sábado, 23 de septiembre de 2023

Escritoras medievales

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

A pesar de que aún perviva en cierto imaginario colectivo la idea de la Edad Media como un periodo oscuro, tenebroso, la realidad, más allá del mito –nacido entre los humanistas del Renacimiento, que reivindicaban el latín clásico y rechazaban ese periodo medio transcurrido entre los grandes autores grecorromanos y ellos- es que los mil años pasados entre el fin del Imperio Romano de Occidente y la conquista de Constantinopla por los turcos, límites simbólicos del periodo, fueron una etapa rica, compleja, diversa, en la que convivieron, como en toda época humana, como ocurre con la nuestra, luces y sombras, y en la que el genio humano produjo algunas de sus mejores obras, desde la arquitectura de las catedrales góticas a las elucubraciones de la reflexión filosófica.

Es preciso superar esos viejos y falsos tópicos sobre el Medievo. Algo que sólo se logrará adentrándonos en esos siglos fascinantes. Uno de los lugares comunes es la idea de que las mujeres no tuvieron apenas importancia. Y, sin embargo, además de las figuras que conocemos por la historia política, como Urraca de Castilla, María de Molina o Isabel de Portugal, por ceñirnos al ámbito hispánico, o las que aparecen en el santoral, como Catalina de Siena o Brígida de Suecia, reformadoras y fundadoras, tenemos también un elenco de mujeres que se dedicaron a la cultura, a escribir y crear obras literarias, científicas o filosóficas. El ideario educativo medieval, en una de sus obras más logradas, el De eruditione filiorum nobilium, de Vicente de Beauvais, basándose en el libro del Eclesiástico, afirmaba rotundamente la necesidad de educar a las hijas.

Entre los ejemplos más señalados tenemos, en época carolingia a Dhuoda, autora de un manual para formar príncipes. Por el siglo XI, Trótula de Salerno escribió un libro sobre las dolencias de las mujeres que se usó como texto de medicina hasta el XVI. En la corte francesa del rey Carlos VI, destacó la genial Cristina de Pizan, autora de más de veinte obras, entre las que destacó La ciudad de las damas, defendió el acceso de las mujeres al conocimiento; en sus poesías expresó su situación vital, como refleja el verso “Solita estoy y solita quiero estar”. Muchas de ellas, así como sus baladas, se hicieron muy populares. En el ámbito monástico germánico encontramos figuras como Hrotsvitha de Gandersheim, autora de obras de tinte dramático, que ensalzaba las virtudes femeninas; Herralda de Hohenburg, que compuso la que puede considerarse la primera enciclopedia escrita por una mujer, su Hortus deliciarum y la difícilmente catalogable, por su desbordante personalidad y fecundidad creativa, Hildegarda de Bingen.

Hildegarda de Bingen
Esta última es fascinante. El papa Benedicto XVI, en 2012, la proclamó Doctora de la Iglesia, por sus escritos espirituales. Pero también escribió sobre medicina, moral, antropología, teodicea, cosmología; inventó una lengua artificial y compuso obras musicales. Algunas podemos disfrutarlas en castellano gracias a las editoriales Trotta y Siruela.

¿Edad Media, oscura?

domingo, 16 de julio de 2023

Acerca de "Memorias de Adriano"

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Conocer las grandes figuras del pasado es siempre un aliciente para superarnos y tratar de vencer la mediocridad en la que solemos movernos la mayor parte de los mortales. El género biográfico ha sido una de las ocupaciones preferentes de los historiadores, que tratamos de recuperar, enmarcado en su contexto, el desarrollo vital de personajes que han tenido –o no- un papel en la sociedad. Pero a veces, junto a las frías descripciones que solemos hacer los profesionales de la Historia, podemos encontrar alguna biografía fruto del interés de algún escritor, capaz de regalarnos auténticas obras maestras. Como muestra, las geniales que realizó Stefan Zweig sobre Fouché o María Antonieta. Aunque hay una que, creo, supera a todas.

El otro día, al hilo de mis paseos romanos junto a Castel Sant´Angelo, la evoqué. Pero hoy quiero volver sobre ella, pues, en este insoportable verano de campaña electoral, se ha convertido en un oasis que permite evadirme de este agobiante bombardeo que estamos sufriendo por parte de políticos que, nuevos Romanones, fieles al axioma de que las promesas electorales están para incumplirlas, nos regalan los oídos con cantos de sirena, en una almoneda vergonzosa e inmoral, verdadero y consciente insulto a la inteligencia del ciudadano. Se trata, lo habrán sospechado, de ese maravilloso libro de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, poesía hecha novela, belleza lírica encarnada en unas supuestas memorias del emperador ya anciano, que mira hacia atrás, desde la conciencia lúcida del próximo fin de su existencia.

