Nueva etapa en
Toledo
Montero contó para el crecimiento de su proyecto con el apoyo del primado, cardenal
Reig, a partir del traslado de la obra a Toledo, que, como hemos visto, se
produjo en 1925. El día 3 de agosto de 1925 Reig comunicaba al cabildo de la
catedral toledana el nombramiento como dignidad de tesorero de Ildefonso
Montero[1].
Dicho nombramiento había sido firmado el 22 de julio de ese mismo año por el
rey Alfonso XIII.
El 14 de agosto en el cabildo statim celebrado en la sala capitular del templo primado, tras
acabar los divinos oficios de la tarde, se leía la instancia de Montero, en la
que solicitaba se le diera posesión[2]. Ésta
se verificó en el cabildo extraordinario celebrado el 19 de agosto; Montero,
tras emitir el juramento y la profesión de fe, acompañado por el arcipreste, el
arcediano, el penitenciario como secretario accidental y uno de los maestros de
ceremonias, fue llevado al coro mayor donde tomó posesión “quieta y pacífica” de la dignidad[3].
Toledo desde el otro lado del Tajo
Instalado en Toledo, la organización de la XI edición del Día se organizó
desde la ciudad imperial; al mismo tiempo se trasladaron a la misma la
institución Ora et Labora y la Hemeroteca Internacional[4]. En
la circular del Día de la Buena Prensa de 1927, el cardenal Reig glosaba la
carta que había recibido del papa Pío XI, quien, en primer lugar, agradecía la
ofrenda el 10% de la colecta que se enviaba al Dinero de San Pedro; junto a
eso, se añadían unas consideraciones acerca de la importancia de la jornada,
que definía como obra de verdadero apostolado, y alentaba mediante su
bendición, por lo que el prelado toledano invitaba a seguir la voz del papa,
señalando que era esa la moderna cruzada que había que emprender y recordaba
que no podía concebirse una Acción Católica fuerte, “como el Papa la desea y Nos la procuramos” si no se contaba, como
instrumento adecuado para el desarrollo de la misma con una prensa católica
adecuada[5]. El
primado insistía en el trabajo de preparación de la jornada que debían realizar
las juntas locales, instando a que en todas las poblaciones importantes en las
que no existieran se constituyeran, que junto a los actos religiosos y la
colecta realizaran otros de propaganda, cuidando de aumentar la circulación de
publicaciones católicas; animaba, además, a que los periodistas católicos se
organizasen, bien en asociación profesional, bien en hermandad bajo la
protección de san Francisco de Sales. Sobre esta idea de la organización de los
periodistas católicos insistía también Ildefonso Montero en una de las hojas
que imprimió para preparar el Día, manifestando que era uno “de los frutos concretos y prácticos que el
Emmo. Sr. Cardenal Primado espera de la celebración del Día de la Prensa de
1927[6]. El sucesor de
Reig en la silla metropolitana de Toledo, Pedro Segura, al año siguiente
volvería a insistir en el interés que tenían los papas en esta obra, destacando
la importancia de la prensa católica como uno de “los valiosos elementos que más eficazmente pueden contribuir al
desarrollo de la Acción Católica”, situándolo en un lugar de preferencia,
constatando, además, que aún quedaba mucho por hacer no sólo en relación a la
cooperación que los católicos debían a la prensa católica, sino también
respecto a la organización y a los resultados que cabían esperar[7].
Con el paso del tiempo, el entusiasmo de Montero no decaía, y así se lo
manifestaba al nuncio, en carta que le dirigía desde Toledo el 10 de julio de
1928:
“Por el número adjunto de “ORA ET
LABORA” verá que no sólo no decae mi entusiasmo (llevo más de veinte años de
labor, pues el primer número de “ORA ET LABORA” lo publiqué en junio de 1907)
sino que me siento con ánimo para, después de haber conseguido en España que se
celebre el “Día” en todas las Diócesis, insistir fuera de España, sin
limitación de idiomas, hasta conseguir, si fuera posible, que el “Día de la
Prensa” sea universal; que se celebre en cada una de las naciones católicas; y
que en todas se dedique el 10% de la colecta a hacer una ofrenda al Dinero de
San Pedro. ¡Qué renta perpetua tan considerable se conseguiría a la Santa Sede!
Porque no puede decirse que v. gr.: en toda América, y donde no es América, sea
imposible hacer lo que durante trece años se ha hecho, con unanimidad y
constancia, en todas las Diócesis de España”[8].
