domingo, 2 de diciembre de 2018

Juan de Ávila. Entre nobleza y santidad como identidad personal

Comparto el texto de la ponencia que impartí en la V Jornada Internacional “La idea de nobleza en la Edad Moderna”, organizada por la Universidad Rey Juan Carlos, y celebrada en Madrid el 8 de noviembre de 2018.

Podemos afirmar que, junto a la nobleza de sangre existe otra nobleza, la del espíritu, que fue muy cultivada en la España del siglo XVI. Toda una miríada de figuras de primera categoría jalonan los reinados del César Carlos y de Felipe II: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Pedro de Alcántara, Juan de Dios, Juan de Rivera, Tomás de Villanueva, Alonso de Orozco, Francisco de Borja (en el que se enlaza ambos tipos de nobleza), etc., amén de otras figuras que, sin estar en el canon de los santos, alcanzan los primeros puestos en el campo de la espiritualidad. Sin embargo, este conjunto de santos portentosos no surgen de la nada; son los herederos directos de la profunda renovación que en la Iglesia castellana realizaron el cardenal Cisneros y la reina Isabel. Y entre ambos, como sarmiento que transmite la savia potente de la reforma cisneriana para que fructifique en el racimo de la gran espiritualidad del XVI está la figura potente y fascinante de Juan de Ávila.

