Segunda entrega de mi conferencia en Tarragona, el martes 6 de mayo de 2014
Gomá ante los retos de una etapa convulsa
No existe ninguna duda del papel esencial que desempeñó el cardenal Gomá
en los principales acontecimientos de la vida eclesial y política de los años
treinta. Significó el culmen de una brillante carrera iniciada en Tarragona,
donde había destacado como escritor de prestigio, con proyección no sólo
nacional, sino incluso internacional. Esta fama, a pesar de los diversos
problemas derivados de su antagonismo con el cardenal Vidal y Barraquer, le
permitió alcanzar el episcopado, en una pequeña diócesis como Tarazona en la
que, sin embargo, supo desplegar sus dotes, convirtiéndose, en palabras del
nuncio Tedeschini, en uno de los obispos más activos de España. Su magisterio,
desarrollado en las circunstancias difíciles del fin del reinado de Alfonso
XIII y los inicios de la
República , se caracterizó por una coherencia de pensamiento
que se mantuvo firme hasta el final de su vida. Optó por la línea de
resistencia ante el anticlericalismo republicano, si bien defendió que
catolicismo y república no eran incompatibles, mostrando una mayor flexibilidad
doctrinal que el primado Segura[1]. Es
este un punto en el que vale la pena detenerse.
En efecto, la posibilidad de que España se convirtiera en una república
era algo ya atisbado por Gomá en su pastoral Los deberes cristianos de la Patria, del 13 de marzo de 1930, en la
que reflejaba cómo se estaba produciendo un deseo de cambio de orden político
en España, y aunque no utiliza el término república, expresa cómo esa
expectación repercutía negativamente en el orden religioso, pues se consideraba
incompatible esta nueva forma de organización política con la religión. Por
ello recordaba a los católicos que como ciudadanos eran libres para preferir una forma de gobierno a
otra, aunque advirtiendo del salto en el vacío que supondría un cambio de
régimen político en España.
Esta primera y no demasiado explícita referencia a la república será
profundizada una vez producido el derrocamiento del rey. La nueva situación
obligaba a clarificar la doctrina, y frente a los que consideraban que
monarquía y catolicismo eran inseparables, en el primer capítulo de la carta
pastoral Los deberes de la hora presente[2], titulado precisamente
Catolicismo y República, se referirá
a las relaciones entre la religión católica y la forma de gobierno republicana.
Es importante señalar que Gomá no se decanta por una forma política u otra,
sino que indica que todas son compatibles con el catolicismo, no estando éste
ligado a ninguna en concreto, pues no existen ningún tipo de principios
dogmáticos o morales que impongan, ni siquiera que recomienden, una forma
determinada de régimen de gobierno. El catolicismo ha convivido, a lo largo de
su historia, con todas las formas y tipos posibles de sistemas políticos. Por
tanto, la Iglesia
reconoce a los poderes constituidos. Recuerda, además, que en cuanto a la
doctrina sobre cual es la mejor forma de gobierno, tampoco existen
preferencias. Frente a los reparos de quienes señalaban al sistema republicano
como anticlerical por naturaleza, recordará los abusos cometidos por la
institución monárquica en Europa contra la Iglesia , aunque excluyendo de esos abusos a los
reyes “cristianísimos de nuestra España”, contraponiéndolos a la buena relación
existente en algunas repúblicas, como en Sudamérica. El obispo confiaba en que
en España se rectificara el tradicional carácter anticlerical y así “quede
definitivamente purificado el nombre de república de la mala nota que se le
atribuyó.” Insistía de nuevo en la obediencia a la autoridad legítima, a la
que los católicos debían de prestar
respeto y colaboración. Gomá reconocía con tristeza la parte de culpa que en la
situación por la que estaban atravesando había tenido la propia Iglesia, por
omisión, por descuido, por exceso de confianza. Recordaba que todo poder, fuera
cual fuese la forma de gobierno que la sociedad se hubiera dado, venía de Dios,
siendo éste principio, que excluía el de soberanía nacional, primer paso, a su
juicio, para el ateísmo, el que debía informar la participación de los
ciudadanos en la vida pública.
El desarrollo del debate constitucional, que finalizó con la aprobación
de un texto de talante anticlerical[3],
supuso para Gomá una clara decepción, que le llevó a afirmar su equivocación al
creer que el concepto de república se había librado, por fin, en España, de su
connotación anticlerical. Esta constatación es la que le condujo a propugnar la
línea dura de resistencia, dentro de la obediencia a los poderes constituidos,
buscando la reforma de la legislación. Pero ello no supuso abandonar la línea
de reflexión anterior. Gomá tenía clara la distinción entre el acatamiento al
Gobierno legítimo y la resistencia ante las leyes injustas. Y si bien en su
pastoral de entrada en Toledo no hizo referencia a la compatibilidad entre
república y catolicismo, sino un duro análisis de la situación en la que se
hallaba la Iglesia, en una entrevista concedida con motivo de su nombramiento,
afirmará taxativamente “la Iglesia no es monárquica ni republicana. Acata en
todo momento los poderes constituidos”[4]. El
primado electo, al ser preguntado sobre la posición de la Iglesia con respecto
a la autoridad, volvió a insistir en que se debía acatar, “aunque haya una
persecución encendida”. Cualquiera que fuese la actuación del Gobierno, desde
el momento en que se trataba no de un partido político, sino de un régimen
establecido que regía los destinos del Estado, era preciso hacer la distinción
entre la ideología y la autoridad. Aquella podía rechazarse, ésta no; y la
Iglesia era lo que exigía, acatamiento y obediencia. Posteriormente, en otra
entrevista a la prensa, volverá a manifestar que “la Iglesia no es incompatible
con ningún régimen político…la Iglesia ha convivido y ha colaborado con el
Estado con toda suerte de formas de Gobierno”[5].
La legislación republicana exigió, para realizar los entierros por el rito católico, una declaración expresa. Formulario utilizado en la diócesis de Toledo
La mejora de la situación, durante el bienio radical-cedista, hizo pasar
a segundo plano, en los escritos del arzobispo de Toledo, toda ésta
problemática, centrándose su actuación en otras cuestiones de índole más
intraeclesial, como su renovado enfrentamiento con el cardenal Vidal sobre la
cuestión de la primacía eclesiástica[6].
