Dentro del marco de mis investigaciones sobre violencia anticlerical en la España de los años treinta, acaba de salir publicado mi último libro "El clero toledano en la Primavera Trágica de 1936" (Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2014), del que os hago una pequeña presentación:
Portada. El beato Domingo Sánchez Lázaro con otros sacerdotes del arciprestazgo de Puente del Arzobispo
Uno de los principales problemas que afectaron a la vida pública española
durante la Segunda República fue la llamada “cuestión religiosa”, con una
exacerbación de la violencia anticlerical que culminaría en los dramáticos
acontecimientos del verano de 1936, tras el golpe de estado del mes de julio,
con una terrible violencia antirreligiosa y clerófoba dentro del ámbito territorial que se
mantuvo bajo el más nominal que efectivo poder del Gobierno republicano. Esa
violencia no surgió de repente, sino que se venía manifestando con mayor o
menor virulencia desde las elecciones de febrero de 1936, que dieron la
victoria al Frente Popular, e incluso podemos rastrear sus raíces en la
progresiva y previa demonización del adversario, fuera del signo que fuese,
desarrollada a lo largo de todo el periodo republicano. El
estallido de la guerra civil permitió que desaparecieran todas las barreras que
hasta entonces habían contenido esa violencia, pero no la instauraron ex novo. Por ello no resulta cierto el
afirmar que dicha violencia clerófoba y el furor iconoclasta desatado a partir del
18 de julio es la consecuencia lógica del posicionamiento de la Iglesia hispana
a favor de los sublevados. Esto nos
lleva a plantear la cuestión de dicha violencia dentro de un marco mucho más
complejo. Su génesis, su desarrollo, sus porqués, motivaciones,
manifestaciones, han sido y siguen siendo objeto de estudio no sólo desde la
historia, sino también, y es un enfoque cada vez más necesario para su correcta
comprensión, desde la antropología, que nos invita a enfocarlo dentro de un
marco espacio-temporal mucho más amplio, pues como es frecuente, solemos dejar
que los árboles del verano de 1936 nos impidan descubrir el bosque del fenómeno
del anticlericalismo español contemporáneo. En
cualquier caso, lo que se puede constatar es que ese anticlericalismo que, con
mayor o menor intensidad se venía dando desde la crisis del Antiguo Régimen,
reapareció con la llegada de la Segunda República, en un doble plano, el
legislativo y el popular. Atenuado, aunque no suprimido del todo, el dirigido
desde el Gobierno durante el bienio radical-cedista, la victoria del Frente
Popular lo reactivó, viéndose desbordados los gobernantes por la radicalización
de las masas, dando lugar a un anticlericalismo que, como señala Fernando del
Rey “ya no era el del primer bienio.
Ahora se presentaba con tintes más sombríos, más radicales y revanchistas.”
La cuestión requiere aún un profundo análisis interdisciplinar. A pesar
de lo realizado en estos últimos años, sigue siendo esencialmente cierta la
afirmación de José Álvarez Junco de que “el
tema del anticlericalismo ha dado lugar a escasa reflexión por parte de los
historiadores”.
Asimismo, como señala Julio de la Cueva “el
conflicto entre clericalismo y anticlericalismo es una de las manifestaciones
más señaladas de la casi continuada crisis… (de) la contemporaneidad española”. Esta importancia
no se refleja debidamente en la historiografía, aunque algo va cambiando, con
nuevas aportaciones, que por un lado, amplían el horizonte, insertando el tema
de la violencia anticlerical dentro de los estudios acerca de la violencia en
general, mientras que por otro destacan la peculiaridad de la violencia contra
el clero en la España de 1936.
Dentro de la violencia desatada en este año, los estudios, desde el análisis
clásico de Antonio Montero, que
significó un hito frente a los anteriores martirologios redactados tras el
conflicto, hasta los más recientes, se
han centrado ante todo en lo ocurrido a partir del 18 de julio, dejando al
margen lo sucedido en los meses previos, en concreto el periodo que va desde
las elecciones de febrero hasta el 18 de julio, reservándose la atención tan
sólo para los incendios de mayo de 1931 y, a veces, para los ataques contra el
clero en 1934 en Asturias. Esto en gran parte se ha debido a la falta de fuentes fiables y
accesibles. Afortunadamente la reciente apertura de la documentación del
Archivo Vaticano correspondiente al pontificado de Pío XI ha permitido acceder
a una cantidad de datos abrumadora en cantidad y calidad; en
la misma medida en que esta apertura se extendiera a todos los archivos
diocesanos españoles, podríamos completar de un modo bastante aproximado el
conocimiento de estos meses, claves para comprender lo ocurrido a lo largo del
verano.
