Para la celebración del culto, el cardenal envió a su pueblo una caja de ornamentos. El 1 de abril, mosén Torres escribía agradeciéndolo, e informando que las había expuesto en la iglesia para que las viera la gente, que no dejaba de mostrar el cariño y agradecimiento hacia Gomá. Le señalaba asimismo de la presencia, por Pascua, del seminarista Catalá, quien estaba contento y animado, y de que había otro chico que deseaba ingresar en el seminario. Como el cardenal le había dicho que le expusiera claramente aquello que necesitara, le pedía, para propaganda, unas trescientas pesetas anuales, para la catequesis, una máquina de cine infantil; estipendios, pues el pueblo daba unas cinco celebraciones mensuales y de Tarragona no llegaba ninguna, la mayoría de los meses. En nombre del cardenal, cuya salud iba mal, le escribía el secretario el 5 de abril; Gomá estaba casi imposibilitado para moverse y su organismo tenía una debilidad general, siendo la realidad nada halagüeña. El cardenal había recibido gran consuelo al saber que habían agradado los ornamentos, conmoviéndose por la misa que habían celebrado por él; al mismo tiempo se alegraba por las noticias sobre el seminarista y si el otro chico era, a juicio del sacerdote, de condiciones, podía disponerle para el seminario, a cuenta del cardenal; podría contar con que tendría su máquina de cine[22], y se le enviaba un estipendio de treinta misas; además, por medio de su hermano Matías, Gomá enviaría 15.000 pesetas, las que restaban para completar las 25.000 ofrecidas para la iglesia; el cardenal lamentaba no haber podido realizar el viaje a su pueblo, proyectado para la primavera, en el que pensaba dejar todos los asuntos definitivamente arreglados.
Poco más pudo hacer el cardenal. Agravada su enfermedad, fallecía en Toledo el 22 de agosto. En su testamento espiritual quiso recordar a “la diócesis de Tarragona, que me formó para Dios y el sacerdocio, y particularmente para mi parroquia de La Riba, donde nací para el mundo y para Jesucristo”[23].



[1] MARTÍNEZ SÁNCHEZ, Santiago-DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “Alma, púrpura y nación. Los cardenales Segura y Gomá ante la historia de España”, en BOTTI, Alfonso et alia, Católicos y patriotas. Religión y nación en la Europa de entreguerras, Madrid, Silex, 2013, pp. 193-218.
[2] 10 de mayo de 1931.
[3] ARBELOA, Víctor Manuel, La semana trágica de la Iglesia en España (8-4 octubre 1931), Madrid, Encuentro, 2006.
[4] Estampa: revista gráfica y literaria de la actualidad española y mundial, 29 de abril 1933.
[5] Correo de Galicia, 23 de diciembre de 1934.
[6] DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “La controversia sobre la primacía entre los arzobispos Gomá y Vidal i Barraquer”, en  Toletana. Cuestiones de Teología e Historia Nº 19, Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2008, pp. 269-292.
[7] DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “El cardenal Gomá frente al estatismo falangista”, en Actas de las II Jornadas Doctorales de Historia Contemporánea. Madrid 20-22 de junio de 2012, 2013, pp. 80-89. Madrid. UAM Ediciones.
[8] DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “La prohibición de la carta pastoral “Lecciones de la guerra y deberes de la paz” y los conflictos entre la Iglesia y el Gobierno español en el otoño de 1939”, en Toletana. Cuestiones de Teología e Historia Nº 20. Toledo. Instituto Teológico San  Ildefonso, 2008, pp. 75-102.
[9] A pesar de ese apoyo, casi absoluto, del clero español a los sublevados, no hay que olvidar la existencia, puesta cada vez más de relieve por la historiografía, de un clero “republicano”, minoritario, aunque no tan excepcional como hasta ahora podía pensarse. Véase MONTERO GARCIA, Feliciano et alia (coords.), Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y la guerra civil, Gijón, Trea, 2013.
[10] CASAÑAS GUASCH, Luis-SOBRINO VÁZQUEZ, Pedro, El cardenal Gomá, pastor y maestro Vol. I, Toledo, Estudio Teológico San Ildefonso, 1983, p. 29.
[11] El Brugent, 30 de noviembre de 1920, p. 21; 31 de diciembre de 1920, p. 25; 31 de marzo de 1921, p. 41; 30 de abril de 1921, p. 45; 30 de junio de 1921, p. 53.
[12] El Brugent, 25 de julio de 1920, p. 2.
[13] El Brugent, 23 de enero de 1921, pp. 29-32.
[14] Este capítulo ha sido elaborado sobre la documentación existente en el archivo del cardenal, que se conserva en el Archivo Diocesano de Toledo. Véase ADT, Pontificados Cardenal Isidro Gomá y Tomás. 1933-1940, Caja 3, carpeta Iglesia parroquial de La Riba.
[15] Véase Apéndice documental.
[16] En carta del 23 de octubre, Jaime Torres, señalaba al cardenal que no había sido posible publicarla en lengua vernácula.
[17] Tras la entrega, el cardenal recibió peticiones de más crucifijos, a lo que tuvo que responder que ya no le quedaba ninguno disponible. Por ello se vio precisado a encargar algunos más a Roma, con el objeto de regalarlo a aquellos hijos de La Riba residentes fuera del pueblo, como le había sugirió mosén Torres.
[18] Lecciones de la guerra y deberes de la paz.
[19] El niño José María Catalá Cartañá.
[20] De la adquisición de estas imágenes había informado en carta del 9 de noviembre, expresando su deseo de haber consultado antes al cardenal; se utilizarían para ser llevadas en procesión e independientes de altar, señalando mosén Torres que de no haber sido así, se habría negado a su adquisición sin haber hablado con el prelado. Gomá tenía gran interés en que todo lo relacionado con la restauración de la parroquia le fuera informado, pues deseaba que lo adquirido y realizado fuese de calidad (sobre la adquisición de la imagen del Santo Cristo señaló expresamente que “no fuera de molde, sino cosa digna). La encargada de las imágenes de santa Lucía y san Andrés fue la Casa Rius, de Barcelona.
[21] Este era el tesorero de la Junta de obras de la iglesia.
[22] El cardenal la encargó a la Casa Cottet, de Barcelona; los señores Cottet decidieron hacer el obsequio de la misma al pueblo natal del prelado.
[23] GRANADOS, Anastasio, El Cardenal Gomá. Primado de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, p. 13.

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