Tras el gozo desbordado de la noche santa, a lo largo del Domingo de
Resurrección, con el que concluimos el Triduo Pascual, proseguimos celebrando el
triunfo del Señor Resucitado. Hemos de sobreponernos al cansancio de una noche
tan rica e intensa, para poder aprovechar la riqueza de este día santo. Como
las mujeres que madrugaron para ir al sepulcro, nosotros hemos de salir alegres
al encuentro de Cristo. Como María, que, Virgen Dolorosa, Virgen de la Soledad
en la tarde del Viernes Santo, hoy es la Virgen de la Alegría, la que, en
tantos y tantos pueblos y ciudades, sale con su imagen, a buscar a su Hijo
victorioso. La alegría que iniciamos en la noche, encuentra su culminación en a
lo largo de todo este día. Se nos anuncia, de nuevo, el kerigma, la
proclamación, el anuncio solemne de la resurrección de Cristo, hecho por Pedro
el día de Pentecostés. Pablo nos invita a una vida nueva, que es fruto de
nuestra unión con el Resucitado. Hoy hemos de ofrecer nuestras ofrendas de
alabanza, alabanza que es, ante todo y sobre todo, la vida nueva en Cristo, a
la Víctima Pascual, a su gloria, porque es el cordero sin pecado que con su
muerte y resurrección ha salvado a las ovejas, el verdadero cordero que ha
quitado el pecado del mundo; el que muriendo, ha destruido nuestra muerte, y
resucitando, ha restaurado la vida. Le pedimos que nos haga participar de su
victoria, que nos renueve y transforme, que nos haga ser luz del mundo, sal de
la tierra, lámpara que brilla en lo alto de un monte e ilumina a la humanidad.
La experiencia del resucitado ha de ser aliento para cambiar el mundo, fuerza
para anunciar su salvación, su misericordia, su victoria, a todos los que nos
rodean. La Iglesia, renovada en la experiencia de la Pascua celebrada y vivida
en estos días santos, está llamada a testimoniar a su Señor y a comunicar a
toda la humanidad la buena noticia de que ¡Cristo ha resucitado! ¡Sí,
verdaderamente, ha resucitado! ¡Aleluya!
Resucitado (Iglesia parroquial de Sonseca)
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