Hace unos días se derrumbó en Toledo, en el callejón de los Niños Hermosos, una casa, en una muestra palpable de cómo está parte del patrimonio urbano de la ciudad histórica. Comparto la columna, que, a modo de reflexión, publiqué la pasada semana en La Tribuna de Toledo.
Sin
duda, cualquier toledano, al leer este título, habrá pensado inmediatamente en
uno de los más típicos callejones de nuestro centro histórico. En efecto, hoy
quiero referirme a este bello rincón, inmortalizado por Casiano Alguacil hacia
1885 en una fotografía donde recogía una estampa muy cotidiana en el Toledo de
la época, una mujer con un cántaro al costado, camino de alguna fuente,
mientras unas niñas, al fondo del callejón, observaban atentas al fotógrafo.
Pero
no pretendo hoy que nos fijemos en esta muestra de la espléndida colección de
fotografías que nos ha legado el artista de Mazarambroz, sino en una triste
noticia que tuvo lugar, hace unos días, en este callejón, el derrumbe de una
casa que se encontraba en mal estado de conservación. Más allá del dato
concreto, dicho siniestro me ha hecho reflexionar sobre la situación en la que
se encuentran otras muchas casas del casco, independientemente de que haya o no
un peligro inmediato de hundimiento.
Porque,
sin duda alguna, todos estamos concienciados acerca de la conservación de los
grandes monumentos de la ciudad. Nadie duda de su valor. Pero un conjunto
histórico de la importancia del toledano no se reduce a la Catedral, el Alcázar
o San Juan de los Reyes. Es toda la ciudad histórica la que constituye esa
realidad única que es nuestra “peñascosa pesadumbre”. Son las casas, el
entramado urbano, los pequeños y grandes elementos que las decoran. Son también,
y esto es lo más importante, las personas que las habitan, que con su sola
presencia contribuyen a su conservación, y que, a la vez, mantienen vivo un
patrimonio inmaterial, hecho a base de tradiciones, historias, costumbres. Una
realidad que corremos el riesgo de perder irremediablemente.
Sé
que no es fácil encontrar una solución a los problemas de conservación de
nuestro casco histórico. Se requiere una confluencia de diversos agentes, se
precisan una serie de medidas, en parte ya implementadas. Es esencial que en el
casco siga viviendo gente, y que pueda recuperar población. Pero, entretanto,
es importante que vayamos valorando también ese patrimonio que puede parecer
secundario, pero que no lo es. Amar no sólo la belleza incomparable de nuestro
templo primado, sino también esos rincones llenos de sorpresas, esos patios que
en mi niñez recuerdo plenos de vida, de conversaciones, de juegos. Redescubrir
un escudo en una ménsula, una yesería adornando una puerta, un brocal de pozo
quizá romano o árabe. Entusiasmarse con la magia de nuestros callejones,
empaparse de la melancolía de alguna plaza solitaria, pararse a contemplar el
llamador de bronce de una vieja puerta…
Nada
es amado si no es conocido. La conservación de nuestro patrimonio urbano
toledano sólo será posible, más allá de las actuaciones realizadas por las
diferentes entidades públicas y privadas, cuando todos los ciudadanos
conozcamos, valoremos y amemos nuestra ciudad. Y seamos capaces de trasmitir
esa pasión por Toledo a las nuevas generaciones.
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