sábado, 14 de julio de 2018

Domingo XV del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Tras comenzar a predicar el Reino de Dios, Jesús creó en torno a sí un grupo de seguidores, de discípulos, entre los cuales sobresalían los Doce, escogidos con el número simbólico que recordaba a las Doce Tribus de Israel. De este modo, Jesús fue poniendo las bases de la Iglesia. El evangelio de Marcos (Mc 6,7-13) nos presenta este domingo el momento en el que estos Doce fueron enviados a predicar, preparando la propia predicación de Jesús, mediante la llamada a la conversión y la curación de enfermos, signo de la victoria sobre el mal y el pecado que traía la llegada del mesías.
Con este envío, consecuencia de su elección, Jesús estaba obrando del mismo modo que Dios en el Antiguo Testamento, cuando llamaba a hombres y mujeres del pueblo, como a Amós (primera lectura), para que predicaran a Israel la conversión.


Esta llamada se extiende hoy a todos los miembros del Pueblo de Dios, no sólo a aquellos que realizan las tareas sacerdotales. Junto al sacerdocio sacramental, instituido por Cristo en la Última Cena a la vez que la Eucaristía, está el sacerdocio común, que brota del Bautismo, y que, unido a las otras funciones de Cristo que se nos hacen participar, la profecía y la realeza, es el impulso para que los cristianos, tal y como explicaba Pablo a los creyentes de Éfeso (segunda lectura) tratemos de alcanzar la santidad y la perfección en el amor.
Cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, estamos llamados a continuar la misión de Cristo, predicando el Evangelio, testimoniándolo con palabras y obras, sanando y curando heridas del cuerpo y del alma, a pesar de nuestra conciencia de pequeñez y pecado, que nos hace suplicar con el salmo 84: "muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación".
A la luz de todo ello convendría que superáramos viejos errores, que identifican la Iglesia exclusivamente con la jerarquía, y redescubriéramos el papel que todos los bautizados, ya seamos seglares, religiosos o ministerio ordenado, tenemos en el anuncio y construcción del Reino de Dios. Precisamente la riqueza de ministerios en la Iglesia es expresión de las múltiples formas de vivir la común llamada a la santidad, y cada uno es importante e imprescindible. Este el ejemplo que los santos, es decir, los hombres y mujeres que se tomaron en serio el seguimiento de Jesús con todas sus consecuencias, nos muestra. Si ellos pudieron, también nosotros, con la fuerza de la gracia de Dios, podemos.

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