sábado, 10 de mayo de 2014

Isidro Gomá y Tomás (I)

Ofrezco el texto de la conferencia que impartí en Tarragona el 6 de mayo de 2014

La figura de Isidro Gomá y Tomás (La Riba, 1869-Toledo, 1940) es una de las más controvertidas en el ámbito de nuestros convulsos años treinta, tanto dentro del ámbito civil como del eclesiástico. Símbolo de un modo de entender el catolicismo, que parecía triunfante en 1939, a partir de los años 60, con  los nuevos aires eclesiales tras el Concilio Vaticano II, y de las profundas transformaciones sociales, culturales y políticas, acaecidas en los últimos años del franquismo, pasó a convertirse en “el cardenal de la guerra”, aquel que optó por la Cruzada y la beligerancia intransigente. Hoy, con mayor distancia y perspectiva, así como con un mayor conocimiento de las fuentes, fundamentalmente el propio y riquísimo archivo personal
del prelado[1], junto con la documentación del Archivo Secreto Vaticano, además de algunos estudios monográficos[2], podemos matizar, resituar y comprender mejor al cardenal, así como el difícil y traumático periodo que le tocó vivir, al mismo tiempo que nos alejamos de maniqueísmos y simplificaciones, rechazando tanto las leyendas negras como las rosas[3].


Retrato del cardenal Gomá (Sala capitular de la Catedral de Toledo)