Para Montero era clara demostración del favor de la Santa Sede el hecho
de que ese mismo año de 1928 se renovaba, por un decenio, la concesión de la
indulgencia plenaria. Esta había sido concedida, en 1918, por el papa Benedicto
XV, a los fieles españoles que celebraran el Día de la Prensa, confesando,
comulgando y adhiriéndose con la oración y la limosna a los actos piadosos que
con motivo de tal jornada se realizasen[9].
Montero podía presumir que entre 1916 y 1927 habían recaudado un millón
seiscientas setenta mil pesetas, además de centenares de oraciones y
comuniones, es decir, veía colmados los fines materiales y espirituales de la
jornada[10].
Durante los años siguientes, la actividad de Montero proseguiría
imparable: en 1929 tomó parte en la Exposición Mundial de Prensa de Colonia; en
1930 asistió al Primer Congreso Universal de Periodistas Católicos de Bruselas,
siendo invitado al siguiente a la Conferencia de presidentes de organizaciones
católicas internacionales de Ámsterdam, donde Ora et Labora fue la única
entidad de España que figuraba en la lista oficial de cuarenta internacionales;
en España participaba en 1929 en la Primera Semana Nacional de consiliarios
diocesanos, así como en la organización del Primer Congreso Nacional de Acción
Católica; en 1930 le encontramos en la Primera Asamblea Nacional de Acción
Católica[11].
Durante la Segunda República
La proclamación de la Segunda República en 1931 trajo para la Iglesia
española el inicio de una nueva etapa, llena de dificultades y nuevos retos,
que supusieron un replanteamiento de los modos de actuación. La sede primada de
Toledo quedó vacante durante dos años, tras la renuncia del cardenal Segura,
hasta el nombramiento de Isidro Gomá como nuevo arzobispo en 1933, recayendo,
de facto, la dirección de la Iglesia en España en el cardenal arzobispo de
Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer.
En 1934, dentro del contexto de reorganización de la Acción Católica, se
trató, por parte de la Junta Central de Acción Católica[12],
también la cuestión de la mejor coordinación de las obras relacionadas con la
prensa católica[13], entre ellas la
preparación del Día de la Prensa Católica, para lo cual se presentaron unas
bases[14], que
concretaran el acuerdo tomado por parte de la conferencia de metropolitanos de
octubre de 1933[15], según el cual la
dirección del Día pasaba a depender de la Junta Nacional de la Prensa Católica,
la cual dispondría cuanto fuera conveniente para la reorganización de esta
obra, su propaganda y la distribución de las cantidades que se recaudaran.
Asimismo se determinaría la fecha más conveniente para su celebración, aunque
hasta entonces se mantenía la del 29 de junio. Para lo organización del Día, la
Junta Nacional nombraría una comisión delegada, compuesta de un presidente, que
sería el vicepresidente de la Junta Nacional, un vicepresidente, dos vocales,
un tesorero y un secretario. El secretario, a la sazón Ildefonso Montero,
tendría las atribuciones que la Junta Nacional le encomendase, percibiría, por
razón de sus funciones, la retribución de 4000 pesetas mensuales y se le
permitía residir en Toledo, aunque actuando en todo de acuerdo con la comisión
organizadora. Las oficinas del Día de la Prensa se trasladarían a los locales
de la Junta Nacional de Prensa Católica, aunque el secretario podría montar en
Toledo su propia oficina de secretaría. Del total de la recaudación de cada
diócesis se haría, previa aprobación de los metropolitanos, la siguiente
distribución: 10% para el Dinero de San Pedro; otro 10% para la propaganda del
año siguiente; un 30% para la junta diocesana respectiva y el 50% restante se
pondría a disposición de la Junta Nacional.
Pero este traslado, así cómo la reestructuración de la Acción Católica,
fue vista por el nuevo arzobispo de Toledo, Isidro Gomá, como una usurpación de
sus prerrogativas como primado, aprovechando la vacante de la sede. Aún pudo
encargarse durante un tiempo de la organización del Día, pero, cuando en 1935
el obispo de Tortosa, Félix Bilbao, como consiliario general de la Acción
Católica, hizo la convocatoria[16], Gomá
le escribió para manifestar su disconformidad[17].
Asimismo realizó diversas gestiones con el nuncio, que resultaron infructuosas[18].
Tras su creación como cardenal en diciembre de 1935, Gomá continuó con la
ofensiva para recuperar las que consideraba prerrogativas de la sede primada;
el largo conflicto que concluyó con el reconocimiento por parte del papa Pío XI
de sus derechos tradicionales como primado, incluyó la cuestión de la
organización y dirección del Día de la Buena Prensa[19].
