domingo, 13 de abril de 2014

Pregón de Semana Santa

Para ambientar estos días de Semana Santa, reproduzco, con alguna supresión, el texto del pregón de Semana Santa que pronuncié el año pasado:
Un año más, mientras la naturaleza se despoja de las oscuridades invernales y estalla en explosión de luz y color, el calendario litúrgico de la comunidad cristiana y el ritmo de nuestra historia y cultura más entrañable nos trae la celebración la Semana Santa, de la Semana Grande, de la Semana de Pasión y de Gloria, del paso doloroso, purificador, de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.
Un año más, tras recorrer, unos desde la fe, otros desde la tradición entrañablemente arraigada, el camino cuaresmal, nos disponemos a vivir, con profundidad, con respeto, con devoción y religiosidad, estos días en los que hacemos presentes el misterio pascual de Jesucristo, la culminación de una vida entregada, desde el amor más radical, al servicio de la humanidad. Por ello quisiera que estas palabras que os dirijo, sean una exhortación a vivir intensamente estos días, a experimentar, desde los sentidos más profundos, desde la experiencia ética y estética, la grandeza, la belleza, el compromiso de una semana intensa, rica en evocaciones, en vivencias y en sentimientos. Y lo quiero hacer desde la belleza, desde el arte, patrimonio común de creyentes y no creyentes, que la Semana Santa ha generado en nuestra cultura española. De la mano de los clásicos os invito a entrar en esta Semana Santa.
Lo vamos a hacer de la mano de la Madre, de María. Será ella la que el Viernes de Dolores, verdadero pórtico de la Semana Santa desde la fe y la devoción más arraigada entre nuestras gentes, nos muestre el drama que nos disponemos a vivir. Esta Soledad, que, manos recogidas, ojos llorosos y suplicantes bajo la negra toca, recorrerá su camino de dolor, su propia y personal vía dolorosa, y la que el genio de Federico García Lorca cantó así:

Virgen con miriñaque,
virgen de Soledad,
abierta como un inmenso
tulipán.
En tu barco de luces
vas
por la alta marea de la ciudad,
entre saetas turbias
y estrellas de cristal.
Virgen con miriñaque,
tú vas
por el río de la calle
¡hasta el mar!

Ella, la Madre dolorosa nos invita a pararnos, en el camino de la vida, en este camino marcado por las prisas, ajetreos, superficialidades, a mirar si hay dolor como su dolor. Lope de Vega, reelaborando el antiguo himno litúrgico medieval del Stabat Mater, nos muestra los profundos sentimientos de la madre que ha tenido que pasar por el sufrimiento inefable de la pérdida del hijo:
La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
Ntra. Sra. de la Soledad (1874) Toledo, parroquia de las Santas Justa y Rufina
María ha acompañado, de modo escondido y silencioso, a su hijo en el camino a Jerusalén, hacia la cruz y la Pascua. Estará en la hora del Hijo porque ha caminado con él, nos ha acompañado de modo discreto en nuestra propia subida a la ciudad santa, en el sendero cuaresmal. Y tras anunciarnos este Viernes de Dolores del drama que hemos de contemplar, de nuevo se oculta, no la veremos a lo largo de los próximos días, porque cede todo el protagonismo al Hijo. Reaparecerá cuando todos se hayan ido, al pie del Calvario.
Entretanto nosotros nos disponemos a cortar palmas y ramas de olivo, a gritar Hosanna al Hijo de David, a bendecir al que viene en el nombre del Señor. Sacamos nuestras mejores galas, estrenamos nuestros nuevos vestidos de fiesta para honrar, para celebrar a Cristo triunfante, al rey que viene, al Señor que se acerca, montado en un humilde pollino, porque como dice San Cirilo de Alejandría:

El rey de los ángeles viene no en carros y con ejército, sino montado en un pobre asnillo, para enseñarte a ti a no ser llevado en caballos y mulos que no tienen entendimiento. Por tanto, cultivemos la humildad con Cristo en nosotros, para subir con él; cantemos himnos con la multitud, exultemos en Betania con Lázaro, resucitemos de las obras muertas, animemos los coros con los habitantes de Sión, clamemos con los ciegos a quienes ha devuelto la vista, alabemos con los niños y los ancianos, prediquemos con sus discípulos, y a ejemplo de los niños extendamos los ramos de olivo en el camino de la vida.