Rasgos biográficos del cardenal

El cardenal Gomá nació en el pueblo de La Riba, en el Camp de Tarragona, el 19 de agosto de 1869, en el seno de una familia cristiana, siendo bautizado al día siguiente en la parroquia de san Nicolás con el nombre de Isidro Matías Juan. Sus padres fueron José Gomá Pedrol y María Tomás Bosch. Su padre, fabricante de papel, que sentaba a su mesa, precediendo a los hijos, a los obreros de su fábrica, y su madre, de profunda religiosidad, educaron al joven Isidro en los valores humanos y cristianos que forjaron su vocación al sacerdocio. Asimismo influyó un párroco ejemplar, mosén Antonio Dalmau, que más tarde se haría misionero Hijo del Inmaculado Corazón de María. El joven Gomá estudió en los seminarios de Montblanc y Tarragona, donde realizó una brillante carrera, obteniendo siempre la máxima calificación. Ordenado presbítero el 8 de junio de 1895, completó su formación alcanzando el grado de doctor, primero en Teología y más tarde en Filosofía y Derecho Canónico.
Esta sólida formación hizo que, tras un breve periodo de trabajo pastoral directo en las parroquias del Carmen de Valls y Montbrió del Campo, pasara al seminario de Tarragona, donde desempeño las tareas de profesor y rector. Al mismo tiempo, previa oposición, llegó a ser beneficiado y canónigo de la seo tarraconense, alcanzando la dignidad de arcediano de la misma. Bajo diversos prelados ocupó diferentes cargos de responsabilidad, como provisor del arzobispado, juez metropolitano, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia, amén de otros varios. De un modo especial se dedicó al ministerio de la predicación, que, brillantemente, desempeñó no sólo en toda Cataluña, sino a lo largo de la geografía española; aún se conservan, en el Archivo Diocesano de Toledo[4], algunos de los sermones que, en catalán y castellano, predicó a partir de su ordenación. Participó en numerosos congresos nacionales e internacionales. Realizó, asimismo, una intensa producción literaria, escribiendo libros, pronunciando conferencias, colaborando, en calidad de articulista, en diversas publicaciones, revistas científicas y periódicos. Promotor de la introducción del Movimiento Litúrgico, fue destacable su actuación en el Congreso Litúrgico de Montserrat de 1915. Su prestigio como teólogo, se manifestó en su elección, por parte de  la Santa Sede, junto a otras dos figuras tan prestigiosas como Ángel Amor Ruibal y el padre Bover, como miembro de la comisión internacional de teólogos que, a principios de los años veinte, estudiaron la cuestión de la Mediación Universal de la Virgen María[5].  Todo esto hizo que su nombre se oyera repetidamente como candidato a ocupar diversas sedes episcopales, hasta que en 1927 fue nombrado obispo de Tarazona.
En Tarazona monseñor Gomá desarrolló una intensa labor como pastor[6]. Preocupado por la falta de vida cristiana real de sus fieles, disimulada por el ropaje de la protección estatal de la monarquía de la Restauración, se preocupó por la catequesis, que en muchas ocasiones estaba totalmente abandonada, o se reducía a pura rutina. Por ello impulsó en 1929 la Semana Catequística de Calatayud. Al mismo tiempo, realizó la visita pastoral a toda la diócesis y convocó un Sínodo diocesano, el primero desde el siglo XVI.
Gomá, ya a fines de la década de los veinte, intuía los vientos de cambios que soplaban sobre España, y quiso afrontarlos desde el realismo y la convicción de la fuerza evangelizadora de un clero formado y piadoso. Por ello se preocupó de un modo especial del seminario y escribió numerosas cartas y exhortaciones pastorales.
La proclamación de la República, que el prelado ya atisbaba, supuso nuevos retos, que estuvo dispuesto a afrontar. Siguiendo las directrices de la Santa Sede, acató al nuevo régimen, pero no se limitó a ello. Frente a los que presentan a un Gomá conspirador contra la República, el prelado de Tarazona tuvo una de las intervenciones doctrinales más claras respecto a la accidentalidad de las formas de gobierno.
Las esperanzas del prelado quedaron defraudadas con el desarrollo del debate constitucional. Y es entonces cuando optó, frente a la línea más condescendiente y dialogante del cardenal Vidal y Barraquer, por una actitud de firmeza que, desde el respeto a la legalidad vigente y dentro de ella, vista la falta de reciprocidad por parte de las autoridades republicanas a la actitud conciliadora de la Iglesia, buscaba, desde dentro del sistema, transformar la legislación antieclesiástica. A pesar de la misma, siguió insistiendo a sus fieles en la obediencia a la autoridad, al mismo tiempo que rechazaba enérgicamente el ateísmo de estado.
Con energía afrontó las nuevas dificultades, como la pobreza del clero, derivada de la supresión del ya de por sí exiguo presupuesto de Culto y Clero. Frente a las reformas en materia de matrimonio explicitó la doctrina católica mediante una carta pastoral y un libro. Fue el primer obispo que realizó la visita ad limina tras la proclamación de la república; el nuncio Tedeschini, al informar sobre el prelado de Tarazona al cardenal Pacelli, Secretario de Estado, le definió como uno de los obispos más devotos a Roma, de gran autoridad moral, culto, “dei più attivi Vescovi”; estas palabras, en un informe que solo debía leer Pacelli, indica el gran aprecio en que el nuncio le tenía.
