Para ambientar estos días de Semana Santa, reproduzco, con alguna supresión, el texto del pregón de Semana Santa que pronuncié el año pasado:
Un año más, mientras la naturaleza se despoja de las oscuridades
invernales y estalla en explosión de luz y color, el calendario litúrgico de la
comunidad cristiana y el ritmo de nuestra historia y cultura más entrañable nos
trae la celebración la Semana Santa, de la Semana Grande, de la Semana de
Pasión y de Gloria, del paso doloroso, purificador, de las tinieblas a la luz,
del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.
Un año más, tras recorrer, unos
desde la fe, otros desde la tradición entrañablemente arraigada, el camino
cuaresmal, nos disponemos a vivir, con profundidad, con respeto, con devoción y
religiosidad, estos días en los que hacemos presentes el misterio pascual de
Jesucristo, la culminación de una vida entregada, desde el amor más radical, al
servicio de la humanidad. Por ello quisiera que estas palabras que os dirijo,
sean una exhortación a vivir intensamente estos días, a experimentar, desde los
sentidos más profundos, desde la experiencia ética y estética, la grandeza, la
belleza, el compromiso de una semana intensa, rica en evocaciones, en vivencias
y en sentimientos. Y lo quiero hacer desde la belleza, desde el arte,
patrimonio común de creyentes y no creyentes, que la Semana Santa ha generado
en nuestra cultura española. De la mano de los clásicos os invito a entrar en
esta Semana Santa.
Lo vamos a hacer de la mano de la Madre, de María. Será ella la que
el Viernes de Dolores, verdadero pórtico de la Semana Santa desde la fe y la
devoción más arraigada entre nuestras gentes, nos muestre el drama que nos
disponemos a vivir. Esta Soledad, que, manos recogidas, ojos llorosos y
suplicantes bajo la negra toca, recorrerá su camino de dolor, su propia y
personal vía dolorosa, y la que el genio de Federico García Lorca cantó así:
Virgen con miriñaque,
virgen de Soledad,
abierta como un inmenso
tulipán.
En tu barco de luces
vas
por la alta marea de la
ciudad,
entre saetas turbias
y estrellas de cristal.
Virgen con miriñaque,
tú vas
por el río de la calle
¡hasta el mar!
Ella, la Madre dolorosa nos invita a pararnos, en el camino de la vida,
en este camino marcado por las prisas, ajetreos, superficialidades, a mirar si
hay dolor como su dolor. Lope de Vega, reelaborando el antiguo himno litúrgico
medieval del Stabat Mater, nos muestra los profundos sentimientos de la madre
que ha tenido que pasar por el sufrimiento inefable de la pérdida del hijo:
La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
Ntra. Sra. de la Soledad (1874) Toledo, parroquia de las Santas Justa y Rufina
María ha acompañado, de modo escondido y silencioso, a su hijo en el
camino a Jerusalén, hacia la cruz y la Pascua. Estará en la hora del Hijo
porque ha caminado con él, nos ha acompañado de modo discreto en nuestra propia
subida a la ciudad santa, en el sendero cuaresmal. Y tras anunciarnos este
Viernes de Dolores del drama que hemos de contemplar, de nuevo se oculta, no la
veremos a lo largo de los próximos días, porque cede todo el protagonismo al
Hijo. Reaparecerá cuando todos se hayan ido, al pie del Calvario.
