domingo, 13 de febrero de 2022

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO

El Antiguo Testamento nos habla de la existencia de dos caminos para el hombre, el del bien y el del mal, el de la vida y el de la muerte. Desde la libertad, don de Dios, que Él respeta de modo exquisito, podemos escoger uno u otro. Jeremías, en la primera lectura, proclama la bendición de quien confía en el Señor y recorre su camino, comparando la robustez, la vitalidad y fecundidad de su existencia con la del árbol plantado al borde del agua, metáfora de gran potencia en un país seco y desértico en la mayor parte de su territorio como Israel. Dicha imagen es retomada y comentada bellamente por el salmo 1.

Esta bendición es la que proclama hoy Jesús en el evangelio de Lucas, quien sitúa la escena en una llanura, a la que han acudido gentes de muy diversos lugares, incluso paganos, anuncio de la futura universalidad de la Iglesia. Las bienaventuranzas se convierten en el anuncio de un modo nuevo de vivir la relación con Dios, ya que éste rompe los esquemas vigentes en la sociedad, al proclamar dichosos, bienaventurados, predilectos de Dios a aquellos que habitualmente son despreciados, marginados, preteridos. Es el camino que ha de seguir la Iglesia, que no se debe limitar a enunciar de modo teórico esta opción preferencial por los pobres, sino que ha de realizar de modo concreto, real, este compromiso con los más necesitados, promoviendo su desarrollo humano, como nos recuerda hoy la campaña de Manos Unidas.

El Sermón de la Montaña (Fra Angelico)
Pero esta promoción no es un fin en sí mismo, sino la construcción paulatina del Reino de Dios, que sólo alcanzará plenitud en la vida eterna, en el encuentro definitivo con Cristo resucitado, primicia de los muertos, llamados también a la resurrección y la vida, como nos advertía Pablo en la segunda lectura.

Este equilibrio entre el compromiso con el mundo y la esperanza escatológica es el que se realiza plenamente en María, imagen y modelo de la Iglesia.

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