Todo ello, sumado al prestigio intelectual de don Isidro, hizo que su nombramiento para Toledo, si bien inusual, pues lo lógico es que la sede toledana fuera el final del cursus honorum de la Iglesia española, siendo normalmente elegidos arzobispos, se acogiera con gran satisfacción por parte de los católicos españoles, que pronto encontrarían en él una guía segura y firme. La sede de Toledo, vacante tras la renuncia del cardenal Pedro Segura, era vista como el centro de la unidad católica de España, en un momento en el que, no existiendo las Conferencias Episcopales, su titular era considerado como el cabeza de la Iglesia hispana. Gomá pronto supo estar a la altura de la misión confiada, desarrollando una intensa labor pastoral, que abarcó desde la visita a los diversos arciprestazgos de la entonces extensísima archidiócesis, a la potenciación de la Acción Católica, la pastoral vocacional y una rica producción literaria.
Repercusión nacional tuvo la Semana Pro-seminario de 1935, que afrontó la difícil cuestión de la crisis vocacional, suponiendo un relanzamiento de la misma, aunque los frutos de la Semana fueron abortados, en gran medida, por el estallido de la guerra[7]. Asimismo fue destacada la intervención del prelado toledano en el Congreso Eucarístico de Buenos Aires de 1934, donde defendió la idea de la identificación de la Hispanidad con el Catolicismo.
Su creación como cardenal en 1935, asignándole el título de San Pietro in Montorio, supuso el respaldo del Papa a la actuación que estaba realizando. Pío XI le confirmó en el tradicional papel reservado a los arzobispos de Toledo en la dirección de la Acción Católica, así como en la presidencia de los metropolitanos españoles. A su regreso de Roma tuvo que afrontar la dificilísima situación derivada de la victoria del Frente Popular, cuando a partir de febrero de 1936 se recrudezca, en un línea ascendente que culminará con al terrible persecución del verano, la violencia anticlerical. El cardenal debió alentar y consolar a su clero, expulsado de algunas parroquias, sometido a humillaciones y vejámenes por parte de elementos extremistas, así como de los abusos de las autoridades locales. Aún así siguió defendiendo el acatamiento a los poderes constituidos, no dudando en entrevistarse con Manuel Azaña, para buscar una solución a tanta violencia.
El estallido de la guerra le sorprendió en Tarazona, donde había acudido a consagrar a su obispo auxiliar, Gregorio Modrego, canónigo de la seo turiasonense. Se trasladó a Pamplona, donde residió durante la guerra, pues las diversas tentativas de establecerse en Toledo fracasaron, al estar la ciudad en línea de frente, y ser el palacio episcopal un fácil blanco desde las colinas al otro lado del río.
En Pamplona se inicia una nueva fase de la vida del cardenal. Asumiendo la dirección de la Iglesia española, con una actividad desbordante, atendía todos los graves y abundantes asuntos que surgían, desde la acogida al clero fugitivo, los planes de futura reconstrucción, el gravísimo problema vasco y las relaciones, difíciles, con el nuevo estado que iba surgiendo en el lado nacional. El Papa le nombró representante oficioso de la Santa Sede ante el Gobierno de Franco, cargo que desempeñó con gran tacto, buscando ante todo el bien de España y de la Iglesia. Ante la amenaza de la infiltración nazi-fascista por medio de Falange, el primado no dudó en defender la fe católica y el papel de la Iglesia, rechazando la ideología pagana del nazismo, que, por otra parte, el Papa condenó en la Mit brennender Sorge, encíclica que el propio Gomá tradujo, con el fin de iluminar doctrinalmente a los católicos españoles, y que, a pesar de diversos problemas, pudo ser publicada, en primer lugar en el boletín de la archidiócesis toledana.
Tras el nombramiento, primero de Antoniutti y después del nuncio Cicognani como representantes del Papa, el cardenal se dedicó a la reconstrucción espiritual y  material de la Iglesia española, convocando a los metropolitanos españoles a una conferencia en la trapa de Dueñas.
El fin de la guerra no supuso el fin de la actividad de don Isidro. Defensor de la colaboración con el Estado, como garante del catolicismo, no podía tolerar que el Gobierno se inmiscuyese en cuestiones meramente eclesiásticas, al mismo tiempo que siguió oponiéndose a la ideología paganizante que venía de Alemania y que en pleno proceso de fascistización del Estado, fomentado por Serrano Suñer, amenazaba la libertad de la Iglesia. Gomá tuvo que defender la utilización del catalán y del vasco en la predicación, frente a los que querían imponer el castellano, obviando la ignorancia de dicha lengua en amplias zonas de Cataluña y el País Vasco, pues había que predicar en la lengua que el pueblo entendiese. Asimismo tuvo que afrontar la supresión de la Federación de Estudiantes Católicos y la censura de su pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz, en la que afrontaba la reconstrucción de España desde el catolicismo, apostando por el perdón y la reconciliación y criticando el paganismo estatalizante. A pesar de ello, siguió buscando, como mejor opción para España, el diálogo con la autoridad.
Consumido por el cáncer y los duros trabajos, el cardenal moría en Toledo el 22 de agosto de 1940, siendo enterrado a los pies de la Virgen del Sagrario, patrona de la ciudad.

