Una de las grandes ventajas del mucho viajar es que uno descubre que el ser humano, en lo esencial, es básicamente el mismo en todas partes y que ninguno tiene el patrimonio ni de la sabiduría ni de la estupidez. Cambian las formas externas, los revestimientos, pero el núcleo suele permanecer idéntico. Eso sí, la tontería humana, a fuer de ser universal, tiende a condensarse en un ámbito que últimamente me preocupa mucho, el de la política. Y es de esto sobre lo que quiero reflexionar esta noche, a raíz de una anécdota ocurrida ayer cuando, en una tarde gris, con un sirimiri (euskera vizcaíno; en euskera guipuzcoano txirimiri y en castellano chirimiri; si hay más versiones, que ignoro, espero que la autoridad autonómica, cantonal, municipal, de barrio que tenga las competencias lingüísticas transferidas o cualquiera de los múltiples defensores y defensoras del pueblo y de la puebla me disculpen) que calaba hasta los huesos, paseaba con un amigo por la ría de Bilbao. En plena acción peripatética nos topamos con lo que, a primera vista, parecía una fiesta infantil.
Pero hete aquí que lo que imaginábamos una inocente diversión para párvulos era, en realidad, un acto reivindicativo de un partido del cual, como señalaba el traductor del Quijote en latín macarrónico "non volo calentare cascos". Además, el nombre del partido es indiferente para el asunto que nos interesa, podría ser cualquier sigla. Un afanoso miembro (que no miembra) del mismo se dedicaba a repartir unos folletos informativos. Yo, que a base de eludir los cientos de panfletos de todo tipo, causa perdida, restaurante en oferta, producto milagroso, curandero africano o lector del porvenir con los que me asaltan en Madrid, he creado una habilidad especial para evitar coger dichos papeles, pasé de largo como si tal cosa; pero mi amigo, que es un auténtico zoon politikón en el mejor sentido aristotélico, impelido por la curiosidad (que ya decían los griegos - los clásicos, claro- que es principio de la sabiduría y del conocimiento) pilló uno, que poco después comentamos, guarecidos de la lluvia que no paraba, mientras saboreábamos una merecida cerveza. Y ¿cual era el contenido del susodicho papelito? Pues un conjunto de lugares comunes y de buenas intenciones, que cualquiera suscribiría, pero que, ya hablando más en serio, suscitan una serie de graves interrogantes. Si lo que ofertan los partidos no es más que una serie de vaguedades, que cuando uno se pregunta ¿y ésto, cómo se lleva a la práctica? no encuentra respuesta o a lo sumo recibe otra tanda de vaguedades, estamos ante un grave problema. Creo que si los partidos en general y los políticos, en particular, no son capaces de ofrecer respuestas concretas, viables, factibles, para resolver la difícil situación en la que estamos, es también, en gran medida, culpa nuestra, de los ciudadanos, que no estamos exigiendo ni a las organizaciones, ni a las personas, el nivel que deberían tener. Esta es otra de las graves cuestiones que es preciso plantear, el de la idoneidad de la clase política, su grado de preparación, su cualificación profesional y personal; no es de recibo que gente que no tiene oficio ni beneficio se convierta, porque no sirve para otra cosa, o porque ha ido trepando desde ese invento de las juventudes, en gobernante. Por cierto que lo de las juventudes (sea cual sea su denominación) a mí siempre me recuerda a lo de las Juventudes Hitlerianas, y me resulta pasmoso que a base de paciencia, incensario, anulación del pensamiento crítico y sometimiento al führer de turno, se logre alcanzar, sin mayores méritos, por ejemplo, alguna concejalía desde la que después ir escalando por las diversas administraciones existentes hasta, con un poco de suerte, ser ministro de lo que sea. Ruego se me disculpe la generalización, indudablemente hay excepciones, e incluso situaciones, como estos días en estas tierras vascas me contaban, heroicas, pero lo que resalta, en general, es el panorama que describo, desgraciadamente muy generalizado.
Claro que, en un país en el que solemos ser de un partido como somos de un equipo de fútbol, y ocurra lo que ocurra, llámese corrupción, ineptitud, chulería, o cualquier denominación que queramos darle, preferimos sostenella y no enmendalla, hay difícil solución. Sólo cuando seamos capaces de sobrevolar siglas, cuando no consintamos corrupciones vengan de donde vengan o nos neguemos, por ejemplo, a admitir los dedazos con los que se pergeñan sucesiones, la política mejorará. Sobre este tema, el digital, habrá que volver en otro momento.
Un último apunte, relacionado de nuevo con los contenidos que ofertan los partidos políticos, en concreto con los programas electorales, que, sí, ya sé, lo decía el viejo profesor, están para incumplirlos, pero, salvando que aquí nadie se los lee, con lo que su grado de vinculación disminuye por mera ignorancia de los afectados, creo interesante concluir con un descubrimiento que realizamos un grupo de alumnos de Antropología de la Universidad Autónoma de Madrid, cuando, en el curso de un estudio sobre la inmigración, tuvimos que leernos (no era un castigo por nuestro mal comportamiento) lo que PSOE y PP proponían, sobre dicha cuestión, en sus respectivos programas, en dos campañas electorales sucesivas. Y he aquí el milagro no esperado, el consenso por todos deseado: ambos programas, en dichas campañas, eran muy similares y presentaban una evolución paralela, explicable por el contexto de ausencia/llegada de la crisis; es cierto que cambiaba el lenguaje, pero los contenidos eran curiosamente parecidos. Intuyo que la voluntad de aplicarlos, salvo fuerza mayor, era exactamente la misma, pero ese juicio malévolo me lo reservo para mí.
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