Os comparto el artículo que publiqué el pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Hay prendas que son
imprescindibles en la vida cotidiana. Y otras que, sin serlo, han venido a
convertirse en un complemento necesario para el trabajo, la actividad política
o académica, las reuniones sociales más solemnes. Es el caso de la corbata. Una
prenda que, como tantas cosas relacionadas con la moda, nos vino de Francia,
donde durante la Revolución se convirtió en símbolo de adscripción política.
Más allá de su uso en el trabajo, ceremonias o incluso en la diversión, es un
elemento que denota mucho de quién la lleva. La forma del nudo, la combinación
con la ropa, la formalidad o informalidad del estilo, la gama de colores, nos hablan de cómo es la persona. Los colores
sobre todo. Son un código a veces subjetivo, pero en ocasiones sirven para
expresar, de modo convencional, un estado de ánimo o una situación.
Es el caso del color negro. Es
signo de duelo, de luto, de muerte. Expresa el drama por la pérdida de un ser
querido, o la solidaridad y cercanía con quien está experimentando ese dolor.
Por eso, estos días, estamos muy pendientes de algunas corbatas. Porque el
evitar el negro se ha convertido en la negación expresa de lo que ese color
significa. De este modo se construye el relato de que esa muerte no existe, o
que se puede minimizar, o que, sí, es duro, pero es mejor enviar mensajes
positivos. El problema llega cuando la cantidad de muertes es dolorosamente
insoportable, si es que acaso hay una cantidad tolerable. Entonces ningún
relato puede cubrir la tragedia que como sociedad estamos viviendo, el paso
devorador de las parcas que cortan el hilo vital de tanta gente que, después de
una vida de esfuerzos, sacrificios, entrega, no merecía un final en soledad. El
grito silencioso de nuestros ancianos, la muerte heroica de las personas que se
contagiaron por ayudar a los demás, la ida prematura de jóvenes que aún tenían
mucho camino por delante, no se merece la tergiversación de expertos en
marketing, escritores de historias paralelas que buscan alienarnos como
ciudadanos maduros y libres, mercenarios de la pluma que fingen hermosas
arquitecturas que buscan ocultar el horror de una realidad que no nos
esperábamos instalados en las seguridades de nuestras certezas bien pergeñadas.
Son días de dolor, de ruptura
interior para muchas personas que no han podido tener el consuelo de acariciar
por última vez la mano o besar la frente de sus seres queridos. Como sociedad
tenemos derecho a animarnos para afrontar el amenazador futuro, pero eso no
puede significar la ocultación, el olvido de tantas personas, historias
concretas truncadas, de las que ni siquiera podemos saber hoy el número exacto.
Merecen, al menos, un signo visible, una expresión de nuestro recuerdo y
cariño.
Por cierto, Napoleón siempre usó
corbata negra con borde blanco. El día que la cambió, sufrió la derrota de
Waterloo. Quizá el gurú lo sepa.
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