Retrato de Adriano

Lo he leído y releído en varias ocasiones. Y, como me ocurre con otra obra maestra, El nombre de la rosa, siempre descubro nuevos matices. Su autora tardó varios años en escribirlo, destruyendo, incluso, una primera versión. En él vertió sus inmensos conocimientos, fruto de una pasión desbordante, sobre el mundo clásico. Las fuentes consultadas, ricas, variadas, nos hablan de una cuidadosa documentación, que abarca desde los estudios de ese fantástico lugar que es la Villa Adriana en Tívoli, hasta la información sobre acontecimientos, personajes –incluido el misterioso Antínoo- que culminan en el propio emperador.

El retrato de Publio Elio Adriano es magistral. Una verdadera introspección que revela los más hondos recovecos de su alma – esa animula vagula blandula- desde la que vamos descubriendo la historia de Roma en el momento de su mayor esplendor. Pero no es sólo historia; arte, política, filosofía y pasiones humanas, sobre todo el amor, se van entretejiendo para formar un primoroso paisaje que nos enseña, deleita e invita la reflexión. Un homenaje a la cultura grecolatina de la que aún bebemos y vivimos. Revelación de un hombre “que casi llegó a la sabiduría”.

La traducción, realizada por el escritor argentino Julio Cortázar, es una de las más destacadas de la obra de Yourcenar. Y el protagonista, estadista de amplia visión, nos obliga a lamentarnos por la horda de mediocres que solicitan nuestro voto este mes del divino Julio.


domingo, 19 de marzo de 2023

El Tito Berni

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo

Hasta hace unos días era tan sólo (con tilde, claro) un desconocido diputado que, como el resto, se limitaba a votar disciplinadamente lo que el partido le indicaba. Ahora es el símbolo de la corrupción devastadora que, como una lepra, se extiende, desde hace ya bastantes años, abarcando todo tipo de ideología, por la vida política española, degradada por personajes que parecen sacados de la versión más cutre de Torrente. Una pléyade de arribistas llegados al albur de un sistema partidista que prima, no la calidad, el mérito, la valía, sino la obediencia ciega, el acatamiento disciplinado, la aquiescencia obsequiosa, y eso desde las diferentes juventudes, en las que niñatos sin oficio ni beneficio van ascendiendo a base de servilismo, peloteo u otras cosas, desde los más humildes puestos hasta alguna concejalía que permita dar el salto a cargos más altos, tal vez diputado o senador, o quizá localmente, consejero, delegado o director de alguna de las innecesarias sinecuras con las que las diferentes administraciones premian la lealtad perruna de sus fieles militantes.

Tito Berni es la expresión más evidente de un sistema que ha ido expulsando a los mejores, que se sustenta en una ciudadanía que, cada vez más acrítica, ve con asco, pero muchas veces con resignación, el lodazal en que han convertido a la res publica. No es un caso aislado, sino, por desgracia, la evidencia de un mal que supura por la piel de la vida nacional, esterilizando las muchas potencialidades que, como sociedad, tenemos. Vamos, despeñados, rumbo a convertirnos en una especie de república bananera, en la que la chulería, la prepotencia de una casta política ensoberbecida y alejada de la ciudadanía –“¿qué más da?” preguntaba casi indignado el inefable Patxi-, ha conducido a las instituciones a un grado de desprestigio del que será difícil salir.

“Corruptio optimi pessima”, decían los clásicos. “La corrupción de los mejores es la peor de todas”. Nuestros políticos deberían ser los mejores, los más preocupados por el servicio público, por el bienestar de los más desfavorecidos, por la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos, por la construcción de un futuro mejor para todos. Por el contrario, vemos sólo intereses partidistas, mediocridad, incompetencia, chulería, ineptitud unida a soberbia. Despilfarro, chabacanería, cortedad de miras, ineficacia. Un cáncer que puede matarnos como sociedad, un veneno que nos destruye lentamente, un óxido que corroe la estructura social.

Es preciso que, como ciudadanos, reaccionemos. La cosa pública nos atañe a todos. Urge un compromiso firme para renovar la política, que ha de volver a ser un servicio noble que se preocupe prioritariamente del bien común. Y que los “Tito Berni” se conviertan en una anécdota.

Hace cien años, en los estertores del régimen de la Restauración, España vivió una situación de descrédito político muy similar a la actual. Aquello desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. De cómo acabe ahora depende de nosotros.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Miércoles de Ceniza

 Comparto mi artículo de hoy en La Tribuna de Toledo

Tras el combate anual –que rimara el Arcipreste de Hita- entre don Carnal y doña Cuaresma, -batalla que también representó en un abigarrado lienzo Pieter Brueghel el Viejo-, llega, como el propio Juan Ruiz dijo, “un tiempo de Dios santo”, los cuarenta días de preparación a la celebración de la Pascua. Lo hace con el austero y significativo rito que da nombre a este día, la imposición de la ceniza, que nos recuerda la realidad más honda del ser humano, su radical pobreza y contingencia, pero, a la vez, invita a su profunda renovación, mediante el camino de transformación del corazón que conduce al gozo pascual.

