Levantarse y contemplar el lago de Atitlán, con sus tres majestuosos volcanes al fondo, es un espectáculo inenarrable. El complemento indispensable es recorrer en lancha, eso sí, después de regatear, sus orillas. Sobre el regateo, está visto que es algo indispensable. En pocos días he elaborado la teoría de que la moneda nacional se llama quetzal, como el ave, porque al igual que ésta, vuela. No se puede ir a ningún sitio sin que los "quetzalitos" vayan rápidamente despareciendo. La visita a los pueblos que bordean el lago, doce, como los doce apóstoles, puede resultar un poco defraudante. San Juan la Laguna es famoso por sus pinturas locales y San Pedro la Laguna resulta curioso por la vida intensa que se observa en sus calles. Ninguno ha conservado la arquitectura tradicional, que por algunos ejemplos debió se de adobe y teja, y
ahora ha sido sustituida por feos bloques de hormigón gris y chapa, que con la abundante lluvia se oxida. Más interesante es Santiago Atitlán. Una hermosa iglesia colonial, construida a fines del s. XVI, la visita al santuario de Maximón, curiosa mezcla de ritos mayas y católicos, el lavadero, donde las mujeres siguen lavando como en la época prehispánica y el monumento a los asesinados durante la represión a los indígenas, que tuvo uno de sus puntos culminantes en la matanza que tuvo lugar en este pueblo en los años 80, que llevó a sus habitantes a enfrentarse con el ejército y lograr los acuerdos de paz de 1990. Coincidí con una curiosa procesión, dentro de las fiestas en honor al apóstol Santiago. El catolicismo local es una curiosa mezcla de ritos mayas y católicos. Sin embargo, es impresionante el crecimiento de los cultos evangélicos, que hacen que los pueblos se llenen, a modo de setas, de numerosísimas iglesias, entre las que destacan las pentecostales; en San Pedro la Laguna llama la atención el espectacular (y horroroso) templo que han erigido, que sobresale dentro del pobrisímo caserío. Aquí en San Pedro había mercado, y no deja de llamar la atención, en medio de la miseria que se observa y respira, como las mujeres mayas, con sus hermosos huipiles de colores y sus faltas tradicionales, combinan con el uso de modernos móviles o celulares, como aquí, con más sentido que en España, se les denomina. En todos estos pueblos se pueden escuchar los diversos idiomas mayas, ininteligibles entre sí, de modo que para entenderse entre los diversos grupos étnicos han de recurrir al español como lingua franca.
Regresar a Panajachel cuando el lago, tranquilo por la mañana, comienza a encresparse, no deja de ser una pequeña aventura. Para los mayas, es una diosa la que, despechada de amores, sopla por la tarde, tratando de besar al dios del que está enamorada, y que, sin embargo, no la hace caso.
Camino a la ciudad de Antigua, un alto para visitar las ruinas mayas de Iximché, capital de los kaqchiquel y primera capital española del Reino de Guatemala, antes de que fuera trasladada al precedente de la actual ciudad de Antigua. Ruinas muy bien cuidadas y conservadas. Atravesar aldeas y pueblos supone enfrentarse a la visión de una pobreza lacerante (más de la mitad de los guatemaltecos, indígenas en su mayoría, viven por debajo del umbral de la pobreza).
Antigua supone realizar un viaje en el tiempo, a la época de la colonia. A pesar de las diversas destrucciones por terremotos (a 25 kilómetros tenemos un volcán que acaba de entrar en erupción) es digno de elogio el esfuerzo de sus habitantes de devolverle su esplendor, como cuando desde la noble ciudad de Santiago de los Caballeros (ese es su nombre original y el título de noble se lo otorgó Felipe II) se gobernaba todo Centroamérica, la antigua Capitanía General del Reino de Guatemala. Es una ciudad hermosísima, que requiere un tratamiento aparte.
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