jueves, 26 de marzo de 2020

En medio de la distopía

Os comparto mi columna de ayer en La Tribuna de Toledo

Sin duda todos hemos visto alguna película, o leído algún libro, cuyo argumento se basaba en la aparición de un virus letal y las peripecias para acabar con él. Otra variante es imaginar un mundo tras las secuelas devastadoras de una pandemia. Esta era la situación que recreaba Niccolò Ammaniti en su novela Anna, que trata el tema de la adolescencia en una Sicilia devastada por un virus, procedente de Bélgica, que tenía la particularidad de que sólo atacaba a los adultos. He de confesar que su lectura me generó momentos de agobio, y que más de una vez viene a mi memoria cuando veo las dramáticas noticias que llegan de Italia.

Portada de Anna 
El drama, la tragedia que estamos viviendo estos días es que, de nuevo, la realidad, cruda, cruel, se impone a la imaginación. Nos encontramos ante un enemigo invisible, desconocido, que ha alterado nuestros hábitos, que ha desconfigurado los códigos con los que nos movíamos habitualmente. La distopía ha mostrado su capacidad de encarnación en la vida real. Sin duda, en el futuro, será el marco narrativo para la creación literaria, cinematográfica o artística, como tantas otras epidemias a lo largo de la historia de la Humanidad. Pero ahora su presencia oculta ha desmoronado el castillo de naipes que afanosamente construimos en nuestro día a día. Ya no hay seguridades ni certidumbres para la jornada de mañana. Todos nuestros planes, desde los más cotidianos y prosaicos hasta los especiales que aguardábamos con anhelo, se han visto anulados sin saber cuándo podremos volver a lo que creíamos normalidad.
De repente hemos de improvisar nuevas rutinas, nuevas ocupaciones, nuevas formas de emplear nuestro tiempo o afrontar nuestro trabajo. Los docentes hemos visto cómo las nuevas tecnologías nos ayudan a estar en contacto con nuestros alumnos, a los que empezamos a echar de menos en la frialdad de Internet; muchos profesionales están descubriendo el valor del teletrabajo, un modelo que quizá debería haberse implementado antes para facilitar la conciliación familiar o para ayudar a que nuestros pueblos no se vacíen; las parroquias, tras la supresión del culto público, han debido salir de la rutina cotidiana y se lanzan a la retransmisión de las celebraciones en YouTube e ingenian nuevos modos virtuales de llegar a los feligreses; vemos cómo deportistas de élite tienen que seguir sus entrenamientos a través de Internet. Y así podríamos hacer una larga enumeración. Las redes sociales se nos han hecho un compañero insustituible para relacionarnos con el exterior.
Algunas personas están sacando estos días lo peor de sí mismas, mostrando su verdadero rostro, mientras muchas extraen lo mejor, dando muestras de solidaridad, de entrega generosa, de olvido de sí. Nuestro agradecimiento a sanitarios, personal de servicio, policía, ejército, cajeras de supermercados, dependientes de pequeños comercios que siguen heroicamente abiertos…tantas y tantas personas entregadas.

Esta experiencia colectiva cambiará nuestra sociedad. Quiera Dios que sea a mejor. De nosotros depende.

viernes, 20 de marzo de 2020

Leer en tiempos de coronavirus


Comparto el texto de mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, una invitación a la lectura y a la escritura creativa en medio de la pandemia.

Vivimos en una sociedad adanista, presentista, que cree que todo ha comenzado con ella. Esto es especialmente sentido por muchos jóvenes que desconocedores de la historia, como consecuencia de los nefastos planes educativos que soportamos, ignoran, como nos advirtió Qohelet, que “no hay nada nuevo bajo el sol”. La actual pandemia no es algo novedoso e inesperado, ni la distopía de unos literatos hecha realidad. No, a lo largo de su historia la humanidad ha conocido múltiples epidemias, algunas terriblemente letales, que, como un cisne negro, han trastocado la economía, el pensamiento, la percepción del mundo de las sociedades que las han sufrido.
Una de ellas fue la peste negra de 1348, quizá la más terrible pandemia de todas, que, procedente de Asia, aniquiló a gran parte de la población europea y que tuvo como consecuencia directa la persecución de las comunidades judías, acusadas de ser las causantes, dando lugar a diferentes pogromos por toda Europa. Es este el contexto que sirvió de marco para una de las obras cumbres de la literatura universal, el Decamerón de Giovanni Boccaccio. En ella se nos narra, tras describir la epidemia, cómo un grupo de diez jóvenes, tres hombres y siete mujeres, se refugian, huyendo de la plaga, en una villa en las afueras de Florencia, y para pasar el tiempo, se narran cien cuentos de diferente temática.