Siempre me ha llamado la atención la prácticamente general ausencia de información sobre el Miércoles de Ceniza y el comienzo de la Cuaresma en los medios de comunicación españoles, frente al aluvión de datos que nos ofrecen cada año al inicio del Ramadán. Es significativo, sobre todo teniendo en cuenta que, se sea católico o no, la Cuaresma y la Semana Santa marcan la vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos en este comienzo de la primavera. Porque junto a los fieles que se quieren disponer -mediante el ayuno, la oración y la limosna- a la celebración del momento más importante del año para un cristiano, el santo Triduo Pascual, con su recuerdo de la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección de Cristo, muchas personas participan de modo directo o indirecto en las diversas manifestaciones cultuales y culturales de estos días. Por no incidir en el aspecto económico, especialmente importante en el sur de España, donde desde talleres de artesanía hasta hoteles y restaurantes, pasando por floristerías, cererías o sastrerías, ven incrementada su actividad de modo significativo. Y eso, sin olvidar el impacto turístico, que lleva a cualquier ayuntamiento, por pequeño que sea el lugar, a promocionar todo lo relacionado con las costumbres cuaresmales y de Semana Santa locales, y luego, da igual el signo político, participar, vara en mano, en los cortejos procesionales.

Con el Miércoles de Ceniza comienza, pues, un periodo no sólo de recogimiento interior sino también de frenética actividad. Las hermandades y cofradías ultiman detalles, limpian carrozas, candelabros, incensarios; repasan bordados y acopian velas e incienso. Las bandas de música ensayan sus mejores piezas, mientras que en el interior de las iglesias resuenan los viejos cánticos que acompañan a Jesús en su camino al Calvario. El ambiente se impregna de los olores de potajes que hierven en sus pucheros o del aroma exquisito de las torrijas recién hechas.

Cuaresma es cultura popular, que ya se desborda por las calles en procesiones, vía crucis o pasiones vivientes. Y es alta cultura, con eventos de la exquisitez y calidad de la Semana de Música Religiosa de Cuenca. Arte, tradición, costumbre, fiesta, recogimiento, devoción, lirismo en los pregones, sentimiento hondo.

En cualquier caso, vivan o no vivan la Cuaresma, no olviden disfrutar de las torrijas.

domingo, 15 de enero de 2023

Presepi

 Comparto mi columna del pasado miércoles, en La Tribuna de Toledo

Aunque oficialmente ya ha finalizado la Navidad, siguiendo el viejo refrán, “hasta San Antón, Pascuas son”, les voy a hablar hoy de belenes, en concreto de belenes italianos, el país donde nació esta tradición, extendida por todo el mundo. Porque los presepi italianos son particularmente bellos, y estos días, en mi deambular por las calles de Roma, visitando las grandes basílicas o adentrándome en las pequeñas iglesias apartadas de las rutas turísticas, puedo disfrutar de algunos ejemplares realmente hermosos.

El presepe o presepio, que de las dos formas se denomina en italiano, nace, como representación del nacimiento de Jesús, en la noche de Navidad de 1223, en Greccio, una población del Lacio, en la que Francisco de Asís quiso evocar el acontecimiento de Belén, organizando una representación viviente de aquel hecho. Según la leyenda hagiográfica, durante la misa apareció en la cuna un niño de carne y hueso que el santo tomó en sus brazos. Así surgiría la tradición del pesebre, aunque parece que en Nápoles con anterioridad a esa fecha ya se había instalado algún belén en iglesias. La representación artística del nacimiento de Cristo la encontramos en los primeros siglos del cristianismo, la más antigua en las catacumbas de Priscila, en Roma, donde aparece María con el Niño en brazos ante los magos de Oriente, en una pintura del siglo III ubicada en la capilla griega. En cualquier caso, parece que el paso de la representación viviente que comenzó san Francisco a la realizada con figuras fue muy temprana, de modo que en los siglos XIV y XV muchas iglesias italianas se decoraban con belenes. En 1534, san Cayetano de Thiene creó un pesebre elaborado con figuras de madera pintada, cubiertas con ropa, y con la cabeza confeccionada en terracota o madera; para que se pudieran articular, dentro de las mismas se introducía un alambre.

Durante el siglo XVIII, los belenes napolitanos, plenos de barroquismo, llegaron a España al suceder Carlos VII, rey de Nápoles, a su hermano Fernando VI, con el nombre de Carlos III. El espléndido Belén del Príncipe, que se puede contemplar en el Palacio Real de Madrid en Navidad, data de ese momento. La costumbre se extendió durante el siglo XIX por toda España, convirtiéndose en un elemento esencial tanto en las casas como en las iglesias, creando auténticas joyas de arte efímero.

Presepe
En Roma se encuentra una gran variedad de belenes. Uno de los más llamativos siempre es el de la Plaza de San Pedro, que cada año varía de estilo y de formato. En Santa María Maggiore se encuentra el medieval de Arnolfo di Cambio, un capolavoro escultórico de 1289. Belenes napolitanos, de antigua factura o de reciente elaboración –como el del Gesù-, alternan con representaciones más populares, que incluso se hallan en pequeños rincones de las calles romanas.

Una hermosa tradición que, además, se puede disfrutar hasta el 2 de febrero, fiesta de la Candelaria.