Entretanto nosotros nos disponemos a cortar palmas y ramas de olivo, a
gritar Hosanna al Hijo de David, a bendecir al que viene en el nombre del
Señor. Sacamos nuestras mejores galas, estrenamos nuestros nuevos vestidos de
fiesta para honrar, para celebrar a Cristo triunfante, al rey que viene, al
Señor que se acerca, montado en un humilde pollino, porque como dice San Cirilo
de Alejandría:
El rey de los ángeles
viene no en carros y con ejército, sino montado en un pobre asnillo, para enseñarte
a ti a no ser llevado en caballos y mulos que no tienen entendimiento. Por
tanto, cultivemos la humildad con Cristo en nosotros, para subir con él;
cantemos himnos con la multitud, exultemos en Betania con Lázaro, resucitemos
de las obras muertas, animemos los coros con los habitantes de Sión, clamemos
con los ciegos a quienes ha devuelto la vista, alabemos con los niños y los
ancianos, prediquemos con sus discípulos, y a ejemplo de los niños extendamos
los ramos de olivo en el camino de la vida.
Pero tras el aparente triunfo, viene pronto el drama de la Pasión.
Isaías, el poeta y profeta, nos hace contemplar al misterioso Siervo de Dios,
que a pesar de las persecuciones permanece fiel en su confianza total en el
Señor. El grito desgarrador del Justo inocente, que asume en sí todo el sufrimiento
y dolor de la Humanidad, nos traspasa y conmueve, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, invitándonos, a
pesar de todo, a no desfallecer en la esperanza, pues en medio de la noche
oscura, sabe de la respuesta de Dios a su oración. Rebajándose hasta la muerte
ignominiosa en cruz, Cristo sin embargo, será enaltecido por el Padre; es el
canto gozoso de Pablo para que el recuerdo evangélico de la Pasión no nos suma
en la oscuridad total del aparente triunfo de la muerte.
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, pórtico de la Semana Santa.
Mientras por las calles y plazas de pueblos y ciudades los cortejos
procesionales, entre olor a incienso, oraciones, penitencias, son de tambores,
clarines, saetas y cantos, sacan lo mejor de nuestro arte en Nazarenos,
Dolorosas, Crucificados, en el interior de los templos, el Lunes, Martes y
Miércoles Santo, Isaías nos anuncia proféticamente la misión sufriente del Siervo
de Yahvé y los evangelistas nos recuerdan los actos previos al drama, la unción
en Betania, el anuncio de las traiciones de Judas y Pedro y la propia traición.
Y entramos en el Triduo Santo, el Triduo Pascual. Jueves Santo de la Cena
del Señor. Memoria de la liberación de Egipto que se transforma en comida de
salvación, el cordero deviene pan de vida, la sangre que defiende las puertas
se derrama en cáliz rebosante del vino de la alegría pascual. Pan y vino que se
entregan, alimento que sana y salva, Cuerpo partido y repartido, Sangre
derramada, fuente de vida. El momento de las últimas confidencias, de la
despedida de los íntimos. Testamento definitivo, habiendo amados a los suyos,
los amó hasta el extremo, por tanto, amaos
unos a otros, como yo os he amado. Amor que lleva al olvido de sí, a la
donación total. Amor que quiere quedarse en la sencillez del pan que ya no es
pan, produciendo el asombro que canta, en sus Preguntas de amor, fray Luis de León:
Si pan
es lo que vemos, ¿cómo dura
sin que comiendo dél se
nos acabe?
Si Dios, ¿cómo en el gusto
a pan nos sabe?
¿Cómo de sólo pan tiene
figura?
Si
pan, ¿cómo le adora la criatura?
Si Dios, ¿cómo en tan
chico espacio cabe?
Si pan, ¿cómo por ciencia
no se sabe?
Se Dios, ¿cómo le come su
hechura?
Si pan, ¿cómo nos harta siendo poco?
Si Dios, ¿cómo puede ser
partido?
Si pan, ¿cómo en el alma
hace tanto?
Si
Dios, ¿cómo le miro y le toco?
Si pan, ¿cómo del cielo
ha descendido?
Si Dios, ¿cómo no muero
yo de espanto?
