domingo, 7 de julio de 2019

Toledo en llamas

Comparto mi artículo del pasado miércoles, tras los incendios ocurridos en diversos parajes toledanos 

En septiembre de 1953 el escritor mexicano Juan Rulfo publicaba una colección de cuentos, que le supondría su consagración como gran escritor, titulado “El llano en llamas”, una obra exquisita, una joya de la literatura que nos embarca en un viaje exploratorio realmente extraordinario. Pero, por desgracia, hoy no les voy a hablar de cuentos, sino de dramas reales, el vivido estos días pasados en Toledo con los incendios que han abrasado nuestro entorno. Sin obviar la dramática experiencia que han sufrido los vecinos, pienso que es preciso reflexionar también sobre la dolorosa pérdida del patrimonio natural que envuelve a nuestra ciudad.
Una imagen me impactó especialmente. El solitario arco del Circo Romano rodeado por las llamas. Casi una escena de Quo vadis?, a falta de un Nerón que, lira en mano, cantase la fuerza destructora del fuego. El Circo toledano, de los más importantes de la Hispania romana. Uno de nuestros más extraordinarios tesoros arqueológicos y sin embargo tan descuidado e ignorado. Sobre él y la inmediata Vega Baja volveré otro día.
Ha ardido, generando una visión dantesca, una parte notable de nuestro entorno natural, de ese patrimonio habitualmente minusvalorado. Con frecuencia olvidamos que el patrimonio natural forma parte inseparable del arquitectónico, del artístico. Una ciudad, y mucho más si alcanza la importancia histórica y cultural de Toledo, es también la naturaleza que la rodea, es la vegetación, es la orografía, es el clima que la modela y modifica con sus ritmos cambiantes. Son los cielos, con sus encarnados atardeceres (¿se hubiera dado la obra del Greco tal y como la conocemos bajo otros cielos distintos a los toledanos?) o sus caliginosas tardes de julio; son las nieblas del invierno y el tomillo primaveral que con su aroma anuncia la cercanía del Corpus. Es el abrazo del Tajo que desde la Peña del Rey Moro contemplamos amoroso y protector, defensor frente a los enemigos, linfa vital que en tiempos pretéritos saciaba la sed del ardiente verano gracias a los azacanes que, con sus humildes mulos, recorrían calles y plazas. Es la Huerta del Rey, la almunia Almansura, con los palacios de Galiana envueltos en la leyenda. Es la ribera del río, son las antiguas playas (sí, aquí si hubo playa) desaparecidas bajo la maleza o el asfalto, cubiertas con el manto del olvido.

Toledo desde el Valle
Patrimonio es todo ese paisaje que da personalidad a nuestra ciudad y que tan maltratado se halla. No hay más que pasear por el Valle al día siguiente de la romería, herido por la lepra del plástico. O recorrer las riberas del Tajo, esquilmado, desviado de su senda natural para fecundar tierras lejanas.
Cuidar el patrimonio de Toledo no es sólo preocuparse de los grandes monumentos. Es también proteger, defender ese envoltorio que nos ha regalado la naturaleza. Y no sólo del fuego, sea natural o fruto de la maldad humana, sino del peligro, más grave, de la incuria.

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