Al mismo tiempo sigue siendo un tema controvertido, partiendo de su misma
denominación, ya sea persecución religiosa, clericidio, violencia anticlerical,
martirio, etc. Las mismas y diversas manifestaciones de dicha violencia, desde
las más burdas hasta las que podríamos considerar “ritualizadas” nos están
hablando de la complejidad de la cuestión. Incluso se podría, ya hablando de la
explosión clericida e iconoclasta del verano, de un auténtico genocidio, en el
sentido de supresión, exterminio o eliminación sistemática de un grupo social,
por motivo de raza, de religión o de política. Se trató de hacer desaparecer el
clero como tal. Ser sacerdote, durante los primeros meses de la guerra, bastaba
para ser asesinado, muchas veces en medio de tormentos atroces. No era
impedimento que se hubieran dedicado a los más pobres de sus parroquias, o que
ellos mismos vivieran, en muchas ocasiones al borde de la miseria. Era preciso,
para instaurar un orden nuevo, acabar de raíz con la Iglesia, eliminando
cualquier semilla que permitiera su resurgimiento en España.
No es mi objetivo, en este libro, abordar tal estudio global
y multidisciplinar. Me limito a algo más concreto, una aproximación a lo ocurrido
en la archidiócesis de Toledo en los meses que van desde la victoria del Frente
Popular, el 16 de febrero de 1936, hasta el estallido de la guerra. Y lo hago
partiendo de un material archivístico hasta ahora inédito, el Fondo Secretaría
de Cámara del Archivo Diocesano de Toledo.
Este fondo recoge la documentación enviada y generada por la Secretaría de
Cámara de la archidiócesis, institución a través de la cual el arzobispo, por
medio del secretario de cámara, persona de su absoluta confianza y que en
nuestro caso era Gregorio Modrego, atendía los asuntos ordinarios de la vida de
la diócesis. A partir de febrero de 1936 la correspondencia se refiere cada vez
menos a asuntos de la vida ordinaria (reparaciones de los templos, problemas
económicos, autorizaciones de todo tipo, etc.) y más a las angustias,
dificultades y problemas que los sacerdotes iban sufriendo ante la progresiva
violencia, primero verbal y legal, después también física. Desde esta
correspondencia se ha intentado reconstruir lo que fue la vida del clero
toledano a lo largo de esos meses. Por tanto, no me limito a presentar lo que
fue la exclusiva violencia, sino que trato de enriquecer el panorama con otros
aspectos que hacen referencia al desarrollo de la vida eclesial toledana durante ese periodo, incluyendo no sólo la situación del clero, sino también
acercándome a otras realidades, como el apostolado seglar, con el desarrollo de la Acción Católica o la vida religiosa de las gentes. El dar a conocer las potencialidades para el investigador de dicho fondo de Secretaría de Cámara, que suele estar presente en todos los archivos diocesanos, creo que es una de las principales aportaciones del libro.
Al hablar de la violencia empleo el término persecución
religiosa, y lo hago no sólo porque esta denominación va ganando seguidores en
el ámbito historiográfico, sino porque asumiendo una perspectiva que la
antropología ha integrado plenamente en sus investigaciones, la emic, era
la concepción que tenía en 1936 no sólo la inmensa mayoría del clero, sino
también los seglares católicos. Son ellos los protagonistas de las páginas
siguientes. He preferido dejarles hablar, manifestar sus sentimientos, sus
miedos, su fe o su desesperanza; a lo largo de las páginas (263) del libro, cedo el paso
a aquellos hombres que, con sus miserias y grandezas, fueron protagonistas,
unos quizá involuntarios, otros conscientes de que era el momento de alcanzar
la palma del martirio, y decididos a ello, de una de las páginas más dramáticas
de nuestra historia reciente. Muchos habían escuchado aquellos versos que me recordaba durante la investigación un joven seminarista de aquel tiempo, veterano sacerdote de la
diócesis de Toledo hoy, don Jaime Colomina Torner:
“Abajo el clero, curas y frailes.
Que mueran todos. ¡Queremos sangre!