Os comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Estos días estoy explicando a mis
alumnos universitarios lo que el historiador Hobsbawm denominó “la era de la
revolución”, ese periodo que, con la guerra de Independencia norteamericana
como punto de arranque, se extendió por la vieja Europa desde 1789 a 1848. Un
periodo fascinante, uno de los momentos de mayores transformaciones de la
historia de la Humanidad, en el que un mundo se derrumbó y dio a luz a una
etapa nueva. Toda una construcción social, política, económica, cultural, como
era el Antiguo Régimen, elaborado a lo largo de los siglos que sucedieron al
derrumbe del Imperio Romano, fue sustituida por nuevos modelos de hacer la
política, de entender la economía, de estructurar la sociedad y de comprender
la cultura.
En este proceso, uno de los
momentos más decisivos fue la Revolución francesa. No voy a impartir aquí,
obviamente, una lección sintetizada de la misma. Todos somos conscientes de sus
repercusiones, algunas, referentes al patrimonio toledano, lamentablemente evidentes,
pues una de las consecuencias de ella, las guerras de Napoleón, hizo que, con
la llegada de las tropas del emperador, desaparecieran, por robo o por
destrucción, elementos muy significativos de nuestro arte, como el antiguo
convento de San Agustín o el riquísimo conjunto de pintura, retablos, libros y
documentación, junto a uno de los claustros, de San Juan de los Reyes.
Sí quiero, sin embargo, evocar
una de las aportaciones más valiosas nacidas de aquella vorágine que atravesó
Europa. La Revolución, frente a la anterior estratificación social por órdenes,
(clero, nobleza, estado llano), frente a la diversidad jurisdiccional y el
conjunto de derechos, privilegios, fueros y franquicias que beneficiaban a
territorios, lugares, ciudades, estamentos, trajo el reconocimiento de que es
el ciudadano el sujeto de los derechos y obligaciones. A pesar de la
imperfección de su aplicación inicial, pues la ciudadanía estaba restringida
por motivos económicos o de sexo, esta idea ha ido ampliando poco a poco su contenido,
hasta alcanzar a todo el conjunto de la población, entendida como un colectivo
de ciudadanos libres e iguales, sujetos de derechos y obligaciones, sometidos a
una misma legislación que no hace distingos entre lugar de nacimiento, clase
social, sexo o religión.
La toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 |
Por ello, cuando en una especie
de espiral neoforalista, de nuevo se reclaman para según qué territorios una
serie de derechos históricos, hacienda propia, privilegios legales, hay que
reivindicar el viejo legado de aquellos hombres y mujeres que se levantaron
frente a las desigualdades.
Debemos recordar que no son los
territorios los sujetos de derechos, sino todos y cada uno de los ciudadanos,
en su individualidad. Porque derechos históricos tenemos todos ¿o Toledo no
tuvo fuero en la Edad Media? ¿No lo tuvo, e importante, Sepúlveda? ¿No es el
fuero de Logroño (1095) inspirador de los vascos?
Una sociedad moderna, avanzada,
ha de conocer, y bien, su historia. Pero ésta no puede ser nunca justificación
para crear desigualdades entre sus ciudadanos.
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