domingo, 1 de diciembre de 2019

Domingo I de Adviento

Con el inicio del Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico, en el que iremos proclamando el Evangelio según San Mateo. El significado profundo de este tiempo lo encontramos en la espera vigilante, atenta del Señor, desde la invencible certeza de que Él viene para transformar nuestra historia con su salvación, llenando de gozo nuestra existencia.
Ya la antífona de entrada de este domingo nos invita a elevar nuestra mirada, nuestro corazón, nuestros anhelos y deseos hacia el Señor: "A tí, Señor, levanto mi alma" (salmo 24). El Adviento es un encuentro entre Dios, que viene a visitarnos, y nuestro deseo, que tiende hacia Él. Es la experiencia que expresaba San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en tí". Un ser humano en busca de lo Absoluto y un Dios que se hace historia. Una espera dinámica, que nos mueve, como señala Isaías, a subir al monte, al lugar donde se manifiesta la gloria y la salvación de Dios.
La primera lectura del profeta Isaías (2,1-5) nos muestra al Señor reuniendo a todos los pueblos en la paz eterna de su Reino, ofreciendo a la Humanidad un horizonte de esperanza en medio de la experiencia de guerras y violencias. No es una utopía irrealizable desde las ideologías o sistemas políticos, sino una promesa que sólo la fuerza del amor de Dios es capaz de llevar a cabo en la transformación final de la Historia.
El salmo 121 nos invita a realizar este camino hacia el encuentro con Dios desde la alegría, a la que se nos insta una y otra vez en este tiempo de gozosa espera. Estamos alegres porque viene el Señor a liberarnos de tantas ataduras que nos esclavizan.
En la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos, San Pablo nos invita a cambiar de vida ante la proximidad del Señor, a alzarnos prestos porque ya relumbra en el cielo el anuncio del nuevo día, del Día del Señor, que disipará las tinieblas del pecado y alumbrará un amanecer radiante sobre cada uno de nosotros.
El Evangelio es, de nuevo, una invitación a la vigilancia, a estar preparados, a no olvidarnos de la cercana presencia del Señor. Corremos el riesgo de, en medio de los afanes cotidianos de la vida, olvidarnos de esa llegada continua de Dios, ignorar su paso a nuestro lado.


Adviento es una llamada constante a esta vigilancia, que no es una actitud de espera pasiva, sino de movimiento dinámico, de buscar al Señor que viene, acompañados por las buenas obras. Hemos de ser instrumentos de esperanza también para los que nos rodean, poniéndonos al servicio del bien, de la belleza, de la verdad y la justicia, preparando, de este modo, los caminos del Señor, para nosotros mismos y para el resto de nuestros hermanos.
Adviento es un camino que realizaremos alentados por la fuerza de la Palabra de Dios, que se anuncia poética y esperanzada, en Isaías; potente y transformadora, en Juan Bautista; acogida y hecha carne, en María.

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