Antigua es la joya de Guatemala. Pasear por sus calles es retroceder en el tiempo, hasta los momentos en los que desde "La muy Noble y muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Goathemala" se gobernaba toda Centroamérica, desde Chiapas a Costa Rica. Fundada en 1543, tras sufrir numerosos terremotos, fue abandonada, trasladándose la capitalidad a la actual Guatemala, después del devastador de 1773. Paradójicamente éste abandono supuso la preservación, como en ningún otro lugar del país, de su patrimonio histórico artístico, actualmente en proceso de recuperación.
La primera impresión, al recorrerla de noche, es de encontrarse en lugar de gran belleza. Mientras los edificios civiles han sido en gran medida recuperados, las iglesias, salvo la catedral, San Francisco, la Merced y alguna más, permanecen en ruinas, en medio de jardines, que crean un marco de gran romanticismo. A la mañana, sorprende por la intensidad vital de sus calles. En ellas se mezclan los numerosos turistas que la visitan, con la población local y las numerosas vendedoras indígenas, con sus vistosos huipiles y faldas multicolores, que venden diversos productos artesanos. Los huipiles son diferentes, dependiendo de la región o grupo étnico, siendo esta diversidad imposición de los conquistadores, para así poder diferenciarlos.
La vieja catedral de la ciudad ha sido recuperada en parte como parroquia de San José, con interesantes retablos, imágenes y pinturas barrocas. Sin embargo, la mayor parte del edificio permanece en ruinas, mostrando los restos de lo que debió ser soberbio edificio. Al lado se encuentran las ruinas del palacio episcopal. En la calle lateral está el edificio de la Universidad de San Carlos, fundada en 1676, con un hermoso claustro de arcos mixtilíneos. En él se alberga el Museo de Arte Colonial, con interesantes obras de Cristóbal de Villalpando o Tomás de Merlo.
Otro edificio de gran interés es la iglesia de la Merced, con su bella fachada barroca. El interior desdice de la exuberancia decorativa de la portada. Una visita a San Francisco el Grande no deja indiferente; retablos barrocos, imágenes revestidas con telas, y la capilla donde reposan los restos del hermano Pedro, San Pedro de San José de Betancour, único santo guatemalteco, nacido en Tenerife en 1627, quien se dedicó a curar indigentes,creó refugios para los sin techo y escuelas para estudiantes pobres. De nuevo se puede comprobar aquí la mezcla entre el catolicismo y las tradiciones indígenas.
Para tener una panorámica completa de la ciudad hay que subir al cerro de la Cruz. Lástima que el volcán de Agua suela tener la cumbre cubierta de nubes. El domingo, antes de abandonar la ciudad, participé en la Eucaristía en la antigua catedral; sorprende la cantidad de personas que asistieron, estando la iglesia prácticamente llena, con gran participación, entre cantos, aplausos, risas durante la cercana homilía. Un estilo distinto al europeo, sin duda.
Siguen impresionándome los contrastes. Al lado de una riqueza extrema, la más escandalosa pobreza. Niños que venden por calles y locales, muchachas apenas adolescentes que ya cargan a sus espaldas, dentro de coloridas telas, uno o dos niños, que en otro lugar podrían ser sus hermanos y que aquí son sus hijos. Y a pesar de que Antigua es una de las ciudades más seguras de Guatemala, el entrar en cualquier local a tomar una cerveza y ser cacheado no deja de ser una experiencia inquietante, sobre todo al leer los carteles en los que se prohíbe entrar con armas. Da la sensación de que el clima que reflejan las novelas de Miguel Ángel Asturias no son un recuerdo del pasado, sino una lamentable actualidad.
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