Cuando tras las elecciones de febrero de 1936 venza el Frente Popular, Gomá, al
mismo tiempo que tratará de animar a su clero y fieles ante la nueva avalancha
anticlerical, no dudará en contactar con el Gobierno para paliar la renovada
violencia, entrevistándose, como hemos visto, con Azaña, quien “le recibió con
sincera cordialidad”, al mismo tiempo que le aseguraba que los derechos
reconocidos por las leyes a la Iglesia serían respetados y amparados. Con el
estallido de la guerra civil concluirá cualquier tipo de reflexión sobre la
compatibilidad entre catolicismo y república; su preocupación pasará a ser, frente
al estatismo falangista, reivindicar, una vez más, la unión indisoluble,
sustancial, entre catolicismo y patria en España.
A la cabeza de la Iglesia española
Su traslado a Toledo supuso el alcanzar un protagonismo nacional que el
estallido de la guerra no hizo sino acrecentar. Su fulgurante promoción fue una
apuesta personal de Pío XI por él, convirtiéndose en el auténtico “hombre del
Papa” en España. Su fidelidad a la Sede Apostólica , conjugada con su amor a España,
amor que por otro lado consideraba sustancial al hecho de ser católico, le
llevó a ser el elemento clave en circunstancias muy difíciles. Enfrentado más o
menos abiertamente a Vidal en múltiples aspectos, debido, por un lado a la
evidente antipatía que, como hemos comprobado, sentían el uno por el otro, así
como a su diferente visión de la postura de la Iglesia ante la República , fue logrando
desplazar a su rival, hasta alcanzar, como quizá no alcanzó prelado toledano
alguno en la época contemporánea, el papel predominante en la Iglesia española.
Consiguió el reconocimiento de la
Santa Sede como cabeza de la Iglesia de España justo a
tiempo para que, tras el estallido de la guerra, una Iglesia desorientada
buscara en él la dirección necesaria para afrontar los graves problemas
derivados del conflicto y de la revolución. Además, el exilio de Vidal y las
prevenciones que contra él pronto manifestaron los militares sublevados, harán
que éste quede marginado de la vida nacional.
Gomá apostó claramente por Franco, pues veía en él la única vía de
salvación de la España
tradicional, pero al mismo tiempo supo mantener una independencia, derivada de
su concepción de la Iglesia ,
que en muchos momentos constituyó una firme barrera frente a los aires
totalitarios del régimen. Enemigo del nazismo y del fascismo, trató de frenar
su influjo y penetración en España, tanto como antes se había opuesto al
laicismo de la República ,
pues los veía como una amenaza mortal para el ser de España, debido a la unión
esencial entre ésta y el catolicismo. Deseaba que esta unión secular, en la que
centraba la grandeza de la nación, no se debilitara y defendió una presencia
militante, activa, de la religión, en todos los ámbitos de la sociedad, cuyos
principios rectores quería ver informados por el cristianismo. Pensaba que la
decadencia española era consecuencia lógica de la pérdida del sentido
religioso, amenazado desde el siglo XVIII por influjos extranjeros, y que, por
tanto, si España quería volver a recuperar su papel dentro del concierto de las
grandes naciones, era preciso recuperar la vitalidad religiosa de la época de
esplendor, que no era ni más ni menos que el siglo XVI, cuando España se había
destacado por las grandes hazañas de la conquista y evangelización de América y
la defensa de la unidad católica y la cultura cristiana frente al
protestantismo y el Islam. Todo ello era fruto de una mentalidad muy arraigada
en la Iglesia
española desde el fin del Antiguo Régimen, de la que Gomá participaba
plenamente. Por formación y por las posteriores lecturas que moldearon su
pensamiento, no podía plantearse otra cosa. En él influyeron de una manera muy
profunda Menéndez Pelayo y Ramiro de Maeztu. El cardenal, por su parte, reforzó
estas concepciones, revistiéndolas de un lenguaje teológico producto de las
grandes controversias decimonónicas entre la Iglesia y el mundo liberal, que se habían saldado
con el triunfo de las posiciones más conservadoras.
Su concepto de España se basaba en
la convicción de la compatibilidad entre la unión esencial de la nación
española y la existencia de diversidades regionales, que podían y debían ser
conservadas. Para él, profundamente catalán y profundamente español, era
posible armonizar esas realidades. De ahí su oposición a las posturas más
catalanistas del cardenal Vidal y Barraquer, que consideraba peligrosas para la
unidad de la patria común. Esto le llevó a defender la primacía eclesiástica
toledana, pues el reconocimiento de los supuestos derechos primaciales de
Tarragona haría derivar hacia una Iglesia catalana independiente. Esta sería la
mejor base, dada la inseparable unión que existía para él entre religión y
patria, para una Cataluña desgajada del tronco común español.