Un desencuentro permanente: Gomá y Vidal


Un elemento que hay que tener muy presente, para comprender muchos de los acontecimientos eclesiales de los años treinta, es la oposición, que en algunos momentos podemos considerar como clara y abierta antipatía, entre Isidro Gomá y Francisco Vidal y Barraquer[8]. Ambos estarán llamados a dirigir los destinos de la Iglesia en España, en unos momentos dramáticos para la misma, la Segunda República y la guerra civil, mostrando un talante totalmente opuesto. Carles Cardó les definió del siguiente modo:

Francecs Vidal i Barraquer era un home d´una bontat d´asceta, més profunda que aparent, d´una intel·ligència normal i d´una cultura deficient, sobretot en ciències eclesiàstiques, pero egrègiament dotat de bon sentit i d´intuïció de les persones i dels problemes…Gomá era el seu antípoda…Tant espiritualment com corporalment era un home estructurat a la germànica. Coronat per un cap quadrat i fornit quasi fins a la feixugor en el fisic, en el aspecte espiritual era un home d´una intel·ligència remarcable, d´una cultura extensa i brillant, bé que poc profunda, però al mateix temps d´una pompa imposant. Els seus mètodes de treball intellectual coincidien amb els germànics: mancat d´intuïció i doncs d´aquella gràcia ingràvida tan pròpia de la gent llatina, suplia aquesta falla amb el sistema de calixets…moralmente era home de cor, de bontat amable i ensems d´un candor renyit amb aquella habilitat que posseïa en alt grau el seu èmul…Aquest llatí i aquest germànic havien de contrapuntar-se per força. [9]

Según Cardó el primer encuentro entre ambos tuvo lugar cuando el joven abogado Vidal y Barraquer llegó a Tarragona para realizar, siendo vocación tardía, los pocos estudios eclesiásticos que le faltaban para ser ordenado sacerdote[10]. Estos los realizó en pocos años, lo que según el mismo autor explicaba las lagunas de su formación eclesiástica. En aquellos momentos Gomá era rector del seminario. Vidal, una vez ordenado, con la ayuda de un tío suyo canónigo, antiguo vicario general del arzobispado, ascendió a fiscal de la Curia, canónigo por oposición, vicario general, arcipreste, vicario capitular a la muerte del arzobispo Costa y Fornaguera, y finalmente, fue nombrado obispo de Solsona. Gomá, por su parte, tenía también asegurada una prometedora carrera. Era un catedrático brillante, buen escritor que participaba en numerosos congresos, y gozaba de gran predicamento entre muchos sacerdotes de la diócesis tarraconense[11]. La hostilidad entre ambos eclesiásticos pudo nacer en el momento en el que, siendo Vidal vicario general, Gomá fue sustituido como rector por un miembro de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. El nombramiento de Gomá se había producido en noviembre de 1900, cuando tras la dimisión de don Andrés Dexeus como vicerrector del seminario, el arzobispo Costa y Fornaguera decidió encargar a aquel la dirección del internado. La voz popular atribuía a Vidal la sustitución de Gomá, lo cual hizo nacer, o quizá exacerbar, si ya existía por otros motivos, el resentimiento de Gomá. Por otro lado, el prestigio de Gomá y el bajo nivel de sus sustitutos hicieron impopular esta medida. Esto llevó a que se formaran en Tarragona dos grupos, el más numeroso, si bien no el más poderoso, a decir de Cardó, era el de Gomá. El mismo Cardó señala que “poc podia pensar-se aleshores que aquesta escissió havia de reportar conseqüencies funestes per a tot Espanya”[12]. En el momento de elegir vicario capitular, a la muerte del arzobispo, Gomá había sido uno de los que más se opusieron al nombramiento de Vidal para dicho cargo. La lucha, apaciguada con el nombramiento de Vidal para Solsona, retomó nueva fuerza cuando éste fue trasladado a la sede tarraconense a la muerte de don Antolín López Peláez. Gomá, viéndose sometido a su rival, llegó a decir que cuando Vidal entrase a Tarragona por una puerta, él saldría por otra. En este sentido escribió al nuncio Ragonesi, quien le contestó aconsejándole que escribiese a su rival, demandándole la paz. Así lo hizo Gomá, y la respuesta positiva de Vidal parecía dar fin al enfrentamiento. La realidad, pronto, fue muy otra, aunque por el momento Gomá, que ya era canónigo y juez metropolitano, fue confirmado en estos cargos, y después nombrado arcediano. Pero el enfrentamiento entre ambos permanecía latente, de modo que cuando Gomá fue propuesto, en 1920, para obispo de Gerona, Vidal, por medio del rector del Colegio Español de Roma, Joaquín Jovaní, dio unos informes negativos, que impedirían dicho nombramiento. Que las acusaciones carecían de fundamento lo demuestra el posterior proceso para ocupar la sede de Tarazona. El máximo punto de desencuentro tendrá lugar una vez sea nombrado Gomá arzobispo de Toledo, con motivo de la cuestión de la primacía, y los diferentes puntos de vista ante la situación política, manteniéndose latente durante todo el desarrollo de la guerra civil. Aunque externamente siempre mantendrán correctas las formas, a nivel privado ambos manifestarán, hasta el final, tanto la incompatibilidad de caracteres como la opuesta visión eclesial. Aún así, en algunos puntos de vista no estaban tan distantes; ambos defendían la utilización de la lengua catalana en la liturgia y evangelización, así como la peculiaridad cultural catalana dentro de España, si bien diferían en cómo debía desarrollarse dicha articulación. Cuando en los años veinte, durante la dictadura de Primo de Rivera, se suscitó la denominada “cuestión catalana”, Gomá apoyó la defensa del uso del catalán, llegando a intervenir, a solicitud del propio Vidal, en Roma.