Por su parte, Ildefonso Montero vivió la nueva situación con gran
sufrimiento, tras haber organizado en 1934 el Día bajo la dirección de la
Junta, aunque se mostraba dispuesto a colaborar con el prelado de Tortosa. Tal
vez por ello, al cumplirse treinta años de la Primera Asamblea Nacional de la
Buena Prensa, escribía, lleno de nostalgia, en el toledano diario El Castellano, explicando qué era y para
qué se había fundado Ora et Labora:
“Se cumplen ahora treinta años.
En la segunda quincena de junio de 1904 -año jubilar de la Inmaculada- tuvo
lugar, en Sevilla, la Primera Asamblea Nacional de la Buena Prensa. Desde
entonces no se ha interrumpido la acción en pro de la “Prensa católica”. Justo
es hoy dedicar un recuerdo a aquella Primera Asamblea”. De los que allí
concurrimos, los más, hombres maduros, han bajado al sepulcro. Hagamos un
“memento” de ellos, consignando sus preclaros nombres. El cardenal Spínola,
presidente de la Asamblea; tres primados de España: -rara coincidencia- el que
lo era a la sazón, cardenal Sancha,; acompañando a éste, en aquella fecha, el
arcediano de Toledo, futuro cardenal Reig; y, en la tribuna, pronunciando un
discurso, el entonces obispo de Palencia, luego arzobispo de Sevilla y,
finalmente, como los anteriores, cardenal arzobispo de Toledo, don Enrique
Almaraz (…) El espíritu de aquella “Asamblea”, cuyas sesiones privadas se
celebraron en el Palacio de San Telmo, ya Seminario, fue recogido allí mismo
por la Institución “Ora et Labora” que se constituyó oficialmente un año
después, en 1905. “Ora et Labora” ¿quién lo negará? ha sido el hilo de oro que
con su periódico primero, con sus “Certámenes” después, -tres quinquenios- con
sus “Catálogos de Prensa”, y, finalmente, en los últimos dieciocho años, con el
“Día de la Prensa Católica”, ha mantenido sin solución de continuidad, el
interés que despertó aquella memorable “Asamblea”. En la hora presente, cuando
la chispa prendió en toda España, noble es dedicar un recuerdo a aquellos
católicos esforzados del año 1904”[20].
La difícil primavera de 1936. El periodista y sacerdote mártir
Las elecciones del
16 de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular, recrudecieron el clima
de violencia anticlerical que venía azotando al país desde 1931. Junto al
endurecimiento y puesta en plena vigencia de las normas legales, a nivel
popular se intensificaron los actos de vandalismo, con insultos y agresiones al
clero, confiscaciones de bienes y nuevos asaltos e incendios de iglesias,
dentro de un marco de creciente violencia y exacerbación de los diversos
extremismos[21]. El estallido de la
guerra civil, a consecuencia del golpe de estado del 18 de julio, permitió que
en el ámbito que permaneció bajo el control nominal del Gobierno republicano se
desatara una cruenta persecución religiosa. Toledo, por la especial situación
en la que quedó, tras refugiarse los sublevados en el Alcázar y acudir nutridos
grupos de milicianos a su asalto, y debido al hecho de poseer una numerosa
población eclesiástica, vio correr la sangre de casi todos sus sacerdotes en
ese terrible verano. El primado, cardenal Gomá, pudo librarse debido al hecho
de que estaba en Tarazona, donde iba a proceder, el 25 de julio, a la
consagración de su obispo auxiliar, Gregorio Modrego.
El 27 de julio, por
orden del gobernador se requirió la presencia de don Rafael Martínez Vega,
arcediano de la catedral, para verificar el registro de la misma; los
encargados de ejecutar la orden, el capitán de asalto Eusebio Rivera, un
miembro del partido comunista y varios milicianos, se presentaron en su casa,
llevando consigo a Ildefonso Montero, para conducirles a ambos al templo;
terminada aquella visita, unos milicianos se burlaron diciendo “a estos dos cuervos les quedan pocos días
de vida”, lo que en el caso del arcediano se cumplió el día 30[22].
El 1 de agosto fue
de nuevo requerido Montero por las milicias, alegando que debía hacer una
declaración; cuando su hermana, que vivía con él, quiso acompañarle, los
milicianos se opusieron a ello, dejando en la puerta a uno para que lo
impidiera, mientras que a Montero le condujeron por callejas sin gente en
dirección a la pendiente que desde el paseo del Miradero bajaba hasta la
llamada Puerta Nueva; allí, hacia las cinco de la tarde, cayó fusilado[23].