El cardenal Gomá lideró, frente a
las posturas más dialogantes de Vidal, una actitud de resistencia ante la legislación
anticlerical de la
República. Defendió una y otra vez lo que consideraba no sólo
derechos inalienables de la
Iglesia , sino además, parte substancial e inseparable de la
entraña profunda de la nación. Estaba convencido de que descristianizar España era privarle de su
alma, de su verdadero ser. El laicismo, para él, era intrínsecamente
antiespañol. Pero también vio en la actitud combativa de la República una
oportunidad para despertar el dormido catolicismo español. De ahí sus numerosas
iniciativas en el campo de la promoción de la Acción Católica ,
como una avanzadilla de la
Iglesia que la permitiera recuperar, a través de los mismos
seglares, los diversos ámbitos de la sociedad. Consciente de la profunda
descristianización que sufría el país, promovió las vocaciones sacerdotales y
la renovación de la formación del clero, ya que consideraba al sacerdote como
el principal agente de esa misión reevangelizadora. Para formar a los fieles
cristianos, promovió la catequesis, pues descubría en los católicos españoles
una profunda ignorancia respecto a las cuestiones esenciales de la fe. No dudó
en conocer de primera mano la realidad religiosa española, recorriendo su vasta
diócesis toledana. A la vez mantuvo una intensa agenda, tanto a nivel nacional
como internacional, que fue constituyéndole en el punto de referencia de la Iglesia española. De ese
modo, al estallar la guerra, estaba preparado para asumir el papel de rector y cabeza de esta Iglesia, marcando
el ritmo de actuación. Esto se vio reforzado al ser nombrado representante
oficioso de la Santa Sede
ante el Gobierno de Franco. Sus esfuerzos se dirigieron entonces a lograr el
reconocimiento de éste por parte de la Santa Sede , con la consiguiente normalización
de relaciones. Al mismo tiempo
desarrolló una importante labor literaria, con numerosos escritos que trataron
de iluminar la conciencia católica, tanto española como extranjera, sobre la
realidad de la guerra, tarea que culminó con la Carta Colectiva de
los obispos españoles de 1937. El conflicto bélico era visto como una lucha
entre la religión y el ateísmo, entre la civilización y la barbarie, entre el
Bien y el Mal, entre Cristo y el Demonio. Para él la prueba más palpable de
esto era la persecución desatada en el bando republicano. A pesar de ello, y
frente a lo que va a ser la práctica habitual de los vencedores, se apostaba
por el perdón y por la acogida de los descarriados, que como el hijo pródigo
volverían arrepentidos y debían ser recuperados para la Iglesia.
Debido a esta forma de plantear la
lucha civil, como enfrentamiento entre las dos ciudades agustinianas, la de
Dios y la del Diablo, el cardenal no podía concebir mayor monstruosidad que la
del nacionalismo vasco, el cual, siendo profundamente católico, se había
mantenido fiel a la República ,
lo cual le parecía una terrible contradicción. Intervino de una manera muy
activa en esta cuestión, tanto a nivel
doctrinal, mediante pastorales, como a nivel polémico, con la Carta abierta a
Aguirre, e incluso diplomático, con las gestiones realizadas para la
rendición de Bilbao. Su papel en relación al País Vasco no quedó reducido a
esto, sino que tuvo que intervenir en otros graves problemas, como los
fusilamientos de sacerdotes nacionalistas vascos o la situación del obispo de
Vitoria, Mateo Múgica. La ausencia de éste hizo que el cardenal tuviera, de
hecho, que afrontar la difícil situación interna de la diócesis de Vitoria, con
un clero sospechoso en gran medida para los militares, que querían solucionar
el problema por la vía de la fuerza. Gomá, en su línea de defensa de la
libertad de la Iglesia ,
tuvo que intervenir una y otra vez, hasta que el nombramiento de un
administrador apostólico, junto a la venida de Antoniutti, le liberó de esta
preocupación.
A lo largo de la guerra, el cardenal tuvo un papel de protagonista en
todos los conflictos que se iban planteando. Su doble condición de primado y
representante oficioso de la
Santa Sede , en una conjunción única en la historia
contemporánea de España, hizo que todas las cuestiones importantes pasaran por
él. No sólo los militares le consideraban el único interlocutor válido, sino
que el episcopado español volvía los ojos a él ante cualquier dificultad. Por
eso le vemos afrontando el problema suscitado por algunos clérigos como
Gallegos Rocafull o Lobo, que apostaron por la República ,
respondiéndoles con una dureza inusitada. O nos encontramos a Gomá
reconstruyendo el extinguido cuerpo de capellanes castrenses, entre las
intrigas de los viejos capellanes, las intromisiones de los militares y los criterios
más pastorales de los obispos españoles. Lo mismo tenía que afrontar cuestiones
canónicas o disciplinares cómo hacer de mediador ante el Gobierno para lograr
la suspensión de penas de muerte. Asimismo encontramos al cardenal
enfrentándose a Serrano Suñer al tratar de defender la prensa católica, o en
frecuente contacto con el conde de Rodezno en la elaboración de una legislación
fiel a la doctrina católica. Por tanto, de la mano de Gomá podemos seguir los
primeros pasos, dubitantes, inseguros, llenos de contradicciones e
interrogantes, de las nuevas relaciones entre la Iglesia y el nuevo Estado
que se irá configurando como resultado del golpe del 18 de julio.
Para Gomá la guerra no fue fruto de
las contradicciones sociales que afectaban a España, sino consecuencia lógica
de la descristianización de la nación, uno de cuyos frutos sería el crecimiento
de las desigualdades sociales, por el egoísmo de los ricos, cuyo correlato fue
la captación de las masas por las doctrinas revolucionarias. Leyó los
acontecimientos desde una clave teológica, lo cual puede dificultar nuestra
comprensión acerca de algunas de sus afirmaciones. Consideró el conflicto como
una etapa de purificación y renovación de la nación, como una oportunidad dada
por Dios para la regeneración de España, pues no había sido posible por otros
medios. De ahí que centrara su preocupación en que la nueva España fuera fiel a
su pasado católico y mirara con verdadera aprehensión las tendencias filonazis
de la Falange[7]. El modelo, para él, estaba
en la España
de los Reyes Católicos y de los grandes reyes de la Casa de Austria, no en el III
Reich. Su último año estuvo marcado por esta preocupación y sus postreros
esfuerzos se encaminaron a asegurar que lo conseguido a tan alto precio no se
perdiera, pues pensaba que si no se aprovechaba la ocasión, el desastre que
sobrevendría al país sería terrible.
Un aspecto fundamental para esta
regeneración era la recristianización de España. Ésta fue una preocupación
presente a lo largo de todo su magisterio episcopal. Siendo obispo de Tarazona
expresó una y otra vez su convicción de que el cristianismo en España carecía
de fuerza y andaba sobrado de rutina e inercia histórica. Esta constatación la
repetirá posteriormente ya como arzobispo de Toledo, durante el desarrollo de
la guerra y una vez finalizada ésta. Por ello, uno de sus objetivos claros fue
la revitalización de la
Iglesia , mediante una profunda renovación de la misma.
