viernes, 12 de julio de 2013

De ética y política

"Lo más importante de todo lo que se contaba, era el ser democrático en sus costumbres y humano. Pues en general quería que todo se rigiera según las leyes, sin concederse a sí mismo ningún privilegio". De esta forma se refiere Aristóteles a Pisístrato en la Constitución de los atenienses. Y basta confrontar el texto con los titulares de los periódicos de estos días, ya se trate del affaire Bárcenas, como de los ERES andaluces,
o de los escándalos de la familia Pujol, por señalar los más destacados, para lamentar el tremendo abismo existente entre la percepción que del tirano (en el sentido griego) ateniense tenía el filósofo y la que podemos manifestar nosotros de nuestra clase política. Realmente, el gran problema de este país no es la crisis económica, con ser tan grave y dramática. La crisis, antes o después, se superará mejor o peor. No será sino una más, con sus peculiaridades específicas, de las crisis económicas a las que nos tiene acostumbrada la historia. Lo que suscita mayor preocupación es, a mi modo de ver, la degradación de la clase política. No quiero entrar, por supuesto, ni en simplificaciones, ni lugares comunes, ni en maniqueísmos. Lo de clase política es como lo de burguesía (y que me perdonen los marxistas): no es sino un constructo intelectual que no existe en la realidad; lo que hay son políticos (al igual que burgueses) concretos, de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. Al menos yo no he conocido personalmente ni a la clase política ni a la señora burguesía. Pero lo que sí es cierto es que, haciendo una generalización que puede pecar de injusta en casos concretos, lo que percibimos, lo que sale en conversaciones y debates, es que hay un abismo entre los políticos y la gente. Cada vez más parecen una casta, enrocada en sí misma, que busca tan sólo su interés y perpetuación. ¿Dónde está el servicio al bien común?¿Dónde el desinterés por lo propio y el deseo de mejorar la situación de los demás? Quizá si a la política se dedicaran los mejores, aquellos que han destacado ya en su ámbito profesional, laboral, intelectual, aquellos que pueden estar una temporada en política y dejarla después, porque tienen una alternativa, la situación mejoraría. Pero ¿qué esperanza hay de cambio, cuando, por ejemplo, la sucesión digital andaluza recae en una señora sin oficio ni beneficio, más allá del servicio al aparato del partido? Elegir al sucesor pudo dar buenos resultados en la Roma de los Antoninos, cuando se buscaba al mejor para ocupar el trono imperial, y nadie lamentará la elección de un Adriano, un Antonino Pío o un Marco Aurelio, pero el tiempo dirá si el dedazo aznariano ha sido bueno para el país.
Creo que es urgente una total regeneración de nuestra clase política. Como la solución robesperiana de la guillotina, aunque efectiva, no concuerda con nuestro sistema de valores (otra cosa es en las tan queridas, por parte de algunos, repúblicas bolivarianas, moralianas, cristinianas o ahmadineyanas, pero no es el caso) sólo desde una toma de conciencia por parte de los ciudadanos, desde una mayor exigencia ante los casos de corrupción (de todos, no sólo de los del partido opuesto), desde una tolerancia cero frente a los que consideran (ah, la inefable Maleni) que "lo que es público no es de nadie" y desde un compromiso activo en la vida política y social, se podrá afrontar con posibilidades de éxito este terrible cáncer que amenaza con aniquilar nuestra democracia.

Estatua ecuestre de Marco Aurelio, emperador y filósofo

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