Ultima Cena. Luis Tristán (s. XVII) Parroquia de Cuerva
Este amor hecho pan es amor que conduce, por las estrechas callejuelas de
Jerusalén, a la soledad de Getsemaní. En el huerto donde si tritura la
aceituna, Cristo es triturado para transformarse en óleo que cura las heridas
de toda la humanidad herida al borde del camino. La hora de las tinieblas, del
abandono, de la humillación. Noche en la que el rey de la gloria es coronado de
escarnio. Ecce homo, vemos al Hombre,
a la Humanidad, a todos los hombres y mujeres de la historia, marcados por el
mal, por el dolor, por la opresión e injusticia.
Cristo de la Humildad (2007) Toledo, iglesia de San Juan de los Reyes
He ahí, por la vía dolorosa,
todas las cruces que cargan las espaldas doloridas, reasumidas, cargadas en la
espalda del varón de dolores, aliviado por la piedad de unas valientes mujeres,
alentado por el rostro amoroso de la Madre. Gerardo Diego narra así el
encuentro del Hijo y de María, en la Cuarta
Estación de su Vía Crucis:
Se ha abierto paso en las
filas
una doliente Mujer.
Tu madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la
consuelas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!
¡Quién medirá la pasión
de esas dos almas
gemelas!
¿Cuándo en el mundo se ha
visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María,
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, no resisto?
¿Mi alma ha de quedar
ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera un poco
de esa doble pena loca
que quiero penar mi pena.
Soledad del Calvario en la tarde de Viernes Santo. Bandera de triunfo, a
pesar de estar rasgada. Árbol de la vida, que ofrece fruto saludable. Fuente de
amor, a la que nos invita a contemplar el anónimo autor del soneto a Cristo
crucificado:
No me mueve, mi Dios,
para quererte
el cielo que me tienes
prometido,
ni me mueve el infierno
tan temido
para dejar por eso de
ofenderte.
¡Tú me mueves,
Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y
escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan
herido;
muévenme tus afrentas y
tu muerte.
Muéveme en fin, tu amor,
y en tal manera
que aunque no hubiera
cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera
infierno, te temiera.
No me tienes que dar
porque te quiera,
pues aunque lo que espero
no esperara,
lo mismo que te quiero te
quisiera.
Cristo de los Ángeles (s. XVII) Toledo, Convento de las Agustinas Gaitanas
Este
Cristo lacerado, triturado, roto, nos interpela, recordando que la causa de
tanto sufrimiento, tanto dolor e ignominia, no es otra que su amor desbordado
por la humanidad, por ti y por mí, por todos y cada uno de los hombres y mujeres
que han recorrido, a lo largo del tiempo y del espacio, los caminos de la
historia. Por ello nos interpela, como bien expresa una poesía contemporánea:
Estoy aquí, clavado en un
madero,
firmemente por ti
crucificado,
donde me hundió la
historia de un pecado
y me encumbró lo mucho
que te quiero.
Fiera de amor y de dolor
tan fiero,
reo soy, reducido y
amarrado;
mas libre el corazón
enamorado
en esta cruz, en que de
amor me muero.
Por ti todo un Dios yace
inerte, yerto.
He tronchado los ramos de
alhelí
sin sangre están las
rosas de mi huerto.
Me he dejado morir, he dicho sí.
Soy un amor crucificado,
muerto.
¿Qué más podría hacer tu
Dios por ti?
El
silencio del sepulcro invade el Sábado Santo. Altares e iglesias despojados de
sus ornamentos, sagrarios vacíos, nos invitan a la meditación, a la plegaria, a
esperar que la semilla arrojada a la tierra comience a germinar, que el grano
de trigo, roto en la besana, se despliegue en espiga frondosa. La oscuridad de
la noche es rota por la luz pascual, el fuego nuevo y bendecido, antorcha que
guía en medio de la tiniebla, columna de fuego que avanza hacia las aguas
purificadoras y sonantes del mar Rojo. Éxodo liberador para la humanidad
esclava, la historia se relee con luz nueva de salvación. La alabanza se torna
gozo, el pregón de la Pascua anuncia a Cristo Resucitado, el Señor victorioso
ha hecho de la vida de los hombres una fiesta. Por ello exultan los coros de
los ángeles, la jerarquías del cielo, la victoria del rey poderoso es anunciada
por trompetas de salvación. La tierra es inundada de una claridad inusual, todo
se reviste de brillante luz. La culpa de Adán se torna en fuente de felicidad,
las cadenas son rotas para siempre y toda la creación ser renueva, transforma,
renace. No hay ya lugar para la oscuridad en esta noche, como canta, henchido
de lírica exaltación, un antiguo autor cristiano, Asterio de Amasea:
Oh noche más
resplandeciente que el día.
