Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Hasta hace unos días era tan sólo (con tilde, claro) un
desconocido diputado que, como el resto, se limitaba a votar disciplinadamente
lo que el partido le indicaba. Ahora es el símbolo de la corrupción devastadora
que, como una lepra, se extiende, desde hace ya bastantes años, abarcando todo
tipo de ideología, por la vida política española, degradada por personajes que
parecen sacados de la versión más cutre de Torrente. Una pléyade de arribistas
llegados al albur de un sistema partidista que prima, no la calidad, el mérito,
la valía, sino la obediencia ciega, el acatamiento disciplinado, la
aquiescencia obsequiosa, y eso desde las diferentes juventudes, en las que
niñatos sin oficio ni beneficio van ascendiendo a base de servilismo, peloteo u
otras cosas, desde los más humildes puestos hasta alguna concejalía que permita
dar el salto a cargos más altos, tal vez diputado o senador, o quizá localmente,
consejero, delegado o director de alguna de las innecesarias sinecuras con las
que las diferentes administraciones premian la lealtad perruna de sus fieles
militantes.
Tito Berni es la expresión más evidente de un sistema que ha
ido expulsando a los mejores, que se sustenta en una ciudadanía que, cada vez
más acrítica, ve con asco, pero muchas veces con resignación, el lodazal en que
han convertido a la res publica. No es un caso aislado, sino, por desgracia, la
evidencia de un mal que supura por la piel de la vida nacional, esterilizando
las muchas potencialidades que, como sociedad, tenemos. Vamos, despeñados,
rumbo a convertirnos en una especie de república bananera, en la que la
chulería, la prepotencia de una casta política ensoberbecida y alejada de la
ciudadanía –“¿qué más da?” preguntaba casi indignado el inefable Patxi-, ha
conducido a las instituciones a un grado de desprestigio del que será difícil
salir.
“Corruptio optimi pessima”, decían los clásicos. “La
corrupción de los mejores es la peor de todas”. Nuestros políticos deberían ser
los mejores, los más preocupados por el servicio público, por el bienestar de
los más desfavorecidos, por la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos,
por la construcción de un futuro mejor para todos. Por el contrario, vemos sólo
intereses partidistas, mediocridad, incompetencia, chulería, ineptitud unida a
soberbia. Despilfarro, chabacanería, cortedad de miras, ineficacia. Un cáncer
que puede matarnos como sociedad, un veneno que nos destruye lentamente, un
óxido que corroe la estructura social.
Es preciso que, como ciudadanos, reaccionemos. La cosa pública
nos atañe a todos. Urge un compromiso firme para renovar la política, que ha de
volver a ser un servicio noble que se preocupe prioritariamente del bien común.
Y que los “Tito Berni” se conviertan en una anécdota.
Hace cien años, en los estertores del régimen de la
Restauración, España vivió una situación de descrédito político muy similar a
la actual. Aquello desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. De cómo acabe
ahora depende de nosotros.
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