El Decamerón
Traigo este recuerdo porque estos días de cuarentena pueden ser una gran oportunidad para la lectura. Todos tenemos libros pendientes acumulados en los anaqueles o en el escritorio, que vamos dejando, en el fragor vertiginoso de los días, para “cuando tengamos tiempo”. Pues ahora lo tenemos de sobra. El encierro que, como ciudadanos responsables, hemos de guardar, nos permite saborear con sosiego el placer de la lectura. Matar las horas descubriendo nuevas obras, o releyendo viejos libros que en su momento nos atrajeron, e incluso tratando de vencer la resistencia de tal o cual novela o ensayo que se nos atragantó.
Por otra parte, las epidemias han sido motivo de inspiración para la escritura de algunas de las obras más señaladas de la literatura universal. No sólo Boccaccio dejó testimonio del impacto de la peste en su época. Baste evocar “La peste” de Albert Camus, donde nos muestra cómo el ser humano se enfrenta al absurdo, o “Muerte en Venecia”, de Thomas Mann, con la bellísima adaptación cinematográfica de Luchino Visconti, en la que se describe la pasión por la belleza de un escritor en una ciudad asolada por el cólera.
Quizá, además de leer, estos días podrían ser una oportunidad para animarnos a escribir relatos, microrrelatos, cuentos, algún ensayo. Este reto se lo lanzaba a mis alumnos para que fomentaran su creatividad. Tal vez descubramos un talento escondido que ignoramos. Tiempo tendremos. La peste de 1348 tuvo su Boccaccio, ¿quién escribirá la novela del coronavirus? Podría ser usted…o a lo mejor, hasta yo.

domingo, 15 de marzo de 2020

Domingo III de Cuaresma

La liturgia de este III domingo de Cuaresma, en el Ciclo A en el que nos encontramos, comienza un itinerario de renovación bautismal que se prolongará los próximos domingos, invitándonos a actualizar la Iniciación Cristiana que vivimos con los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Tratamos de responder a la pregunta "¿ Cómo se llega a ser cristiano?" En el pasaje del diálogo de Jesús con la mujer samaritana, que escuchamos en el Evangelio, hallamos la respuesta: respondiendo a la llamada que Dios nos hace a través de Jesucristo y recibiendo el agua viva del Bautismo, en el que se nos da el Espíritu Santo. Como Moisés en la primera lectura, Jesús sacia nuestra sed con el agua viva que brota de su costado abierto en la cruz, donde murió por los impíos, los pecadores, es decir, nosotros, tal y como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, siendo ésta la prueba de su amor por nosotros.

Jesús y la samaritana
La Cuaresma es momento privilegiado para encontrarnos con Jesús, o mejor dicho, para dejar que Él, que se hace el encontradizo con nosotros, nos hable al corazón, ponga en evidencia nuestra realidad y de este modo podamos dejar que nos renueve y transforme.

Esta Cuaresma que nos toca vivir, bajo la amenaza del coronavirus y las restricciones, que impiden asistir a las diversas celebraciones litúrgicas, puede ser una oportunidad para encontrar más momentos de silencio interior, para orar más, para meditar la Palabra de Dios. Para adorar, como nos recuerda Jesús este domingo, al Padre, "en espíritu y verdad"

Si siempre la oración es necesaria, mucho más en estos momentos. A través de ella estamos en comunión con Dios y con los hermanos, y podemos suplir, de este modo, la distancia física.

Y no olvidemos que la Cuaresma es tiempo de esperanza, "la esperanza no defrauda", porque sabemos que tras la Pasión está la Resurrección. Pidamos a Dios que en medio de la preocupación por la pandemia, mantengamos firme esa esperanza, sabiendo que, también a nivel humano, con nuestra oración y con el pequeño granito de arena de nuestro esfuerzo y sacrificio personal, estamos contribuyendo a la victoria sobre la misma.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Miércoles de Ceniza


Un año más, en el cíclico fluir del tiempo, la primavera se acerca. Su luna llena será la señal de la celebración más importante para los cristianos, la Pascua, con su Semana Santa tan llena de arte, cultura y belleza, además de fe, y que adquiere un esplendor especial en nuestras viejas ciudades históricas. Pero como todo gran acontecimiento, es preciso prepararlo bien, con atención y profundidad. Cuaresma, cuarenta días que nos ofrecen la oportunidad de entrar en la vivencia personal de los días santos que se aproximan.
El pórtico de la Cuaresma es el Miércoles de Ceniza, con el rito de la imposición de ésta. Un signo sencillo, sobrio, que evoca el humus, la tierra de la que procede, en hermosa metáfora del Génesis, el ser humano. Tierra, barro modelado por el Alfarero divino, insuflada de espíritu vital, pero siempre quebradiza, frágil, imperfecta. Tierra que sin ese hálito se vuelve polvo. Y sin embargo, tierra capaz de florecer y germinar cuando es vivificada por el Agua, signo del Espíritu divino.
“Recuerda que eres polvo”. Frente a la soberbia y autosuficiencia con la que construimos nuestro proyecto vital en muchas ocasiones, el recuerdo de nuestra limitación. Y la limitación máxima, “al polvo volverás”, el encuentro con la finitud, el saber que nuestro paso por este mundo es fugaz. Sin embargo, el camino cuaresmal no es una autonegación masoquista ni un complacerse en lo negativo. Todo lo contrario. La luz de la Pascua,  la victoria del Crucificado-Resucitado, es la que permite avanzar con esperanza gozosa. No es la negación de la vida, sino su afirmación; no es el rechazo de lo humano, sino su exaltación a lo divino, rompiendo las ataduras de la biología, permitiendo una metamorfosis de la que la persona, siendo la misma, renace transfigurada para una proyección existencial más allá del tiempo y del espacio. La fórmula "conviértete y cree en el Evangelio", nos recuerda que la Cuaresma es un momento para adherirnos al mensaje de Cristo de un modo vital, a renovar la fe recibida en el Bautismo, a dejar que el agua purificadora que nos engendró y lavó se derrame de nuevo sobre nosotros en la eficacia del sacramento de la reconciliación.

El papa Francisco imponiendo la ceniza
La Cuaresma no es el intentar aplacar el enojo eterno de un Dios castigador, sino la purificación de los egoísmos para sentir el abrazo de un Padre misericordioso que sale corriendo a nuestro encuentro. Subimos a Jerusalén, y para recorrer ágiles el sendero es preciso quitar pesos superfluos, ataduras que nos esclavizan, vendas que nos impiden ver al hermano herido en el camino. Ayuno, limosna, oración, tres cimientos sobre los que construir nuestro camino hacia la Pascua. Ayuno, no sólo de alimento, sino de tantas cosas que creemos que nos sacian, y sin embargo nos dejan hambrientos. Ayuno que, liberándonos de lo innecesario, se convierte en limosna que alimenta al hermano, limosna de dinero, de tiempo compartido, de atención a enfermos, ancianos, marginados. Oración que es encuentro con el Totalmente Otro que ha querido hacerse entrañablemente cercano, compartiendo nuestra realidad hasta lo más hondo, sabiendo de dolor, sufrimiento, incomprensión; diálogo profundo que escucha en el silencio y responde desde el amor.
Cuaresma, tiempo de desierto para reconciliarnos no sólo con Dios, sino también con nosotros mismos, con los demás y con la Creación. Tiempo para alimentarnos más de la Palabra de Dios, para dejar que esta sea el pan y el agua que sacie nuestra hambre y nuestra sed espiritual.


sábado, 15 de febrero de 2020

Nostalgia de la Revolución

Os comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Estos días estoy explicando a mis alumnos universitarios lo que el historiador Hobsbawm denominó “la era de la revolución”, ese periodo que, con la guerra de Independencia norteamericana como punto de arranque, se extendió por la vieja Europa desde 1789 a 1848. Un periodo fascinante, uno de los momentos de mayores transformaciones de la historia de la Humanidad, en el que un mundo se derrumbó y dio a luz a una etapa nueva. Toda una construcción social, política, económica, cultural, como era el Antiguo Régimen, elaborado a lo largo de los siglos que sucedieron al derrumbe del Imperio Romano, fue sustituida por nuevos modelos de hacer la política, de entender la economía, de estructurar la sociedad y de comprender la cultura.
En este proceso, uno de los momentos más decisivos fue la Revolución francesa. No voy a impartir aquí, obviamente, una lección sintetizada de la misma. Todos somos conscientes de sus repercusiones, algunas, referentes al patrimonio toledano, lamentablemente evidentes, pues una de las consecuencias de ella, las guerras de Napoleón, hizo que, con la llegada de las tropas del emperador, desaparecieran, por robo o por destrucción, elementos muy significativos de nuestro arte, como el antiguo convento de San Agustín o el riquísimo conjunto de pintura, retablos, libros y documentación, junto a uno de los claustros, de San Juan de los Reyes.
Sí quiero, sin embargo, evocar una de las aportaciones más valiosas nacidas de aquella vorágine que atravesó Europa. La Revolución, frente a la anterior estratificación social por órdenes, (clero, nobleza, estado llano), frente a la diversidad jurisdiccional y el conjunto de derechos, privilegios, fueros y franquicias que beneficiaban a territorios, lugares, ciudades, estamentos, trajo el reconocimiento de que es el ciudadano el sujeto de los derechos y obligaciones. A pesar de la imperfección de su aplicación inicial, pues la ciudadanía estaba restringida por motivos económicos o de sexo, esta idea ha ido ampliando poco a poco su contenido, hasta alcanzar a todo el conjunto de la población, entendida como un colectivo de ciudadanos libres e iguales, sujetos de derechos y obligaciones, sometidos a una misma legislación que no hace distingos entre lugar de nacimiento, clase social, sexo o religión.

La toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789
Por ello, cuando en una especie de espiral neoforalista, de nuevo se reclaman para según qué territorios una serie de derechos históricos, hacienda propia, privilegios legales, hay que reivindicar el viejo legado de aquellos hombres y mujeres que se levantaron frente a las desigualdades.
Debemos recordar que no son los territorios los sujetos de derechos, sino todos y cada uno de los ciudadanos, en su individualidad. Porque derechos históricos tenemos todos ¿o Toledo no tuvo fuero en la Edad Media? ¿No lo tuvo, e importante, Sepúlveda? ¿No es el fuero de Logroño (1095) inspirador de los vascos?
Una sociedad moderna, avanzada, ha de conocer, y bien, su historia. Pero ésta no puede ser nunca justificación para crear desigualdades entre sus ciudadanos.