Oh noche más hermosa que
el sol.
Oh noche más blanca que
la nieve.
Oh noche más brillante
que la saeta.
Oh noche más reluciente
que las antorchas.
Oh noche más deliciosa
que el paraíso.
Oh noche libre de
tinieblas.
Oh noche llena de luz.
Oh noche que quitas el
sueño.
Oh noche que haces velar
con los ángeles.
Oh noche terrible para
los demonios.
Oh noche anhelo de todo
un año.
Sí,
hemos esperado todo un año para gozarnos con la alegría inefable de la Pascua,
hemos aguardado, anhelantes, la llegada del aleluya pascual. Cristo ha
resucitado. ¡Sí!¡Verdaderamente ha resucitado! Las campanas anuncian alegres, gozosas,
que el temor ha sido superado, que la palabra última, definitiva, no la tiene
la muerte, que la Vida triunfa. El Cordero sin pecado que salva a las ovejas se
alza en pie, victorioso, el que muriendo ha destruido a la muerte y resucitando
restaura la vida. Se abren de par en par las puertas del paraíso, la roca
herida en el desierto derrama su agua regeneradora, fecundando el universo y la
piedra del sepulcro queda partida para no oprimir jamás a la humanidad
rescatada. Los culpables son unidos a Dios en alianza nueva, eterna,
convirtiéndose en levadura nueva, amasada por Cristo, transformándose en nueva
criatura, imagen viva, resplandeciente, de su Creador.
María,
despojada del negro manto del dolor, se reviste de níveo velo; la Virgen de la
Soledad, de la Amargura, de los Dolores, se cambia en Virgen de la Alegría. La
reina del cielo es invitada a alegrarse, pues el que mereció llevar en su seno,
el Hijo de sus consuelos, resucitó. Rauda, por las calles de ciudades y
pueblos, sale al encuentro de su Rey y Señor, del Hijo de sus entrañas,
mientras vuelan las palomas y el aire es roto por el sonido atronador de
cohetes y salvas de honor.
Domingo
de Pascua, domingo de Resurrección, perfumado de tomillo y jara, de rosas y
azahares, de incienso y cera nueva. Amanecer nuevo, radiante, para la humanidad
nueva y regenerada, luz gozosa de la santa gloria. Prolongación del aleluya, de
cánticos y alabanzas. Víctor Manuel Arbeloa, en sus Cantos de fiesta y lucha, nos invita, desde el compromiso de una fe
que se hace vida y lucha, a cantar a Cristo vencedor:
Cantemos al Señor de
tierra y cielo
que ha vencido a la
muerte en duro duelo.
Cantemos a Jesús que
resucita
y a la lucha y a la
fiesta nos invita.
Cantemos a Jesús, hijo
del hombre,
porque ya tiene Dios de un
hombre el nombre
Cantemos a Jesús, que es
el más fuerte,
que al amor no lo puede
ni la muerte.
Cantemos y dancemos de
alegría,
que ya pasó la noche y es de día.
Anástasis (s. XIV) Constantinopla, iglesia de San Salvador de Cora
Con
esta invitación al gozo pascual, que será el culmen y corona de esta semana
grande, os invito a todos a vivir una intensa y profunda Semana Santa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario