miércoles, 19 de diciembre de 2018

Feliciano Montero García. In memoriam

Esta tarde, en torno a las 19 horas, fallecía en la Fundación Jiménez Díaz el profesor Feliciano Montero. Profesor, pero, ante todo y sobre todo, aunque él no quería que se le llamase así, maestro.  Y lo ha sido. Un gran maestro. La aportación del profesor Montero a la renovación de la historiografía española, con la introducción del concepto de Movimiento Católico, tomado de la historiografía italiana, así como del modelo francés de cara abordar el estudio del catolicismo español ha abierto líneas investigadoras muy fecundas y novedosas. Hace poco, aunque él no pudo asistir, dada la enfermedad que le minaba, pudimos participar en el reconocimiento público a dicho magisterio, en el acto celebrado en la UNED y presidido por el Secretario de Estado de Educación, Alejandro Tiana.

El 17 de junio se le entregaba a Feliciano, por sorpresa, el libro homenaje
Pero en este momento de humana tristeza, hay algo mucho más importante de la personalidad del profesor Montero que quiero destacar. Y es que era una persona buena, capaz de aglutinar e integrar gente de las más diversas tendencias, desde el respeto y el aliento. Creo que en nuestro mundo estamos demasiado escasos de personas así, que irradian bondad y hacen el bien. Feliciano, además de maestro, ha sido, para muchos historiadores que hemos tenido la suerte de compartir con él trabajos y proyectos, amigo generoso. En él creo que se han realizado plenamente las palabras del libro de la Sabiduría "Aprendí la sabiduría sin malicia, la reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas" (Sb 7, 13). Sin duda, la semilla sembrada por su fecundo magisterio, dará fruto bueno y abundante. Por eso, en el momento de la despedida, que para un creyente (y Feliciano, que en su juventud fue militante de la JEC, lo era), no es sino un  hasta luego, no quiero sino agradecer profundamente su amistad y su magisterio. Por eso concluyo con unos versos de otro gran creyente, José Luis Martín Descalzo, en los que, al final de su también larga y dolorosa enfermedad, atisbaba el encuentro definitivo con Aquel que es la plenitud:

Morir sólo es morir. Morir se acaba. 
Morir es una hoguera fugitiva. 
Es cruzar una puerta a la deriva 
y encontrar lo que tanto se buscaba

Gracias, maestro y amigo



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