Pensaba que las masas católicas, a pesar de la retórica del nuevo régimen y de
la explosión de actos religiosos que inundaron el país, carecían de auténtica
convicción cristiana, con una formación deficientísima, que alcanzaba también a
quienes desde puestos de responsabilidad debían dirigir la nación. Por eso
abogaba una reforma personal y colectiva en clave cristiana, que supiera
aprovechar las lecciones de la guerra, y trajera una auténtica transformación
del país, una de cuyas consecuencias sería el florecimiento de la justicia y la
caridad. Este sería un deber de fraternidad cristiana que permitiría la
superación de las desigualdades sociales.
No se puede entender la posterior
evolución de las relaciones entre la
Iglesia española y el franquismo sin el estudio de este
periodo, crucial e inicial, en el que vivió el cardenal Isidro Gomá. Todas las
aspiraciones y todas las contradicciones de lo que después se denominaría
Nacionalcatolicismo están aquí. Los riesgos y peligros de una unión estrecha
entre la Iglesia
y el Estado se hicieron patentes. El cardenal fue consciente de la amenaza que
suponía para la libertad de la
Iglesia un poder totalitario e hizo lo que pudo para
frenarlo, pero no supo ver, tal vez por su concepción tradicionalista, que este
riesgo subsistiría siempre que las dos instituciones estuvieran íntimamente
compenetradas. Él apostaba por una estrecha colaboración, amistosa y cordial,
en la que el Estado se dejara inspirar por los principios de la Iglesia y apoyara
estrechamente su labor, al mismo tiempo que ella se constituía en factor de
cohesión social. Una separación armónica entre ambos parecía inconcebible,
aunque hay que señalar que esto no era algo propio ni exclusivo de España sino
el denominador común en los países católicos de la época, de tal forma que
incluso la
República Francesa , en donde existía una efectiva separación
entre la Iglesia
y el Estado, conservaba el derecho de presentación de obispos en determinadas
regiones.
Para Gomá, el Estado seguía siendo
el brazo secular que aplicaba en la sociedad las normas derivadas de la
doctrina católica. Todos sus esfuerzos se encaminaron a lograr esta armonía,
que el consideraba lo más beneficioso para España. Pero esta armonía no
significaba, en ningún caso, supeditación al Gobierno. Durante la guerra se
opuso a todos los intentos de ingerencia indebidos en asuntos eclesiásticos, y
ésta siguió siendo su línea de actuación en la posguerra, aunque también
procuró que los diferentes conflictos se superaran amistosamente y sin llegar a
una ruptura que siempre consideró perjudicial para los intereses tanto de la Iglesia como del país.
Frente a los intentos uniformizadotes, incluido el ámbito lingüístico, de
los vencedores, apostó siempre por una España una y plural. Por ello, cuando se
trató de restringir el empleo del vasco y catalán en la predicación defendió su
uso, porque lo primero, para él, era que el pueblo comprendiera la Palabra de Dios y porque
la regulación de la predicación pertenecía al ámbito propio de la disciplina
eclesiástica, siguiendo en esto la postura mantenida ya durante la dictadura de
Primo de Rivera. No dudó en oponerse al Gobierno cuando este quiso acabar con
las organizaciones católicas, de forma especial con la absorción de los
Estudiantes Católicos por parte del SEU, así como cuando, al prohibirse la
difusión de su pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz,
entendió que se conculcaban derechos sagrados de la Iglesia , como era el de la
libertad de los obispos para exponer la doctrina católica[8]. A
pesar de ello trató de evitar la ruptura, por medio de la entrevista personal
con el Jefe del Estado, tal y cómo había hecho, ante otros conflictos, a lo
largo de la guerra. La entrevista de diciembre de 1939 con Franco logró
desatascar momentáneamente algunos problemas, pero las raíces más profundas del
desencuentro subsistían, de modo que pronto reaparecieron los conflictos,
llegando a una situación muy difícil, en la que el cardenal, derrotado ya por
el curso de la enfermedad, se sentía impotente. Aún así realizó un postrero
esfuerzo para evitar la ruptura total. Los primeros frutos llegarían ya
fallecido el primado, con la firma de los acuerdos de junio de 1941, que
permitieron solucionar un problema urgente y gravísimo para la Iglesia española, como el
de la provisión de las numerosas sedes episcopales vacantes. Pero las
reticencias y dificultades no desaparecerían, de modo que habría que esperar
todavía doce años, hasta el 27 de agosto de 1953, para llegar a la firma de un Concordato entre
España y la Santa Sede.
Un punto que es importante no olvidar es que los desencuentros entre la Iglesia y el incipiente
Estado surgido del golpe de Estado del 18 de julio, fueron algo constante,
desde los primeros problemas con Mateo Múgica y el clero vasco, siguiendo por
las prevenciones contra el clero catalán, con la decisión, casi desde el primer
momento, de no permitir el regreso de cardenal Vidal, así como las múltiples
ingerencias a las que Gomá tuvo que hacer frente, como la reorganización de la
vicaría castrense, la provisión de obispados, etc. Un caso paradigmático, en el
que se mezclaban además los problemas, también omnipresentes durante toda la
guerra, de la influencia nazi, fue el de la publicación de la Mit brennender Sorge. Acabada la guerra
todos estos conflictos derivaron en la tensa situación del otoño de 1939. Por
lo tanto se puede asegurar que a pesar de la mutua sintonía en muchos ámbitos,
y del apoyo entusiasta que en la mayor parte del clero pudiera haber respecto a
los “salvadores de España”[9], por
debajo existía una corriente de tensión y de prevenciones mutuas. Gomá moriría
con el temor de que todos sus esfuerzos hubieran resultado baldíos, pues era
consciente de los peligros que un régimen filo-alemán traería para la libertad
de la Iglesia.
La doctrina y la postura de Gomá no fueron algo improvisado por las
azarosas circunstancias del conflicto bélico. Las ideas eje de su pensamiento
estaban ya sólidamente establecidas al asumir el pastoreo de la diócesis de
Tarazona. Su postura ante los grandes problemas que azotaban a España fue
básicamente la misma y las soluciones que propugnaba también. Inserto en la
gran corriente tradicionalista española, sin embargo no carecía de flexibilidad
ante los conflictos, y buscó, cuando pudo, una solución negociada a los
problemas, eso sí, desde una postura de no transigir en lo que consideraba innegociable.