San Juan de Ávila (Catedral de Córdoba)
Sus raíces están en la pequeña nobleza que, en este caso sí, a la honra unía, en su pueblo natal de Almodóvar del Campo, tierras del arzobispado de Toledo, la riqueza material, junto a una profunda vida cristiana. Su madre era de linaje hidalgo, aunque su padre, cristiano nuevo, tenía antecedentes conversos. Nacido en torno a 1500, en el año de gracia de 1513 lo encontramos en Salamanca, estudiando Derecho. Allí se dedicó cuatro años a “las negras letras”, como los definió, hasta que regresó a su casa a llevar una vida retirada. Entre 1520 y 1526 estudió, en la flamante y renovadora Universidad cisneriana de Alcalá Artes y Teología, teniendo por maestro a Domingo de Soto, y entablando amistad con el futuro arzobispo de Granada, Pedro Guerrero. En el ambiente erasmista de Alcalá1, Juan pudo impregnarse de la ideas renovadoras de Erasmo, defensoras de una espiritualidad interior y de una auténtica reforma de la Iglesia. En 1526 se ordenó sacerdote, y tras vender su hacienda, se ofreció para ir a evangelizar a tierras de América. Sin embargo, por consejo del arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique, convirtió Andalucía en sus Indias, dedicándose, a partir de ese momento, a la predicación y a misionar por el sur de España.
Denunciado en 1531 a la Inquisición, “por doctrina sospechosa”, fue detenido, pero tanto la defensa que él mismo realizó, como su vida en la cárcel y los numerosos testimonios que aportaron en su favor, le logró la absolución. Durante este periodo esbozó la que sería su gran obra, Audi filia, un tratado sobre la perfección cristiana, junto a una introducción y traducción de la Imitación de Cristo. A partir de 1535 se estableció, invitado por el obispo fray Juan Álvarez de Toledo, en la diócesis de Córdoba. Se encargó de la formación del clero, con la creación de dos centros de estudio; explicaba al pueblo la escritura y organizó misiones populares por Andalucía, Extremadura y parte de La Mancha. Recorrió las principales ciudades de Andalucía, convirtiendo en Granada al futuro san Juan de Dios, y ayudando en su transformación individual al duque de Gandía, Francisco de Borja.
En torno a él se formó un grupo de discípulos, y con esta ayuda, Juan se dedicó a fundar colegios para educar a los jóvenes y seminarios para clérigos. De aquí surgieron la Universidad de Baeza, y los colegios mayores de Jaén y Córdoba. Sus dos grandes ministerios fueron la predicación y la pluma. Su doctrina, de marcado carácter paulino, ha hecho que fuera declarado por el papa Benedicto XVI doctor de la Iglesia. Gran conocedor de la Sagrada Escritura, de los padres de la Iglesia, de los filósofos escolásticos, así como de los autores de su tiempo. Es autor de obras ascéticas y místicas que alcanzan, en la edición hecha por la BAC entre 2000 y 2003, cuatro volúmenes. Una de sus principales actividades fue la epistolar, que debieron ser millares, por lo que sabemos, aunque no se han conservado todas. Aconsejaba, con una gran penetración psicológica, discernimiento de los espíritus diríamos, a todo tipo de gentes, de los más diversos estados, desde altos prelados a simples monjas, pasando por fundadores como san Ignacio, sacerdotes, religiosos, nobles, señoras, doncellas. Se carteaba con Teresa de Jesús, quien tenía gran interés en que leyera el libro de su Vida. También escribió cartas que excedían lo meramente espiritual, como la enviada al asistente de Sevilla sobre el buen gobierno de la república cristiana. Además de con Teresa, Ávila mantuvo epistolario con san Ignacio, Francisco de Borja, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, fray Luis de Granada, quienes se referían a él como “Maestro Ávila”.
Escribió, asimismo numerosos sermones, que abarcan todo tipo de temas. Creó toda una escuela de predicadores, de la que salieron grandes oradores sagrados, como el padre Ramírez, jesuita. Muchos de sus discípulos entraron en la Compañía de Jesús, y él parece que estuvo también planteándoselo, aunque finalmente no se decidió. Muy enfermo, se retiró a Montilla en 1554, permaneciendo allí hasta su muerte en 1569. La influencia de Juan de Ávila se dejó sentir también fuera de España, con sus Memoriales al Concilio de Trento. En dicho Concilio influyó en muchos aspectos, también a través de escritos como el Audi filia, obra pronto traducida al inglés, francés, italiano y alemán. Ya antes, en 1547, el cardenal infante don Enrique de Portugal, arzobispo de Évora, le había pedido sacerdotes para la fundación de un colegio en el que se formasen clérigos que se dedicaran luego a predicar. Su obra serviría de inspiración para la espiritualidad sacerdotal posterior. Modelo de pobreza, renunció a los obispados de Segovia y Granada, así como al capelo cardenalicio que le ofreció Paulo III. Beatificado por León XIII en 1894, Pío XII le declaró patrono del clero diocesano español y Pablo VI le canonizó en 1970.
Juan de Ávila realizó, en sí mismo, todo un ideal de perfección espiritual que le sitúa en un plano de nobleza que no es la de la sangre. Una nobleza que le permitía dar pautas de vida a los nobles de sangre, que buscaban en el Maestro Ávila normas que les llevaran a alcanzar esa perfección espiritual. Muchos señores y damas de la nobleza tenían con él lo que llamaríamos una dirección espiritual, gran parte de ella conservada en su epistolario. Un estudio detenido el mismo desde esta clave nos llevaría, en un aspecto creo poco hollado de la historia de las mentalidades, a conocer cuál era el ideal de perfección espiritual al que aspiraban los nobles castellanos del siglo XVI. Esto es algo que desborda el presente trabajo, necesariamente breve, pero lanzo el reto o la invitación. Pienso que daría de sí para una muy interesante monografía, para una buena tesis doctoral. A modo de muestra, escojo alguna, como la carta 122, dirigida “a una señora de título”, en la que señala “Comience vuestra señoría la guerra del amor padeciendo dolores”; “El ejercicio y el esfuerzo y la gracia sacarán maestra a vuestra señoría si ella no rompe el libro, ni quita los ojos de las letras, ni se hace sorda a la lección que le diere el Maestro”. Otro ejemplo es el sermón que predicó en la toma de velo, al profesar de monja, la condesa de Feria, que la misma remitió después a la emperatriz Isabel; dicho sermón trata sobre el amor eterno que mostró Cristo hacia la Magdalena, convertida en modelo para la condesa: “¿No os parece que la ilustrísima señora condesa ha hecho otro tanto (como María Magdalena)? Dicen algunos que para qué se encierra en un monasterio; qué le faltaba aquí fuera para servir a Dios; para qué era la monjía. ¿Sabéis a qué entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren; a barrer, si le pareciese a su prelada; a cocinar, si fuere menester; a abajarse, a ser esclava de las otras...” O las dos (número 245 y 246) que dirige al duque de Arcos; en la 246 le insta a superar su afición al juego de la pelota y lo pospusiera para “cumplir con ella, tantas cosas con quien con justísima razón se debe cumplir”; “no querría que vuestra señoría se burlase tanto con Señor tan alto, cuyos juicios son muy para temer a los que no sólo no le aplacan por las ofensas hechas, más las añiden (sic) de nuevo”

1 En 1526 se publica en Alcalá la traducción de la obra de Erasmo Manual del caballero cristiano, en el que se consideraba que las armas del verdadero caballero cristiano eran el conocimiento de la Escritura y la oración mental.

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