Conclusiones
Ildefonso Montero
es, a pesar del olvido en el que ha estado sumida su figura, una de las
personalidades más influyentes en la vida de la Iglesia española del primer
tercio del siglo XX. A su actuación se debió gran parte del impulso dado a la
prensa católica en nuestro país. Visionario, adelantado a su tiempo, vio en los
medios técnicos una oportunidad única de poder transmitir la doctrina cristiana
y llegar así hasta rincones antes insospechados. Su actuación no se limitó al
ámbito español, sino que sus horizontes eran universales y su actividad,
internacional, desmintiendo, una vez más, el tópico historiográfico de una
Iglesia española cerrada en banda ante la modernidad; éste va siendo
replanteado desde las más recientes investigaciones, que nos muestran cómo, a
pesar de su inmovilismo doctrinal y su intransigencia en algunas cuestiones,
como la de la unidad católica, la Iglesia en España, en muchas de sus figuras,
olvidadas, desconocidas hoy, faltas de investigación, se mostró abierta a gran
parte de las novedades culturales, científicas y tecnológicas que se iban
produciendo. Por ello urge abrir nuevos surcos en el ámbito de las
investigaciones históricas que nos permitan completar correctamente el marco en
el que se desarrollaba la vida de la Iglesia en la España de primeros del siglo
XX. Tal vez sea hora de asumir que el concepto de modernidad es un término
polisémico[24], que requiere
matizaciones, de modo que no se puede afirmar rotundamente, como se ha venido
haciendo, que la Iglesia se opuso frontalmente a la modernidad. Hay que definir
claramente qué aspectos resultaban incompatibles e inasumibles para la
institución eclesial, y cuales fueron integrados e utilizados.
La obra Ora et Labora, tal vez demasiado
personal, no sobrevivió a la trágica desaparición de su fundador, subsumida en
la vorágine que hundió al país durante la guerra civil. Sólo ahora,
coincidiendo con la apertura de su proceso de beatificación, hemos vuelto a redescubrir
su atrayente e interesante figura, necesitada, como apuntábamos en la
introducción, de una monografía más extensa. Para ello contamos con un material
excepcional, el Fondo documental Ora et Labora, que se conserva en el Archivo
Capitular de la catedral primada de Toledo. Cuando se concluyan las labores, ya
iniciadas, de catalogación de su riquísimo, en cantidad y calidad, material,
podrá afrontarse el estudio de una institución que, en definitiva, es el
estudio de la persona que fue su alma y aliento, Ildefonso Montero Díaz.
Estas entregas sobre la vida y obra de Ildefonso Montero están sacadas del artículo que sobre el mismo escribí para la revista Pax et Emerita:
DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, "Ildefonso Montero Díaz: un promotor de la prensa católica española. Retazos para una biografía", en Pax et Emerita Vol. 9, Badajoz, Arzobispado Mérida-Badajoz, 2013, pp. 307-333.
[1] Archivo Capitular de
Toledo (en adelante ACT) Actas Capitulares, 121, f. 324.
[2] ACT, Actas Capitulares,
121, f. 325.
[3] ACT, Actas Capitulares,
121, f. 326.
[4] ruiz sánchez, o.c., p. 198.
[5] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 884, f. 270.
[6] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 884, f. 269.
[7] Ora et Labora, XXII, nº 67, pp. 4-7.
[8] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 884, f. 219.
[9] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 713, f. 121.
[10] Ora et Labora, XXII, nº 67, pp. 2.8
[11] J. F. RIVERA, La
persecución religiosa en la Diócesis de Toledo (1936-1939), Toledo, 1995,
p. 201.
[12] Pleno celebrado el 15 de
abril de 1934.
[13] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 956, ff. 537-538.
[14] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 956, ff. 532-533.
[15] v. cárcel Ortí, Actas de las Conferencias de Metropolitanos españoles (1921-1965),
Madrid, 1994, p. 335.
[16] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 961, ff. 154-155.
[17] ASV, Arch. Nunz. Madrid,
b. 961, ff. 149-150. Véase Apéndice Documental nº I.
[18] Véase Apéndice Documental
II-IV.
[19] M. a. dionisio, Isidro
Gomá ante la Dictadura y la República, Toledo, 2011, pp. 119-179.
[20] El Castellano, 25 de junio de 1934, p.
2.
[21]
Manuel ÁLVAREZ TARDÍO-Roberto VILLA GARCÍA, “El impacto de la violencia
anticlerical…” en Hispania Sacra, LXV
132 (2013), pp. 683-764.
[23] RIVERA, o. c., pp.
201-202.
[24]
Véase J. LOUZAO, Soldados de la fe o amantes del progreso:
Catolicismo y modernidad en Vizcaya (1890-1923) Logroño, 2011, pp. 31-68.
Creo haber leído que Don Ildefonso Monterofue obligado a recorrer desde la puerta de la Catedral el itinerario de la callejuela referida, de rodillas y hostigado por los bayonetazos de los demócratas.
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