Ante la legislación republicana su posición fue la de que era preciso
reaccionar con energía, aunque siempre quedará la duda, irresoluble, de hasta
que punto influía en esta decisión no sólo la propia convicción personal, que
es indiscutible, sino también el hecho de que la postura más conciliadora la
representara el cardenal Vidal. Respecto a éste, en determinados momentos,
habría que plantearse la misma cuestión. El objetivo de Gomá fue siempre que
España se mantuviera cómo un Estado católico, pues el ser nacional era
indisoluble y consustancial del catolicismo. Patria y catolicismo, Iglesia y
Estado, para él, eran inseparables, y la ruptura o la ruina de uno de ellos,
arrastrarían al otro. Capaz de superar la vinculación de la Iglesia con la monarquía,
no pudo atisbar los nuevos vientos que soplaban por Europa, y que culminarían
en el Vaticano II, que llevarían a la separación Iglesia y Estado. Pero su
rígida postura en este punto no le impedía admitir las graves deficiencias del
catolicismo español, contra las que trató de luchar como obispo, tanto en
Tarazona como en Toledo. Por ello, y desde una clave teológica, interpretó la
guerra como la gran posibilidad de regeneración de España, y de ahí su
preocupación de que el sacrificio fuera en vano si el nuevo Estado no
recuperaba sus raíces genuinas y se configuraba en relación a otros modelos
foráneos, ajenos al alma nacional. Este pensamiento, explica toda su actuación
y da coherencia a lo que el primado realizó a lo largo de su etapa como obispo
y en la construcción del nuevo Estado.
El cardenal Gomá tuvo, además, una proyección internacional muy notable,
tanto por su papel de representante oficioso de la Santa Sede , como por la
acción, como primado de la
Iglesia española, que realizó a favor de Franco, por quien
apostó claramente, pues pensaba que era el único que podía restaurar la
tradicional España católica. Gomá fue, aprovechando sus dotes literarias, el
gran propagandista de la causa nacional, ya sea con sus escritos, sobre todo la
Carta Colectiva, como con su palabra, tal y como hizo en el Congreso
Eucarístico de Budapest. Del reconocimiento de su figura da fe la repercusión
de su muerte a nivel internacional.
Gomá y la reconstrucción de la iglesia de
La Riba
Gomá siempre demostró un profundo amor a su pueblo natal, La Riba. Solía
pasar allí sus vacaciones, disfrutando de los paseos por el campo,
especialmente en los montes de las estribaciones de la Sierra de Prades[10],
donde desplegaba su afición por la fotografía. Antes de ser nombrado obispo
colaboró con frecuencia en la publicación mensual El Brugent, con artículos en los que exponía las mejoras que
deberían hacerse en beneficio de sus paisanos, como el uso del agua[11], la
creación de infraestructuras, como la conducción de aguas y una carretera[12], o
sobre doctrina social de la Iglesia[13].
Tras la devastación producida durante la guerra, el cardenal se interesó enormemente
por la restauración espiritual y material de su parroquia[14].
Para Gomá, uno de los momentos más duros de su vida fue la visita que realizó,
nada más acabar la guerra, a su pueblo y comprobar los estragos producidos en
la iglesia de San Nicolás.
En relación a la reconstrucción, reparación y decoración de la iglesia
parroquial, el cardenal encargó la misma al arquitecto Santiago Casulleras, de
Barcelona. Éste visitó el domingo 2 de julio de 1939 el pueblo y se entrevistó
con la comisión encargada de la reconstrucción. El hermano del cardenal le
entregó una fotografía del antiguo retablo del altar mayor. El arquitecto
señalaba que la fábrica de la iglesia no había sufrido desperfectos de
importancia, ya que muchas grietas eran antiguas y sólo adolecían de falta de
reparación, cosa que se acometería. Elaboró, asimismo un primer informe
detallado de las obras que había que realizar. Para la fachada realizaría un
proyecto, con un nuevo zócalo y puerta inspirada en los modelos existentes en
iglesias del Campo de Tarragona, casi todas según trazados del arquitecto Pedro
Blay, de fines del siglo XV y principios del XVI. El 17 de julio respondía el
cardenal, punto por punto, al primer informe de Casulleras. Indicaba, en
referencia al baptisterio, que había solicitado un proyecto de pila de cerámica
de Talavera, con zócalos de lo mismo.
Pila bautismal de la parroquia de La Riba. Cerámica talaverana de Ruiz de Luna, con el escudo del cardenal Gomá
Poco después, en ese mismo mes de julio, Santiago Casulleras firmaba el
proyecto de reconstrucción del altar mayor, en el que aparecía un retablo de
corte barroco, inspirado en el desaparecido durante la guerra; el 4 de agosto
se lo remitía al cardenal, señalando las dificultades existentes, primero para
poder visitar el pueblo, hasta que le devolvieran el automóvil que le habían
requisado. Además tenía que reorganizar su oficina, junto al hecho de que la
formación de presupuestos no era aún una cosa normal, dada la incertidumbre
ante los precios de los materiales. El cardenal, le respondía el 14, con algún
retraso, debido a su traslado veraniego a Pamplona; le indicaba que le enviaría
una foto grande del retablo, hecha por el mismo “en los buenos tiempos en
que…se dedicaba a la fotografía” para que se hiciera una idea más exacta de
cómo era; al mismo tiempo le urgía el adecentamiento del templo, viniendo lo
demás a medida que consintieran las fuerzas; a Gomá le había hablado de unos
bancos que sustituyeran a los viejos, aunque señalaba que aún esto “debía ser hecho
según regla” y pensaba que podrían salir económicos, pues tenía madera del
país, y suponía que los artesanos harían alguna rebaja, aunque había que
intervenir en ello para que no desentonaran de lo demás.