[1] Para la etapa de la guerra civil, véase ANDRÉS-GALLEGO, José-PAZOS (Eds.), Antón, Archivo Gomá. Documentos de la Guerra Civil, 13 Vols., Madrid, CSIC, 2001-2010.
[2] MARQUINA BARRIO, Antonio, La diplomacia Vaticana y la España de Franco (1936-1945), Madrid, CSIC, 1983; RODRÍGUEZ AÍSA, María Luisa, El Cardenal Gomá y la guerra de España, Madrid, CSIC, 1981.
[3] Para el presente trabajo me he basado fundamentalmente en mi tesis doctoral inédita “El cardenal Isidro Gomá y la Iglesia española en los años treinta”, dirigida por el profesor Juan Manuel Guillem Mesado, y defendida el 16 de diciembre de 2010 en la Universidad Autónoma de Madrid, así como en mi libro Isidro Gomá ante la Dictadura y la República (Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2011).
[4] Archivo Diocesano de Toledo (en adelante, ADT), Pontificados Cardenal Isidro Gomá y Tomás. 1933-1940, Cajas  1, 6, 9, 12 y 13.
[5] DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, El cardenal Isidro Gomá. Una aproximación a su acción pastoral, en Toletana. Cuestiones de Teología e Historia. Nº 26, Toledo. Instituto Teológico San Ildefonso, 2012, pp. 94-98.
[6] Sobre el pontificado de Gomá en Tarazona, véase también CEAMANOS LLORENS, Roberto, Isidro Gomà i Tomás. De la monarquía a la República (1927-1936): sociedad, política y religión, Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses, 2012.
[7] DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “El problema de la formación sacerdotal durante el pontificado del cardenal Isidro Gomá”, en Toletana. Cuestiones de Teología e Historia. Nº 22. Toledo. Instituto Teológico San Ildefonso, 2010, pp. 265-280.
[8] COMAS, Ramón, Isidro Gomá, Francesc Vidal i Barraquer: dos visiones antagónicas de la Iglesia española de 1939, Salamanca. Sígueme, 1977.
[9] CARDÓ, Carles, El gran refús. El capítol VIII (inèdit) del llibre Les dues tradicions. Història espiritual de les Espanyes, Barcelona, Claret, 1994, pp. 56-57.
[10] Ibídem,  pp. 57-58.
[11] FUENTES GASÓ, Manuel- ROIG QUERALT, Francesc, Manuel Borràs i Ferrè: una vida al servei de l´Esglesia, Tarragona, Centre d´estudis canongins Ponç de Castellví-Parroquia de Sant Sebastià, 2004, pp. 184-86.
[12] CARDÓ, Carles, op. cit., p. 57.

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