Pero tras el aparente triunfo, viene pronto el drama de la Pasión. Isaías, el poeta y profeta, nos hace contemplar al misterioso Siervo de Dios, que a pesar de las persecuciones permanece fiel en su confianza total en el Señor. El grito desgarrador del Justo inocente, que asume en sí todo el sufrimiento y dolor de la Humanidad, nos traspasa y conmueve, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, invitándonos, a pesar de todo, a no desfallecer en la esperanza, pues en medio de la noche oscura, sabe de la respuesta de Dios a su oración. Rebajándose hasta la muerte ignominiosa en cruz, Cristo sin embargo, será enaltecido por el Padre; es el canto gozoso de Pablo para que el recuerdo evangélico de la Pasión no nos suma en la oscuridad total del aparente triunfo de la muerte.
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, pórtico de la Semana Santa. Mientras por las calles y plazas de pueblos y ciudades los cortejos procesionales, entre olor a incienso, oraciones, penitencias, son de tambores, clarines, saetas y cantos, sacan lo mejor de nuestro arte en Nazarenos, Dolorosas, Crucificados, en el interior de los templos, el Lunes, Martes y Miércoles Santo, Isaías nos anuncia proféticamente la misión sufriente del Siervo de Yahvé y los evangelistas nos recuerdan los actos previos al drama, la unción en Betania, el anuncio de las traiciones de Judas y Pedro y la propia traición.
Y entramos en el Triduo Santo, el Triduo Pascual. Jueves Santo de la Cena del Señor. Memoria de la liberación de Egipto que se transforma en comida de salvación, el cordero deviene pan de vida, la sangre que defiende las puertas se derrama en cáliz rebosante del vino de la alegría pascual. Pan y vino que se entregan, alimento que sana y salva, Cuerpo partido y repartido, Sangre derramada, fuente de vida. El momento de las últimas confidencias, de la despedida de los íntimos. Testamento definitivo, habiendo amados a los suyos, los amó hasta el extremo, por tanto, amaos unos a otros, como yo os he amado. Amor que lleva al olvido de sí, a la donación total. Amor que quiere quedarse en la sencillez del pan que ya no es pan, produciendo el asombro que canta, en sus Preguntas de amor, fray Luis de León:

Si pan es lo que vemos, ¿cómo dura
sin que comiendo dél se nos acabe?
Si Dios, ¿cómo en el gusto a pan nos sabe?
¿Cómo de sólo pan tiene figura?
                Si pan, ¿cómo le adora la criatura?
Si Dios, ¿cómo en tan chico espacio cabe?
Si pan, ¿cómo por ciencia no se sabe?
Se Dios, ¿cómo le come su hechura?
                Si pan, ¿cómo nos harta siendo poco?
Si Dios, ¿cómo puede ser partido?
Si pan, ¿cómo en el alma hace tanto?
Si Dios, ¿cómo le miro y le toco?
Si pan, ¿cómo del cielo ha descendido?
Si Dios, ¿cómo no muero yo de espanto?


Ultima Cena. Luis Tristán (s. XVII) Parroquia de Cuerva
Este amor hecho pan es amor que conduce, por las estrechas callejuelas de Jerusalén, a la soledad de Getsemaní. En el huerto donde si tritura la aceituna, Cristo es triturado para transformarse en óleo que cura las heridas de toda la humanidad herida al borde del camino. La hora de las tinieblas, del abandono, de la humillación. Noche en la que el rey de la gloria es coronado de escarnio. Ecce homo, vemos al Hombre, a la Humanidad, a todos los hombres y mujeres de la historia, marcados por el mal, por el dolor, por la opresión e injusticia. 
Cristo de la Humildad (2007) Toledo, iglesia de San Juan de los Reyes
He ahí, por la vía dolorosa, todas las cruces que cargan las espaldas doloridas, reasumidas, cargadas en la espalda del varón de dolores, aliviado por la piedad de unas valientes mujeres, alentado por el rostro amoroso de la Madre. Gerardo Diego narra así el encuentro del Hijo y de María, en la Cuarta Estación de su Vía Crucis:

Se ha abierto paso en las filas
una doliente Mujer.
Tu madre te quiere ver

retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!
¡Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas!

¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María,
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, no resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera un poco
de esa doble pena loca
que quiero penar mi pena.

Soledad del Calvario en la tarde de Viernes Santo. Bandera de triunfo, a pesar de estar rasgada. Árbol de la vida, que ofrece fruto saludable. Fuente de amor, a la que nos invita a contemplar el anónimo autor del soneto a Cristo crucificado:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

¡Tú me mueves, Señor!  Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
              

Cristo de los Ángeles (s. XVII) Toledo, Convento de las Agustinas Gaitanas             
  Este Cristo lacerado, triturado, roto, nos interpela, recordando que la causa de tanto sufrimiento, tanto dolor e ignominia, no es otra que su amor desbordado por la humanidad, por ti y por mí, por todos y cada uno de los hombres y mujeres que han recorrido, a lo largo del tiempo y del espacio, los caminos de la historia. Por ello nos interpela, como bien expresa una poesía contemporánea:

Estoy aquí, clavado en un madero,
firmemente por ti crucificado,
donde me hundió la historia de un pecado
y me encumbró lo mucho que te quiero.