El 30 de agosto de 1939, de nuevo desde Pamplona, Gomá escribía al
arquitecto Casulleras, para señalarle la impaciencia que le manifestaban desde
La Riba por la lentitud que llevaba el adecentamiento del templo, pues se les
iba a echar encima el invierno, con el riesgo de que fuera inhabitable si no se
hacía lo más indispensable, y aunque se hacía cargo del trastorno que en sus
cosas habría causado el periodo bélico, le rogaba que intentara satisfacer los
deseos de sus paisanos, que eran también los suyos propios, para que al menos
se embaldosara el pavimento y arregladas las capillas de la izquierda.
El 25 de septiembre, tal y como informaba el sacerdote encargado de La
Riba, Jaime Torres, comenzaban las obras de la iglesia.
Los días 26, 27 y 28 de octubre se celebraron los cultos en público
desagravio a Dios por los ultrajes
hechos durante la revolución, con la destrucción de la iglesia
parroquial y la profanación de la imagen de Jesús Crucificado. El programa se
encabezaba con una carta, en castellano, traducción de la que, en original
catalán[15], había
dirigido el cardenal Gomá a sus paisanos[16]. En
ella recordaba con nostalgia todos los momentos vividos en la destruida
iglesia, señalando que una de las penas más profundas que había sufrido en su
vida había sido el visitar por primera vez el templo profanado e invitaba a sus
hermanos, la gente de La Riba, a evocar el recuerdo de la imagen del Santo
Cristo, que los jóvenes llevaban en las procesiones del Jueves y del Viernes
Santo, aquel Cristo ante el que se habían postrado todas las generaciones del pueblo.
Gomá expresaba su deseo de que pronto se restaurase la iglesia parroquial y que
se celebrase un acto de desagravio. Y por ello, aprovechando su estancia en
Roma, con motivo de la elección del Papa Pío XII, había comprado unas imágenes
del crucificado para cada una de las familias de La Riba, bendecidas por el
Papa, y enriquecidas con abundantes indulgencias, que el sacerdote del pueblo
entregaría a las mismas. Por último recordaba al párroco asesinado, Ramón
Comas, por quien pedía un sufragio, así como a todos los feligreses de la
parroquia, muertos en la pasada guerra, “sin distinción de ideas ni de clases,
puesto que todos somos hermanos”.
El sacerdote encargado, Jaime Torres, convencido de que las palabras del
prelado removerían las almas de los feligreses, les invitaba a colaborar en la
reconstrucción material y a reemprender una vida cristiana. El culmen de los
actos se produjo el día 29, comenzando con una misa rezada, con homilía, a las
6,30 de la mañana, seguida de misa solemne de comunión general, con plática,
tras la cual se bendijo la Cruz de los caídos; a las 11,30, conferencia para
jóvenes y muchachas y por la tarde, a las 3, función religiosa, con la
bendición de la imagen del Santo Cristo, santo rosario, miserere a dos voces,
procesión, sermón, adoración de las llagas de Jesús Crucificado y entrega a los
cabezas de familia del crucifijo regalo del cardenal[17]. Por
la noche se impartió una conferencia sobre el tema “Causas de la guerra y
deberes de la paz”, comentario a la pastoral publicada por el cardenal Gomá[18].
Gomá, junto a la preocupación por la restauración espiritual de sus
paisanos, trató de paliar las necesidades materiales. Así procuró ayudar a un
muchacho del pueblo que marchó al seminario[19], al
propio sacerdote, y a otros gastos de la parroquia. Mosén Torres agradecía el
17 de noviembre el envío de 500 pesetas, que invertiría en el pago de un
Crucifijo, material pedagógico y algunas de sus más urgentes necesidades
personales; aprovechaba para informarle que estaban preparando la fiesta mayor,
aunque ese año, dado que la imagen de santa Lucía llegaría junto a la de san
Andrés[20],
además de que la hermandad de la misma no tenía demasiada holgura, celebrarían
ambas fiestas en un solo día. En su respuesta, Gomá le informaba del envío, por
medio de su hermano Matías[21], de
otras 400 pesetas, con el objeto de pagar la pensión de un semestre del
seminarista.
El 28 de noviembre escribía de nuevo Jaime Torres al cardenal; en ella le
informaba de la recepción del dinero para el seminarista y de un misal enviado
por el prelado, donación de un sacerdote alemán. Aprovechaba para enviarle el
programa de la fiesta mayor y le comunicaba que estaba ya adecentado el
pavimento de la iglesia y el tejado y las paredes corregidos; el arquitecto
había estado en la parroquia y había llevado el dibujo del púlpito. Sobre la
imagen del Santo Cristo, le informaba que iría próximamente a Barcelona, y que
el precio de la misma, tal como la deseaba el cardenal, costaría unas 2500 o
3000 pesetas. Gomá respondió el 9 de diciembre, ofreciendo un copón espléndido
y señalando que el programa de la fiesta le había gustado, sabiendo, por su
hermano José, que había resultado muy bien, dando gracias a Dios por ello,
esperando que “la ruina de nuestro templo parroquial (fuera) causa de que se
construya recio el templo espiritual”.
El 24 de diciembre, tras agradecer el envío de 30 intenciones de misa,
mosén Torres informaba al prelado que la gente estaba animada ante la
celebración de las fiestas de Navidad; una familia, los Lladó Carnicer, había
regalado a la parroquia un hermoso incensario. El pequeño seminarista Catalá se
encontraba en el pueblo, muy contento. El sacerdote volvió a escribir el 27,
para consultar a Gomá acerca de la aceptación de una imagen de la Virgen de
Montserrat, que un señor deseaba donar; Torres había respondido que era idea
del cardenal Gomá reproducir el antiguo estado de la iglesia, en la cual no
figuraba dicha imagen. El cardenal le respondió el 6 de enero de 1940 que no
tuviera inconveniente en aceptarlo, así como cualquier otro obsequio de este
género y que ya se estudiaría con el arquitecto el sitio más conveniente para
su ubicación.
El 6 de enero de 1940 le escribía el arquitecto Santiago Casulleras para
informarle del estado de la obra, señalando que ya se había concluido el
adecentamiento de la iglesia, habiendo quedado liso el piso y el presbiterio,
limpias las paredes y cerrados los huecos y ventanales, así como la sacristía;
igualmente se le había pedido un anteproyecto para la capilla del Santísimo. El
16 respondía el prelado, señalando cuánto le interesaba que se diera “impulso a las obras y a que se realicen
con la mayor diligencia”; le pedía con la mayor reserva que le hiciera un
presupuesto de gastos y proyecto de reconstrucción de la iglesia tal y como
estaba, incluyendo lo que hasta ese momento se había hecho, además del retablo
que había sido destruido, pues quería todo ello presentárselo al Gobierno,
aunque resultara elevado, confiando en conseguir alguna consignación.
El 15 de enero le escribía José Campanya, de la casa de escultura y
arquitectura Reixach, señalando que estaba procediendo al montaje del bloque de
madera de una imagen del Corazón de Jesús, que una persona piadosa del pueblo
había regalado, adjuntándole una foto del modelo, esperando la aprobación del
cardenal; éste, en efecto, la encontró muy aceptable, además de apta para
inspirar la piedad y devoción de los files, al hacer acuse de recibo el día 21.
El cardenal esperaba que en la realización de la misma pusiera todo su esmero.
El 19 de enero, Jaime Torres escribía al prelado para informarle que
Casulleras le había presentado el plano del púlpito y había tomado algunas
medidas para la reconstrucción de la capilla del Santísimo; el carpintero ya
estaba trabajando en el cancel, pero el albañil tenía compromisos particulares
y no se veía cuando empezaría con el púlpito; había llegado la imagen de la
Virgen de Montserrat, hecha por la casa Reixach y le revelaba el nombre de los
donantes, los señores Iglesias, fabricantes de tejidos del pueblo. La llegada
de la imagen coincidió con la celebración de la primera misa del sobrino del
cardenal, Isidro Gomá, y con “la
fiesta del primer aniversario de la liberación del pueblo”. Sobre el Cristo
grande con que el cardenal quería obsequiar al pueblo, señalaba que estaba
hecho por la Casa Reixach y el precio ascendía a 3500 pesetas, estando prevista
la llegada de la imagen para el día 25 de febrero. Al cardenal le alegró de que
la imagen de Montserrat fuera hermosa y esperaba que todas las demás imágenes
fueran de buen gusto, como lo eran las destruidas. Ya sabía por su sobrino
Isidro que su primera misa en el pueblo había resultado espléndida; al mismo
tiempo enviaba a mosén Torres doscientas pesetas como estipendio de cincuenta
misas, a cuatro pesetas.
El 20 de febrero presentaba Casulleras la memoria del proyecto de
reconstrucción de la iglesia de La Riba. Tras describir la situación del templo
antes de los daños, especificaba estos. La iglesia había sido incendiada, sin
que el fuego causase daños muy importantes, aunque quitándole toda
manifestación de su anterior riqueza. Posteriormente se fueron produjendo
daños: se derribaron las dos capillas laterales de la nave del Evangelio; se
destruyó el presbiterio, quitándose las gradas y rebajándose el piso; el
pavimento, al ser utilizado el templo como almacén y taller, también había sido
destrozado; toda la carpintería, vidriería y pintura habían desaparecido; las
bóvedas presentaban grietas, así como algún paramento del presbiterio y
capillas; aparecían huecos abiertos en los paramentos; había quedado totalmente
destruido en la parte baja el molduraje de zócalos y pilastras; del arquitrabe
se habían desprendido elementos decorativos, así como de la cornisa, capiteles
y claves; algunos plafones del crucero habían quedado destrozados, debido a las
inclemencias del tiempo, al quedar los rosetones abiertos; las pinturas murales
sufrieron muchos daños; la pérdida más importante era la del retablo del altar
mayor y las imágenes de los retablos de los muros del crucero y altares de las
capillas; totalmente perdidos resultaron el púlpito, la cancela, los bancos,
las verjas artísticas del presbiterio y todo el ajuar de la iglesia. A
continuación, Casulleras pasaba a detallar las obras proyectadas. Adjuntaba, asimismo,
otro documento, en el que detallaba el presupuesto, que ascendía a un total de
trescientas sesenta y cuatro mil novecientas setenta y dos pesetas y cinco
céntimos. En nota aparte, indicaba a Gomá que había enviado el proyecto a
Madrid, señalando que, además de la necesidad de una obligada reconstrucción de
los daños causados por “los marxistas”, había insistido en la bondad de reponer
y decorar una iglesia que representaba un bonito ejemplar de la arquitectura
renacentista catalana.
El 16 de marzo, el cardenal, a pesar de la gravedad de su enfermedad,
enviaba al gobernador civil de Tarragona, como presidente de la Junta
provincial de Regiones Devastadas, los documentos preparados por el arquitecto,
destacando el extraordinario interés que el asunto le merecía y afirmando que
sería un gran consuelo para él la noticia de que el asunto se había resuelto
favorablemente. El gobernador le escribió el 26 de marzo, indicando que había
recomendado la rápida solución del expediente. Asimismo Gomá había intervenido
ante el director general de asuntos eclesiásticos, Mariano Puigdollers. El 11
de marzo había escrito a Salvador Rial, vicario general de Tarragona, para que
la diócesis solicitara que fuera admitida y aprobada la petición hecha para las
obras de restauración de la iglesia, como era preceptivo realizar.
Para la celebración del culto, el cardenal envió a su pueblo una caja de
ornamentos. El 1 de abril, mosén Torres escribía agradeciéndolo, e informando
que las había expuesto en la iglesia para que las viera la gente, que no dejaba
de mostrar el cariño y agradecimiento hacia Gomá. Le señalaba asimismo de la
presencia, por Pascua, del seminarista Catalá, quien estaba contento y animado,
y de que había otro chico que deseaba ingresar en el seminario. Como el cardenal
le había dicho que le expusiera claramente aquello que necesitara, le pedía,
para propaganda, unas trescientas pesetas anuales, para la catequesis, una
máquina de cine infantil; estipendios, pues el pueblo daba unas cinco
celebraciones mensuales y de Tarragona no llegaba ninguna, la mayoría de los
meses. En nombre del cardenal, cuya salud iba mal, le escribía el secretario el
5 de abril; Gomá estaba casi imposibilitado para moverse y su organismo tenía
una debilidad general, siendo la realidad nada halagüeña. El cardenal había
recibido gran consuelo al saber que habían agradado los ornamentos,
conmoviéndose por la misa que habían celebrado por él; al mismo tiempo se
alegraba por las noticias sobre el seminarista y si el otro chico era, a juicio
del sacerdote, de condiciones, podía disponerle para el seminario, a cuenta del
cardenal; podría contar con que tendría su máquina de cine[22], y
se le enviaba un estipendio de treinta misas; además, por medio de su hermano
Matías, Gomá enviaría 15.000 pesetas, las que restaban para completar las
25.000 ofrecidas para la iglesia; el cardenal lamentaba no haber podido
realizar el viaje a su pueblo, proyectado para la primavera, en el que pensaba
dejar todos los asuntos definitivamente arreglados.
Poco más pudo hacer el cardenal. Agravada su enfermedad, fallecía en
Toledo el 22 de agosto. En su testamento espiritual quiso recordar a “la
diócesis de Tarragona, que me formó para Dios y el sacerdocio, y
particularmente para mi parroquia de La Riba, donde nací para el mundo y para
Jesucristo”[23].
[1]
MARTÍNEZ SÁNCHEZ, Santiago-DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “Alma, púrpura y
nación. Los cardenales Segura y Gomá ante la historia de España”, en BOTTI,
Alfonso et alia, Católicos y patriotas.
Religión y nación en la Europa de entreguerras, Madrid, Silex, 2013, pp.
193-218.
[2] 10 de mayo de 1931.
[3]
ARBELOA, Víctor Manuel, La semana trágica
de la Iglesia en España (8-4 octubre 1931), Madrid, Encuentro, 2006.
[4] Estampa: revista gráfica y literaria de la
actualidad española y mundial, 29 de abril 1933.
[5] Correo de Galicia, 23 de diciembre de 1934.
[6]
DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “La controversia sobre la primacía entre los
arzobispos Gomá y Vidal i Barraquer”, en
Toletana. Cuestiones de Teología e
Historia Nº 19, Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2008, pp.
269-292.
[7] DIONISIO
VIVAS, Miguel Ángel, “El cardenal Gomá frente al
estatismo falangista”, en Actas de las II
Jornadas Doctorales de Historia Contemporánea. Madrid 20-22 de junio de 2012,
2013, pp. 80-89. Madrid. UAM Ediciones.
[8]
DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, “La prohibición de la carta pastoral “Lecciones
de la guerra y deberes de la paz” y los conflictos entre la Iglesia y el Gobierno
español en el otoño de 1939”, en Toletana. Cuestiones de Teología e Historia
Nº 20. Toledo. Instituto Teológico San
Ildefonso, 2008, pp. 75-102.
[9] A
pesar de ese apoyo, casi absoluto, del clero español a los sublevados, no hay
que olvidar la existencia, puesta cada vez más de relieve por la
historiografía, de un clero “republicano”, minoritario, aunque no tan
excepcional como hasta ahora podía pensarse. Véase MONTERO GARCIA, Feliciano et
alia (coords.), Otra Iglesia. Clero
disidente durante la Segunda República y la guerra civil, Gijón, Trea,
2013.
[10]
CASAÑAS GUASCH, Luis-SOBRINO VÁZQUEZ, Pedro, El cardenal Gomá, pastor y maestro Vol. I, Toledo, Estudio
Teológico San Ildefonso, 1983, p. 29.
[11] El Brugent, 30 de noviembre de 1920, p.
21; 31 de diciembre de 1920, p. 25; 31 de marzo de 1921, p. 41; 30 de abril de
1921, p. 45; 30 de junio de 1921, p. 53.
[12] El Brugent, 25 de julio de 1920, p. 2.
[13] El Brugent, 23 de enero de 1921, pp. 29-32.
[14] Este
capítulo ha sido elaborado sobre la documentación existente en el archivo del
cardenal, que se conserva en el Archivo Diocesano de Toledo. Véase ADT,
Pontificados Cardenal Isidro Gomá y Tomás. 1933-1940, Caja 3, carpeta Iglesia
parroquial de La Riba.
[15] Véase Apéndice
documental.
[16] En carta del 23 de
octubre, Jaime Torres, señalaba al cardenal que no había sido posible
publicarla en lengua vernácula.
[17] Tras la entrega, el
cardenal recibió peticiones de más crucifijos, a lo que tuvo que responder que
ya no le quedaba ninguno disponible. Por ello se vio precisado a encargar
algunos más a Roma, con el objeto de regalarlo a aquellos hijos de La Riba
residentes fuera del pueblo, como le había sugirió mosén Torres.
[18] Lecciones de la guerra y deberes de la paz.
[19] El niño José María Catalá
Cartañá.
[20] De
la adquisición de estas imágenes había informado en carta del 9 de noviembre,
expresando su deseo de haber consultado antes al cardenal; se utilizarían para
ser llevadas en procesión e independientes de altar, señalando mosén Torres que
de no haber sido así, se habría negado a su adquisición sin haber hablado con
el prelado. Gomá tenía gran interés en que todo lo relacionado con la
restauración de la parroquia le fuera informado, pues deseaba que lo adquirido
y realizado fuese de calidad (sobre la adquisición de la imagen del Santo
Cristo señaló expresamente que “no fuera de molde, sino cosa digna). La
encargada de las imágenes de santa Lucía y san Andrés fue la Casa Rius, de
Barcelona.
[21] Este era el tesorero de
la Junta de obras de la iglesia.
[22] El
cardenal la encargó a la Casa Cottet, de Barcelona; los señores Cottet
decidieron hacer el obsequio de la misma al pueblo natal del prelado.
[23]
GRANADOS, Anastasio, El Cardenal Gomá.
Primado de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, p. 13.
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