Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, en la que trato de llamar la atención sobre el lamentable estado de conservación de parte del patrimonio escultórico de Toledo:
Han leído bien. Godo.
No Gudú. Aunque siempre es interesante volver sobre la obra maestra de Ana
María Matute, una de las grandes novelas del siglo XX. Pero no es el caso. Se
trata de un rey godo, Wamba. Y no sólo de él, sino de otros dos reyes más que
le acompañan. Reyes medievales castellanos de la casa de Borgoña. Alfonso VII,
“el emperador”. Y Alfonso VIII, “el bueno”, quien reconquistó Cuenca. Seguro
que han pasado muchas veces ante ellas, pues se encuentran en el Paseo de
Merchán, en la Vega. Se trata de parte del lote que el cardenal Lorenzana trajo
de Madrid, del Palacio Real nuevo, para decorar la ciudad de Toledo, dentro de
su amplio mecenazgo ilustrado, renovador y embellecedor de la sede primacial.
En otros puntos se pueden encontrar el resto, hasta seis, como Sisebuto en el
paseo homónimo, Sisenando en el de Recaredo y Alfonso VI junto a la Puerta de
Bisagra.
Tienen una curiosa
historia. Cuando tras el incendio del alcázar de los Austria, Felipe V decidió
construir un nuevo palacio, más acorde con
los gustos imperantes, a la hora de abordar su decoración, ya bajo
Fernando VI, se decidió colocar estatuas de todos los reyes españoles anteriores,
desde Ataúlfo al propio soberano reinante, incluyendo a algunos emperadores
precolombinos, como Moctezuma y Atahualpa.
Se encargó a fray
Martín Sarmiento la lista de los mismos, así como sus atributos. La realización
fue dirigida por los escultores de la Corte, Domenico Olivieri y Felipe de
Castro. Esculpidos en piedra blanca de Colmenar, fueron colocados en la
balaustrada que coronaba el palacio. Pero la llegada del rey Carlos III cambió su
destino. Los gustos artísticos habían cambiado y se decidió quitar las estatuas,
pues rompían la estética del edificio. La leyenda, que todo lo embellece, sin
embargo, lo atribuye a un sueño que tuvo la reina Isabel de Farnesio, en el que
veía cómo las estatuas de los reyes se caían, entendiendo que aludía a que sus
hijos serían destronados, por lo que hizo que se bajaran. Otra versión dice que
caían sobre ella y la aplastaban, de modo que persuadió a su hijo Carlos III
para que un 8 de febrero de 1760 las retirara.
A partir de 1787 muchas
de estas estatuas comenzaron a repartirse por varias ciudades españolas,
mientras otras decoraron calles y plazas de Madrid. El secretario de la Real Academia de San
Fernando, Antonio Ponz, promotor de la
iniciativa, logró que el cardenal Lorenzana se hiciera eco de su propuesta.
Paseando por la Vega,
he contemplado, melancólico, estas esculturas, y lamentado su pésimo estado de
conservación. Partida la de Alfonso VIII por la mitad; casi irreconocible,
fragmentada y con una inscripción ilegible la de Wamba.
Escultura del rey Wamba |
Toledo es también ese
patrimonio escultórico digno de mejor suerte. Nuestros olvidados reyes godos,
aunque no lo sean todos, merecen (y aguardan) que, a quien corresponda, les
haga un “lifting” rejuvenecedor.
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