Fiera de amor y de dolor tan fiero,
reo soy, reducido y amarrado;
mas libre el corazón enamorado
en esta cruz, en que de amor me muero.

Por ti todo un Dios yace inerte, yerto.
He tronchado los ramos de alhelí
sin sangre están las rosas de mi huerto.

Me he  dejado morir, he dicho sí.
Soy un amor crucificado, muerto.
¿Qué más podría hacer tu Dios por ti?

               El silencio del sepulcro invade el Sábado Santo. Altares e iglesias despojados de sus ornamentos, sagrarios vacíos, nos invitan a la meditación, a la plegaria, a esperar que la semilla arrojada a la tierra comience a germinar, que el grano de trigo, roto en la besana, se despliegue en espiga frondosa. La oscuridad de la noche es rota por la luz pascual, el fuego nuevo y bendecido, antorcha que guía en medio de la tiniebla, columna de fuego que avanza hacia las aguas purificadoras y sonantes del mar Rojo. Éxodo liberador para la humanidad esclava, la historia se relee con luz nueva de salvación. La alabanza se torna gozo, el pregón de la Pascua anuncia a Cristo Resucitado, el Señor victorioso ha hecho de la vida de los hombres una fiesta. Por ello exultan los coros de los ángeles, la jerarquías del cielo, la victoria del rey poderoso es anunciada por trompetas de salvación. La tierra es inundada de una claridad inusual, todo se reviste de brillante luz. La culpa de Adán se torna en fuente de felicidad, las cadenas son rotas para siempre y toda la creación ser renueva, transforma, renace. No hay ya lugar para la oscuridad en esta noche, como canta, henchido de lírica exaltación, un antiguo autor cristiano, Asterio de Amasea:

Oh noche más resplandeciente que el día.
Oh noche más hermosa que el sol.
Oh noche más blanca que la nieve.
Oh noche más brillante que la saeta.
Oh noche más reluciente que las antorchas.
Oh noche más deliciosa que el paraíso.
Oh noche libre de tinieblas.
Oh noche llena de luz.
Oh noche que quitas el sueño.
Oh noche que haces velar con los ángeles.
Oh noche terrible para los demonios.
Oh noche anhelo de todo un año.

               Sí, hemos esperado todo un año para gozarnos con la alegría inefable de la Pascua, hemos aguardado, anhelantes, la llegada del aleluya pascual. Cristo ha resucitado. ¡Sí!¡Verdaderamente ha resucitado! Las campanas anuncian alegres, gozosas, que el temor ha sido superado, que la palabra última, definitiva, no la tiene la muerte, que la Vida triunfa. El Cordero sin pecado que salva a las ovejas se alza en pie, victorioso, el que muriendo ha destruido a la muerte y resucitando restaura la vida. Se abren de par en par las puertas del paraíso, la roca herida en el desierto derrama su agua regeneradora, fecundando el universo y la piedra del sepulcro queda partida para no oprimir jamás a la humanidad rescatada. Los culpables son unidos a Dios en alianza nueva, eterna, convirtiéndose en levadura nueva, amasada por Cristo, transformándose en nueva criatura, imagen viva, resplandeciente, de su Creador.
               María, despojada del negro manto del dolor, se reviste de níveo velo; la Virgen de la Soledad, de la Amargura, de los Dolores, se cambia en Virgen de la Alegría. La reina del cielo es invitada a alegrarse, pues el que mereció llevar en su seno, el Hijo de sus consuelos, resucitó. Rauda, por las calles de ciudades y pueblos, sale al encuentro de su Rey y Señor, del Hijo de sus entrañas, mientras vuelan las palomas y el aire es roto por el sonido atronador de cohetes y salvas de honor.
               Domingo de Pascua, domingo de Resurrección, perfumado de tomillo y jara, de rosas y azahares, de incienso y cera nueva. Amanecer nuevo, radiante, para la humanidad nueva y regenerada, luz gozosa de la santa gloria. Prolongación del aleluya, de cánticos y alabanzas. Víctor Manuel Arbeloa, en sus Cantos de fiesta y lucha, nos invita, desde el compromiso de una fe que se hace vida y lucha, a cantar a Cristo vencedor:

Cantemos al Señor de tierra y cielo
que ha vencido a la muerte en duro duelo.

Cantemos a Jesús que resucita
y a la lucha y a la fiesta nos invita.
Cantemos a Jesús, hijo del hombre,
porque ya tiene Dios de un hombre el nombre

Cantemos a Jesús, que es el más fuerte,
que al amor no lo puede ni la muerte.

Cantemos y dancemos de alegría,
que  ya pasó la noche y es de día.
              

              Anástasis (s. XIV) Constantinopla, iglesia de San Salvador de Cora
  Con esta invitación al gozo pascual, que será el culmen y corona de esta semana grande, os invito a todos a vivir una intensa y profunda Semana Santa.
              

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