Como el camino se hace al andar, este blog quiere empezar a conformarse con, al menos, un escrito semanal. Haciendo honor a Clío (perdóneme hoy Pistis), y dado que estos calores no propician sesudas reflexiones, hoy quiero compartir un texto que he entresacado de unos papeles que encontré en el Archivo Diocesano de Toledo, con la curiosa peripecia vital de un clérigo liberal al final del Antiguo Régimen. La convulsa España de principios del siglo XIX fue propicia a la aparición de personajes
cuya vida parece entrar en los confines de la novela y este fue el caso del
presbítero Casimiro García, clérigo liberal en cuya azarosa existencia vemos
reflejados los vaivenes de la política española en la transición del Antiguo
Régimen al nuevo Estado liberal. Asimismo en ella descubrimos la compleja
realidad de la Iglesia española decimonónica, más allá de la extendida, y
necesitada de matices, concepción de un clero marcadamente antiliberal. Conocemos
las peripecias de don Casimiro gracias a la solicitud que realizó en 1842 para
la obtención de un curato en la Corte, conservada en el Archivo Diocesano de
Toledo
, en la sección Pontificados, Sede vacante Inguanzo y Rivero 1836-1847,
caja 18, s. n.: Relación de los estudios,
grados, méritos y servicios del presbítero Don Casimiro García, Cura propio de
la parroquial de la villa de Somosierra, Arzobispado de Toledo.
En efecto, el 14 de febrero de 1842, Casimiro García, cura propio de
Somosierra, aunque, según señalaba, imposibilitado para ejercer el ministerio
parroquial allí, encontrándose en Madrid desde el 22 de enero del mismo año,
con permiso de la autoridad diocesana de Toledo, archidiócesis a la que por
aquel entonces pertenecía la provincia de Madrid, solicitaba un curato en la
nueva provisión que se iba a hacer de los mismos en la capital. Y al hacer un
recuento de sus méritos, nos dejaba un relato de su azarosa vida.
Casimiro García había nacido en Brihuega, en el arzobispado de Toledo, el
año 1789, en el mes de marzo, y era hijo legítimo de Francisco y María Álvarez
Peña. Tras estudiar las primeras letras y gramática latina posiblemente en su
pueblo natal, marchó a estudiar en las Universidades de Alcalá y Toledo los
tres años de Instituciones Filosóficas y los siete de Sagrada Teología
escolástica y moral. En octubre de 1799 recibió el grado de bachiller en Filosofía
y en mayo de 1804 en Teología en la Universidad de Alcalá, siendo aprobado nemine discrepante. En 1807 hizo
oposición en el concurso de curatos del arzobispado de Toledo y en 1810 le
encontramos ya de cura propio de Somosierra.
En mayo de 1808 predicó en su pueblo natal, Brihuega, en la función
celebrada por el ayuntamiento de dicha villa con motivo de la proclamación de
Fernando VII, exhortando en el sermón al pueblo contra las tropas de Napoleón,
lo que hizo que quedara políticamente comprometido. Pero don Casimiro no se
limitó a las arengas verbales, sino que colaboró activamente contra el invasor.
Así le vemos acompañando al contador de la Real Fábrica de Paños de Brihuega,
Francisco Javier del Castillo, a Sevilla, para poner a salvo trescientas sesenta
y tres piezas de paño fino, que corrían peligro de caer en mano de los
franceses; el sacerdote se había presentado “gustoso
y contribuyó eficazmente…hasta entregarlas en persona” a la Junta Central.
Por esta actuación fue recomendado al ministerio de Gracia y Justicia para que
se le atendiese en la provisión de cargos eclesiásticos.
De regreso a Brihuega, al ser invadida la villa por una división francesa
el 21 de mayo de 1810, tuvo que huir, debido a su postura antifrancesa. Fue
alcanzado en su fuga cerca del pueblo por una avanzada de caballería; le
acuchillaron y le dejaron por muerto. Pero sobrevivió y después de una década
en la que no sabemos nada de él, aunque podemos imaginarlo ferviente partidario
de la Constitución gaditana, nos lo encontramos de nuevo en 1820 adicto al
Gobierno liberal, de modo que, en septiembre de 1822, encontrándose en su
curato de Somosierra, ante las incursiones que realizaba por aquellos pueblos
el cura Merino, tuvo que encerrarse con el sacristán en la torre de la iglesia,
pues una avanzada de las tropas de Merino, al acercarse al puerto de Somosierra,
preguntó directamente por él, lo que nos demuestra que su figura era conocida
como sacerdote partidario del liberalismo. Dicha avanzadilla fue repelida, pero
don Casimiro, intimidado por lo ocurrido y para evitar ser sorprendido en otra
ocasión, solicitó al cardenal Luis María de Borbón, arzobispo de Toledo, que le
trasladase a otra parroquia de menos riesgo. El primado se lo concedió y le
nombró cura rector de la iglesia de San Juan de Brihuega, donde dio público
testimonio de su adhesión al Gobierno constitucional, hasta que, nuevamente
perseguido por las tropas del general absolutista Bessières, que recorrían las tierras de
Guadalajara, tuvo que ocultarse y vivir aislado, sin curato, “aborrecido de los amigos del despotismo”.
Este episodio hay que ubicarlo en 1825, cuando el general realista pasó por
Brihuega, donde contaba con el apoyo de los voluntarios realistas locales,
camino de Sigüenza, en su golpe contra la supuesta tolerancia de Fernando VII
hacia los liberales.
En 1828, debido a su notoria adhesión al Gobierno liberal, lo que le hizo
sufrir diversas vejaciones, Casimiro García tuvo que abandonar el ministerio
parroquial, siendo suspendido por el nuevo y reaccionario arzobispo de Toledo,
cardenal Inguanzo, quien le prohibió la celebración de la Misa. Don Casimiro
pidió que se siguiera un proceso formal, a lo que el arzobispo accedió,
acusándole de abandonar su curato, además de adhesión al sistema liberal. Fue
condenado en las costas de la causa, a un mes de ejercicios espirituales en un
convento de rigurosa observancia y a la privación de la antigüedad que tenía de
párroco; se le permitió volver a su parroquia, advirtiéndole que se comportase
de acuerdo a su oficio parroquial. Los ejercicios los realizó en el convento de
san Francisco de Brihuega.
Al proclamarse Isabel II, don Casimiro, una vez más, se mostró ferviente
partidario de la causa liberal. Esto le llevó a solicitar, ya en 1836, un
beneficio eclesiástico, que, dada su posterior solicitud de 1842, en la que aún
aparece como párroco de Somosierra, no le fue concedido. A partir de este
momento, perdemos su rastro, pero su peripecia vital nos advierte de la
necesidad de un mayor estudio sobre los miembros de la Iglesia española en el
siglo XIX, estudio que, seguro, nos deparará muchas sorpresas.
¿No me digáis que no es una vida curiosa? Para una película, serie o novela, daría bastante de sí. Lástima que en España tengamos tan poco aprecio a nuestra propia historia. Así nos va...pero sobre esto, escribiré otro día, sin demasiadas esperanzas de que se pueda desfacer semejante entuerto.
¿No me digáis que no es una vida curiosa? Para una película, serie o novela, daría bastante de sí. Lástima que en España tengamos tan poco aprecio a nuestra propia historia. Así nos va...pero sobre esto, escribiré otro día, sin demasiadas esperanzas de que se pueda desfacer semejante entuerto.
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